Por Eduardo Luis Aguirre
Los europeístas esperaban convertirse en una próspera y poderosa Unión con capacidad de interlocución y peso específico capaz de convertirlos en un actor principalísimo en el contexto mundial. Dos décadas después, caen en la cuenta de que son meros espacios dependientes de Bruselas en los que campean aires de ultraderecha renovados. Poco queda de aquella socialdemocracia que Tony Judt calificaba como el más equitativo experimento político de la humanidad.
Eduardo Luis Aguirre conversó en "Multitud" con el periodista de la agencia Sputnik Víctor Ternovsky sobre el conflicto en Ucrania.
Compartimos con nuestros lectores una entrevista estupenda, en la que nuestro invitado despliega una mirada alternativa a la versión de la prensa hegemónica de ese conglomerado discursivo al que denominamos occidente.
Por Javier de Lucas (**)
En círculos de nuestra derecha política cobra aliento la tesis de la “guerra cultural”. Una batalla por la hegemonía cultural, que tiene no poco de paradójica reinterpretación de Gramsci. Hay una versión soi dissant liberal, la que me parece que pueden representar, con todos los matices que quieran, Cayetana Alvarez de Toledo, o su protector, el escritor Vargas Llosa, en su faceta de activista político de la derecha liberal. Y otra, en tono mucho más agreste, enarbolada por las gentes de Vox e incluso algún sector del PP, como la señora Díaz Ayuso. Esta segunda versión es cada vez más próxima a los lemas y propósitos del supremacismo, a la xenofobia —cuando no el racismo— de los Orban, Le Pen, del muy hábil polemista Zemmour y, claro, de la versión estadounidense, la que encarnan Trump, su ideólogo Bannon y el movimiento Q'anon.
El investigador Diego Mauro explicaba hace pocos meses que las creencias trascendentes han expandido su influencia en todo el mundo. Por diversos motivos, los sujetos se afilian a distintos tipos de religiones cada vez con mayor asiduidad. El caso de Ucrania se inscribe en esa tendencia. Los cristianos ortodoxos subieron de un 75% de su población a un 83% en las últimas constataciones.
Por Eduardo Luis Aguirre
En el desierto, en su observación detenida y siempre incompleta, habitan sujetos cuyas subjetividades no han sido capturadas enteramente por el capital. La contingencia, lo variable como condición constitutiva del neoliberalismo seguramente va también por ellos. En esos oasis, en esos islotes silenciosos de una cultura que todavía no está dominada por el hombre individualista, endeudado, consumista, para el que los vínculos sociales no se transforman en medios de producción ni han decidido poner su vida a producir, sobrevive una condición humana diferente, donde lo común y lo solidario resguarda la mansedumbre de tiempos diferentes, .puede prescindir del empobrecimiento de la prisa, se acurruca a encontrarse con su humanidad profunda, no comparte las inseguridades mundanas ni padece la mediatización que reproduce un estado de excepción global.
Por David Pavón-Cuéllar (*)
El año pasado medité mucho sobre el funcionamiento colonial de la herencia freudiana en América Latina. Me pregunté si nosotros, latinoamericanos, deberíamos intentar descolonizar el psicoanálisis o mejor ya simplemente deshacernos de él, es decir, descolonizarnos de él. Me incliné por lo primero, por conservar lo que Freud nos legó, pero haciendo lo posible para descolonizarlo e incluso emplearlo como un instrumento para una cierta descolonización de nuestras vidas. Este empleo es precisamente lo que me gustaría considerar ahora.
Para Heidegger, la desertificación es peor aún que la destrucción. Porque a la destrucción sobreviene la reconstrucción y a la desertificación, la nada misma, la intemperie, el desamparo.