Por Eduardo Luis Aguirre

 



El gabinete de Boric señala un camino de justicia y reparación histórica. Seguramente no le será sencillo gobernar, pero comenzar dando semejante muestra de autoridad simbólica y compromiso ético no es poca cosa.

Repasemos esta frase convencional y prieta, y aceptemos el desafío infrecuente de las izquierdas de crear y dotar de sentido nuestras intuiciones y percepciones. En primer lugar, porque las derechas nos aventajan claramente en esos recorridos, que ejercen con la precisión de un maestro en un trebejo, sabiendo que las relaciones de fuerzas mundiales y un sistema de control global le resultan afines. Nosotros, en cambio, carecemos de esas canonjías. Por el contrario, reaccionamos desde los bordes pretéritos de la política, a sabiendas de que las posibilidades de acariciar las utopías comunes nos conduce por caminos tan severos como la cerrazón de un caldenar, y por océanos tan abisales como el mar de los sargazos. Nuestra América, y nuestra patria en particular, está nuevamente de rodillas frente al monstruoso acreedor irreductible que pretende sumirnos en una miseria de tal magnitud que, producida la misma, ya nada será igual para el conjunto de los réprobos que alguna vez fuimos uno de los países mejor considerados de la tierra. No sé si debería acotar que ese país promisorio de la segunda posguerra aprovechó la revolución nacional y popular del hecho maldito del país burgués. Por las dudas, lo recuerdo.

Argentina es ahora el campo de prueba de un experimento rapaz y arrollador como la ex Yugoslavia lo fue para la OTAN hace un cuarto de siglo.

Por eso es que, cuando un pueblo hermano como el chileno encuentra su camino, que será igualmente espinoso, atendemos sin júbilo pero sí con esperanza a los gestos más que a las certidumbres, sencillamente porque carecemos de estas últimas.

Todos sabíamos que Boric debería enfrentar enormes fuerzas regresivas (y represivas en algunos casos) internas y él, que viene de un ámbito institucional donde la articulación de acuerdos es un presupuesto nuclear, imprescindible, seguramente tendrá herramientas como para intentar promediar su gobierno en función de sus fortalezas y debilidades. Un gobierno no se compone únicamente de un gabinete, pero un gabinete promedia y permite sintetizar, como mera conjetura, el rumbo que el gobierno chileno podría tomar, asediado como está por poderes fácticos e institucionales adversos, de una inscripción institucional que, al menos en lo regional, deberá reformular conociendo que está bajo la lupa implacable del ya mencionado sistema global de control.

Gobernar es muy difícil. Y lo es mucho más para las izquierdas, que se sienten mucho más cómodas en el eterno y mullido desencanto de la disconformidad. La articulación de un rumbo colectivo en las condiciones del Chile contemporáneo, un país que no tiene una tradición movimentista que le haya permitido desarrollar una cultura capaz de ordenar la multitud de variables que pueden desprenderse de cada medida de gobierno, es un limbo de resolución impredecible e imprevisible.

El margen de maniobra del nuevo gobierno chileno no será generoso. Seguramente va a haber adelantos sustanciales en derechos humanos, civiles y políticos. Es de esperar que abandone el grupo de Lima. La cuestión mapuche se va a resolver en base a cánones mucho más razonables. Incluso significaría un extraordinario avance la incorporación de formas ancestrales de resolución de conflictos, sus conocimientos, su filosofía y su concepción del universo. Va a haber, seguramente, transformaciones relevantes en el sistema educativo. Pero todo eso va a galvanizar a la derecha como un sujeto político de máxima contumacia. Por eso quiero retornar a la idea de la autoridad simbólica y el compromiso ético. La derecha no tiene ningún tipo de amarre con la verdad ni le interesa. Al contrario. No genera legados ni disputa la verdad en ningún ámbito. Por eso la autoridad simbólica, un bien que se ha vuelto escaso en la política, puede ser un punto de partida interesante para lo que viene. Para construir esa autoridad simbólica “no basta con que los de abajo no quieran seguir viviendo como antes. Hace falta, además, que los de arriba no puedan seguir administrando y gobernando como hasta entonces” (1). Argentina puede significar una guía, un elemento especular para el Presidente Boric,

Esa autoridad simbólica coincidirá en el nuevo gobierno con la sustitución de la constitutución pinochetista. Ese imperativo ineludible significará un plus para las más amplias masas chilenas. Un punto de partida cuya centralidad nos recuerda de nuevo Lenin: “Para establecer un nuevo orden de cosas que "exprese realmente la voluntad del pueblo" no basta con dar a la asamblea representativa la denominación de constituyente. Es preciso que dicha asamblea tenga poder y fuerza para "constituir". Dándose cuenta de ello, la resolución del Congreso no se limita a la consigna formal de "Asamblea Constituyente", sino que añade las condiciones materiales, únicas bajo las cuales será posible a dicha Asamblea el cumplimiento de su misión” (2).

Autoridad simbólica, una ética de lo común, un compromiso simbólico con los legados históricos, una nueva constitución que incorpore nuevas bases materiales y un diseño jurídico político no eurocentrado tal vez sean parte de las fortalezas de un gobierno que debe articular y sintetizar a muchas y ricas expresiones diferentes.

(1)   V. I. Lenin “La celebración del Primero de Mayo por el proletariado revolucionario”. Disponible en https://jovencuba.com/pulgas-dragones/

(2)   V.I Lenin: “Dos tácticas de la socialdemocracias en la revolución democrática”, disponible en https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/1905-vii.htm