Por Eduardo Luis Aguirre

La clase obrera, los trabajadores y trabajadoras que sólo disponen de su fuerza de trabajo para entregar a cambio de un salario que nunca se corresponde con el verdadero aporte que hacen mujeres y hombres al enriquecimiento del burgués (plusvalía), constituyen una definición inaugural, una suerte de portal de la economía y la teoría política marxista. Trabajadoras y trabajadores, salario, plusvalía, descanso y reposición de la fuerza laboral son componentes axiomáticos de esa relación de explotación que se ejerce sobre los sujetos que conforman el sector mayoritario y más dinámico de esa asimétrica convivencia. Por eso es que el determinismo teleológico del marxismo clásico se desgastó a la espera de que esos sujetos produjeran una revolución que, en el marco de la lucha de clases, llevara a las sociedades modernas hacia un gobierno obrero y popular. Para el marxismo, la historia humana fue siempre una lucha de clases.

El aumento del consumo per cápita de carne en la Unión Soviética fue saludado en 1979 porque la tendencia se incrementó en diez kilos por habitante al año. Esa cifra supuso un incremento del 76% sobre los 51-68 kilos del año 1978.

¿Qué relación tienen estos dos párrafos entre sí? Más de la que suponemos. En primer lugar, se establece la delimitación rotunda e inequívoca respecto de quiénes forman la clase trabajadora. Incluyendo a los trabajadores de servicios, es obvio que los mismos se circunscriben a seres humanos, lo cual parece un añadido innecesario, pero en realidad no lo es, como también veremos.

Hasta ahora, tenemos en claro que un país socialista – el más extenso del mundo- celebraba que la dieta de sus habitantes incluyera una mayor cantidad de carne.

Digo hasta ahora, porque con el advenimiento de las tendencias del animalismo eurocéntrico, la militancia en favor de los animales ha llevado a ciertos intelectuales a sumarse a esas causas originariamente justas, hasta desacreditarlas por completo. Uno de esos casos es el de Jason Hribal, que plantea que los animales no humanos forman parte de…..la clase trabajadora (¡?). Vale decir que quien consume 80 kilos de carne vacuna al año puede considerarse partícipe primario de un crimen perpetrado contra uno de los sectores más débiles de la población: los trabajadores, aunque se tratara de un ciudadano de la primer experiencia socialista de la historia.

No hace falta que reitere mi apoyo a los derechos de los animales, el rechazo a las prácticas crueles del antropocentrismo y una militancia de años contra ellas. Pero siempre fui consciente que al hacerlo no estaba peregrinando el camino de Marx. Eso es un absurdo. Lo que me preocupa tener en cuenta ahora es que, en su forzada contribución a la confusión general, Hribal no está solo. Por supuesto, como en todo este tipo de extravagantes pensamientos profundamente individuales y floridos, sus huestes son tan ralas como visibles (este no es un tema menor, como intentaré demostrar) y las multitudes con sus urgencias materiales las desbordan o tal vez ni siquiera las registran. En este mundo donde el agua ha pasado a ser un bien vital, donde hay que alimentar a 7500 millones de personas, donde la energía suficiente divide la vida de la muerte, estas demandas dignas de mejores y más adultas y orientadas luchas no pueden hacer pensar, alegremente, que participamos de un experimento liberador. Al menos en los términos en los que lo menciona Hribal, quien se asume como un marxista de la problemática postmodernidad. Cada año, más de 3 millones de niños menores de 5 años mueren de desnutrición o por causas relacionadas con la misma. Una persona típica de un país de ingreso bajo gasta alrededor de dos tercios de sus recursos en alimentos, mientras que una persona típica de un país de ingreso alto gasta cerca de un 25 % (esto es textual). Millones de personas viven en la extrema pobreza (con menos de dos dólares por día) y después de la pandemia, la guerra de Ucrania y la inflación esa cifra indeterminada de homo sacer se incrementará en casi cien millones de personas. Los guarismos de la Argentina los conocemos. No cualquier entretenimiento disruptivo y bienintencionado es necesariamente contrahegemónico. Éste es un ejemplo donde es necesario estar muy atento a los intereses que estimulan estas cosmovisiones que terminan cayendo en la antigua división del idealismo centroeuropeo del siglo XVIII: las almas (bellas, en este caso) y la corporalidad material. Nunca nuestros ancestros de Abya Yala pensaron de esa manera. Si de decolonialidad se trata, invito a una excursión por las múltiples dietas de las civilizaciones indígenas pre y postcolombinas. El equilibrio del cosmos y de la naturaleza no implica azuzar las seguras pulsiones de la inanición y la muerte. Desde que existe el estado, se supone que todo exceso o transgresión podría ser controlable. Y si no, qué mejor que volver a la concepción que del estado tenía el marxismo clásico. Las tareas de liberación siempre han reclamado tácticas y estrategias. Una de ellas, es no ser identificables para el adversario. No lo digo yo. Lo acaba de decir en “Multitud” el filósofo Luis Alegre Zahonero, ex presidente de la Asamblea de Podemos de Madrid. Cuando se le preguntó al intelectual morado el porqué del retroceso de ese espacio en las últimas elecciones señala precisamente eso. “Nos refugiamos en posiciones discursivas cómodas y en esté- ticas previsibles. Y la derecha tiene décadas de reflejos desarrollados para ubicar e identificar a los sectores más dinámicos de la sociedad”. Ninguna de esas campañas de desgaste sistemático debió ser lanzada contra el progresisimo light. Estas posiciones nunca constituyeron una amenaza para el establishment.