Mario Ramírez Granados (*).
A veces el dolor es tan grande, que para nombrarlo, es necesario recurrir a la ficción. Es el caso de La llorona (2020) de Jayro Bustamante, que se sirve de la leyenda colonial para poder nombrar a la historia reciente de la sociedad guatemalteca.
La historia de Guatemala, como en tantas partes de América Latina se refiere al uso del terror como mecanismo para intentar socavar a los conflictos sociales, que se deben a la profunda desigualdad socioeconómica sobre la que se organizaron nuestras sociedades.
Por Eduardo Luis Aguirre
Unos pocos días resultaron suficientes para demostrar la particular sutileza de las herramientas que la nueva administración demócrata estadounidense habrá de utilizar para con América Latina. Decidido a poner fin a la “barbarie” del trumpismo, Joe Biden no pierde el tiempo. Hace y deshace en los mares argentinos, poniendo a operar un submarino en aguas del Atlántico Sur con la colaboración del Reino Unido, en franca violación de lo dispuesto por la 4/11 de la Asamblea General de la ONU, lo que motivó la urgente protesta de nuestra cancillería.
Por Eduardo Luis Aguirre
En un artículo anterior, en el que habíamos comenzado a analizar el discurso del Presidente de Rusia en el último Foro Económico de Davos, destacábamos la mirada de Putin sobre las consecuencias socioeconómicas y sociopolíticas de la pandemia, a las que Rusia proponía anticiparse con un diagnóstico de situación y medidas urgentes y concretas.
El expositor aseguraba respecto de ambas problemáticas que en el futuro será imposible intentar recomponer las economías apelando a herramientas tradicionales tendientes a aumentar el crédito privado y mucho menos a una especie de reseteo sistémico capaz de arrojar a millones de personas a la desocupación.
Por Eduardo Luis Aguirre
Desde hace algunas décadas observamos el tránsito del capitalismo industrial a otras formas de acumulación que maximizan la tasa de ganancia. Lo productivo cede ante la prepotencia de un sistema financiero que no solamente influye en la economía y los mercados sino también en las sociedades y en los sujetos implicados en esas transformaciones drásticas e impiadosas. Algo (o mucho) de esto denunciaba Vladimir Putin en un discurso de ineludible lectura pronunciado en el último encuentro de Davos. El capital no ha dejado de tocar las subjetividades sino también las sociedades. Entre ellas, por supuesto, al fútbol, convertido en su faceta profesional en un espacio de explotación, negociados y multiplicación de circulante dinerario sin precedentes en la historia. Por supuesto, este hiperprofesionalismo ha desnaturalizado al fútbol. Desde la apropiación de los clubes por grandes capitales de cualquier lugar del mundo, hasta el rol de los “representantes” de jugadores, el papel de operadores primitivos y brutales que cumplen todos los días y a toda hora la gran mayoría de los “periodistas” especializados y la instrumentalización de los jugadores, paradójicamente los principales protagonistas de este juego, entre otras calamidades. También los clubes “privatizados” y las empresas que consiguen camouflarse legalmente como clubes y participan en los distintos torneos de ligas. Alguna noticia todos tenemos sobre eso, seguramente.
La tragedia del “Morro” García (y no personalizo sino para ejemplificar, porque no conozco en particular su caso) devuelve -seguramente de manera efímera- al primer plano de responsabilidad a los clubes. A los profesionales y también a las instituciones sin fines de lucro a las que reivindicamos como clubes sociales. Pero debemos recordar que hubo hechos similares anteriores, seguramente con particularidades diferenciales que también desconocemos.
Por Eduardo Luis Aguirre
El reciente discurso de Vladimir Putin en la conferencia de Davos no ha tenido ni por asomo la repercusión que semejante pieza de anticipación política debería haber concitado.Esa intervención deja en claro que el gigante euroasiático es la primera potencia que se atreve a conjeturar la complejidad de un mundo postpandémico. Por el contrario, ni Donald Trump ni los demócratas pudieron liderar la imaginación de un nuevo orden, y China ha preferido guardar silencio sobre el particular, al menos hasta ahora.
Por Eduardo Luis Aguirre
Como en el caso de Ruanda, Netflix reaviva las polémicas históricas existentes acerca de los juicios llevados a cabo después de la IIGM contra los “responsables” japoneses de diversos crímenes cometidos antes y durante el conflicto bélico. Veintiocho jerarcas, con la sugestiva ausencia del emperador Hiroito, enfrentan los procesos de Tokio realizados después de la guerra (“Tokyo Trial”).