Por Diego Tatián (*)

 

 

 

Desde hace algunos años circula de manera profusa la preciosa respuesta de la antropóloga estadounidense Margaret Mead a un estudiante que le preguntó cuál era según ella el primer signo que probaba la existencia de la humanidad. Se esperaba que Mead hablara del anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. Pero dijo que el primer signo de civilización con el que contamos es un hallazgo óseo: un fémur que alguien se fracturó y luego sanó. En el reino animal, quien se rompe una pierna indefectiblemente muere. No puede escapar del peligro, ni ir en busca de alimento o del río más cercano para tomar agua. Queda a merced de los cazadores y depredadores que merodean el lugar.

Por Lidia Ferrari (*)

 

 

¿Cómo se puede pensar una aceleración del tiempo que no sea la gravitacional? Steiner describe de manera admirable la subjetividad del tiempo o, mejor, la subjetividad en el tiempo histórico en su libro ‘En el castillo de Barba Azul’. Habla de aceleraciones y desaceleraciones subjetivas como ‘modalidades del ser’. Entre 1879 y 1815 tuvo lugar una aceleración del tiempo, pues la esperanza y la utopía se hacían presente, estaban allí realizándose en el tiempo de la revolución.

Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

¿Qué nos sugiere el silencio? ¿Cómo es nuestro vínculo humano con esa quietud? ¿Hay una filosofía en el silencio? Si la hubiera, recuerde que la filosofía puede ser caracterizada como el amor a la sabiduría, como lo hacen los pensadores occidentales desde tiempos inmemoriales, pero también como una cultura que ha encontrado a su sujeto, como lo han enunciado los filósofos de la liberación.

Por Eduardo Luis Aguirre

 

La cultura occidental es un concepto que, además de ser polisémico e impreciso, encierra en su interior una multiplicidad de opacidades que generalmente se han expresado a lo largo de los siglos como trágicas pulsiones de muerte u horribles matanzas.

Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

No es la primera vez que me detengo a leer a Wendy Brown. Es una de las pensadoras que me atraen especialmente por su capacidad de enlazar, de articular ideas, teorías y categoría con una impecable claridad.

Esa condición asequible hace que sus especulaciones no queden sometidas al albur de interpretaciones varias ni se empantanen en la comprensión fragmentaria del lector.

Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

 

No han sido pocos los filósofos que han intentado con diversos argumentos vincular el fantasma de la soledad con la angustia y la amargura. Por supuesto, que con esa finalidad hayan elegido para ejemplificar su tesis a Friedrich Nietzsche no puede sorprendernos. La existencia tortuosa del Loco de Turín, del genio de Röcken, el pensador alemán nacionalizado suizo hijo de pastores protestantes viene como anillo al dedo. Es cierto que los últimos y dramáticos tiempos del creador del Anticristo en Basilea transcurrieron en un contexto de indiscutible incomunicación. Pero sus años de producción intelectual más brillante no estuvieron signados por una pasión triste asimilable a la soledad. Por el contrario, Nietzche reconocía por entonces a la soledad nada menos que como “una exigencia del filósofo” (1).

Por Jorge Alemán (*)

 

 



La tesis es defendida por muchos teóricos de las nuevas derechas prorusas o prochinas y por ciertas izquierdas que por distintas razones no pueden aceptar el giro autoritario hacia el Capitalismo de China y Rusia. Hacen una lectura en términos de decadencia, esa que está encarnada por LGTBI +,los homosexuales, las feministas y todas las movilizaciones en la calle que según la oficialidad china pretenden imitar a las de Hong Kong .

Por Ignacio Castro Rey (*)

 

 

 

Lo contrario de la vida no es la muerte, sino el miedo. De ahí la expresión popular: «Paralizado de miedo». Si se consigue salir de ese estado larvario puede ser muy triste vivir en Occidente. Te hacen creer que eres libre, que puedes pensar y vivir como quieras. Cuando te das cuenta estás siendo señalado -o silenciado- por el simple hecho de que, en cuestiones que atañen a nuestra coherencia tribal, te atreves a pensar de modo distinto a las mayorías y minorías reconocidas.