"La ciudad sin luz": premoniciones árticas
Por Ignacio Castro Rey
A pesar de generarle sentimientos encontrados, Iñigo Errejón llegó a hablar recientemente de una desolada orfandad al terminar La ciudad sin luz, primera parte de Mil ojos esconde la noche. No es de extrañar. La intensidad carnal de los personajes y situaciones que Juan Manuel de Prada recrea es tal, el ritmo que nos acoge en ese universo ficticio es tan vivo que muy bien se puede producir, al término de convivir con esos perfiles en hervor, la aflicción de un vacío. Quizá la sensación de orfandad se alimente finalmente de algo parecido al temblor de una emoción que en La ciudad sin luz late por todos los poros y, sin embargo, en la vida corriente hemos dejado languidecer.


Por Juan Antonio Sanz





Taiwán es en estos momentos el escenario de la pugna de chinos y estadounidenses por la hegemonía global, con las altas tecnologías como uno de sus campos de batalla y sin descartar una confrontación más radical.

Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

El hombre sabe dónde construir su casa, y el animal su guarida,

mas el alma ingenua de los héroes

no sabe adónde ir”

“Quién alteró primero

Los lazos de amor para convertirlos en yugo” (Hölderlin, El Rin)

La lucha de clases como motor de la historia está más viva que nunca. Probablemente lo estará siempre como categoría política, porque las sociedades evolucionan a través de los conflictos. No obstante, en aquellos márgenes en el que los pueblos saben que sólo sobrevendrán más sufrimientos, la información fidedigna del horror probable habilita la novedosa realidad teórica de oponernos a la disolución lisa y llana de un frente patriótico escarnecido, ultrajado, colonizado.

Por Diego Tatián (*)

 

 

 

Desde hace algunos años circula de manera profusa la preciosa respuesta de la antropóloga estadounidense Margaret Mead a un estudiante que le preguntó cuál era según ella el primer signo que probaba la existencia de la humanidad. Se esperaba que Mead hablara del anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. Pero dijo que el primer signo de civilización con el que contamos es un hallazgo óseo: un fémur que alguien se fracturó y luego sanó. En el reino animal, quien se rompe una pierna indefectiblemente muere. No puede escapar del peligro, ni ir en busca de alimento o del río más cercano para tomar agua. Queda a merced de los cazadores y depredadores que merodean el lugar.

Por Lidia Ferrari (*)

 

 

¿Cómo se puede pensar una aceleración del tiempo que no sea la gravitacional? Steiner describe de manera admirable la subjetividad del tiempo o, mejor, la subjetividad en el tiempo histórico en su libro ‘En el castillo de Barba Azul’. Habla de aceleraciones y desaceleraciones subjetivas como ‘modalidades del ser’. Entre 1879 y 1815 tuvo lugar una aceleración del tiempo, pues la esperanza y la utopía se hacían presente, estaban allí realizándose en el tiempo de la revolución.

Eduardo Luis Aguirre dialogó en Multitud con Diego Mauro, investigador del CONICET y Doctor en Historia y Arte sobre la teología del Papa Francisco. El humanismo cristiano y las miradas regresivas sobre el pensamiento del Pontífice, sus documentos, encíclicas y acciones concretas. Francisco y el pedido de perdón de la iglesia católica a los pueblos originarios de Canadá por los crímenes masivos perpetrados durante la conquista. Un Papa que se aparta de la "leyenda negra".Una experiencia de globalismo cultural que se convirtió en una empresa colonial de extermino. Acerca de un acontecimiento contrafáctico.

Por Eduardo Luis Aguirre



La presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, visitó Taiwan en una visita calificada como polémica, peligrosa y preocupante por analistas internacionales e incluso por funcionarios y expertos cercanos a la administración Biden.

Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

En una de aquellas inaugurales discusiones de café político que frecuentaba a principios de los años setenta, alguien tiró sobre la mesa la compulsión de la burocracia soviética por experimentar y medir el coeficiente de inteligencia de Lenin, una vez fallecido. El estándar ordenado debía coincidir con el saber supremo de un líder infalible. Recuerdo que la conjetura, como ocurría en aquellos años de debates lejanos, interiores y tardíos, muchas veces incomprobables, se habría cumplido a rajatabla.