Los miles de despidos y la represión masiva, sin
precedentes en la democracia argentina, nos permiten escrutar el verdadero
rostro del cambio derechista y su tránsito hacia una escalada autoritaria que
se diferencia claramente –y para peor- de las experiencias conocidas del
consenso de Washington.
Asistimos ahora a una restauración conservadora
imposible de disociar de una nueva forma de control global que se asienta en el
disciplinamiento y la punición de las experiencias autonómicas en todo el
mundo, por parte de un imperio que, en los último años, añadió a su histórica
hegemonía política, militar, tecnológica y económica, un decisivo excedente energético
mediante el que impone condiciones en todas las latitudes.
El mundo está en guerra. Y lo que se vive
en la Argentina es una réplica de las denominadas guerras asimétricas, que
responden a una afilada estrategia internacional que cuenta siempre con la
complicidad de los grandes medios de comunicación, los sectores
concentrados del capital (interno e internacional), los CEO´s y la gran
burguesía agropecuaria. Una nueva puesta en escena de una sociología de control
global punitivo, cuya primera expresión fue la guerra de los Balcanes y que en
América Latina se exteriorizó mediante múltiples tentativas de golpes
suaves destinados a desestabilizar a los gobiernos populistas de la región. Y que, en nuestro país, terminan imponiéndose mediante elecciones cuyo contexto
merecería ser motivo de otro análisis.
Es cierto que el modelo de ajuste y
exclusión no cierra sin represión. La incógnita es quién tendrá a su cargo en lo sucesivo la
conjuración de la protesta social, porque está claro no resultará sencillo
hacerle entender al pueblo argentino que buena parte de sus habitantes quedarán
afuera de la transformación de colores y globos. Hasta ahora, las fuerzas de
seguridad interna han asumido el rol de ejército de ocupación encomendado, pero
la verdadera magnitud de la punición de la protesta social va a depender de
factores que tampoco se sustancian exclusivamente en el acotado escenario
doméstico. De hecho, el Ministro de Justicia acaba de advertir que “Lamentablemente
estamos transitando un camino muy parecido al de Colombia y México cuando
el narcotráfico penetra el Estado”, y al mismo tiempo la vicepresidenta se
quejó de que el Estado Nacional "no tiene medios" para capturar a
tres prófugos condenados por delitos comunes. Son dos avisos concomitantes, que deben mensurarse en el marco de la
obstinada y reconocida predilección del gobierno por reformular la política
exterior argentina, alineándose con Estados Unidos y los países del Pacifico.
De ahí la propensión a exhumar el ALCA, ahora reconvertido como TPP, que además
de regular las relaciones entre Europa y EEUU va a controlar más de la mitad
del comercio mundial. La potencial incorporación de nuestro país a ese esquema
global importa una verdadera capitulación de nuestra soberanía, y las
reacciones frente a la tentativa infame seguramente habrá de deparar nuevas y
más encendidas protestas por parte de los sectores populares. En ese caso ¿Se
viene un “Plan Argentina” con la excusa de la inseguridad y el narcotráfico,
que algunos llaman narcoterrorismo? Si eso fuera así, tomando la queja de
Michetti ¿qué medios harán falta para neutralizar al nuevo "enemigo"?
Si analizamos la política internacional de
los países vecinos que han inclinado a fortalecer sus alianzas estratégicas con
el imperio (nuestros potenciales socios del Pacífico, según la mirada del
gobierno), en términos de intervención militar y estratégica, veremos que el
panorama es más preocupante todavía, pero también que es posible encontrar
algunas respuestas a estos interrogantes.
En Chile, el
Comando Sur instaló la base militar de Fuerte Aguayo, cercana al puerto de
Valparaíso, destinada a llevar a cabo operaciones de “mantenimiento de la paz y
la “estabilidad civil”.
En Colombia hay
una infinidad de enclaves militares que merecen ser consignados. Una de ellas, la base
aérea Fernando Gómez Niño, ubicada en una zona cercana a la frontera con
Brasil, está destinada no solamente a lanzar operaciones armadas contra las
FARC, sino a llevar a cabo campañas contra el narcotráfico y controlar vuelos
que transporten narcóticos hacia otros países. La base está en condiciones de
recibir todo tipo de aviones. La base aérea Alberto Pauwels Rodríguez, situada
a 700 kilómetros al norte de Bogotá, es la sede del Comando Aéreo de Combate Número
3, y está concebida también para realizar operaciones militares contra la
guerrilla, intercepción de vuelos ilegales y lucha contra el narcotráfico.
La base Palanquero (190 kilómetros al
norte de Bogotá), es la sede del Comando de Combate Nº 1 y constituye un
objetivo principal de los EEUU. La base aérea José Inocencio Chincá, ubicada en Toleimada, a 100 km de Bogotá, alberga frecuentemente a militares norteamericanos encargados de entrenar a las tropas colombianas en estrategias de lucha antiinsurgente y narcotráfico. La base fue visitada en 2012 por León Panetta, Jefe del Pentágono. La base naval Bahía Málaga, ubicada en un punto de la costa colombiaana equidistante de Ecuador y Panamá. Por un acuerdo con Washington opera como puerto alterno de barcos de guerra norteamericanos, habilitados a patrullar el litoral colombiano. También está destinada a la lucha contra el narcotráfico. A todas ellas, podríamos agregar las bases de Tres Esquinas, Turbo, Cartagena y Larandia.
Si bien la información que atañe al Perú es calificada de confusa, algunas fuentes aseguran que hay bases norteamericanas semipermanentes y sitios de radar en Iquitos (Amazonas), Pucallpa, Mazamari, Palmapampa y Ancón, un puerto que ha servido de teatro de entrenamiento proporcionado por el Comando Sur a las fuerzas de la región. Además, el gobierno peruano autorizó el uso de instalaciones portuarias para el abastecimiento de la IV Flota.
En Paraguay, en la estratégica base militar Mariscal Estigarribia (ubicada a apenas 200 km de la frontera con Bolivia y Argentina) fue sede desde 2005 de ejercicios militares y operaciones de la Special Operations Forces (SOF) y se denunciaron supuestas operaciones humanitarias de la USAID. En el aeropuerto internacional Dr. Augusto Roberto Fuster, ubicado al noroeste de Asunción, en el límite con Brasil, funcionan efectivos militares de la agencia antinarcóticos de EEUU. Por razones de brevedad, omitimos la descripción detallada de la fuerte presencia militar estadounidense en México (*). Ahora sí podremos evaluar si el ALCA (o su sucedáneo) es o no una mala palabra para los intereses de la Patria.
(*) Todos los datos fueron extraídos del libro de Telma Luzzani: "Territorios Vigilados. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica", Ed. Debate, 2012.
En líneas generales, poco o nada es lo que se conoce de la realidad social de Corea del Norte en Occidente. La mayoría de las informaciones están atravesadas por la propaganda o el sesgamiento de ciertos medios de comunicación y, por lo tanto, existe una marcada tendencia a la simplificación y, en algunos casos, la banalización, de lo que acontece en el país asiático.
Mucho menos se conoce, en consecuencia, de las formas que asume el control social en Corea, al menos desde la visión que respecto del mismo tienen sus propios funcionarios. Derecho a Réplica intentó -y logró- una entrevista virtual exclusiva con Alejandro Cao de Benos, un ciudadano de origen español que es, desde hace tiempo, representante oficial de Corea del Norte en las relaciones con Occidente,y delegado especial honorario del Comité de Relaciones Culturales con Países Extranjeros. Les sugerimos hacer una lectura meticulosa y detallada de sus respuestas, capaces -por su singularidad y potencialidad- de introducirnos en nuevos debates y polémicas sobre aspectos y temas que se han convertido en verdaderos ordenadores de nuestra vidas cotidianas. A continuación, la nota realizada a Alejandro Cao de Benos.
P) En Occidente suele decirse que, para medir las condiciones democráticas de una nación, hay que observar cómo ésta trata a sus presos. En América Latina, y me atrevo a decirle que en todo el mundo occidental (aún admitiendo las excepciones que confirman la regla), la cárcel en sí misma es una demostración global de inhumanidad. ¿Cuáles son las condiciones de las prisiones en Corea del Norte?
R) En general las prisiones son granjas cooperativas o plantaciones madereras y mineras de régimen cerrado. Los criminales que han sido sentenciados realizan trabajos en un régiman disciplinado similar al de un acuartelamiento militar. Deben trabajar 8 horas al día obligatoriamente y dedicar tiempo al estudio y formación hasta que son re-insertados. Existe reducción de condena por buen comportamiento y también amnistía en fechas señaladas como el próximo 1 de Agosto de 2015.
P) El sistema penal coreano es selectivo? Queremos decir si van presos solamente los más desfavorecidos y desamparados de la sociedad. En América Latina, las cárceles están pobladas de pobres, marginales, adictos, etcétera. ¿Cuál es el panorama en Corea?
R) Para nada es selectivo. De hecho no existen las fianzas como en otros países, que permiten a los más acaudalados evadir las penas. El fusilamiento del General Jang Song Theak es reflejo que nadie escapa a las leyes de la República, por muy alta que sea su posición militar o política.
P) Le hemos escuchado decir en las entrevistas antes aludidas, que la pena de prisión en Corea incluye el trabajo obligatorio de los reclusos (algunos le llaman "forzado"), y que ese trabajo debe realizarse como forma de reparación a la sociedad a la que se ha perjudicado con el delito cometido. ¿Es esto correcto?
R) Correcto. Se trata de trabajo forzado porque dicha persona es un criminal y debe devolver a la sociedad lo que le ha quitado, sin percibir un sueldo y sin posibilidad de salir del perímetro estipulado.
P) Si esto es así, ¿cómo se plantea en Corea la "reinserción" o "resocialización" de los reclusos para cuando retornen al mundo libre? Se los prepara para la nueva vida en sociedad? Se les ofrecen tratamientos o abordajes en las prisiones? ¿existen organismos estatales que se ocupen de los liberados, para facilitar su reinserción en la sociedad?
R) La reinserción se aplica en todos los casos menores, como pequeños hurtos. En esa situación el culpable del delito realiza trabajos en régimen abierto y contacto con la población, como el arreglo de parques y jardines. En los casos más serios la reinserción se formaliza mediante el estudio obligatorio de cursos académicos, lenguas extranjeras, etc. El Consejo de Ministros tiene una oficina a cargo de esta reinserción y, al igual que el resto de ciudadanos, provee vivienda gratuita y trabajo a todos los que cumplieron la condena.
P)¿En Corea se piensa que a una infracción o a un delito, sea más o menos grave, corresponde siempre un castigo?
R) No. Si no tiene gravedad, la infracción se puede solventar con el reconocimiento de la falta y la promesa del autor de los hechos frente a familiares y compañeros de trabajo, de que no sucederá más.
P)¿En base a qué principio se sostiene la necesidad social de castigar al otro? Usted conoce los puntos de vista occidentales en lo que hace a la justificación del castigo estatal. Qué semejanzas y diferencias encuentra entre ambos?
R) Como existen seres humanos que deciden perjudicar al resto de la sociedad por egoísmo, envidia, odio, etc. tiene que existir un sistema punitivo que obligue a la conciencia del delincuente a plantearse cometer un delito por temor al castigo asociado al mismo. Lo definiría como un altavoz de la conciencia. Para mantener la armonía social y el orden es necesaria esa serie de medidas en cualquier sociedad. La diferencia más importante sería que en Corea usamos mucho el sentimiento de honor y moral como elemento integrador. Un delincuente en Corea sabe que aunque salga de prisión su honor estará manchado por mucho tiempo, en occidente en cambio, a veces los delincuentes se convierten incluso en héroes y se le cantan rancheras.
P)Sabemos que Usted ha negado en más de una oportunidad la existencia de campos de concentración en Corea. Sí, en cambio, habría admitido que existen "campos de trabajo". En qué consisten esos campos?
R) Los campos de concentración hacen referencia en el imaginario colectivo a los campos del nazismo, donde se enviaba a prisión a personas por su raza, religión o tendencia sexual. Este término se sigue usando como propaganda imperialista para demonizar a Corea y manipular a la gente para que crea que lo que existe en Corea es algo similar. Nada más lejos de la verdad. Como he comentado un campo de trabajo es como una prisión en España o México, con la diferencia de que los presos no pasan el día drogándose, haciendo el vago o sobornando a los funcionarios. En Corea existe un régimen militar y hay que trabajar, se quiera o no se quiera.
P) ¿Cuántas personas privadas de libertad, aproximadamente, existen en Corea?
R) Esos datos no están disponibles pero pocas, teniendo en cuenta que yo mismo en 24 años apenas he sido testigo de 4 delitos menores. Esto se debe a que el énfasis se pone en la prevención de delitos mediante la educación y a que las penas son duras físicamente, por lo que el ciudadano sabe que: el crimen en la RPDC, no compensa.
P)¿Existen en Corea los establecimientos genéricos de internación para enfermos mentales? Cuáles son, en su caso, las condiciones y características de esos lugares?
R)En el caso de enfermos mentales existen centros adecuados para el internamiento, asistencia y control las 24 horas. No se diferencian mucho de un hospital, excepto que hay mucho más personal para cuidar a cada paciente y el trato es más familiar y personalizado.
P) Pasando a otros temas, queremos preguntarle cuál o cuáles son las formas de hostigamiento y coacción que Corea del Norte sufre de parte del imperialismo y sus aliados?
R) Múltiples y variadas. Habitualmente es el acoso armamentístico que empezó en los años 50 con la invasión de la República por parte del imperialismo norteamericano. Las maniobras militares de entrenamiento para la ocupación de la RPDC se suceden cada 3 meses desde las bases que tienen en el Sur. Luego está el bloqueo comercial sistemático para intentar asfixiar nuestra economía, y otro canal importante son los intentos de sabotaje y terrorismo para crear inestabilidad y grupúsculos disidentes entre la población que eventualmente y una vez armados por la CIA pudieran derrocar al gobierno popular, como hicieron en Libia, Siria, etc.
P) En su caso, de qué manera influye ese tipo de coerción a la que es sometida Corea en su población.
R) Lógicamente tuvo y tiene un efecto desastroso. Corea llego a sufrir malaria y otras enfermedades que nunca existieron en el pasado. Esto fue debido al lanzamiento de bombas bacteriológicas por parte de los EE.UU. Luego está el bloqueo económico que impide el comercio exterior regular, mermando las posibilidades de importar aquellos medicamentos y otros productos de alta tecnología que se necesitan del exterior.
P) Qué rol político le adjudican en Corea a las grandes cadenas comunicacionales occidentales?
R) Las grandes cadenas de comunicación son básicamente órganos de propaganda del capital. Están pagadas y apropiadas por un puñado de multimillonarios que maneja a su antojo las noticias y el conocimiento para mantener engañada a la población. La imparcialidad periodística no existe, y está claro que a la clase privilegiada, a la oligarquía, no le interesa que el pueblo se levante o se nacionalice la industria y la vivienda bajo un sistema socialista.
P) Qué visión se tiene en Corea del Norte sobre los movimientos emancipatorios, también denominados populismos, que se dan en América Latina?
R) La RPD de Corea tiene el principio de respeto a otras naciones en la elección de su propio sistema político y Gobierno. El pueblo debe ser siempre soberano.
P) Cuáles son, actualmente, los aliados estratégicos de Corea del Norte en materia de política internacional?
R)Ninguno. La RPDC se ha valido y lo seguirá haciendo por sí misma. Hay países que son más cercanos y que tradicionalmente han sido amigos, pero al final todos ellos velan por sus propios intereses y si EE.UU. les ofrece un caramelo envenenado, rápido olvidarán cualquier nexo histórico. DAR) Muchas gracias.
El viceministro de Defensa
ruso Nikolai Pankov, acaba de proponer que los estudiantes universitarios
de ese país sean preparados, formados y educados en el enfrentamiento a los
golpes de Estado patrocinados desde el exterior, más conocidos como "revoluciones
de colores". El funcionario proyecta- en una propuesta que parece tan
original como urgente e imprescindible- incluir en los programas de estudio las
formas de contrarrestar ese tipo de acciones golpistas puestas en práctica por
Occidente siguiendo los lineamientos originales de Gene Sharp. Esas prácticas
contemplan la utilización de determinadas técnicas y operadores (caso
"Otpor") destinados a lograr la destitución de gobiernos que no
resultan afines al orden imperial (los "estados revisionistas" que pretenden
socavar la hegemonía de Estados Unidos, uno de las dos "amenazas
mundiales" que - junto a las organizaciones extremistas violentas-
identifica el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor norteamericana,
Martin Dempsey)*. La sugerencia de Pankov alcanza, en principio, a los alumnos
universitarios, pero se extiende también a otros estamentos sociales tales como
las academias militares y demás organizaciones sociales que pudieran coadyuvar
en la prevención y conjuración de las nuevas modalidades golpistas, siempre
exhibidos como ejercicios de protesta social por la gran prensa occidental. El
propio Presidente Vladimir Putin, ratificando las versiones de ciertos medios
de comunicación internacionales, admitió en una reunión con oficiales del Ministerio
de Interior que su país podría llegar a enfrentar ese tipo de ataques. Putin
fue más allá y señaló que esos intentos son cada vez más sutiles en la
utilización de nuevas organizaciones "no gubernamentales",
tecnologías, manipulación de la opinión pública y el probado poder de las
redes sociales en materia de creación y fortalecimiento de esas
"primaveras".
De hecho, el Consejo de la Federación (Senado) de Rusia solicitó a la Fiscalía
General y los ministerios de Justicia y Asuntos Exteriores investigar a doce
ONG´S extranjeras que tendrían como objetivo "influir en la situación
política interna" del país, conforme reza la petición.
La mayoría de esas organizaciones
estarían, según el gobierno ruso, vinculadas a Estados Unidos, tal el caso de
Open Society Institute (Fundación Soros), Freedom House o National Institute
for International Affairs.
Sabemos que, estos golpes "suaves" terminan casi siempre en
resoluciones violentas y, como ya lo hemos señalado en oportunidades
anteriores, admiten cinco pasos sucesivos.
El primero de ellos consiste en
llevar a cabo acciones tendientes a minar el humor social, sobre todo de las
amplias capas medias, provocando un clima de malestar general a través de
denuncias de corrupción, intrigas y acusaciones permanentes y sistemáticas que,
desde luego, sobreactúan los errores objetivos que cometen los gobiernos que se
intentan derrocar.
Generalmente, se incluyen en una segunda etapa, arduas y sostenidas campañas
en defensa de valores que, en abstracto, son compartidos por todas las
sociedades democráticas contemporáneas, tales como la libertad de expresión,
los derechos humanos, las libertades civiles y políticas, la convivencia
armónica y la "seguridad" de los ciudadanos.
Un tercer paso supone un verdadero
"pase al acto", que importa la profundización sostenida de
aquellas y otras reivindicaciones políticas y sociales, facilitando y
promoviendo manifestaciones y protestas violentas, siempre invocando valores
superiores y el derecho a la protesta social.
La cuarta etapa incluye operaciones de
verdadera guerra psicológica, creando un clima de virtual
"ingobernabilidad". La fase final tiende a forzar directamente
la caída de los gobiernos, profundizando las revueltas, intentando controlar
algunas instituciones gubernamentales y animando el calentamiento de las
calles. Si el gobierno resistiera, la estrategia incluye una intervención
militar (interna o extranjera), la estimulación de una guerra civil prolongada
y el debilitamiento de la inserción internacional del país acosado.
Sabemos que este tipo de intentonas se han sucedido sin solución de
continuidad y con diferentes resultados en los cinco continentes, con decisiva
participación de las grandes cadenas comunicacionales, poderosas organizaciones
internacionales, grupos concentrados de poder e incluso de las grandes
potencias mundiales.
Sin ir más lejos, el Centro de Militares para la Democracia Argentina
(Cemida) denunció no hace mucho tiempo que Argentina había vivido una
experiencia destituyente análoga.
Lo propio ha ocurrido, en nuestra región, en países tales como Brasil,
Venezuela, Paraguay, Honduras, Ecuador y Bolivia.
Algunos trascendidos periodísticos dan cuenta que una estrategia similar ya
se prepara contra Grecia, después de que el "NO" a la troika arrasara
en el plebiscito que convocara el presidente Tsipras.
En virtud del riesgo cierto que estas
prácticas importan para los gobiernos democráticos de todo el mundo, la
iniciativa de Pankov adquiere dramática actualidad e importa, en la práctica,
un paso fundamental en la disputa contrahegemónica contra ciertos productos
culturales que se utilizan para poner en marcha las mentadas primaveras
impulsadas por los poderes financieros.
En los modernos populismos
antiimperialistas, el Estado ha dejado de ser el "enemigo" de las
izquierdas tradicionales, para convertirse en el único ámbito de refugio
de los pueblos como nuevos sujetos sociales en sus intentos emancipatorios. Por
ende, las instancias de formación y educación contra este tipo de pulsiones
retrógradas constituye una idea trascendental, que bien podría ser imitada en
los países del continente, incorporando a sus programas educativos el análisis
crítico, libre y democrático de este tipo de experiencias que, a nuestro
entender, tuvieron su bautismo de fuego con las maniobras que precedieron y
lograron la caída del presidente Slobodan Milosevic.
La tarea no es menor. Basta recordar que,
en general, nuestras academias han sido prolíficas en la generación acrítica de
ciertos contenidos y categorías occidentocéntricas que es necesario poner en
crisis y releer en clave marginal.
Tampoco es sencilla la articulación de una
nueva "utopía" positiva, de un nuevo metarrelato que logre insertarse
en las mayorías populares y deconstruir las nuevas formas de dominación y
control.
En tren de afinar las sugerencias, quizás
debamos releer las encíclicas y documentos papales para descubrir y extender el
límite de lo posible. Para adivinar el horizonte de proyección de los nuevos
intentos tendientes a alcanzar los cambios profundos en los estilos de
vida, los modelos de producción y consumo y las estructuras de poder a las que
ha aludido Francisco.
(*) Estudios de Política Exterior (http://www.politicaexterior.com/actualidad/obsolescencia-planificada-en-el-pentagono/)
Compartimos con nuestros lectores el Programa del Seminario que junto a Francisco Bompadre impartiremos (aprobación del mismo mediante) a partir del próximo mes de octubre en la Especialización en Derechos Humanos que se dicta en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa. Como ustedes saben, para mí el programa significa nada más (y nada menos) que una guía para quienes habremos de compartir este espacio. Pero sirve para marcar los lineamientos y la tendencia de una práctica académica. Esperamos que la propuesta sea aceptada por las autoridades de la Facultad. Una vez que la misma se produzca, brindaremos más detalles de la misma. Prevemos siete clases de tres horas cada , con un descanso, comenzando el jueves 1 de octubre. Nuestra idea es que el curso sea lo más amplio posible; por lo menos, que incluya no solamente a quienes cursan la especialización, sino también a otros graduados.
Módulo 1. Foucault y el
poder. 1) Sociedades de Soberanía. 2) Sociedades Biopolíticas. 3) Sociedades de Seguridad y/o Control. Modelos de control
social según Foucault: la peste, la lepra y la viruela.
Módulo 2.Desplazamientos en el neoliberalismo:
capitales y finanzas. Poblaciones y migraciones forzadas. Guerras climáticas y
políticas punitivas globales. Legalidad, excepción y emergencia: Baja política,
alta policía.
Módulo 3. Izquierda y derecho. La era del control
global punitivo. Estado de excepción. Crímenes masivos y guerras en la era
imperial. Tribunales orgánicos y Tribunales de opinión. Comisiones de Verdad y
Reconciliación.
Módulo 4. Derechos Humanos, sistema internacional y
conflictos globales. Hacia una perspectiva epistemológica no colonial. Una
mirada alternativa respecto del sistema internacional institucional de Derechos
Humanos.
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“Las guerras no comienzan
con bombas, sino con mentiras” (Michel Collon)
El alineamiento acrítico con las
categorías de Derechos Humanos occidentocéntricas han reproducido las
condiciones de dominación y control en todo el mundo.
Un delicado entramado de baterías
epistemológicas coloniales han impedido analizar el concepto de DDHH en clave
emancipatoria. Los resultados están a la vista. Aunque, extrañamente, muchas
veces permanecen invisibilizados, frente a la pleitesía que se rinde frente al
Caballo de Troya postmoderno que implica el sistema orgánico e institucional
del Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
Estos precesos de alienación son
particularmente hegemónicosen las escuelas de derecho latinoamericana.
No existen recorridos epistemológicos
críticos que permitan porner en cuestión, desde los programas mediante los que
se imparten conocimientos a miles y miles de alumnos, la verdadera esencia de
la Organización de las Naciones Unidas, la Organización de los Estados
Americanos, los Tribunales internacionales institucionales en tanto elemento
legitimadores de un estado de cosas signado por el unilateralismo imperial.
Esta hegemonía es particularmente
impactante en lo que concierne al “sistema” penal internacional.
En efecto, el arduo desarrollo que a partir de la segunda
mitad del siglo XX fue alcanzando el sistema jurídico penal internacional
(particularmente durante el período ubicado entre los juicios de Nüremberg y
Tokio, el nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas y la creación de
la Corte Penal Internacional) estuvo condicionado por la necesidad de las
potencias vencedora de brindar respuestas a los crímenes de masa y las grandes
violaciones a los Derechos Humanos, pero fundamentalmente a garantizar la
impunidad de las naciones más poderosas de la tierra.
Las respuestas que ese sistema jurídico ha proporcionado
(solamente) a algunos hechos de exterminio, que repugnan a la conciencia
colectiva de la humanidad, se limitaron casi exclusivamente (dejando al margen
abominables y sumarias ejecuciones) a la aplicación de graves penas privativas
de libertad a los vencidos en los conflictos armados[1].
El binarismo que
caracterizó a esta dinámica histórica y los logros relevantes obtenidos en
materia de persecución y enjuiciamiento penal de personas físicas implicadas en
delitos de lesa humanidad y genocidio, en efecto, no alcanzaron a disimular la
asimetría de esos procesos de criminalización y la profunda selectividad que
condicionaron desde su nacimiento al sistema penal internacional, el cual
reprodujo en ese sentido las realidades de los sistemas penales de los Estados
nacionales.
Se ha dicho, en punto a esta cuestión, y como forma de
entender y explicar este desarrollo particular del sistema penal global, que
“la Comunidad Internacional se encuentra, en la actualidad, donde el
Estado-Nación se encontraba en los albores de su existencia: en la formación y
consolidación de un monopolio de la fuerza en el ámbito del Derecho penal internacional,
sobre cuya base se puede fundar el ius
puniendi” de una ciudadanía mundial[2].
Pensamos, y esto debe quedar claro, que el sistema penal
internacional no ha avanzado hacia formas menos violentas de resolución de los
conflictos, precisamente porque la ideología punitiva hegemónica no ha
permitido la incorporación de las mismas -a
excepción del caso de algunos tribunales de opinión y otras escasas
experiencias que también detallaremos a lo largo de este trabajo- con el objeto
de reasegurar así el control punitivo de los diferentes y los disfuncionales,
recurriendo a la guerra más como
garantía de la preservación y reproducción de un orden determinado que como
exigencia por las demoras que impone una “transición a la democracia” global.
Es más, probablemente no se alcanzará el tránsito
democrático global hasta tanto se modifiquen determinadas condiciones
estructurales e institucionales a nivel mundial, se remuevan sistemas de
creencias fuertemente arraigados en la cultura de los hombres y se establezcan mecanismos
más democráticos de convivencia entre las multitudes diversas y multiculturales
del tercer milenio.
Lo cierto es que -como de ordinario ocurre con el Derecho
penal de las naciones- el sistema penal internacional, invocando el interés del
conjunto y la representatividad de la
mayoría de los países del mundo, no ha podido trascender los límites que la
selectividad y la asimetría de los procesos de criminalización le han impuesto,
y ha terminado en muchos casos reproduciendo un estado de cosas injusto,
coincidente con los intereses de los poderosos y los vencedores del planeta.
Pero además de este sesgamiento histórico notorio, las
respuestas que el sistema penal internacional y la justicia universal han
conferido en materia de genocidios y delitos de lesa humanidad, no han podido
superar el binarismo punitivo respecto de determinadas personas o grupos de
ofensores, que casi siempre carecen de poder o han perdido el que alguna vez
tuvieron, consagrando una consecuente impunidad respecto de estremecedoras
masacres llevadas a cabo por los “indispensables” del planeta.
Pueden nombrarse a título de ejemplo, y sin pretender
agotar la posible enumeración de los casos que registra la historia moderna,
aniquilamientos tales como los del Kurdistán, Dresden, Hiroshima y Nagasaki,
Vietnam, Irak, Afganistán, las guerras de los Balcanes, etcétera, muchas de las
cuales fueron denominadas “operaciones humanitarias” o esfuerzos realizados en
aras de la instauración de la democracia, conforme el particular léxico etnocéntrico
de los perpetradores.
Esta resignificación legitimante de la violencia jurídica,
no puede disociarse de la nueva concepción política de la guerra, que como relación social permanente, tiende a convertirse
en un organizador básico de las sociedades contemporáneas, prescindiendo de las
conquistas y límites de las democracias decimonónicas en materia penal,
asumiéndose como “la matriz general de todas las relaciones de poder y técnicas
de dominación, supongan o no derramamiento de sangre”. (…) “En estas guerras
hay cada vez menos diferencia entre lo interior y lo exterior, entre conflictos
extranjeros y seguridad interna”[3],
porque en todos esos casos se expresan intervenciones policiales perpetradas
mediante medidas militares.
Intervenciones militares de baja intensidad y operaciones
policiales de alta intensidad, no podrían ya diferenciarse apelando a las categorías biopolíticas de principios
de los siglos XIX y XX.
Por ese motivo, la principal consecuencia de este estado de guerra es que las relaciones
internacionales y la política interior se asemejan cada vez más entre sí, lo
que provoca una asimilación del derecho penal internacional a los derechos
internos, difuminando cualquier diferencia basada en distintos estados de desarrollo
de las formas y las prácticas jurídicas.
Guerras de baja intensidad y operaciones policiales de alta
intensidad, provocan, en consecuencia, que las ideas de Justicia y de Derecho no
formen parte del concepto de guerra de la era postmoderna.
Las intervenciones a cargo de los organismos de control
social punitivo resultan mecanismos aptos por igual, para ocupar una nación preventivamente, o
para incapacitar a sujetos o colectivos disfuncionales, aún a sabiendas de que
guerra y derecho son nociones contrapuestas que se excluyen entre sí.
Un ejemplo de esta preeminencia desembozada de la fuerza lo
encarna la política exterior asegurativa de los Estados Unidos, que se reconoce
a sí mismo, explícitamente, como una
excepción con respecto a la ley, que se exceptúa unilateralmente -vale
destacarlo- nada menos que del cumplimienrto de los Tratados y Convenciones
internacionales sobre medioambiente, derechos humanos y tribunales
internacionales, arguyendo, por ejemplo, que sus militares no tienen por qué atenerse
a las normas que obligan a otros en cuestiones tales como los ataques
preventivos, el control de armamentos, las torturas, las muertes
extrajudiciales y las detenciones ilegales.
En este sentido, la “excepción estadounidense remite a la
doble vara de medir de que disfruta el más poderoso, es decir, a la idea de que
donde hay patrón no manda marinero. Estados Unidos también es indispensable,
según la definición de Albright,
sencillamente porque tiene más poder que nadie”[4], y
lo usa discrecionalmente dentro y fuera de sus fronteras (el prevencionismo
extremo en materia internacional es un equivalente de las leyes de inmigración
de Arizona, la doctrina de las ventanas
rotas o la tolerancia cero que
caracterizan su Política criminal, lo que da idea de lo que significa -también-
un Derecho penal globalizado construido en esta misma clave).
Coexistimos con un estado de emergencia y,
consecuentemente, con un “Derecho penal de emergencia” que se expresa en un
pampenalismo que recurre de ordinario al aumento de las penas, la derogación o
relajamiento de las garantías procesales y constitucionales, las medidas
predelictuales y la afirmación de la tesis retribucionista extrema del
“merecimiento justo” (de pena), en sustitución
del ideal resocializador.
Es obvio que no puede ser éste el programa sobre el que se
asiente el Derecho penal democrático del futuro, tanto a nivel interno de los
Estados como en el plano internacional.
La
violencia que se ejercita en estos términos se concibe ahora como “fuerza legítima”, en cuanto logra demostrar la efectividad de esa misma
fuerza -a diferencia de lo que acontecía en el viejo orden internacional-
resignificándose así el concepto de “guerra justa” a partir de la reducción del derecho a una cuestión de
mera eficacia.
La otra
gran perplejidad que nos plantea el sistema jurídico imperial radica,
justamente, en la dudosa corrección de denominar “derecho” a una serie de técnicas y prácticas fundadas en un estado de excepción permanente y a un
poder de policía que legitima el derecho y la ley únicamente a partir de la
efectividad, entendida en términos de
imposición unilateral de la voluntad[5].
El Derecho
supranacional, aún en pleno estado de desarrollo global, influye decididamente
en los clásicos Derechos de los Estados-nación y los reformula en clave de
estas lógicas binarias.
Ese
proceso de reconfiguración de los Derechos internos se lleva adelante mediante
la segunda peculiaridad del sistema penal internacional actual: el llamado “derecho de intervención”.
Los
Estados soberanos o la ONU, como bisagra entre el derecho internacional clásico
y el derecho imperial, ya no intervienen en caso de incumplimiento de pactos o
tratados internacionales voluntariamente acordados, como acontecía en la
modernidad temprana.
En la
actualidad, estos sujetos políticos, legitimados por el consenso o la eficacia
en la imposición de la voluntad y lógicas de control policial, intervienen
frente a cualquier “emergencia”
con motivaciones “éticas”
tales como la paz, el orden o la democracia[6].
Algo
análogo acontece al interior de los Estados-nación: las reiteradas reformas de
los sistemas penales y procesales de las últimas dos décadas han apelado en
todos los casos al adelantamiento de la intervención corcitiva, el
endurecimiento de las penas, el aumento desmedido de la punición, el
debilitamiento del programa de garantías penales y procesales, la
desformalización del derecho y la anticipación de la reacción punitiva[7].
Por eso,
tanto a nivel local como global, asistimos al fenómeno de una ciudadanía
que naturaliza el aumento
geométrico del número de personas privadas de libertad y la policización
de las reacciones contra las “clases peligrosas”[8], operaciones éstas que producen verdaderas masacres,
descriptas como guerras de “baja intensidad” u operativos policiales
de “alta intensidad”, o el relajamiento de los derechos y garantías
liberales.
El Derecho
internacional, como todas las construcciones holísticas de la modernidad, entró
en una severa crisis con el advenimiento de la sociedad postmoderna, a partir
de la imposibilidad aparente de concretar las grandes utopías del siglo pasado,
en especial la de construir una “paz duradera” (que era prometida ya en
las sociedades imperiales antiguas).
La crisis
de los grandes relatos contribuyó, por una parte, a disolver los lazos de
solidaridad, produciendo el paso de colectividades sociales al estado de una
masa compuesta de “átomos individuales”[9], en
la que los grandes proyectos colapsan a manos de un individualismo hedonista
exacerbado, que no atiende ya a los antiguos “polos de atracción”; por la otra,
esta revolución insondable de la postmodernidad impactó también, decididamente,
sobre el derecho entendido como un conjunto de normas, de prácticas, de
narrativas y de valores.
Si se
acepta como correcta la tesis de la existencia de un organismo supranacional de
producción normativa -la ONU- capaz de desempeñar un papel jurídico soberano,
deberá agregarse la posible gestación de nuevos derechos al interior de las
naciones sin estado, protagonizado por “minorías” subalternas que no responden a la verticalidad con la que
se organiza dentro del Imperio el Derecho internacional[10].
Es un
hecho notorio que Estados Unidos no apoyó la formación de la Corte Penal
Internacional establecida por el Estatuto de Roma, ni tampoco ratificó el
Estatuto que entrara en vigor el 1 de julio de 2002[11].
A pesar de
esta conducta renuente estadounidense a integrarse de manera igualitaria a la
comunidad jurídica internacional, el 12 de julio de 2002, el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la resolución 1422 (2002) que impide
investigar o procesar a funcionarios y personal, en funciones o no, de los
Estados que no son parte en el Estatuto por acciones y omisiones relacionadas
con operaciones para el mantenimiento de la paz autorizadas por las Naciones
Unidas. El 12 de junio de 2003, la resolución 1487 (2003) renovó ese mandato
por el término de un año a partir del 23 de julio de 2003[12].
Este tipo
de resoluciones sucesivas podría sugerir una profundización de las asimetrías
en función de la relación de fuerzas favorables a las superpotencias.
Además, y
pese a no ratificar el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional,
Estados Unidos propuso un tribunal internacional para Saddam Hussein[13].
Conocemos el aberrante final de este “juicio”.
Lo propio
ha pasado en experiencias escandalosas como las que exhibió el comportamiento
del TPIY.
Por eso, cualquier
interpretación que se intente hacer respecto de la sociedad de la modernidad
tardía y sobre las particularidades del Derecho penal internacional actual -a
partir de octubre de 2009- debe incluir una necesaria referencia a la crisis
más profunda que registra el capitalismo global desde 1929.
Es de
reconocer que el impacto ha sido de tal magnitud que ha logrado transformar las
predicciones y certezas habituales de los analistas económicos, en incógnitas
diversas, hasta ahora sin respuestas.
Las
preguntas de los economistas y las distintas agencias estatales mundiales se
reparten entre las irresueltas incógnitas que
intentan diagnosticar el alcance, la duración y la profundidad de estas
drásticas transformaciones, y las que se plantean “qué
hacer” frente a las mismas.
Hasta
ahora, el sistema ha intentado recomponerse con rápidos reflejos y pragmáticas
recetas, adoptadas a partir de la crisis estadounidense y luego mundial,
mediante un paquete de medidas duramente ortodoxas que se direccionan a
auxiliar financieramente a la banca, a costa de brutales ajustes y recortes del
gasto público de los Estados, que impactan, como siempre ocurre, en el bolsillo
y la economía de los sectores populares.
Pero las
verdaderas y últimas razones de la crisis, su
naturaleza y sus consecuencias sociales, constituyen cuestiones no
dilucidadas por parte de los operadores financieros, las corporaciones
multinacionales y los medios de comunicación occidentales. La magnitud del
quebranto ha provocado también disidencias al interior de los intelectuales
progresistas de todo el mundo.
Algunos piensan al respecto lo siguiente: “Esta crisis financiera
no es el fruto del azar. No era imposible de prever, como pretenden hoy altos
responsables del mundo de las finanzas y de la política. La voz de alarma ya
había sido dada hace varios años, por personalidades de reconocido prestigio.
La crisis supone de facto el fracaso de los mercados poco o mal regulados, y
nos muestra una vez más que éstos no son capaces de autorregularse. También nos
recuerda que las enormes desigualdades de rentas no dejan de crecer en nuestras
sociedades y generan importantes dudas sobre nuestra capacidad de implicarnos
en un diálogo creíble con las naciones en desarrollo en lo que concierne a los
grandes desafíos mundiales”[14].
Otros, por
el contrario, exigen desde el centro del poder financiero que “el sistema
financiero debe ser recapitalizado, en este momento, probablemente con ayuda
pública. En la base de esta crisis se encuentra el hecho de que el sistema
financiero, como un todo, dispone de poco capital. Aun cuando el sistema se
está encogiendo y los malos activos están siendo eliminados, muchas
instituciones seguirán careciendo de capital suficiente para proveer de manera
segura crédito fresco a la economía. Es posible para el Estado proveer capital
a bancos en formas que no impliquen la nacionalización de éstos. Por ejemplo,
muchos miembros del FMI en una situación similar en el pasado han combinado
inyecciones de capital privado con acciones preferenciales y estructuras de
capital que dejan el control de la propiedad en manos privadas”[15].
Los menos,
prefieren la cautela y admiten la falta de insumos conceptuales para
diagnosticar con alguna precisión las consecuencias futuras: “Cuando intentamos comprender un fenómeno tan complejo como
la crisis financiera actual, la primera palabra que surge es modestia. Modestia
respecto del alcance de los conocimientos que tenemos los economistas para
entender lo que está sucediendo; no digamos para aventurar lo que pueda
acontecer”[16].
Lo que no
resulta materia de disputa, hasta ahora, es que la realidad social planetaria,
a partir de la crisis, será mucho más “riesgosa” todavía, producto del descalabro de las grandes variables
económicas y financieras y las nuevas dinámicas sociales que han transformado
al riesgo en la categoría conceptual
que sintetiza y torna inteligible la realidad global; a la incertidumbre como
un dato objetivo de las nuevas sociedades, al miedo (al delito y al “otro”) en un articulador de la vida
cotidiana y al Derecho penal en un fabuloso instrumento de control y dominación
de esas tensiones sociales cada vez más profundas.
No
solamente el terrorismo (especialmente a partir del trágico 11-S y sus réplicas
ulteriores ocurridas en distintas naciones), sino asimismo los desastres
medioambientales, el multiculturalismo, el crimen organizado, la diversidad y
la violencia de subsistencia o de calle, serán las consecuencias más inmediatas
del estatus de quiebra.
También
habrá que ocuparse de las grandes crisis por la que atraviesan las sociedades
contemporáneas, las demandas de soberanía de los países emergentes, la protesta
social y la debilidad de los liderazgos, asentados en consensos precarios y
fugaces, articulados éstos por la desconfianza como valor fundante de una
sociedad nihilista en la que los ciudadanos
se vinculan con sus pares (“los otros”) a través de un escrutinio permanente y cotidiano[17]
y hasta ahora sin vocación de coaligarse detrás de proyectos colectivos.
Esa
desconfianza alcanza también, y muy especialmente, a los que encarnan el rol de
gobernar la penalidad, sus instituciones, sus narrativas y prácticas
colectivas, e influye decididamente en la construcción de las nuevas relaciones
sociales, explicando, entre otras cosas, el peligro, el riesgo y el auge de
nuevas formas de control punitivo.
Las
sociedades de riesgo son, precisamente, aquellas donde la producción de riqueza
va acompañada de una creciente
producción social de riesgos[18].
El aumento de los riesgos está produciendo consecuencias
trascendentales en el ámbito de la política, el biopoder y la gubernamentalidad
de los agregados sociales actuales.
El primer efecto lo constituye la necesariedad de la
implementación de políticas públicas tendientes a gestionar, esto es, a controlar
los riesgos, cada vez más visibilizados por la opinión pública, e
internalizados por la multitud como los nuevos miedos derivados de la
modernidad tardía.
El “riesgo” termina
completando, entonces, un nuevo metarrelato cuya densidad sería capaz de sustituir
y recomponer los paradigmas totalizantes en aparente retirada, cohesionar los
discursos y los sistemas de creencias e imponer políticas públicas defensistas.
Estas
características se observan, particularmente, en lo que atañe a las respuestas
institucionales que se adoptan en materia de conflictividad social en todo el
mundo, ya sea adelantando la punición, inocuizando a los especialmente
peligrosos y propiciando estrategias de control que recurrentemente menoscaban
las libertades públicas y las garantías individuales decimonónicas, adoptadas
siempre en aras de una mayor “seguridad”, una suerte de “concepto estrella” del Derecho penal actual[19], al que todo le está permitido, sencillamente porque “todos estamos en peligro”.
Y todos lo estamos, porque el riesgo está identificado como riesgo de daño o de
peligro.
Se trata
de un riesgo “negativo”, que el Estado debe gestionar como fin primordial que dota de sentido su razón de ser
postmoderna, dejando de lado las expectativas asegurativas que caracterizaron
al Estado de Bienestar; por ejemplo, la justicia distributiva y la igualdad, la
seguridad social, la estabilidad en el empleo, los miedos a los malestares de
clase, etcétera[20].
El riesgo,
de tal suerte, opera como una forma de gobierno de los (nuevos) problemas “a través de la predicción y la previsión. Se trata de una
tecnología que es común y familiar en el campo de la salud pública”, pero que se extiende especialmente a la justicia penal, “un campo en el que el riesgo se ha vuelto cada vez más
importante como una técnica para ocuparse de aquellos condenados por delitos,
pero también para la prevención del delito”.
(…) “El lugar central ocupado por el riesgo en el gobierno
contemporáneo es un reflejo de un cambio epocal en la modernidad. Este
desplazamiento epocal desde la “modernidad
industrial” hacia la “modernidad reflexiva” es vinculado con la
aparición de los “riesgos de la modernización”, tales como el calentamiento y el terrorismo globales.
Producto del despliegue de las contradicciones del modernismo industrial -especialmente del rápido y autodestructivo desarrollo del
cambio tecnológico conducido por el capitalismo- estos riesgos amenazan a la
existencia humana y crean una nueva “conciencia del
riesgo” que, a su vez, se torna el rasgo organizador central de la
emergente “sociedad del riesgo”.
(…).. En otras palabras, aunque las divisiones sociales tales como la clase y
el género no desaparecen, son reconstituidas en comunidades de seguridad y
protección, unidas más por los riesgos compartidos que por las necesidades
materiales en común. En esta era, las instituciones y concepciones centrales de
la modernidad son puestas en cuestión: hasta el progreso en sí mismo se vuelve
algo que es puesto en duda y sobre lo que se reflexiona críticamente”[21].
Esa
conciencia de los riesgos presentes, parte fundamental de una cultura postmoderna hegemónica unidimensional, se
vale de un retribucionismo y un prevencionismo extremos para confirmar la
vigencia de las normas sociales y anticiparse a “riesgos futuros” ocasionados
por los peligrosos, mediante un “derecho” (interno y supranacional) en estado de permanente excepción[22].
A estas
decisiones draconianas recurrentes, conduce el segundo efecto de la
gubernamentalidad de las sociedades de riesgo, que está dado por el fracaso de
las políticas públicas en la gestión de administración y control de los
peligros, y la necesidad de los gestores institucionales de apelar a un urgente
populismo punitivo como única forma de conservar sus precarios y efímeros
consensos.
El Derecho
penal establece, de esta manera, formas específicas de reacción punitiva no
sólo contra infractores incidentales de la ley, sino también contra quienes
frontalmente desafían el ordenamiento jurídico con el que se identifica la
Sociedad y a los que la dogmática funcionalista denomina enemigos, en cuanto
conculcan las normas de flanqueo que constitucionalmente configuran la Sociedad,
revelan singular peligrosidad y no pueden garantizar que van a comportarse como
personas en Derecho, esto es, como
titulares de derechos y deberes[23]. Con ellos el Estado no dialoga, sino que los amenaza y
conmina con una sanción en clave prospectiva, no retrospectiva, esto es, no
tanto por el delito ya cometido cuanto para que no se cometa un ulterior delito
de especial gravedad (v.gr., la
configuración típica de la tenencia de armas o explosivos o actos de
favorecimiento del terrorismo, como delitos autónomamente incriminados, para
evitar la comisión de un atentado terrorista de gran magnitud destructiva).
Se ha
afirmado al respecto que “… el Derecho penal del enemigo es, tal y como lo
concibe Jakobs, un ordenamiento de
combate excepcional contra manifestaciones exteriores de peligro, desvaloradas
por el legislador y que éste considera necesario reprimir de manera más
agravada que en el resto de supuestos (Derecho penal del ciudadano). La razón
de ser de este combate más agravado estriba en que dichos sujetos (“enemigos”)
comprometen la vigencia del ordenamiento jurídico y dificultan que los
ciudadanos fieles a la norma o que normalmente se guían por ella (“personas en
Derecho”) puedan vincular al ordenamiento jurídico su confianza en el
desarrollo de su personalidad. Esa explicación se basa en el reconocimiento
básico de que toda institución normativa requiere de un mínimo de corroboración
cognitiva para poder orientar la comunicació en el mundo real. De la misma se
deriva, no sólo un derecho a la seguridad
(Recht auf Sicherheit), sino un
verdadero derecho fundamental a la
seguridad (Grundrecht auf
Sicherheit)”[24].
Es
necesario, no obstante, establecer algún tipo de precisiones con respecto al
Derecho penal de enemigo, toda vez que la noción ha sido simplificada, muchas
veces descontextualizada y desinterpretada en lo que tiene que ver con su
filiación histórica, sociológica y política.
La guerra ha sido el medio, tan eficaz como brutal,
mediante el cual el sistema capitalista
mundial ha superado sus crisis cíclicas, reconvertido su economía de paz,
disputado mercados coloniales y atravesado las grandes depresiones y las
dificultades que se plantearon a los procesos de acumulación y expansión del
capital.
Se ha afirmado: “En la etapa imperialista todos los
territorios coloniales ya se han repartido, lo mismo que las zonas de
influencia. Más necesitado aun de territorios económicos que en su afable ciclo
anterior, el imperialismo procede a una redistribución periódica del mundo
colonial. La penetrante observación de Clausewitz
cobra aquí pleno valor: “la guerra es la continuación de la política, pero por
otros medios. El apetito de materias primas, combustibles y mano de obra
barata, una irrefrenable necesidad de nuevas zonas para la inversión de
capitales, el control de las comunicaciones y la disputa feroz por los mercados
mundiales, son otros tantos signos distintivos del imperialismo contemporáneo.
(…) Las guerras devastadoras entre las potencias imperialistas rivales o el
“talón de Aquiles” fascista contra el proletariado llegan a ser las armas
primordiales en la lucha moderna por la plusvalía mundial”[25].
A través de la historia, el capitalismo ha superado sus crisis mediante la apelación
recurrente a la guerra. Los períodos de pacificación han permitido, en cada caso, una reconversión
de su economía y posibilitado nuevas etapas cíclicas de recomposición del
sistema a escala planetaria.
La guerra ha implicado además, desde siempre (en la
psicología, las representaciones y las intuiciones de las multitudes), un
elemento de galvanización social que, como denominador común de los Estados
soberanos durante la modernidad temprana, ha desatado enormes reacciones de
patriotismo y una necesaria coalición entre los partidos liberales y las
burguesías de los países centrales, que apelaron a las conflagraciones como
forma de hacer frente a las crisis sistémicas del capitalismo financiero[26].
Sin embargo, la guerra ha experimentado también importantes
transformaciones conceptuales y simbólicas. Desde los albores de la Modernidad,
y hasta comienzos del siglo pasado, la guerra era una cuestión que incumbía
únicamente a los Estados y se dirimía exclusivamente entre ellos.
Los enemigos, integrantes de los ejércitos regulares de
potencias extranjeras, eran reconocidos “como
iustus hostis (esto
es, como enemigo justo en el sentido,
no de ‘bueno’, sino de igual y, en tanto que igual,
apropiado) y distinguido tajantemente del rebelde, el criminal y el pirata.
Además, la guerra carecía de carácter penal y punitivo, y se limitaba a una
cuestión militar dilucidada entre los ejércitos estatalmente organizados de los
contendientes, en escenarios de guerra concretos que finalizaba mediante la
concertación de tratados de paz que incluían el intercambio de prisioneros y
cláusulas de amnistía”[27].
Ya en la Primera Guerra imperialista, se advirtió una
modificación cualitativa y cuantitativa en las formas de concebir y llevar a
cabo los enfrentamientos armados. Los cambios en la táctica y la estrategia
bélica acompañaban la evolución tecnológica y los progresos científicos, que
eran a su vez los emergentes de nuevas formas de articulación y ordenamiento
del poder mundial, el derecho internacional, la soberanía y los Estados.
Si bien la contienda quedaba ahora limitada a los
ejércitos, las nuevas tecnologías de la muerte y las formas masivas de
eliminación del enemigo, constituyeron el prólogo de la masacre que durante la
Segunda Guerra enlutó al planeta, con la devastación sin precedentes de la población
civil, ciudades arrasadas, la utilización de armas atómicas, y el juzgamiento
final de los vencidos por parte de los primeros tribunales competentes para
entender respecto de la comisión de crímenes contra la Humanidad. Esa fue la
última gran confrontación entre naciones, entendido el concepto con arreglo a
las pautas tradicionales mediante las que hemos incorporado culturalmente el
concepto de guerra.
Las guerras actuales, en cambio, ya no son cruzadas
expansionistas tendientes a anexar territorios, ni a imponer una determinada
voluntad o ganar espacios en la disputa por mercados internacionales.
Por el contrario,
representan hoy en día una disputa cultural, se llevan a cabo con la
pretensión de imponer valores, formas de gobierno y estilos de vida, que
coinciden con un sistema económico y político determinado: la democracia
capitalista impulsada por el Imperio, una novedosa figura supranacional de
poder político[28]
.
Por lo tanto, a partir del desmembramiento de la ex Unión
Soviética y la caída del Muro de Berlín, el Imperio fue el encargado de
administrar el aniquilamiento de los enemigos, en una confrontación que debe
acabar necesariamente con la colonización cultural, territorial y económica de
los “distintos” -generalmente estigmatizados como “terroristas”- en un mundo
unipolar.
Estas características se exacerbaron, indudablemente, a
partir del 11-S y el incremento del riesgo que surge del primer ataque sufrido
por los Estados Unidos en su propio territorio, aunque habían formado también
parte del arsenal ideológico y cultural de los genocidios reorganizadores
perpetrados luego de la segunda guerra mundial.
La inmediata decisión de enfrentar al terrorismo apelando a
cualquier tipo de medios, adquirió una renovada significación de “guerra justa”, en la que no era
valorada positivamente la condición pacífica de la neutralidad que caracterizó
al derecho de gentes hasta el siglo
XIX.
En cambio, la participación en este tipo de conflictos pasa
a ser exhibida como una obligación
moral, asumida para contrarrestar o neutralizar
los riesgos que supone la supervivencia de los enemigos. Cualquier
medio, entonces, es válido para eliminar a los enemigos, incluso antes de que
éstos hayan llevado a cabo conducta de agresión u ofensa alguna[29].
Todo es legítimo si lo que quiere preservarse es un
determinado orden global, liderado de manera unilateral. Precisamente, para que
ese poder único alcance los fines proclamados de la paz y la democracia, “se le concede la fuerza indispensable a los efectos de
librar -cuando sea necesario- guerras
justas en las fronteras, contra los bárbaros y, en el interior, contra los
rebeldes”[30].
La censurable noción de “guerra
justa” -vale señalarlo- estuvo vinculada a las representaciones
políticas de los antiguos órdenes imperiales, y había intentado ser erradicada,
al parecer infructuosamente, de la tradición medieval por el secularismo
moderno.
Entonces -y también ahora-
supuso una banalización de la guerra y una banalización y absolutización del
enemigo en cuanto sujeto político. A este último se le banaliza como objeto de
represión, y se lo absolutiza como una amenaza al orden ético que intenta
restaurar o reproducir la guerra, a través de la legitimidad del aparato
militar y la efectividad de las operaciones bélicas para lograr los objetivos
explícitos de la paz, el orden y la democracia[31].
El caso testigo de esta nueva impronta de la guerra lo
configura la política exterior de los Estados Unidos, que pese al cambio de su
administración y el padecimiento de una fenomenal crisis financiera y política
interna, podría igualmente emprender en el futuro una nueva cruzada ética
contra Irán o Corea del Norte, cuando no ha logrado todavía saldar
decorosamente sus cruentas intervenciones policiales en Irak y Afganistán.
Al respecto, se ha entenido que el 11 de septiembre ha
cambiado nuestra subjetividad de ciudadanos de occidente, ha puesto al
descubierto la falsa conciencia de nuestra invulnerabilidad, la ilusión
inconsistente de nuestra seguridad eterna, el miedo a que “nosotros” engrosemos
la lista de víctimas que, durante otras catástrofes terribles de la segunda
mitad del siglo XX, afectaban a un mundo que considerábamos exterior, habitado por otros, de cuya existencia y padecimientos el primer mundo tomaba
conocimiento a través de las plácidas lecturas de los periódicos o mirando en
la televisión programas informativos que relataban guerras sin muertos, heridos
ni destrucción masiva[32].
Nosotros creemos que desde la reformulación del rol de la
OTAN, puesto de manifiesto con el ataque a Yugoslavia, se construyó un nuevo
control global punitivo, que ahora se expresa en distintas latitudes, regiones
y continentes.
Ese control no solamente se expresa con las ingentes
rovocaciones a una Rusia de nuevo y decisivo protagonismo en el contexto
global, sino también en una multiplicidad de intervenciones policiales de alta
intensidad y guerras de baja intensidad asociadas a golpes de mercados y
“primaveras” que se diseminan por todo el mundo, incluyendo, desde luego, a
América Latina.
Todas esas intervenciones van precedidas de gigantescas
campañas propagandísticas destinadas a manipular la opinión pública mediante
los grandes medios de comunicación afines. Las guerras, ahora, no comienzan con
bombas, sino con mentiras, ha señalado Michel Collon.
También, ese proceso ha ganado un generoso espacio en
materia cultural, fascistizando las relaciones internacionales y legitimando el
derecho penal de emergencia a través de retóricas vindicativas y utilitaristas,
que se han insertado exitosamente en las lógicas de los ciudadanos de la aldea
global.
“En los quince años
transcurridos desde entonces, el mundo imperialista no aprendió nada ni olvidó
nada. Sus contradicciones internas se agudizaron. La crisis actual revela una
terrible desintegración social de la civilización capitalista, con señales
evidentes de que la gangrena avanza”, decía León Trotsky en 1932[33] , en un trabajo que describía las crisis cíclicas del
capitalismo y su imbricación con las guerras. La cita conserva una dramática actualidad
y se asemeja demasiado a una profecía autocumplida.
Puesto en marcha, desde hace décadas, como hemos visto, un
sistema penal global de indudable rigor y verificada selectividad en materia de
gravísimas infracciones contra los Derechos Humanos de importantes colectivos
de víctimas, se hizo necesario poner al descubierto algunas particularidades
que plantea la realidad mundial contemporánea, absolutamente distinta de la que
existía hace apenas unos años.
La
profundidad de la crisis capitalista, desatada hace apenas un lustro, ha
influido de manera directa en el Derecho penal internacional actual.
En efecto,
el impacto de la crisis sobre los estados nacionales, su economía y su cultura,
no reconoce precedentes cercanos en el tiempo.
Por un
lado, las medidas adoptadas a todo nivel por los países centrales no han dado
los resultados esperados. Más bien, en algunos casos, han profundizado la
zozobra y acrecentado los temores de amplias capas de las sociedades
occidentales.
La
sensación generalizada de estar frente a una crisis de cualidades diferentes,
la emergencia de un mundo multipolar en materia de desarrollo económico, que a
la vez conserva vigente la figura de un gigantesco gendarme imperial, en
materia militar, han acrecentado la apelación a la categoría de las sociedades
“de riesgo”.
Las
incertidumbres abismales configuran el nuevo organizador de las vidas
cotidianas, a la sazón, el nuevo nombre del miedo, consustancial a las
sociedades tardomodernas.
Las
demandas de mayor soberanía de los bloques emergentes, la protesta social
universal, la fugacidad de los liderazgos de todo orden, en el marco de una
crisis estructural, ayudan a construir sociedades globales nihilistas,
articuladas por la desconfianza, los miedos
y la percepción de que el futuro se ha vuelto indudablemente más
complejo.
Los encargados de gobernar la penalidad en el
mundo, han sido también alcanzados por esa desconfianza, y su reacción
recurrente ha sido crear formas regresivas de control punitivo de los
distintos, considerados a priori peligrosos. Para constatar la verosimilitud de
esta afirmación no hay más que hacer un seguimiento de la evolución de los
nuevos paradigmas del penalismo contemporáneo.
El incremento de los nuevos riesgos ha operado cambios
trascendentales en la forma de concebir el biopoder, gestionar la
gubernamentalidad y establecer la política criminal de los Estados y de la
Comunidad Internacional, que se expresan actualmente mediante un deterioro
sostenido de los derechos y garantías de las personas criminalizadas, y en un
prevencionismo y un retribucionismo penal de perfiles inéditos, que han
transformado al derecho en un insumo en estado de excepción permanente.
El Derecho
penal interno de los Estados, opera en la actualidad con las mismas categorías
que el sistema penal internacional, acercando, como nunca antes, sus lógicas, a
la de la guerra.
La
analogía no es azarosa: el capitalismo ha saldado sus crisis cíclicas
recurriendo invariablemente a las guerras. La guerra, expresada como
gigantescas operaciones de limpieza de clase dirigidas contra los “enemigos”,
condiciona indudablemente al Derecho Penal Internacional contemporáneo.
Si bien el
neoliberalismo, que hace menos de tres décadas se autoerigía como el relato
único que ponía fin de la historia, ha resultado ser el paradigma más corto de
la historia humana.
El Consenso de Washington y sus recetas han colapsado
estructuralmente, y buena parte de la supervivencia del capitalismo global
depende de su eficacia para encubrir su política de control, bajo el pretexto
de un combate sostenido contra nuevas amenazas como el terrorismo, las
dictaduras populistas, o las difusas y nunca comprobadas amenazas nucleares.
[1] Zolo,
Danilo: “La Justicia
de los vencedores. De Nuremberg a Bagdad”, Editorial Trotta, Madrid, 2007, pp.
13 y 14.
[3] Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Multitud. Guerra y
democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p. 35.
[4] Albright, Madeleine, The Today Show, entrevista de la NBC con Marr Lauerr, 19 de
febrero de 1998, citada por Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos
Aires, 2004, p. 29.
[5] Agamben,
Giorgio: “Estado de Excepción”, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2007, p.
58.
[6] Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Imperio”, Editorial
Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 33.
[7] Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Multitud. Guerra
y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate,
Buenos Aires, 2004, p. 35.
[8] Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Multitud. Guerra
y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate,
Buenos Aires, 2004, p. 39.
[10]
Aguirre, Eduardo Luis: “Elementos de control social en las
naciones sin Estado”, que se encuentra disponible en www.derecho-a-replica.blogspot.com
[11] Pinto,
Mónica: “El Derecho internacional. Vigencia y desafíos de un escenario
globalizado”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008, p. 163.
[12]
Pinto, Mónica: “El Derecho
internacional. Vigencia y desafíos de un escenario globalizado”, Editorial
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008,
163 y 164. También en este caso, resultan como mínimo cuestionables las
remanidas “operaciones para el mantenimiento de la paz”, que no han sido sino
agresiones deliberadas, que costaron la vida de centenares de miles de personas
en la Ex Yugoslavia,
Irak, Afganistán, Libia, etcétera.
[13] Pinto,
Mónica: “El Derecho internacional. Vigencia y desafíos de un escenario
globalizado”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008, 164.
[14] Delors, Jacques y Santer, Jacquees, ex presidentes de la Comisión Europea;
Helmut Schmiidt, ex canciller
aleman; Máximo d'Alema, Lionel Jospin, Pavvo Lipponen, Goran Persson,
Poul Rasmussen, Michel Rocard, Daniel Daianu, Hans Eichel,
Par Nuder, Ruairi Quinn y Otto Graf Lambsdorf: “La crisis no es el fruto del azar”,
disponible en http://www.lainsignia.org/2008/junio/int_002.htm
[15]Strauss-Kahn, Dominique, edición
del día 23 de septiembre de 2008 del
diario “La Nación”, disponible en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1052547
[16]
Torrero Mañas, Antonio: “La crisis financiera internacional”,
Instituto Universitario de Análisis Económico y Social”, Universidad de Alcalá,
texto que aparece como disponible en
http://www.iaes.es/publicaciones/DT_08_08_esp.pdf
[17] Rosanvallon, Pierre: “La
contrademocracia”, Editorial Manantial, Buenos Aires, 2007.
[18] Climent
San Juan, Víctor: “Sociedad del Riesgo: Producción y Sostenibilidad”,
Revista de Sociología, N°. 82, 2006, p. 121, disponible en
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2263896.
[19] Polaino
Navarrete, Miguel: “La controvertida legitimación del Derecho penal en
las sociedades modernas: ¿más Derecho penal?”, en “El Derecho penal ante las
sociedades modernas”, Editorial Jurídica Grijley, Lima, 2006, p.76.
[20] O´Malley, Pat: “Riesgo, Neoliberalismo y Justicia Penal”,
Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires, 2006, pp. 168 y 169.
[21] O´ Malley, Pat: “Riesgo, Neoliberalismo y Justicia Penal”,
Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires, 2006, pp. 21 y 22.
[22] Agamben, Giorgio: “Estado de excepción”,
Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2007, p. 6.
[23] Polaino
Navarrete, Miguel: “La controvertida legitimación del Derecho penal en
las sociedades modernas: ¿más Derecho penal?”, en “El Derecho penal ante las
sociedades modernas”, Editorial Jurídica Grijley, Lima, 2006, p. 76.
[24] Polaino-Orts, Miguel: “Verdades y
mentiras en el Derecho penal del enemigo”, en Revista de l Facultad de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales,
Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), nueva serie, año 5, nº 9, Editorial
Dunken, Buenos Aires, 2011, pp. 426 s.
[25] Ramos, Jorge Abelardo: “América Latina: un país”, Ediciones Octubre,
Buenos Aires, 1949, p. 16.
[26]
Aguirre, Eduardo Luis: “Inseguridades
globales y sociedades contrademocráticas. La desconfianza como articulador del
nuevo orden y como enmascaramiento de las contradicciones Fundamentales”, en “Elementos de Política Criminal. Un
abordaje de la Seguridad en clave democrática”, Universidad
de Sevilla, trabajo de investigación presentado para la obtención del DEA,
Programa de Doctorado “Derecho Penal y Procesal”, Universidad de Sevilla, 2010.
[27] Frade, Carlos: “La nueva naturaleza de la guerra en el
capitalismo global”, Le Monde Diplomatique en español, septiembre de 2002,
disponible en http://www.sindominio.net/afe/dos_guerra/naturaleza.pdf
[28] Hardt, Michael- Negri, Antonio: “Multitud.
Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos Aires, 2004, p
41.
[29]
Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate, Buenos
Aires, 2004, p 30.
[30] Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Imperio”, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 27. En este caso, lo
ocurrido en Irak importa un ejemplo por demás elocuente. Los invasores (la denominada
“Autoridad Provisional de Coalición Iraquí”) fueron habilitados para “colaborar” en la
creación de un Consejo de Gobierno,
compuesto fundamentalmente por “notables” afines a los intereses
norteamericanos, durante cuya “administración” entraría en vigencia
originariamente, desde el 10 de diciembre de 2003, el Alto Tribunal Penal Iraquí, que debería
juzgar (ratione materiae) las graves
violaciones a los derechos humanos (crímenes de guerra, delitos de lesa
humanidad y demás delitos considerados en la legislación interna
iraquí),cometidas entre el 17 de julio de 1968 y el 1° de mayo de 2003 (ratione temporis,según artículos 1 y 10
del Estatuto), abarcando los crímenes cometidos en Irak, pero también en la
guerra contra Irán y la
Invasión de Kuwait (ratione
loci). El Tribunal de Irak, en cuyas conformación y decisiones tvieron
activa participación juristas estadounidenses e igleses, debió ser constituido
con la participación de la ONU,
por tratarse de la persecución de crímenes contra el derecho internacional, que
no hubieran sido juzgados libremente por las autoridades iraquíes (al menos de
esta manera) si no hubiera mediado la invasión; contó con jueces de “identidad
reservada”, con la excepción de su presidente, que dimitió a los 4 meses de
comenzada su gestión denunciando presiones del gobierno provisional; violó las
garantías básicas del debido proceso, y fue un ejemplo de conversión ex post
facto de la guerra en “derecho”.
[31] Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Imperio”, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 29.
[32]
Ferrajoli, Luigi: “Las razones del pacifismo”, http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=174865.
El recuerdo de las sórdidas imágenes televisivas de la Guerra del Golfo y la
invasión ulterior de Irak remiten a esta nueva versión de guerras sin
consecuencias visibles, que reflejan contradicciones políticas de por sí
difícilmente inteligibles, de manera direccionada y tendenciosa.
Los invitamos a una nueva experiencia horizontal de intercambio. Un espacio de pensamiento crítico sobre los grandes conflictos
humanitarios, las guerras y las formas de control y dominación globales durante
la modernidad tardía.
A lo largo del mismo analizaremos y problematizaremos las nuevas formas de violencia y
coerción imperiales, desde una perspectiva marginal y emancipatoria,
contemplando las nuevas formas de intervenciòn, pero también -y muy especialmente- las singularidades de los nuevos bloques de poder internacional (en particular, la experiencia de América Latina), Para eso, es necesario poner en
cuestión las nociones complacientes de los Derechos Humanos occidentocéntricos,
enhebrados con apego a la lógica del amo e intentar indagar dialógicamente
sobre el futuro de nuestra región en el mundo y sobre el propio porvenir planetario en
este escenario de máxima conflictividad.
El curso es gratuito, con cupo abierto para todo público. Es más, estamos
seguros que la experiencia habrá de enriquecerse con el aporte de asistentes que
provengan de espacios no académicos, de distintas experiencias militantes o
diferentes campos del saber.
Está compuesto de siete unidades
que, como todo programa, será meramente
tentativo y formal.
Está pensado para cinco encuentros de tres horas cada uno, con sus
respectivos breaks.
Se entregaran certificados de asistencia y de aprobación. Este último se
otorgará a quienes completaren un trabajo sobre alguno de los temas del curso,
consistente en un ensayo de 8 a 10 páginas.
Las fechas del dictado de los encuentros, todos durante el segundo
cuatrimestre de año en curso, serán fijadas de acuerdo con las autoridades de
la Facultad.
Se pretende explicar a qué se debe el continuo incremento de neurocientíficos en el tratamiento de cuestiones psicológicas y delimitar la Psicología frente a las «Neurociencias».
1. Planteamiento de la cuestión En los últimos tiempos la presencia e influencia de neurólogos, biólogos, psiquiatras y profesionales de diferentes gremios (todos los cuales se presentan bajo el rótulo genérico de «neurocientíficos») en los debates acerca de las cuestiones psicológicas ha experimentado un considerable aumento. Bajo el pretexto de estudiar «científicamente» la conducta humana todos estos profesionales tratan de aportar sus conocimientos especializados, en nombre de la tan pretendida «interdisciplinariedad», en pro de un mayor avance de «la» ciencia. Sin embargo, esta pretensión, en último término, se encuentra sustentada por una falta de delimitación gnoseológica del campo de la Psicología que da pie a que en sus discusiones y planteamientos prácticamente «todo el mundo tenga algo importante que decir y, principalmente, que aportar». Ahora bien, ¿acaso un físico, un matemático o un economista no pueden estudiar «científicamente» la conducta humana? De ser así, ¿por qué en los textos, facultades y discusiones sobre Psicología su presencia es prácticamente inexistente? 2. La concepción de la Filosofía de los neurocientíficos En líneas generales, los neurocientíficos, amparados por el fundamentalismo científico tan en auge en nuestros días, consideran que el desarrollo de las ciencias contemporáneas ha puesto fin a la especulación filosófica que, a diferencia de ellas, no permitía conocer nada con seguridad, lo cual ya lleva implícita, necesariamente, una posición filosófica. La Filosofía es un saber sustantivo que se ocupa de una serie de cuestiones de índole «especulativa» que se alejarían de nuestra realidad más inmediata (dominada por la ciencia) y, por tanto, de escasa importancia para nuestros problemas cotidianos. En todo caso, cabría agradecer a la Filosofía el planteamiento de ciertos problemas que han abierto la vía para fructíferas investigaciones científicas.
Los tradicionales problemas filosóficos (mente/cuerpo, naturaleza del Alma, &c.) encontrarán, por fin, una solución definitiva desde el campo de «la ciencia»{1}. La filosofía, en último término, quedará reducida a biología, fisiología o neurociencia; muestra de ello sería el nuevo «híbrido» sacado de la manga por un grupo de «prestigiosos neurocientíficos» como Patricia y Paul Churchland, Antonio y Hanna Damasio, Daniel Denett, Pablo Argibay, &c. y cuyo nombre («neurofilosofía») refleja inequívocamente la situación que estamos presentando. Veamos, como ejemplo, la manera en que Damasio «soluciona definitivamente» algunos de los problemas que considera definitorios de la tradición cartesiana y que en la actualidad seguirían vigentes: Antonio Damasio, en su intento por «superar de una vez por todas» el dualismo cartesiano trata de elaborar una concepción de las actividades psicológicas en la que el cerebro tomaría el relevo de su antecesor, el cógito cartesiano (a pesar de las reticencias que presenta contra él). Considera Damasio que: «y puesto que sabemos que Descartes imaginó que el pensar es una actividad muy separada del cuerpo, celebra la separación de la mente, la cosa pensante (res cogitans) del cuerpo no pensante, el que tiene extensión y partes mecánicas (res extensa)»(Damasio, 2001, pág. 261). Sin embargo, llega a afirmar cosas tales como: «el cuerpo contribuye al cerebro con algo más que el soporte vital y los efectos moduladores», «el cerebro del lector ha detectado una gran amenaza (...) e inicia varias cadenas complicadas de reacciones bioquímicas y neurales», «pero usted no diferencia claramente entre lo que ocurre en su cerebro y lo que ocurre en su cuerpo»(Damasio, 2001, pág.261), ¡en un capítulo titulado El cerebro centrado en el cuerpo! ¿Qué tipo de sujeto es ese «usted»? ¿Una nueva modalidad del cógito, un «individuo flotante» o algo por el estilo? No es difícil percatarse de que nuestro Premio Príncipe de Asturias es presa de una concepción cerebrista según la cual el cerebro poseería un estatuto ontológico diferente al resto del cuerpo. Es obvio que el cerebro no puede considerarse como algo distinto y al margen del cuerpo a pesar de que ello sirva, entre otras cosas, para beneficio económico de muchas editoriales (a este respecto no hay más que recordar el inmenso éxito editorial de obras como El alma está en el cerebro). Una cuidadosa lectura de las Meditaciones metafísicas y del Discurso del método permitirá advertir al lector el grado de «precisión» en la interpretación de Damasio acerca de lo que él considera el error de Descartes: «la separación abismal entre el cuerpo y la mente, entre el material del que está hecho el cuerpo, medible, dimensionado, operado mecánicamente, infinitamente divisible, por un lado, y la esencia de la mente, que no se puede medir, no tiene dimensiones, es asimétrica, no divisible; la sugerencia de que el razonamiento, y el juicio moral, y el sufrimiento que proviene del dolor físico o de la conmoción emocional pueden existir separados del cuerpo. Más específicamente: que las operaciones más refinadas de la mente están separadas de la estructura y funcionamiento de un organismo biológico» (Damasio, 2001, pág. 286). El famoso cogito ergo sum en que Damasio fundamenta este planteamiento forma parte de una «concepción práctica de la filosofía» (primum vivere) donde la importancia del cuerpo no es inferior a la de la conciencia. Además, Descartes parte de esta expresión para construir los cimientos de un racionalismo crítico en el que se establezcan las condiciones y límites de nuestro conocimiento (de lo que, por cierto, nada dice Damasio). Por otro lado, un análisis comparativo de las cuatro reglas del método y de las cuatro reglas de la moral pone de manifiesto que las actividades propias del terreno metódico (que Damasio atribuye al cógito) y las del terreno moral (que Damasio deja del lado del cuerpo) obedecen a principios, si bien materialmente diferentes, formalmente semejantes. No podemos extendernos ahora en el tratamiento de estas cuestiones pero recomendamos al lector interesado consultar los textos de Vidal Peña. Por otro lado, este error de Descartes (cuya corrección, al parecer, hubo de esperar a los importantes avances de la ciencia de finales del siglo pasado) ya había sido advertido y corregido por Espinosa (casi cuatro siglos atrás) quien defendió la existencia de una única Sustancia con infinitos atributos y que produce infinitas cosas de infinitos modos y no sólo en el ámbito del pensamiento y de la extensión. En otro orden de cosas, Damasio «descubre la pólvora» (ante el gran reconocimiento y admiración por parte de muchos de sus colegas) al considerar que los sentimientos y las pasiones son el motor de nuestras actuaciones, las cuales no solo se deberían a los cálculos de una supuesta razón «fría» y abstracta; más aún, dicha racionalidad no funcionaría por sí sola sino que continuamente se vería influida por los sentimientos, pasiones y emociones. Ahora bien, en toda la Historia de la Filosofía se pueden encontrar numerosos ejemplos que ya han enfatizado esta cuestión pero que la falta de espacio nos impide presentar (Heráclito, Platón, Aristóteles, las escuelas helenísticas, San Agustín, Santo Tomás, &c.). ¿A qué viene entonces esta reivindicación? ¿No podría acaso estar motivada, en último término, por el desprecio a los planteamientos ofrecidos por la Historia de la Filosofía tan de moda en los científicos actuales{2} (y de lo que, incluso, algunos se llegan a vanagloriar)? Sin embargo, llegados a este punto, quisiéramos reivindicar, dialécticamente, desde el materialismo, la «teoría del marcador somático» ofrecida por Damasio (aun teniendo en cuenta su carácter metafísico) como una oposición a las teorías dualistas y mentalistas (que contaminan buena parte de los planteamientos psicológicos actuales) en defensa de una concepción unitaria del organismo. La importancia de la posición de Damasio, pues, se encontraría, a nuestro juicio, no ya tanto en sus aspectos positivos (de cuyo reduccionismo metafísico y carácter cerebrista hemos venimos advirtiendo) sino en su oposición a otras posiciones cuasi-místicas o metafísicas (la mente como algo inmaterial, aparatajes cognitivos sustantivados, &c.) En este sentido dialéctico, no podemos sino reconocer a Damasio su enorme acierto (independientemente de que sus implicaciones pudieran circunscribirse al plano del ejercicio o de la representación) en la reivindicación de un filósofo materialista como Espinosa frente a un filósofo de cuño metafísico como Descartes para los debates sobre Psicología en nuestro presente. 3. La concepción de la Ciencia de los neurocientíficos Todo neurocientífico (biólogos, neurólogos, fisiólogos, &c.) posee, necesariamente, una concepción acerca de la ciencia (con independencia de la génesis por la que haya llegado a ella o de que sea consciente de sus implicaciones); de ahí que, necesariamente, estén ejercitando una filosofía de la ciencia a pesar de que no sean capaces de representársela y que, por tanto, no sean conscientes de ello. La posición predominante de los neurocientíficos obedece a esquemas positivistas de índole descripcionista según los cuales el objetivo último de sus investigaciones consistirá en describir los hechos que ocurren en el sistema nervioso ante diferentes situaciones. Esta concepción supone que los «hechos» se le aparecen al investigador por sí mismos, al margen de sus operaciones, con lo que quedarán exentos de toda posible «contaminación» derivada de las actividades del científico pudiendo, por ende, presentarse como la verdad indiscutible (dado que «lo ha dicho la ciencia» o, mejor aún, «nos hemos limitado a contemplar cómo la ciencia ha hecho que la verdad aflorase ante nuestra atónita mirada»). En el terreno psicológico, la actividad de los neurocientíficos se caracteriza por atenerse a los «hechos», los cuales no serán otra cosa que conexiones neuronales o reacciones químicas a partir de las cuales la conducta humana quedará explicada en todas sus vertientes. Muestra de ello sería la posición de Damasio en El error de Descartes quien, tomando la problemática en torno a los sentimientos como hilo conductor, los acaba reduciendo a circuitos nerviosos: «Empezaré considerando los sentimientos de las emociones (...). Todos los cambios que un observador externo puede identificar y muchos otros que un observador no puede, como el pulso acelerado del corazón o el tubo digestivo contraído, el lector los percibió internamente. Todos estos cambios están siendo señalados continuamente al cerebro a través de terminales nerviosos que le aportan impulsos procedentes de la piel, los vasos sanguíneos, las vísceras, los músculos voluntarios, las articulaciones, etcétera. En términos neurales, el trecho de retorno de este recorrido depende de circuitos que se originan en la cabeza, cuello, tronco y extremidades, atraviesan la médula espinal y el bulbo raquídeo hacia la formación reticular y el tálamo, y siguen viajando hacia el hipotálamo, las estructuras límbicas y varias cortezas somatosensoriales distintas en las regiones insular y parietales. Estas últimas cortezas, en particular, reciben una relación de lo que está ocurriendo en nuestro cuerpo, momento a momento, lo que significa que obtienen un «panorama» del paisaje siempre cambiante de nuestro cuerpo durante una emoción»(Damasio, 2001). 4. Crítica a la concepción de la Filosofía de los neurocientíficos La filosofía no es un saber sustantivo con un campo de fenómenos propio, antes bien, es un saber de segundo grado cuyo alimento constante se encuentra en los materiales que le proporcionan las diferentes ciencias positivas o saberes de primer grado. Los importantes resultados arrojados por la investigación científica en los últimos tiempos plantean problemas filosóficos que no se pueden responder desde la inmanencia de las propias categorías científicas. El importante desarrollo de la neurociencia, en este sentido, producirá efectos sobre la filosofía bien distintos a los pronosticados por el nuevo gremio de «neurofilósofos». La labor de la filosofía será, pues, más importante que nunca pues más complicados serán los problemas derivados de la prolija investigación científica (aborto, anticoncepción, clonación, implantes tisulares, transplantes, &c.). La misión de la filosofía consistirá, principalmente, en frenar o demoler, haciendo uso de un sistema (y no de manera gratuita), las pretensiones fundamentalistas e ideológicas emanadas del gremio de científicos. De lo contrario, de no ser por la crítica filosófica, la dualidad cerebro/cuerpo (a la que aludíamos más arriba) o la consideración de que «todo es genética» o «todo es química» pasarían desapercibidas para el gran público, amparadas por la autoridad científica de sus defensores; en efecto, ¿cómo sostener que el cerebro es una entidad ontológicamente diferente al cuerpo? ¿Acaso no es un órgano, como pudiera serlo el hígado o el corazón, con unas funciones de integración bien delimitadas en el conjunto del organismo? ¿Cómo afirmar que todo es genético? Si todo fuera genético, los resultados de las elecciones podrían anticiparse mediante un análisis del genoma de los votantes de tal manera que los miembros de los partidos con menor intención de voto no dudarían en solicitar una modificación del mismo. En caso de que todo fuera química, como Gustavo Bueno le respondió a Severo Ochoa, habría que determinar si las palabras de un texto se unen por enlace iónico o por enlace covalente. ¿Existe acaso alguna diferencia significativa entre estos dos tipos de monismos (genético y químico) y la filosofía de los milesios (el argé como agua, apeiron o aire)? Tal es, pues, el nivel filosófico de muchos de los científicos más prestigiosos de la actualidad. 5. Crítica a la concepción de la Ciencia de los neurocientíficos Su teoría de la ciencia general asume que los hechos se presentan de forma intuitiva al científico cuya labor se limitará a describirlos e integrarlos en un corpus de datos y observaciones. La verdad sería entendida como aletheia, desvelamiento. Sin embargo, los «hechos» no existen por sí mismos dado que no son nada al margen de las operaciones, interpretaciones, &c. de los sujetos (en este caso, los neurocientíficos). Los mecanismos de comunicación neuronal, por ejemplo, no son un «hecho» que se hizo evidente por sí mismo sino que su verdad es resultado de la integración de variados cursos operatorios{3} en una identidad sintética. Así ocurre en las demás ciencias como, por ejemplo, en la Física donde el número de Rydberg (tomado por Bohr para la construcción de su modelo atómico) no resulta de observaciones empíricas sino de manipulaciones sutiles por parte de los investigadores. Su teoría acerca de la ciencia psicológica, en particular, adolecería, como hemos ejemplificado anteriormente, de un reduccionismo mediante el cual se pretendería explicar el comportamiento de los sujetos operatorios, exclusivamente, en base a mecanismos biológicos, reacciones químicas, &c. Tomando como punto de partida las operaciones de los sujetos se pretenderá efectuar un regressus hacia mecanismos no-operatorios (sinapsis neuronales, niveles de neurotransmisores, &c.) que se considerarán en términos aliorrelativos (de causa-efecto) respecto a nuestras operaciones. Esta reducción del sujeto nos conduciría a un mundo absurdo caracterizado por unos esquemas de causalidad que impiden la imputación de responsabilidad a las actuaciones de los sujetos. Ni que decir tiene que muchos sujetos tratarían de aprovecharse de las ventajas jurídicas que les confiere este tipo de ideología alegando (como trató de hacer, mutatis mutandis, el esclavo de Zenón) que su actuación criminal se debe a un repentino y «misterioso» desequilibrio en sus niveles de neurotransmisores ante lo cual no les quedaba otra opción. Claro que siempre quedará la posibilidad de que el juez les imponga una fuerte condena justificada en que una mayor activación de su formación reticular durante el juicio le ha determinado a hacerlo. Con todo ello no estamos negando que el sujeto operatorio sea un sujeto biológico (¿qué iba a ser si no?) sino las pretensiones de muchos neurocientíficos de reducir la Psicología a sus correlatos biológicos. Cuando alguien se siente triste o padece «depresión», tendrá un déficit serotoninérgico. Ahora bien, lo que pretendemos constatar es que no se sentirá triste a consecuencia de presentar un déficit serotoninérgico sino que este último será consecuencia de las circunstancias que le han conducido al estado de tristeza. Todas nuestras acciones y sentimientos deben tener un correlato biológico dado que, en caso contrario, no podrían ser positivas. Pero su explicación deberá acudir a otro tipo de consideraciones (objetivos del sujeto, circunstancias biográficas y contextuales &c.). 6. Propuesta de una alternativa desde el materialismo filosófico Hasta aquí hemos insistido en la necesidad de evitar cualquier tipo de reducción de la Psicología a Biología. Ahora bien, ¿cuál es nuestra propuesta para delimitar los fenómenos psicológicos de los fenómenos biológicos? Para ello nos serviremos de dos distinciones propuestas por Gustavo Bueno en su Teoría del cierre categorial, a saber, la distinción entre relaciones apotéticas y paratéticas y entre situaciones α y β operatorias. 6. 1. La distinción apotético/paratético. Implicaciones: «Apotético designa la posición fenomenológica característica de los objetos que percibimos en nuestro mundo entorno en tanto se nos ofrecen a distancia, con evacuación de las cosas interpuestas (que, sin embargo, hay que admitir para dar cuenta de las cadenas causales, supuesto el rechazo de las acciones a distancia)» (García, 2001). El término «paratético» es el correlativo de «apotético» y hace referencia a lo que se encuentra en contigüidad. Las operaciones de un sujeto son siempre apotéticas mientras que sus correlatos biológicos siempre serán paratéticos. En el primer caso estaríamos hablando de Psicología, en el segundo caso de fisiología. Veamos un ejemplo para aclarar la cuestión. Cuando un chico llora porque se le ha metido una pequeña piedra en el ojo estaríamos hablando de fisiología dado que existe una contigüidad física entre el ojo del que brotan las lágrimas y la piedra que provoca dicha reacción. Por el contrario, cuando ese mismo chico llora al contemplar que la chica de la que se encuentra enamorado se está besando con otro chico estaríamos hablando de Psicología dado que la situación que provoca su conducta de llorar no se encuentra en contigüidad con él. Este par de conceptos nos permite evitar la dualidad «dentro/fuera» derivada de una Psicología en primera persona (introspeccionista) lo cual, dicho sea de paso, impediría su consideración científica. Lo apotético no debe ser identificado a secas con lo distal (que se opone a proximal). Las terminaciones nerviosas que llegan hasta nuestros pies son distales respecto del encéfalo sin que por ello quepa decir que son apotéticas. En cambio, el mesencéfalo sería una división básica del Sistema Nervioso Central proximal al diencéfalo. El criterio de las relaciones apotéticas goza de gran potencia en la delimitación del campo de la Psicología frente al campo de la Biología. Ninguna ciencia puede establecer su campo en torno a un único término u objeto dado que, en caso contrario, no se podrían realizar operaciones. No cabrá decir, por tanto, que la Biología sea la Ciencia de la Vida dado que, ¿cómo se iba a operar con la Vida tomada en abstracto? Los biólogos operarán con células, ácidos nucleicos, &c. que serán los términos del campo de la Biología a partir de los cuales se establecerán diferentes relaciones. Otro tanto de lo mismo ocurrirá en el caso de la Psicología. No podremos sostener que la Psicología sea, como etimológicamente pudiera parecer, la Ciencia del Alma, dado que nos encontraríamos ante el mismo e irresoluble problema que en el caso anterior. Otro tanto de lo mismo ocurriría al defender que la Psicología es la Ciencia de la conducta o que su objeto es la conducta dado que ¿cómo operar sobre la conducta? En la aplicación de las técnicas de modificación de conducta, por ejemplo, el psicólogo no operará sobre la conducta sino sobre los términos que participan en su ejecución a fin de que la conducta del sujeto pueda moldearse en la dirección deseada. El campo de la Psicología deberá contar, pues, con al menos dos clases de términos (con sus correspondientes subclases), a saber, los términos subjetuales y los términos objetuales presentados de manera conjunta y dialéctica, esto es, los sujetos psicológicos serán términos en la medida en que vayan referidos a un objeto apotético el cual, a su vez, cobrará estatuto de término en caso de que vaya referido a un sujeto psicológico. «Cada sujeto psicológico lo concebiremos como asociado internamente, por estructura, a un sistema de objetos apotéticos» (Bueno, 1995) lo cual nos permitirá reconstruir las conductas teleológicas, muy presentes en la Psicología, de manera no-mentalista. De este modo, la finalidad de las operaciones de los sujetos formalmente considerados, lejos de atribuirse a supuestas y misteriosas planificaciones mentales, se explicará a partir de los objetos apotéticos correspondientes a los sujetos psicológicos. Cuando estos términos subjetuales (los sujetos psicológicos) se consideran materialmente (atendiendo a circuitos y conexiones nerviosas, producción de hormonas y neurotransmisores, reacciones inmunológicas, &c.) pasarán a pertenecer al campo de la Biología. Por otro lado, en el momento en que los objetos no se consideren en relación a los sujetos psicológicos y, por tanto, no sean apotéticos, pasarán a formar parte de los campos de otras Ciencias como la Geometría, la Geología, la Física, &c. 6. 2. La distinción entre situaciones α y β operatorias Las situaciones α operatorias son propias «de aquellas ciencias en cuyos campos no aparezca, formalmente, entre sus términos, el sujeto gnoseológico o, también, un análogo suyo riguroso» (Bueno, 1992). Las situaciones β operatorias son propias «de aquellas ciencias en cuyos campos aparezcan (entre sus términos) los sujetos gnoseológicos o análogos suyos rigurosos» (Bueno, 1992). Esta distinción nos permite considerar el peculiar estatuto gnoseológico que caracteriza a la Psiquiatría dentro del marco de discusión que venimos planteando acerca de las relaciones gnoseológicas entre la Psicología y las disciplinas englobadas bajo el rótulo de «Neurociencias»{4}. ¿Cuáles son los términos del campo de la Psiquiatría (en caso de que existiese)? ¿Los circuitos y conexiones neuronales que, a consecuencia de su mal funcionamiento, son los responsables de la situación del paciente? ¿Las operaciones desadaptativas de los pacientes que acaban por producir desequilibrios químicos en el cerebro? En el primer caso, nos encontraríamos ante una situación α operatoria donde las operaciones de los sujetos se explicarían a partir de conexiones nerviosas y reacciones químicas. En el segundo caso, nos encontraríamos ante una situación β operatoria donde las operaciones de los sujetos se explicarían a partir de la consideración formal de este. Teniendo presente que la Neurología es la Ciencia cuyo campo estaría constituido por los elementos del Sistema Nervioso y que se encargaría del tratamiento de las posibles alteraciones que pudieran surgir en él y que la Psicología es la Ciencia encargada, como dijimos anteriormente, de analizar las operaciones de los sujetos (previa consideración formal de los mismos) en relación a los objetos apotéticos, ¿qué lugar le queda a la Psiquiatría? ¿O es que acaso nos la pretenden vender, por decirlo al modo hegeliano, como una síntesis superadora de la Neurología y de la Psicología? Desde la Teoría del cierre categorial la Psiquiatría carecería de campo gnoseológico propio encontrándose en una permanente situación de indefinición gnoseológica. En primer lugar, no tendría unos términos propios y nítidamente definidos con los que realizar operaciones mientras que, en segundo lugar, se encontraría en un «eterno» medio camino entre las situaciones α y β operatorias{5}. En esta situación de clara indefinición gnoseológica (a medio camino entre la Neurología y la Psicología o entre las metodologías α y β operatorias) la Psiquiatría se encontraría en una situación similar a la del asno de Buridán quien, teniendo a un lado varios montones de avena y al otro lado varios cubos llenos de agua, acabó muriendo por desnutrición dado que nunca fue capaz de saber si tenía hambre o sed y, por consiguiente, si debía decidirse por comer la avena o por beber el agua (en este sentido, podríamos decir, para terminar, que los autores de La invención de trastornos mentales han realizado frente a la Psiquiatría una actuación semejante a la que la diosa Némesis, mutatis mutandis, llevó a cabo frente a Narciso quien, incapaz de dejar de mirar atónitamente su propia imagen{6}, acabó falleciendo). Referencias bibliográficas Bueno, G. (1992), Teoría del cierre categorial, vol. 1. Oviedo: Pentalfa. Bueno, G. (1994), Consideraciones relativas a la estructura y a la génesis del campo de las «Ciencias Psicológicas» desde la perspectiva de la teoría del cierre categorial. En Simposium de Metodología de las Ciencias Sociales y del Comportamiento (págs. 17-56). Universidad de Santiago de Compostela. Bueno, G .(1995), ¿Qué es la ciencia?. Oviedo: Pentalfa. Bueno, G. (1995), ¿Qué es la filosofía?. Oviedo: Pentalfa. Damasio, A. (2001), El error de Descartes. Barcelona: Crítica (orig. 1994). Damasio, A. (2005), En busca de Spinoza. Barcelona: Crítica. Dawkins, R. (2002), El gen egoísta. Barcelona. Salvat. Descartes, R. (1980), Discurso del método. Barcelona: Orbis (orig. 1637). Descartes, R. (2005), Meditaciones metafísicas. Oviedo: KRK (orig. 1642). Espinosa, B. (2003), Ética. Madrid: Alianza (orig. 1677). García, P. (2001), Diccionario filosófico. Biblioteca filosofía en español. González Pardo, H., Pérez Álvarez, M. (2007), La invención de trastornos mentales. Madrid: Alianza. Pérez Álvarez, M. (2003), Las cuatro causas de los trastornos psicológicos. Madrid: Universitas. Peña García, V. (1981), «Descartes, razón y metáfora», Arbor, 53, 27-35. Peña García, V. (1982), «Acerca de la razón en Descartes: reglas de la moral y reglas del método», Arbor, 52, 23-39. Punset, E. (2006), El alma está en el cerebro. Madrid. Santillana. Notas {1} Muchos psicólogos consideran su escisión gremial respecto a los filósofos como algo sumamente beneficioso para su nueva ciencia dado que, una vez liberada de las garras del pensamiento «teórico-especulativo», podrá ocuparse enteramente de los problemas «prácticos» (prescindiendo de vanas disquisiciones filosóficas) que realmente interesan a la gente y permiten ayudarle (¿?). {2} ¿Quién no ha oído a ningún fundamentalista científico afirmar cosas tales como «bueno, pero eso ya es filosofía», «nada nada, eso son cuestiones e ideas filosóficas, sin embargo lo que la ciencia dice es esto»? {3} Descubrimiento de las dendritas por Otto Deiters, introducción del carmín, el añil y el cloruro de oro como medios de tinción por parte de Von Gerlach, descubrimiento de la reacción negra por Golgi, crítica a su reticularismo por Ramón y Cajal, estudios sobre la conducción de la electricidad en animales como los efectuados por Moruzzi y Magoun, &c.. {4} Las reacciones que la publicación de La invención de trastornos mentales (escrito por Héctor González y Marino Pérez) ha suscitado por parte de una Sociedad de Psiquiatría da buena cuenta de la necesidad del tratamiento de estas cuestiones (véase La Nueva España del pasado 2 de Diciembre); en efecto, la falta de argumentos para rebatir las propuestas de los autores ha llevado a algunos miembros de dicha Sociedad a replicar de la siguiente manera: «Hablar de la invención de las enfermedades mentales en un país donde hay más de 400.000 personas que sufren esquizofrenia no sólo es frívolo, es inmoral. Seguramente es una mezcla de ignorancia-se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados que en Asturias sufren un trastorno mental severo-y de intereses espurios, bien personales o corporativos». En primer lugar, diremos que los autores de este libro nunca hablan de una invención propiamente dicha (ex nihilo) sino de la construcción operatoria de una suerte de cultura clínica que envolverá las operaciones de los sujetos (pacientes e, incluso, clínicos tanto psicólogos como psiquiatras). Este contexto clínico determinará el estatuto asignado a nuestras vivencias y operaciones. Aunque podamos partir de la praxis clínica (situación β2) es necesario regresar hacia una situación II–β1, propia de la teoría de juegos. De este modo, podremos explicar, en el progressus hacia las circunstancias en que se desenvuelve la praxis clínica, por qué las multinacionales farmacéuticas y ciertos clínicos influyen sobre la población y no a la inversa (en la misma situación nos encontraríamos cuando esta influencia se ejerce por parte de las multinacionales farmacéuticas sobre los clínicos). Es decir, se necesitará un sistema operatorio más potente para conducir las operaciones de los sujetos en la dirección deseada (para que, en último término, ello redunde en un aumento de las ventas de psicofármacos, en la proliferación de consultas clínicas, &c.). Sin embargo, no es este el lugar apropiado para exponer con el debido detenimiento los planteamientos que se presentan en este libro. Un estado de bajo ánimo, apatía y tristeza, por ejemplo, bien podría ser interpretado en la Edad Media como una crisis de fe motivada por la actuación del demonio (dentro de un contexto marcadamente teológico- también construido, obviamente, por las operaciones de los sujetos-) mientras que en nuestras sociedades del bienestar, donde cualquier atisbo de incomodidad habrá de proscribirse (en lo que tanto se apoya la construcción operatoria de esta nueva cultura clínica), la interpretación se hará a partir de este nuevo contexto envolvente. ¿Cómo explicar sino la diferente concepción de la melancolía en tiempos de Aristóteles y la existente en nuestros días? En segundo lugar, al atribuir esta explicación operatoria a «una mezcla de ignorancia» alegando que «se trata de personas que no tienen contacto alguno con los miles de afectados (...)» se está ignorando la distinción entre los planos emic/etic. En efecto, en la anterior afirmación se sostiene que para poder comprender bien un determinado fenómeno (en este caso, los trastornos mentales) es necesario estar cerca de alguien que lo padece. De ser así, cualquier allegado a uno de estos pacientes podría proporcionarnos una sólida explicación acerca del estatuto ontológico y antropológico de estos trastornos. No obstante, la mayor potencia en la explicación y comprensión de un fenómeno vendrá dada mediante la adopción de un plano etic a partir del cual podamos reconstruir la situación desde un sistema de coordenadas mucho más potente que el poseído por los sujetos inmersos en el plano emic (en caso, claro está, de que lo tuviesen). José Smith fundador del movimiento mormón, desde un punto de vista emic (reivindicado por esta Sociedad), habría visto separados a Dios Padre y a Jesucristo quienes le habrían encargado la sublime misión de restaurar y liderar la nueva y verdadera Iglesia de Jesucristo. Ahora bien, desde el punto de vista etic ni que decir tiene que son los intereses económicos y de poder de este individuo los parámetros que hemos de adoptar para explicar sus «visiones». Sin embargo, según lo que se desprende de las declaraciones «...es una mezcla de ignorancia», mutatis mutandis, seríamos nosotros quienes estaríamos equivocados, y no José Smith, cuando analizamos la verdadera génesis del movimiento mormón. {5} Resulta curioso, pues, que desde la Sociedad de Psiquiatría a la que hacíamos mención, se llegue a analogar los argumentos ofrecidos por los autores de La invención de trastornos mentales con la Iglesia de la Cienciología cuando la verdad apuntaría en una dirección bien distinta, a saber, es la Psiquiatría la que, en todo caso, debería ser analogada con la Cienciología dado que, careciendo de campo gnoseológico propio, trata de imponer o vender su ideología por encima de cualquier análisis riguroso con las peligrosas implicaciones que ello supone de cara a la consideración y el tratamiento de las diferentes psicopatologías. {6} Desde esta Sociedad se afirmó que «todo el mundo quiere ser médico» a pesar de que muchos de nosotros no hemos tenido la oportunidad de rellenar «la encuesta utilizada» para llegar a esa conclusión.
(*) Publicada originariamente en el "El Catoblepas", disponible en http://www.nodulo.org/ec/2008/n076p13.htm