En esta época donde se nos cobra por todo, una mañana de mayo el Estado te concede una visita gratuita para que goces, con tus jóvenes alumnos, de la experiencia de una hora con la elite parlamentaria que nos gobierna. Se trata de una sesión plenaria, pero sólo se discute un Anteproyecto de Ley sobre Parques Nacionales presentado por el partido en el gobierno. Uno podría esperarse dos horas de aburrimiento, el típico tedio burocrático y procedimental. ¡Qué va! Ya nos gustaría.
Es justo destacar, antes de nada, la alegría sureña de los funcionarios, su buen humor, su espontaneidad, su paciencia. Está claro que, a pesar de la severidad de los controles que protegen a uno de los corazones sagrados del Estado, no estamos en el impecable Norte. En realidad, este relajo típicamente español es lo único serio y humano en el sacrosanto edifico: los policías, ujieres y asistentes que hacen su discreta labor. Después, con los políticos, vendrá la impresión desoladora.
No sé si considera normal lo que vimos, podría al menos resultar dudoso. Primero, a las 10’30 apenas hay nadie. Incluso la Mesa del Congreso está prácticamente vacía. Nuestras señorías, con un sueldo que –con dietas y demás- cuadruplica al de un ciudadano medio que tenga la suerte de trabajar, no se toman la molestia de madrugar. ¿Para qué? Si existiera la política, parece que realmente está en otra parte, en las criptas de las multinacionales o de los partidos. Como comenta una joven visitante, todo lo que vimos en esa hora escasa parecía el ensayo de una sesión real que nunca llegó a producirse.
La segunda noticia es que, suponiendo que haya oradores –parte de ellos, ni saben hablar-, apenas hubo oyentes. Quiero decir que, literalmente, nadie escuchó a nadie. El mismo individuo que, sin sufrimiento visible, ha hablado a solas en la tribuna –hasta la Vicepresidenta de la cámara le ha ignorado, consultando su móvil- se sienta después para ignorar al siguiente o, sencillamente, salir del hemiciclo. ¿Visite nuestro bar?
Nadie atiende, absolutamente nadie. A duras penas, la ministra de Agricultura recién nombrada. Sólo siguen al diputado las taquígrafas y la fotógrafa oficial, que se limitan a recoger el único punto de definición, ese orador que suele salir en los informativos, pero que ahora comprobamos que no habla para nadie. En conjunto, asistimos a una impresión desoladora de nepotismo horizontal y sonriente, de feudalismo democrático. Hasta parece haber buen rollo entre sus señorías y los funcionarios que les sirven.
Igual que tantos otros, este “directo” también es en diferido, como si los políticos estuviesen actuando –sobre todo el objetivo de las cámaras, ese orador que no es escuchado por nadie- para otro mundo, representado tal vez por las silenciosas y absortas secretarias. Un poco como en nuestra trascendencia publicitaria: vivimos una vida perpetuamente aplazada que deja la verdad para la próxima entrega. Lo único verdaderamente real son los cuchicheos, el rumor continuo –un poco molesto-, las subidas y bajadas, el tonteo entre ellos, las visitas a cien páginas –deportivas, consumistas-, algún sesteo y las consultas de los mensajes privados.
La media de edad, alta. No tanto como para justificar ninguna demencia senil, ni que los ujieres hayan de acercarle la silla a los políticos de la Mesa , pero alta. Naturalmente, no es que uno tenga nada contra la edad ni confíe ciegamente en “la juventud”, pero una alumna tal vez tenía razón al comentar que la edad avanzada podría tener alguna relación con lo que otra llamó “desidia”. En resumen, todos nuestros políticos parecían haber pasado las sucesivas cribas de esta seleccióninvertida que llamamos “sociedad”. Lo cual significa que, sobre los hipotéticos defectos de la especie, ellos además yahanllegado al éxito social. Por tanto, están absueltos de la necesidad de inventar y crear, con la consiguiente dosis de inercia, de corrupción estructural e impunidad. Más o menos, igual que actúan los veteranos en el orden periodístico, en la enseñanza o en el mundo cultural. Un viejo tema, no sólo español.
Tal vez por esta autoconciencia de elite los señores diputados ni se toman la molestia de mirar hacia arriba, donde algún visitante les podía estar observando atentamente. Dada la imagen potencialmente desoladora que sirven, ¿por qué no se prohíben las visitas y solamente los móviles? Por una razón muy sencilla. Sin imágenes colgadas en Internet no va a haber testigos. La “corrupción” que se podrían observar entre ellos es tan media que resulta no sólo inimputable jurídicamente, sino que es también más o menos imperceptible, pues sintoniza con la ceguera media… Si alguien se percata de la indolencia en curso, lo más normal –y prácticamente, lo único que se puede hacer- es olvidar esa tristeza y pasar a otra cosa. Exactamente como hacen los diputados, navegando de mensaje en mensaje, de chiste en chiste, de pantalla en pantalla. O jugando al Candycrush. A decir verdad, sólo faltaron imágenes porno. Criaturas. No recuerdan a Brecht y aquello de que el fin del mundo comienza por una dimisión personal.
La espontaneidad e indiferencia con la que se desenvuelven los diputados bajo nuestros pies deriva del hecho de que les parecenatural ser el centro de los focos. No son versos sueltos o flores de un día, sino resultado de una estructura de elección –o sea, de separación- que ha de cumplir una legislatura. La clásica contraposición entre la “democracia directa” –o “real”, una palabra todavía más equívoca- y la “democracia parlamentaria” esconde una perversión básica. Se supone que lo directo es puramente local y personal, afectivo, eventual, no político. Por tal razón –y este racismo ya está en Marx-, lo inmediato es un poco atrasado, más bien accidental, encantador o inofensivo… Siendo un don nadie local, sólo saltarás a los focos por una locura o un golpe de suerte. ¿Quién resuelve esta contradicción entre lo local y lo global? Nadie lo sabe y a nadie le importa, pues vivimos en la religión de lo general. De ello resulta que lo inmediato y personal es un complemento privado, de ocio o de fin de semana. Conocedores de este canon, aun sin saber nada de él, nuestros líderes se desenvuelven –valga la redundancia- con una total desenvoltura. ¿Por qué? Saben que nadie mira. Ellos mismos ha nacido del no-mirar. ¡Qué lastima no poder bajar hasta una cafetería para interactuar, un poco más de cerca, con esta inhumanidad perfectamente democrática!
Es seguro que parte de la impunidad que inviste a nuestros políticos se basa en que casi todo el mundo, en el fondo, querría ser como ellos. De alguna manera, ellos –estrellas de la canción o el cine, del deporte, de la política: de hecho, las profesiones se intercambian- representan el ideal de elevación y nivel de vida que hoy atraviesa a las poblaciones. A partir de ahí, la corrupción está servida.
Y con múltiples signos. Por ejemplo, un joven no puede pasar, retenido por el pantalón corto que apenas deja entrever sus pantorrillas. Sin embargo, los visitantes hemos de asistir a una impúdica exhibición de indolencia y mala educación. Y todo ello sin que nadie proteste, como si fuera normal. De hecho, lo es. ¿Todo el mundo haría lo mismo ensulugar, por eso el espectáculo obsceno al que asistimos es aproximadamente invisible? No se pueden ver unas pantorrillas, pero sí el alma –mejor dicho, la ausencia de alma- de un adulto armado con privilegios obscenos.
Igual que en el saloon del viejo oeste a veces se dejaban las armas a la entrada, ahora hay que dejar los móviles. Y ya se sabe, anulado en su discreta privacidad, enclaustrado en su neutralización democrática, el ciudadano actual no es nada sin medios tecnológicos. Así que, no pudiendo las visitas tomar imágenes para colgar en Facebook o Twitter, los políticos hacen bien en no mirar hacia arriba, pues literalmente no hay nadie. Vivimos en la religión de la mediación, en medio de la mediación sin fin que se convierte en mensaje. Mensaje único que hace casi banales todos los contenidos. Así pues, abandonados en esta sesión rutinaria por la mano de Dios –o sea, por los medios-, los políticos deambulan a sus anchas, sin testigos. Haría falta ser un poco primitivo para ver algo ahí, para retenerlo y después pasarlo al campo de la palabra, o de las imágenes que ésta pueda esbozar. Pero alguien primitivo será a la vez marginal, con lo cual el círculo perfecto de la comunicación –un interior gigantesco que simula un exterior- se cierra.
Esta crónica de una hora escasa en el centro de la democracia podría ser también los apuntes para una cinta que se llamase, emulando a los clásicos, “La destrucción de una nación”. Lo sabía incluso Ortega: la inercia es la Corrupción , con mayúsculas, el peor enemigo de la especie. ¿Cómo a una laya así, formada en el compadreo y en los privilegios superestructurales, no le van a sorprender los pocos acontecimientos que ocurran, se llamen Prestige, 11-M, Katrina, Irak, Ucrania, Gamonal o Can Vies? Nuestra elite sobrevuela, vive en un medio aéreo de interactividad “global”. Ha perdido todo contacto directo con lo real, y su poder de salvación –también su impunidad- deriva de ello. La Crisis fue el Prestige de Zapatero. ¿Es Cataluña el Prestige de Rajoy? Tiempo al tiempo.
Según nuestra sabiduría popular, “Político” es quien que se separa de la vida corriente; quien deja de percibir la inmediatez de las cosas para quedarse sólo con un sesgo, más o menos “general”. En efecto, no asistimos esa mañana parlamentaria sólo a un despliegue de mala educación, de malos hábitos o de la indolencia propia de una casta privilegiada. El problema es acaso más grave. Esta casta está donde está gracias a una visión “política” de las cosas que les aparta de la percepción común. Porque han aprendido a mirar de soslayo al entorno, han adquirido la soltura global, el descaro, la falta de memoria y de vergüenza que les permite una visión y una velocidad escénicas. ¿Se han fijado en que, si un político se para un momento con alguien, no deja de mirar en todas direcciones?
El problema de la generalidad parlamentaria es éste, la visión panorámica que les impide pisar la calle, mejor dicho, sentir y pensar según el entorno que pisan. El gigantesco circuito cerrado de la información no ha hecho más que cristalizar este principio de la eficacia política. Se podría decir que el problema de la estrella electoral reciente, Podemos, es justo el inverso: la relación directa con “la calle”, con la discusión y con los problemas locales de la gente, le va a dificultar su organización política. ¿Cómo lograr esto último sin reproducir la lógica partidaria, la burocracia en la percepción, y sin olvidar la humillación diaria de la que han nacido? Los próximos meses dirán si es posible la cuadratura del círculo, estar en política sin ser un desalmado.
La función política de la información es recortar el terreno clave donde un individuo delega o no su independencia: la percepción. En este sentido, todo el arco parlamentario –IU incluida- es preso de una interactividad mortífera que encierra a nuestros líderes en un bucle endogámico y les aparta de la población. Es evidente que, empujados por el eco del 15M,Podemos nació primeramente de una militancia en la escucha y la mirada. En este sentido, ambos polos surgieron a contrapelo de la lógica informativa y, también, forzando la espontaneidad banal de las redes sociales.
¿Encarna Podemos otra manera de hacer política? Al menos quienes les votamos en las pasadas elecciones europeas, estamos deseando confirmar ese milagro.
"La ex Secretaria de Estado
norteamericana Hillary Clinton afirma en su libro "Hard Choices"
(Opciones Difíciles) que exhortó al presidente de Estados Unidos, Barack Obama,
a levantar el bloqueo contra Cuba por considerarlo contraproducente.
Desde hace más de 50 años,
el gobierno de Washington mantiene un cerco económico, comercial y financiero
contra la nación caribeña y, según estimaciones oficiales, ha costado a su
pueblo más de un billón 157 mil 327 millones de dólares, reseña Prensa Latina.
El argumento principal que
según Clinton dio al jefe de la Casa Blanca fue que la medida punitiva dejó de
ser conveniente para Estados Unidos y no fomentaba los supuestos cambios que se
pretende estimular en el país antillano, según fragmentos de la obra que
reseñan también otros temas polémicos de política exterior", señala el periódico cubano Granma.
En rigor, Clinton ha afirmado en su libro- según consignan los diarios occidentales- que el embargo le ha dado a los líderes comunistas Fidel y Raúl Castro una excusa para no poner en marcha reformas democráticas. Y dice que la oposición de algunos elementos del Congreso a la normalización de relaciones ha dañado tanto al pueblo estadounidense como al cubano.
‘Desde 1960, Estados Unidos había mantenido un embargo contra la isla con la esperanza de sacar a Castro del poder, pero sólo logró darle alguien a quien culpar por los problemas económicos de Cuba’, escribió.
En este contexto, es
necesario detallar, por su gravedad intrínseca inaceptable, la conducta continuada, manifiestamente ilegal, del
gobierno estadounidense contra la República de Cuba[1], los daños inferidos de manera metódica,
ininterrumpida y sistemática y la permisividad de las organizaciones y agencias
institucionales internacionales, toda vez que la agresión, anterior a la
creación de la Corte Penal Internacional, se continúa perpetrando a la fecha y
es escandalosamente silenciada por la comunidad internacional[2].
Pese a que numerosas
resoluciones de la antigua Comisión de Derechos Humanos, la Asamblea General y
el propio Consejo de Derechos Humanos, así como reiteradas Declaraciones
Políticas aprobadas en importantes Cumbres y Conferencias Internacionales
auspiciadas por las Naciones Unidas, han dictaminado que la aplicación de
medidas económicas coercitivas unilaterales es violatoria de la Carta de las
Naciones Unidas y del Derecho Internacional, la perpetración de estas conductas
continúa de manera inalterable[3].
Ello así a pesar de que
es sabido que la adopción e implementación de medidas coercitivas unilaterales
como instrumento de coerción política y económica atenta contra el pleno
disfrute de todos los Derechos Humanos, contra la independencia, la soberanía y
el derecho de libre determinación de los pueblos. Las principales víctimas de
estas medidas son los pueblos de los países objeto de las mismas, en
particular, los grupos más vulnerables de la población, especialmente los
niños, las mujeres, los ancianos y los discapacitados[4].
Más aún, desde fechas tan
tempranas como 1970, la Asamblea General de Naciones Unidas dispuso claramente
en que ningún Estado puede usar o alentar el uso de medidas económicas,
políticas o de cualquier otro tipo para coaccionar a otro Estado, con vista a
obtener la subordinación del ejercicio de sus derechos soberanos u obtener de
este ventajas de cualquier tipo[5],
lo cual quedó refrendado en La Declaración sobre los principios del Derecho
Internacional, referente a las relaciones de amistad y a la cooperación entre
los Estados[6]:
“Estados Unidos ha adoptado y aplicado a largo de estos años distintas leyes y
medidas coercitivas unilaterales contra Cuba. Entre las más conocidas y
repudiadas internacionalmente sobresalen las llamadas leyes Torricelli de 1992 y Helms-Burton de 1996, cuyas disposiciones
son contrarias a la Carta de las Naciones Unidas, violatorias del Derecho
Internacional vigente y de los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio
(OMC). Mediante estas leyes, de marcado carácter extraterritorial, el Gobierno
de Estados Unidos ha reforzado y extendido a terceros Estados, sus empresas, y
ciudadanos, la aplicación del bloqueo económico, comercial y financiero, que ha
impuesto contra Cuba por 50 años”[7].
“Los daños provocados por el carácter extraterritorial de las medidas
coercitivas unilaterales se multiplican por la importante participación de los
Estados Unidos y sus empresas en el comercio y las inversiones transnacionales.
Tanto las inversiones de empresas de terceros países en los EE.UU., como las
norteamericanas en el exterior, fundamentalmente en la forma de fusiones y
adquisiciones totales o parciales de empresas, agravan los efectos
extraterritoriales de estas medidas, al reducir el espacio económico externo de
Cuba y hacer más difícil, a veces imposible, la búsqueda de socios y
suministradores para sortear el férreo bloqueo norteamericano. Más de las dos
terceras partes de la población cubana (70%) han nacido y vivido siendo objeto
de las medidas coercitivas unilaterales aplicadas por el gobierno de los
Estados Unidos contra Cuba. Según cálculos muy conservadores el daño directo a
Cuba como resultado del bloqueo, hasta diciembre del 2008, supera los miles de
millones de dólares.No es difícil imaginar el progreso que
Cuba habría alcanzado y del cual se le ha privado, si durante estos 50 años no
hubiese estado sometida a estas medidas coercitivas unilaterales de bloqueo”[8].
“Tras la aprobación de la más reciente resolución de la Asamblea General de las
Naciones Unidas pidiendo el levantamiento del bloqueo económico, comercial y
financiero contra Cuba, adoptada por una abrumadora mayoría de votos de los
Estados miembros el 28 de octubre del 2009, y a pesar de la existencia de otras
17 resoluciones anteriores que incluyen esa justa reivindicación; el Gobierno
de los Estados Unidos ha continuado aplicando sus acciones contra el pueblo
cubano con todo rigor como muestra de su más absoluto desprecio a las Naciones
Unidas, al multilateralismo y al Derecho Internacional. El gobierno
norteamericano ha intensificado sus intentos de fomentar la subversión en Cuba
reclutando a mercenarios dispuestos a vender sus servicios a cambio de una parte
de los millones de USD aprobados en Washington para tales fines. El objetivo
último no es otro que privar al pueblo cubano de su soberanía y del ejercicio
de su derecho a la libre determinación”[9].
“Sectores tan altamente sensibles como los de alimentación, salud, educación y
transporte, han estado entre los principales blancos de esta política genocida[10].
Las afectaciones del
bloqueo al sector de la Salud Pública impactan negativamente en el pueblo
cubano y repercuten en su calidad de vida. Por ejemplo:
§
Los niños cubanos que
padecen de leucemia linfoblástica y rechazan los medicamentos habituales no
pueden ser tratados con el producto norteamericano “Elspar”, creado
precisamente para casos de intolerancia. Como consecuencia su expectativa
de vida se reduce y aumentan sus sufrimientos. El gobierno norteamericano
prohíbe a la compañía Merck and Co. suministrarlo a Cuba.
§
No se ha podido
adquirir un Equipo Analizador de Genes, imprescindible para el estudio del
origen del cáncer de mama, de colon y de próstata, por ser fabricado
exclusivamente por compañías con patente norteamericana, como la firma Applied
Biosystem (ABI).
§
El Cardiocentro
Pediátrico “William Soler” se ve imposibilitado de adquirir dispositivos como
catéteres, coils, guías y stents, que se utilizan para el diagnóstico y
tratamiento por cateterismo intervencionista en niños con cardiopatías
congénitas complejas. A las empresas norteamericanas numed, aga y boston
scientific se les prohíbe la venta de estos productos a Cuba”[11].
Cuba reivindica permanentemente
su soberano derecho y el deber irrenunciable de denunciar los daños y
violaciones que la política de bloqueo ha impuesto a su pueblo, al propio
pueblo de los Estados Unidos, a terceros países y al Derecho Internacional. La
aplicación de esta política de bloqueo continúa siendo el principal obstáculo
al desarrollo económico y social de Cuba y constituye una violación flagrante,
masiva y sistemática de los derechos humanos de todo un pueblo y una
trasgresión al derecho a la paz, el desarrollo y la seguridad de un Estado
soberano[12].
No obstante estas groseras violaciones a los
Derechos Humanos, nunca desmentidas, la relación de fuerzas imperantes a nivel
internacional, y sobre todo, el papel históricamente desempeñado por el Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas, hace que el sistema penal internacional no
haya mostrado vocación alguna en la persecución y enjuiciamiento de estos
crímenes, perpetrados concomitantemente con el otorgamiento del Premio Nobel de
la Paz al Presidente Demócrata de los Estados Unidos.
Por lo tanto, tampoco es posible encontrar las
respuestas de estos procederes criminales y unilaterales en las percepciones
del mundo, manifiestamente belicistas e ilegales de los halcones del Pentágono
o de la propia administración Bush, que asolaron y mantuvieron en vilo al
planeta durante años en materia de negación de derechos y garantías
decimonónicos.
Es un Estado, y una tecnología de poder, las que
pretenden -claramente en el caso de Cuba- llevar adelante prácticas sociales
compatibles con un genocidio reorganizador extremo.
No debemos olvidar que este tipo de ofensas se
perpetran invocando, como es de práctica en los genocidios modernos, valores e
ideologías superadoras tales como la “libertad”, la “democracia”, la “libertad
de prensa”, etc.
En rigor de verdad, desde Nuremberg y Tokio (en su
versión persecutoria y punitivista), hasta los Balcanes y Vietnam, pasando por
América Latina, Somalia, Irak, o Afganistán (donde, en cambio, se obtienen esta
suerte de salvoconductos extorsivos en los organismos jurisdiccionales
internacionales), las cruzadas intervencionistas del Imperio no se han
sustraído un ápice de estas peculiaridades asesinas.
Esta sola situación, amerita un análisis y
ejercicios sostenidos y permanentes de reflexión acerca del futuro del sistema
penal internacional, aún comprendiendo y reivindicando la importancia de la
Corte Penal Internacional, como la representación más aproximada del grado de
evolución alcanzado hasta ahora por aquel.
Menuda tarea, por cierto, si nos obstinamos en la tarea
de propender a un sistema penal democrático, humanitario y garantista, de cara
a las contingencias de la nueva realidad ecuménica. “El riesgo de catástrofes
ecológicas, la interdependencia económica, tecnológica y cultural de todos los
pueblos, la multiplicación de los cambios y las comunicaciones en orden a las
violaciones de los derechos fundamentales en todo el mundo, ponen en el orden
del día, como una necesidad exactamente idéntica a la que justificó el viejo
estado nacional, la urgencia de un nuevo contrato apto para fundar un Estado de Derecho internacional, basado
en la igualdad de los pueblos y en la finalidad de la paz y de la seguridad en
general.Las formas de este nuevo contrato pueden ser de lo más diversas, pero
todas pasan por la negación o, siquiera, la limitación de la soberanía de los
Estados y por la utilización del derecho, que por su naturaleza es un
instrumento de paz. Y van desde el sueño kantiano
de un estado federal mundial y de un “Derecho internacional cosmopolita” al más
simple y realista refuerzo del actual derecho internacional: a través cuando
menos de la instauración de un código penal internacional que permita la
represión de los crímenes tanto internos como internacionales perpetrados por
los gobernantes, con sanciones apoyadas por una fuerza adecuada”[13].
Si bien ya existe un sistema penal ecuménico, que
abraza buena parte de los principios del garantismo penal, su impronta
selectiva, sesgada, todavía dependiente de las presiones de los poderosos,
lejos de sumirnos en el pesimismo, debe retemplar los ánimos en la búsqueda de
una progresividad en las formas y en los procesos de persecución y
enjuiciamiento. Sencillamente porque los crímenes contra la humanidad se han
incorporado, como un dato penoso pero objetivo, a la cultura de las sociedades
de la modernidad tardía. Como bien lo advierte MORILLAS CUEVA, existe una ardua
relación entre Derecho Penal y Globalización,
que supone “una compleja separación entre lo económico y lo jurídico,
que pueden llevar a la indeseable subordinación de éste a la fortaleza de las
coordenadas mundializadas de la economía”[14].
Pero ocurre que esos crímenes son cometidos, en la
gran mayoría de los casos, por las grandes potencias del mundo, que nunca son
alcanzadas, como lo demuestra la evidencia histórica, ni por las Resoluciones
del Consejo de Seguridad, ni por la jurisdicción penal internacional ni por el
derecho de guerra, que terminan cumpliendo una mera función legitimante ex post de los resultados de las guerras
que esos Estados y coaliciones deciden llevar a cabo, muchas veces contra
pueblos inocentes.
Ciertamente, las guerras modernas se han
transformado en operaciones globales “humanitarias” o “preventivas”, en las
cuales “las grandes potencias occidentales hacen uso de instrumentos de destrucción
masiva cada vez más mortíferos, sofisticados e incontrolables, que están por
invadir también los espacioes extraterrestres. Y lo hacen en nombre de una
“guerra justa” en contra de los nuevos enemigos de la humanidad, en contra de
los “nuevos caníbales”, es decir, las organizaciones del global terrorism, que oponen su nihilismo sanguinario al nihilismo
de la prepotencia y del poderío militar. La profecía apocalíptica de Carl Schmitt -el advenimiento de una “guerra
civil global”-, más allá de sus controvertidas razones, parece encontrar
reafirmaciones dramáticas. Y se confirma también la amarga máxima de Radhabinod
Pal, el juez hindú del Tribunal de Tokio, en frecuente polémica con la mayoría
de la Corte: “Sólo la guerra perdida es un crimen internacional”[15].
No cabe duda de que el militarismo humanitario de
Estados Unidos y sus aliados ha producido un verdadero quiebre del sistema
jurídico global. La Organización de las Naciones Unidas, respetuosa de esta
nueva realidad imperial, ha defeccionado al punto de admitir que en caso de
supuestas violaciones humanitarias, deberían ceder los principios fundamentales
del respeto a la soberanía de los Estados y la no intervención en los asuntos
internos.
La arbitrariedad asentada únicamente en el uso de la
fuerza parece caracterizar al nuevo derecho penal internacional. Como nunca
antes, los “riesgos” son definidos por fuera de cualquier sistema, y conjurados
mediante una violencia sin precedentes, de manera unilateral.
Por esa misma razón, la de elegir un enemigo, una motivación y su
exterminio, las expresiones violentas del sistema no pueden seducir a quienes
no forman parte de ese esquema neoimperial. A los nuevos “condenados de la
tierra”, en términos de Fanon, que podemos ser acusados de colonialistas por una
potencia que tiene pendiente ante el Comité de Descolonización de la ONU diez
cuestiones vinculadas a la situación de sus propias colonias, sobre dieciseis
casos existentes en el mundo.
El Derecho penal es, después de la agresión armada,
el instrumento más violento de dominación y control, y está en manos de unos
pocos. Este es un motivo más que suficiente, para intentar nuevas formas de
resolución de los conflictos a nivel mundial, que eviten en cuanto sea posible,
que la justicia internacional opere como la continuación de la guerra por otras
vías.
[1]Nota
de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex. cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[2] “La Misión Permanente
de la República
de Cuba ante la Oficina
de las Naciones Unidas y los Organismos Internacionales con sede en Ginebra, ha
remitido con fecha 10 de marzo del 2010 al Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos los comentarios del Gobierno de la República de Cuba en
relación con la Nota GVA
0017, de fecha 8 de enerode 2010, mediante la cual se solicitara información en virtud de la resolución 12/22
del Consejo de Derechos Humanos, titulada “Derechos Humanos y Medidas
Coercitivas Unilaterales”, obviamente perpetradas por los Estados Unidos y
nunca sancionadas”.
[3]Nota
de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex.
cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[4]Nota de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex.
cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[5]Nota de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex.
cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[6] “Cuba,
es víctima, sin embargo, desde hace más de 50 años, de la aplicación de medidas
coercitivas unilaterales impuestas por países desarrollados, particularmente
por el gobierno de Estados Unidos de América. La aplicación de medidas
coercitivas unilaterales ha sido el instrumento fundamental de la política de
hostilidad y agresión de los Estados Unidos contra Cuba, en su propósito de
destruir el sistema político, económico y social establecido por la voluntad
soberana de la ciudadanía cubana. El bloqueo económico, comercial y financiero
impuesto por los Estados Unidos contra Cuba, es el sistema de sanciones
unilaterales más prolongado y cruel que se haya aplicado contra país alguno o
haya conocido la historia de la humanidad. Su objetivo fue definido desde el 6
de abril de 1960, y ha sido la destrucción de la Revolución Cubana:
“…a través del desencanto y el desaliento basados en la insatisfacción y las
dificultades económicas (…) negarle dinero y suministros a Cuba, para disminuir
los salarios reales y monetarios, a fin de causar hambre, desesperación y el
derrocamiento del gobierno…” “Constituye, asimismo, un componente esencial de
la política de Terrorismo de Estado, desplegada contra Cuba sucesivamente por
diez administraciones norteamericanas que, de forma sistemática, acumulativa e
inhumana, ha afectado a la población cubana sin distinción de edad, sexo, raza,
credo religioso o posición social”. “Esta política califica, además, como un acto
de genocidio, en virtud del inciso (c) del artículo II de la Convención de Ginebra
para la Prevención
y la Sanción
del Delito de Genocidio, del 9 de diciembre de 1948. El bloqueo contra Cuba
califica también como un acto de guerra y un delito de Derecho Internacional.
[7]Nota
de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex.
cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[8]Nota de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex.
cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[9]Nota
de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex.
cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[10] “El respeto al Derecho Internacional existe para todos por igual,
como paradigma irrenunciable de la convivencia pacífica y la justicia en el
planeta. Es inadmisible que el Gobierno de los Estados Unidos continúe
aplicando medidas y disposiciones destinadas a mantener el bloqueo y a empeorar
las condiciones de vida del pueblo cubano, e ignore que la comunidad
internacional lleva 18 años llamando a poner fin al bloqueo contra Cubaen sucesivas resoluciones de la Asamblea General
de la ONU, a la
par que condena sistemáticamente la aplicación de medidas coercitivas
unilaterales en la propia Asamblea y en varios de sus órganos subsidiarios”.
[11]Nota
de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex.
cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[12]Nota de Respuesta de Cuba sobre “Derechos Humanos y Medidas Coercitivas
Unilaterales”, Cuba Minrex, Sitio del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Cuba, disponible en http://www.cubaminrex.
cu/derechos%20humanos/articulos/PosturasCuba/2010/Nota.html
[13] Ferrajoli, Luigi: “Derecho y Razón”, Editorial Trotta, Madrid, 1995,
p. 940.
[14]
MORILLAS CUEVA, Lorenzo: “Reflexiones sobre el Derecho Penal del Futuro”,
Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología, 04-06 (2002, disponible en
http://criminet.ugr.es/recpc/recpc_04-06.pdf,
p. 20.
[15]
Zolo, Danilo: “La justicia de los
vencedores. De Nüremberg a Bagdad”, Editorial Trotta, 2007, pp. 64 y 65.
Hace algunos años (no demasiados) nos espantaba la cifra aproximada de ocho millones de personas presas en todo el mundo. Lejos de revertirse, esa tendencia macabra se ha incrementado hasta multiplicarse en los últimos tiempos. La mayoría de los países ha aumentado el suplicio del cautiverio. En América Latina, esa práctica violatoria de la condición humana ha registrado un crecimiento sostenido.
El caso de Brasil es francamente conmovedor. Acaba de llegar, según datos del Consejo Nacional de Justicia de ese país, a la cifra de 715655 personas privadas de libertad, incluyendo las que se encuentran cumpliendo prisión domiciliaria (se registran 148000 personas en esta condición). Con estos datos, Brasil pasa a tener la tercera mayor población prisionizada del mundo, según datos del ICPS (Centro Internacional de Estudios de Prisiones, de Londres), consignados por el propio Consejo de Justicia brasileño. De esta manera, el país latinoamericano supera a Rusia, que encierra 676.400 personas y se ubica únicamente por debajo de Estados Unidos y China.
Con estas tasas de prisionización (358 cada 100.000 habitantes), Brasil sufre un déficit estimado en 210000 plazas en sus establecimientos carcelarios. Por lo tanto, no es difícil imaginar las condiciones en que se ejecuta la pena de prisión. Durante el pasado mes de enero, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos había expresado su preocupación por el "terrible estado" de las cárceles brasileñas y urgió a las autoridades de este país a mejorar su sistema penitenciario, recomendando la reducción de la población reclusa y el cumplimiento de condiciones dignas de alojamiento. En este marco de máxima sensibilidad, merece destacarse un último dato oficial. Brasil posee un 30% de presos preventivos (provisorios). Argentina, en cambio, alcanza un porcentaje estimado por el propio organismo brasileño de un 50,3% de presos sin condena.
Transcribo a continuación la versión en español de la entrevista virtual concedida a la reconocida revista serbia Pecat, que debería salir publicada en la próxima edición semanal de la misma.
La portada de su
libro “Sociología del control global punitivo” demuestra una foto que incita
muchas memorias y mucha emoción entre lectores serbios. Nos puede comentar el
significado de ese escenario y como está relacionado con las tesis principales
del libro.
El bombardeo de un país europeo por parte de la OTAN,
sin autorización de la ONU, bajo el pretexto de una “intervención humanitaria”,
nos conmovió a todos. Era la confirmación que algo diferente y terrible se
estaba gestando en materia de afirmación de nuevas relaciones de poder
internacional. Algunos alumnos, atentos y sensibles frente a esta masacre, me
hicieron ver esa imagen como una síntesis ajustada de una nueva era,
caracterizada por prácticas prevencionistas y retribucionistas extremas a nivel
global.
1. En pocas palabra,
puede explicar a nuestros lectores el concepto de “control global punitivo” y
apuntar varios ejemplos de cómo se ejerce al nivel de política internacional
contemporánea?
Durante casi un cuarto de siglo de
enseñanza universitaria, he militado de
manera activa y continua desde una postura abiertamente crítica en materia de
derecho penal, que es una de las asignaturas que imparto; la otra es Sociología
Jurídica, y en la que he incorporo el tema de la sociología del control
punitivo como un nuevo contenido curricular.
Mientras esto ocurría, durante las últimas
tres décadas, el mundo cambiaba aceleradamente. Fue bipolar hasta el colapso de
la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, devino luego unipolar, con la
muerte de las ideologías y el fortalecimiento imperial de los Estados Unidos, y
con una vertiginosidad sin precedentes históricos, se transformó en un
gigantesco galimatías multipolar, fundamentalmente a partir del 11-S. Durante este período histórico, un enorme
sistema de control global punitivo, dotado de lógicas y prácticas propias, se
abatió sobre la humanidad en su conjunto e impuso un derecho y una justicia tan
profunda y selectivamente injusta como los ordenamientos penales internos.
Comprendí entonces que, para analizar los
crímenes de masa, las intervenciones “humanitarias” y preventivas, las “guerras
justas”, los nuevos enemigos creados por el imperio y la violencia “legítima”
internacional, debía, necesariamente, entender que el sistema de control global
punitivo ya no era –solamente- una cuestión dogmática, sino que implicaba un proceso de transformación sociológica y
geopolítica fenomenal, que demandaba un derecho penal y prácticas de control
global en permanente “excepción” y emergencia.
Sentí entonces que no era posible entender
y explicar la cuestión criminal, sin comprender al mismo tiempo los cambios que
se producían en el derecho penal internacional, a la sazón el nuevo instrumento
de disciplinamiento global de los insumisos y los débiles.
Me convencí también que cuando debatimos
acerca de los cambios trascendentales, paradigmáticos, que deparó la
globalización, necesariamente debemos enumerar entre ellos el declive de los
Estados nacionales y del concepto de soberanía, pero también el renacimiento de
las reivindicaciones locales, la legitimación de la fuerza como mecanismo
recurrente para resolver los conflictos y la consolidación de un novedoso
sistema de control global punitivo, destinado a reproducir las condiciones de
hegemonía impuestas por el imperialismo.
El
sistema de control global punitivo es, en mi opinión, una nueva forma de
control universal que se apoya en retóricas, lógicas, prácticas e instituciones
de coerción, la más violenta de las cuales es la guerra.
Una guerra de cuño imperial. De
características diferentes a los conflictos armados que acaecieron hasta la
guerra fría. Un novedoso tipo de guerra que se inauguró, probablemente, con el
bombardeo de la OTAN a Yugoslavia.
Una guerra en la que ya no se busca anexar
grandes espacios geográficos o asegurar mercados internacionales. Se trata de
guerras que implican grandes disputas culturales, gigantescas empresas
propagandísticas, que se emprenden con el objeto de imponer valores, estilos de
vida, sistemas de creencias compatibles con la visión imperial del mundo. Y que
incluyen, por supuesto, la vocación de apropiarse unilateralmente de recursos
naturales escasos y la participación de arsenales bélicos y comunicacionales de
última generación. Porque en estas guerras no se tiende a lograr solamente
victorias militares, sino también imponer relatos, narrativas y productos
culturales compatibles con los intereses “humanitarios” del imperialismo, e
infligir a los vencidos derrotas aleccionadoras en el plano político y moral. Aunque éstas impliquen,
paradójicamente, la perpetración de horribles crímenes contra la humanidad.
2. Cree Usted que el
Tribunal de la Haya forma parte de los mecanismos de control a los cuales se
hace referencia en su libro, y si es así de qué manera?
El TPIY no sólo ha
defraudado las expectativas de mucha gente, sino que desde luego ha contribuido
a reproducir las relaciones de poder y dominación preexistentes. No solamente
por el sesgamiento de sus decisiones (Peter Handke en “Preguntando entre
lágrimas” me exime de mayores comentarios”), sino también por la indudable
inacción en que ha incurrido respecto de la investigación que pudo y debió
haber promovido respecto de graves hechos protagonizados por la OTAN y los
Estados Unidos durante el conflicto. Se trataba de hecho públicos, notorios.
Por ejemplo, un interesante detalle de los “errores” cometidos por la OTAN
entre el 5 de abril y el 2 de junio de 1999, podía leerse incluso en los
propios diarios occidentales de la época.
3. En Argentina y
Guatemala se han dado veredictos muy interesantes en materia de genocidio.
Cuáles son las características principales de esos procedimientos y como
compara los análisis de los tribunales latinoamericanos en sus casos con las decisiones del Tribunal de la Haya, con referencia
a Srebrenica?
Nuestra jurisprudencia reciente,
ya lo he manifestado, ha asociado las prácticas sociales genocidas cometidas en
la Argentina, a lo que podríamos denominar “genocidio reorganizador”. Es decir,
aquellos crímenes modernos, propios de las sociedades estatales, donde el
perpetrador comete el delito con la intención de “reorganizar” la sociedad de
conformidad con sus pautas culturales y concepciones de vida. Es
decir, una práctica cuyo objetivo es la transformación de las relaciones
sociales hegemónicas al interior de un Estado nación preexistente.
En este caso, el
genocidio moderno debe ser entendido como una práctica social, pero también
como una tecnología de poder, destinada a destruir las relaciones
sociales preexistentes y reorganizarlas con sujeción a los modos de
articulación de las relaciones sociales, el sistema de creencias, la cultura y
la visión del mundo de los perpetradores. Cuando se dan estas situaciones, se
estaría frente a un genocidio.
En este sentido, recuerdo
que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°1 de La Plata, al sentenciar
en la causa Nº 2506/07, en la que se condenara al sacerdote católico
Christian VON WERNICH, citando la obra señera de Daniel Feierstein, un intelectual
que ha contribuido decisivamente a la caracterización del genocidio,expresó
textualmente: “Sin embargo resulta ilustrativo lo reflexionado por el autor
citado sobre el particular. “...la caracterización de “grupo nacional” es
absolutamente válida para analizar los hechos ocurridos en la Argentina, dado
que los perpetradores se proponen destruir un determinado entramado de las
relaciones sociales en un Estado para producir una modificación lo
suficientemente sustancial para alterar la vida del conjunto. Dada la inclusión
del término “en todo o en parte” en la definición de la Convención de 1948, es
evidente que el grupo nacional argentino ha sido aniquilado “en parte” y en una
parte suficientemente sustancial como para alterar las relaciones sociales al
interior de la propia nación...El aniquilamiento en la argentina no es
espontáneo, no es casual, no es irracional: se trata de la destrucción
sistemática de una “parte sustancial” del grupo nacional argentino, destinado a
transformarlo como tal, a redefinir su modo de ser, sus relaciones sociales, su
destino, su futuro”. En este último tramo quedan implicadas las
características procesuales, sistemáticas, necesariamente selectivas de los
genocidios reorganizadores modernos. Creo que es el más objetivo y
respetuoso aporte comparativo que puedo realizar.
4.
Uno de los
objetivos principales de los organizadores de su conferencia en Belgrado,
programada para el día 9. de mayo, fue precisamente presentar su libro y
abordar el tema de genocidio en el contexto comparativo entre las decisiones de
tribunales latinoamericanos y el de la Haya. Estamos decepcionados que eso no
resulto posible ni en la Facultad de Derecho ni de Ciencias Políticas. Saliendo de una larga época de dictadura en
su país Argentina, cómo ve Usted la forma en que cuestiones controvertidas se
deberían tratar un una sociedad democrática, sobre todo al nivel académico?
Este libro ha sido presentado con antelación en la
Universidad Nacional de La Pampa y en la Feria Internacional del Libro de
Buenos Aires. En ambos casos, me honró con su presencia, disertando sobre la
obra, el prestigioso periodista
venezolano Modesto Emilio Guerrero, biógrafo de Hugo Chávez. Con eso contesto
la última parte de su pregunta. Luego, quería agregar mi profunda satisfacción
por la presentación realizada el pasado 9 de mayo en el Instituto de Estudios
Europeos de Belgrado. No solamente por la cantidad de público asistente a la
misma, sino por la participación activa de la gente en el debate posterior. Nos
acompañaron en el encuentro funcionarios,
diplomáticos, académicos, escritores, intelectuales, dando un marco muy
interesante a la conferencia. Me he sentido muy gratificado por ese acto.
5. Esta es su segunda
visita a Serbia. Con que impresiones deja el país y piensa Usted regresar en
alguna ocasión para volver a compartir sus percepciones sobre temas “delicados”
con expertos y el publico serbio?
Hace años que estudio e investigo la realidad de este
país impresionante, al que desde luego pienso volver. Hay tareas académicas y
científicas que continuar, y otras que están a punto de comenzar y que
llevaremos adelante con amigos e investigadores serbios. Siempre hay
motivaciones para seguir adelante con estas experiencias. Por lo tanto, siento
que siempre estoy volviendo.
LaagoníadelEros (Byung-Chul Han, ed. Herder) constituye la obra reciente de un provocador singular. Todo el librito de Han, apenas ochenta páginas teñidas de una extraña espiritualidad, es a la vez una constante agresión contra nuestras convicciones actuales. Corto y largo a la vez, LaagoníadelEros mezcla a Freud con Heidegger en un tenaz elogio del beneficio del trauma, de la urgencia de alimentarse en una renovada escena originaria. “En el infierno de lo igual, la llegada del otro atópico puede asumir una forma apocalíptica. Formulado de otro modo: hoy sólo un apocalipsis puede liberarnos, es más, redimirnos, del infierno de lo igual hacia el otro” (p. 12).
Han estudia con detalle la depresión como enfermedad narcisista. La sociedad de la transparencia es a la vez la sociedad del cansancio. Conduce a una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo está agotado y fatigado de sí mismo. Carece de mundo y está abandonado por el otro (p. 11). Así, se derrumba en sí mismo. En una especie de inversión perversa de la autonomía kantiana, el sujeto obedece ahora a un poder que viene de adentro, de los tejidos más secretos del psiquismo. Obedece a un amo social, pero que parece interior.
La “sociedad del rendimiento” significa no una disciplina externa, sino el poderpoder, el poder querer. Un deseo sin fin: en suma, la autoexploración hasta el agotamiento. Estamos muy ocupados porque estamos invadidos por un poder que es fan de nuestra más íntima identidad y de nuestro estilo de vida, y esto hasta las manías y los sueños. Es el poder que Deleuze y Burroughs llamaban control. No el deber o la disciplina, sino el poder, la astucia de un viraje “femenino” y sonriente de la historia en un nuevo orden amniótico.
Fijémonos en lo que ocurre con el amor. La distancia originaria impide que el otro se cosifique como un objeto, trae “el decorotrascendental que libera al otro en su alteridad” (p. 24). Sin tensión de alteridad, sin el silencio del rostro del otro, el amor se atrofia y se convierte en mero trabajo, en gestión social de la sexualidad. En este aspecto, a la hora de reprimir el erotismo, el porno “es incluso más eficaz que la moral” (p. 47). La desritualización del amor se consuma en el porno. La profanación de Agamben incluso da aliento a esa profanación mediática que acaba con el amor y el erotismo (p. 52).
Por nuestro exceso de abrir y deslimitar, se ha perdido la capacidad de cerrar, de concluir. Y no toda conclusión es violenta. Seconcluye paz. Se concluye o cierra una amistad (p. 39). Por el contrario, nuestra incapacidad para el compromiso (que incluía la potencia de la ruptura) se coaliga con un divorcio perpetuo, incluso con una separación de la misma cópula. No sólo el amor, el sexo mismo está en peligro por la gestión global de la sexualidad inducida. Corremos para no tener destino, también troceando los cuerpos en fragmentos sexuados. Con un simulacro de acumulación frente a la muerte, el estrés nos protege del vacío. Es pueril, pero funciona, pues cohesiona a esta sociedad senil con mil prótesis espectaculares.
El Eros es “una relación asimétrica con el otro. Y de esta forma, interrumpe la relación de cambio. Sobre la alteridad no se puede llevar la contabilidad” (p. 30). Han ataca al capitalismo en la metafísica que guía una economía que se ha hecho psíquica, libidinal. De ahí que se pueda permitir el lujo de evitar la trampa mortal de un marxismo que se limitó a cambiar una acumulación por otra, una velocidad histórica por otra, una clase dominante por otra. Cuando con lo que hay que hacer, según el parecer de Han, sería acabar sería con el fetichismo de la historia, con la historia como gran mercancía. De hecho, Han acusa al mismísimo Foucault (p. 20) de ser cómplice de los señuelos neoliberales del poder y su invitación hedonista. En este punto y en otros, LaagoníadelEros parece un libro más cercano a Pasolini que a Foucault.
A años luz de Marx, Han parece creer que el arma fundamental del capitalismo no es económica, sino cultural, un simulacro de acumulación contra la muerte. En este sentido, el autor de tres libros que darán que hablar parece encantadoramente indiferente a la obsesión política de nuestros pensadores estelares, incluido el celebrado Žižek. El simple hecho de que un agitador como Han exista ya indica un cambio de tono en Europa. De talante decididamente anti-“deconstructivo”, a Han no se le caen los anillos por olvidar toda la moralina progresista que se supone debe proteger, de acusaciones insidiosas, a todo “provocador” que se precie.
Él sigue, imperturbable. El capitalismo absolutiza la “mera vida” (p. 36). Fíjense qué perlas, qué simpático retraso de nuestro civismo, usando incluso al rancio Hegel. El retroceso ante la muerte nos convierte en meros supervivientes, gestores de la meravida. El nomuerto que somos nosotros “está demasiado muerto para vivir y demasiado vivo para morir” (p. 44). ¿Qué les parece, se reconocen? Somos amos del esclavo o esclavos del amo, no hombres libres.
Han nos recuerda que, en estos tiempos de positividad exacerbada, casi incestuosa, la provocación sólo consiste en emplear el sentido común y recordarnos algunas viejas verdades. Al mismo tiempo, tampoco tiene empacho en recordarnos a Badiou, a Lacan, a Deleuze. Todos le sirven, también Virilio y Levinas, con tal de armar la resistencia contra lo que él considera una monstruosa liquidación numérica del otro, de la alteridad que está en el lecho de cualquier existencia.
El exceso de positividad amenaza no sólo con vaciar la literatura, sino con un holocausto antropológico silencioso. Como diría Baudrillard, uno de sus maestros: dentro de poco todos estaremos integrados y por lo tanto, no habrá más que excluidos. Cada uno de nosotros, en su identidad reconocible, será un extranjero en su existencia.
A pesar de cierta reiteración, pues los clásicos son así, Han nos regala muchísimas iluminaciones, abundantes novedades. El secreto es tal vez tener una sola idea, una sola obsesión, bastante nostálgica en el sentido ontológico más fuerte. Por ejemplo, una desenvuelta fidelidad al acontecimiento de Badiou, a lo que aún no ha llegado, a la escena del Dos que se encarna en el amor (p. 68). Y un constante canto a la ruptura, aunque sea a través de la ira, “que rompe radicalmente con lo establecido y hace comenzar un nuevo estado” (p. 66).
Han dirige sus dardos, desde el comienzo, contra el horizonte del consumo. Y no el consumo como brazo articulado de un orden económico, sino como una metafísica de la nivelación, del beneficio anímico de la igualación. En este punto, este pensador no deja de dibujar la banalidad como un arma política totalitaria. Byung-Chul Han representa así una especie nueva, o no tan nueva, de moralista. Antropológicamente “conservador”, como Levinas, Heidegger o Steiner, no tiene más remedio que serlo para resultar subversivo en lo político y cultural. Si uno habla continuamente de capitalismo como cultura imperante también por la izquierda, de un “infierno de lo igual” sostenido en una alianza progresista contra la heterogeneidad de ser, no hay más remedio que ser fiel al atraso constituido del hombre.
Es la ausencia de alteridad del otro atópico (sin lugar reconocible, extranjero al reparto de las identidades admitidas) lo que hace inevitable que el amor degenere; que degenere también el bien más preciado del consumo, la sexualidad. Nos falta la fuerza erótica de la seducción, pues hemos perdido todo misterio, la energía en la relación con lo otro. Precisamente, lo demoníaco del discurso socrático se debe a la negatividad de la atopía (p. 78), a una incalculabilidad que es “inherente al pensamiento”. Sin la negatividad de los umbrales, sin su experiencia, se atrofia la fantasía (p. 64).
En cierto modo, Han es escandalosamente elemental. Está dotado de un aire “taoísta” que no debe ser ajeno a su origen coreano, libre del Occidente logocéntrico que ha hecho tan aburrido nuestro universo civilizado. Han es nostálgico. No del verdor de un tiempo pasado que haya sido mejor, pero sí de una otredad que ve por todas partes en peligro. A pesar de cierta reiteración, o precisamente por ella, renueva casi todo lo que toca. Hasta nos ha hecho repensar a Hegel. Esto, sin olvidar de que ha tenido el valor de resucitar a uno de los malditos oficiales de la Europa democrática, Peter Handke.
Los
discursos y las prácticas securitarias de la modernidad tardía se han impuesto tanto a nivel interno
(Derecho penal de los Estados), como a nivel global (Derecho penal internacional
y Justicia universal), sin demasiada oposición por parte de las multitudes,
exacerbando un neopunitivismo retribucionista y prevencionista extremo,
mediante una progresiva desformalización y funcionalización del derecho penal,
en una arquitectura diseñada para aniquilar a los enemigos internos y externos
mediante ejercicios policiales de inusual violencia.
Al
respecto, se ha afirmado de manera esclarecedora: “Es
en la perspectiva de esta reivindicación de los poderes soberanos del
Presidente en una situación de emergencia como debemos considerar la decisión
del presidente George Bush de
referirse constantemente a sí mismo, después del 11 de septiembre de 2001, como
el Commander in chief of the army.
Si, como hemos visto, la asunción de este título implica una referencia al
estado de excepción, Bush está
buscando producir una situación en la cual la emergencia devenga la regla y la
distinción misma entre paz y guerra (y entre guerra externa y guerra civil
mundial) resulte imposible”[1].
La
violencia que se ejercita en estos términos se concibe ahora como “fuerza legítima”, en cuanto logra demostrar la efectividad de esa misma
fuerza -a diferencia de lo que acontecía en el viejo orden internacional-
resignificándose así el concepto de “guerra justa” a partir de la reducción del derecho a una cuestión de
mera eficacia.
La otra
gran perplejidad que nos plantea el sistema jurídico imperial radica,
justamente, en la dudosa corrección de denominar “derecho” a una serie de técnicas y prácticas fundadas en un estado de excepción permanente y a un
poder de policía que legitima el derecho y la ley únicamente a partir de la
efectividad, entendida en términos de
imposición unilateral de la voluntad[2].
El Derecho
supranacional, aún en pleno estado de desarrollo global, influye decididamente
en los clásicos Derechos de los Estados-nación y los reformula en clave de
estas lógicas binarias.
Ese
proceso de reconfiguración de los Derechos internos - que ayuda a entender la debacle argentina en materia de discursos y prácticas securitarias- se lleva adelante mediante
la segunda peculiaridad del sistema penal internacional actual: el llamado “derecho de intervención”.
Los
Estados soberanos, o la ONU, como bisagra entre el derecho internacional clásico
y el derecho imperial, ya no intervienen en caso de incumplimiento de pactos o
tratados internacionales voluntariamente acordados, como acontecía en la
modernidad temprana.
En la
actualidad, estos sujetos políticos, legitimados por el consenso o la eficacia
en la imposición de la voluntad y lógicas de control policial, intervienen
frente a cualquier “emergencia”
con motivaciones “éticas”
tales como la paz, el orden o la democracia[3].
Algo
análogo acontece al interior de los Estados-nación: las reiteradas reformas de
los sistemas penales y procesales de las últimas dos décadas han apelado en
todos los casos al adelantamiento de la intervención corcitiva, el
endurecimiento de las penas, el aumento desmedido de la punición, el
debilitamiento del programa de garantías penales y procesales, la
desformalización del derecho y la anticipación de la reacción punitiva[4].
Por eso,
tanto a nivel local como global, asistimos al fenómeno de una ciudadanía
que naturaliza el aumento
geométrico del número de personas privadas de libertad y la policización
de las reacciones contra las “clases peligrosas”[5], operaciones éstas que producen verdaderas masacres,
descriptas como guerras de “baja intensidad” u operativos policiales
de “alta intensidad”, o el relajamiento de los derechos y garantías
liberales.
El Derecho
internacional, como todas las construcciones holísticas de la modernidad, entró
en una severa crisis con el advenimiento de la sociedad postmoderna, a partir
de la imposibilidad aparente de concretar las grandes utopías del siglo pasado,
en especial la de construir una “paz duradera” (que era prometida ya en
las sociedades imperiales antiguas).
La crisis
de los grandes relatos contribuyó, por una parte, a disolver los lazos de
solidaridad, produciendo el paso de colectividades sociales al estado de una
masa compuesta de “átomos individuales”[6], en
la que los grandes proyectos colapsan a manos de un individualismo hedonista
exacerbado, que no atiende ya a los antiguos “polos de atracción”; por la otra,
esta revolución insondable de la postmodernidad impactó también, decididamente,
sobre el derecho entendido como un conjunto de normas, de prácticas, de
narrativas y de valores.
Asistimos,
desde entonces, a la progresiva consolidación de micro relatos jurídicos
empeñados en demostrar su “eficiencia, aun con
el desconocimiento de garantías procesales, bajo el entendido de que el
delincuente es un enemigo para la sociedad y ésta a través del poder del Estado
tiene el deber de sancionarlo”[7].
El
Derecho, como construcción cultural, contribuyó a reproducir las nuevas formas
de producción postmodernas, a construir un nuevo sentido común conservador y a
consolidar las nuevas prácticas y relaciones sociales.
Podemos
decir, en consecuencia, que el Derecho penal contemporáneo presentaría algunas
características distintivas que sería bueno ir poniendo de relieve:
1. Una
hipertrofia irracional del Derecho penal -nacional
e internacional- que supone una suerte de “huída
hacia el pampenalismo”, en la convicción que la coerción punitiva podrá prevenir,
disuadir o conjurar conductas que se consideran lesivas de bienes jurídicos o
verdaderas amenazas para esos mismos bienes, personas o agregados de tales[8].
En todo el
mundo, la forma más usual de resolución de los conflictos es la judicialización
y la condena a una pena de prisión. En casi todo el mundo, las tasas de
encarcelamiento han subido exponencialmente en la modernidad tardía.
Los
discursos progresistas de los expertos, que fueron una referencia hasta bien
entrada la década de los 70’, cayeron en los años 80’ en una crisis sin
precedentes.
Así como
las consignas de la socialdemocracia de posguerra habían sido “control
económico y liberación social”, el reverdecer conservador dio un giro de ciento
ochenta grados y proclamó “libertad económica y control social”[9].
2. Una
acentuación de la prisionización como respuesta institucional excluyente, con
su consecuente explosión demográfica de las cárceles y demás establecimientos
coactivos de secuestro oficial[10].
El
crecimiento de la criminalización de situaciones problemáticas configura una
consolidación del estado de policía -por oposición al Estado constitucional de
Derecho- y una legitimación de un derecho penal de excepción.
El aumento
sostenido de la población reclusa es un dato objetivo difícilmente
contrastable, que en líneas generales no se ha revertido en los últimos años,
ya que las tasas de encarcelamiento siguen aumentando en forma sostenida en la
mayoría de los países del mundo.
Pero más
allá de esta circunstancia cualitativa, debe anotarse que el “prestigio” de la
cárcel ha alcanzado niveles impensados. Se proclama ahora, a diferencia de lo
que ocurría durante el auge del correccionalismo criminológico, que la prisión
“funciona”, y se reactualiza en clave postmoderna el concepto de “pena
merecida”[11].
Por
supuesto, estas tesis dominantes visualizan también al Derecho penal
internacional como una fuente normativa universal primaria, que se comporta con
la misma impronta neocriminalizadora que los derechos internos.
Por si
esto fuera poco, el sistema penal internacional no ha incorporado hasta ahora,
en sus respuestas institucionales, alternativas a la pena (de prisión), como sí
ocurre en el Derecho interno de la mayoría de los Estados-nación organizados
institucionalmente con apego a un Derecho penal liberal.
Existe en
todo el mundo, en síntesis, la suposición de que no deben tolerarse las
violaciones a los derechos, cualquiera sea el lugar donde ocurran, y que la
reacción frente a esas afectaciones ha de efectuarse mediante una intervención
y una pena.
Como hemos tenido ocasión de señalar, “el Tribunal
para la antigua Yugoslavia en La Haya, el Estatuto de Roma y el Código Penal
Internacional son consecuencia de esta suposición. Si se examina con mayor
detenimiento la jurisdicción internacional y nacional que con ello se
establece, se percibe que la pena pasa de ser un medio para el mantenimiento de
la vigencia de la norma, a serlo de la creación de la vigencia de la norma”[12].
3. El
Derecho penal, tanto interno como global, evidencia en la actualidad una
peculiar tendencia a la selectividad o a la inoperatividad, según los casos y
las personas cuya conducta debe analizar y juzgar[13].
Si bien
los procesos de criminalización admiten grados, en lo que hace a la
criminalización primaria, es necesario reiterar la postura en virtud de la cual
el Derecho no es concebido como una esencia dada, sino como una creación
cultural, y por ende variable.
En virtud
de ella, asumiremos que son las personas las que construyen las normas
jurídicas y determinan qué conductas están permitidas y cuáles están prohibidas
y serán por ende, en caso de cometerse, conminadas con una pena.
Pero, en los
procesos asimétricos de construcción de esas normas penales, la potestad para
decidir qué conductas serán penalizadas, es patrimonio exclusivo y excluyente
de unas pocas personas, generalmente representantes de intereses de clase o
corporativos.
Por eso,
normalmente, la violencia reglada institucional recaerá más severamente sobre
los sectores vulnerables de las sociedades, supuesto éste que se reproduce,
insistimos, tanto a nivel interno como internacional.
En el
plano internacional, a partir de la Segunda Guerra y como lógica consecuencia
del resultado del conflicto, comenzó a tomar forma un nuevo sistema penal
mundial que, salvo las excepciones que confirman la regla histórica, reprodujo
la asimetría de los procesos de criminalización de los Estados-nación,
reservando el enjuiciamiento, persecución y condena penal solamente a los
vencidos o a transgresores marginales, luego que éstos hubieran perdido el
poder de que otrora gozaban[14].
Por el
contrario, un sinfín de gravísimas violaciones de Derechos Humanos ha quedado
impune.
La
particularidad que exhibe el nuevo sistema globalizado radica no solamente en
la reproducción de la nueva relación de fuerzas, sino también en la capacidad
de presentar dicha fuerza como un bien al servicio de la justicia y de la paz
en un contexto de expansión de la ideología securitaria[15].
La
selectividad es, en este escenario, la adjetivación que mejor describe al
Derecho Penal Internacional, que se revela como “una rama del Derecho extremadamente selectiva en su
regulación, en su aplicación y sobre todo en sus fines, algo que, lejos de
suscitar acuerdos unánimes entre la doctrina, provoca rechazo y aceptación del
sistema a partes iguales”. (…) Para ello, nada mejor para
empezar que acudir a la propia decisión de establecer un tribunal de esta
naturaleza. “¿Por qué la Antigua Yugoslavia yno Chechenia?¿Por qué Ruanda y no Guatemala?”. La respuesta, a primera vista, aparece obvia: porque las
variables que predominan en la selección de los casos son fundamentalmente de
carácter político”[16].
4. Una excesiva anticipación de la tutela penal
eufemísticamente denominada “prevencionismo” y un exagerado retribucionismo
frente a las ofensas[17].
Es
necesario destacar de qué manera el rol preponderante de los Estados Unidos ( y
sus aliados) en lo que algunos denominan el mundo “unipolar”, ha posibilitado llevar adelante operaciones policiales
unilaterales, con la excusa de prevenir el accionar de sus enemigos, a los que
de ordinario denomina “terroristas”[18].
Los casos
de Irak y Afganistán revelan cómo los aliados de la primera potencia se han
limitado solamente a ratificar y rubricar estas maniobras represivas, en las
que ni siquiera se ha confirmado que las excusas que las motivaron fueran
verosímiles. No hay más que recordar la imposibilidad de comprobación de la
tenencia de armas químicas por parte de la administración de Saddam Hussein.
El
retribucionismo exacerbado que caracteriza estas intervenciones a nivel
internacional, puede ejemplificarse con el juicio y la salvaje y atávica
sanción aplicada a Saddam Hussein,
como así también en la utilización -en los restantes casos- de duras penas de prisión como
única respuesta en el caso de delitos de lesa humanidad y genocidio.
5. Como consecuencia de lo expuesto, sobreviene
una desformalización y funcionalización del Derecho criminal, con inexorable
flexibilización de las garantías penales, procesales y ejecutivas de la pena[19],
de las que las cárceles de Guantánamo dan debida cuenta.
En todo el
planeta, las tendencias modernas a “luchar contra la criminalidad” suponen
reprimir rápida y ejemplarmente los problemas y conjurar las amenazas que
impactan más fuertemente en la opinión pública.
Esas
iniciativas recurren en la mayoría de las situaciones a un aumento de los
montos de las penas, con finalidades preventivo-generales e intimidatorias.
En materia
procesal, las reformas tienden a acortar, abaratar y desformalizar los
procesos, allanando todos los “obstáculos” que lo perturben.
Las
reformas que tienden a abogar por el derecho de las víctimas se hacen a costa
de los derechos de los inculpados y las víctimas, contradiciendo las
especulaciones históricas de los procesalistas, ingresan al proceso a reclamar
la más grave punición, antes que a restablecer el equilibrio afectado por la
ofensa.
Estas -y otras- claves funcionalistas, en síntesis, resumen el
rumbo de las reformas político criminales de la tardomodernidad[20].
6. Una tendencia que ya no se limita a
criminalizar a sujetos individuales, sino que ese control se expresa de manera
“glocal” y grupal y su objeto de control es la rebelión de los excluidos[21] y de los que se alzan contra un estado de cosas injusto.
La
rebelión de los diversos, los excluidos, los distintos, los rebeldes, en
definitiva, los “otros”, son la nueva excusa que se pretende con frecuencia
asimilar al “terrorismo”, para habilitar la violencia legitimada únicamente por
su eficacia. “Se difumina la distinción entre el “enemigo”, tradicionalmente
concebido como exterior, y las “clases peligrosas”, tradicionalmente
interiores, en tanto que objetivos del esfuerzo bélico”[22].
Parece
comprensible, por cierto, que en cualquier sociedad exista una dosis de temor o
desconfianza hacia aquellos que son asumidos diferentes.
No
obstante, estas tendencias reactivas se han magnificado al punto de incorporarse
a los regímenes sociales y políticos del mundo contemporáneo.
La
desconfianza hacia los otros,
concluye articulándose con la indiferencia respecto de la posibilidad de que se
los prive de la plena condición de ciudadanos.
Lo que les
pase a aquéllos, en términos de destitución de ciudadanía -pérdida de derechos civiles, económicos, soberanos,
medioambientales y políticos-, no importa demasiado al resto, y en todo caso
esos procesos “descivilizatorios” se perciben como un costo no demasiado oneroso
a pagar para conservar un determinado orden social[23], al
que se asimila con la “seguridad jurídica”, a la sazón una nueva forma de
interpretar las nuevas formas de explotación y expoliación.
Como
veremos, la experiencia dramática del reciente genocidio argentino ofrece una
evidencia contundente acerca de la “desconfianza” como nueva forma de
articulación de las relaciones sociales.
7. Si se acepta como correcta la tesis de la
existencia de un organismo supranacional de producción normativa -la ONU- capaz
de desempeñar un papel jurídico soberano, deberá agregarse la posible gestación
de nuevos derechos al interior de las naciones sin estado, protagonizado por “minorías” subalternas que no
responden a la verticalidad con la que se organiza dentro del Imperio el
Derecho internacional[24].
Sin
perjuicio de todas estas peculiaridades “negativas”, creemos que es necesario reconocer en el Derecho penal
internacional algunas otras plausibles, que poco a poco comienzan a ganar
terreno en el contexto juridico internacional.
Entre
ellas, que ningún sistema nació perfecto, que el grado de desarrollo del
derecho penal internacional puede explicar en alguna medida aquellos
desajustes, y que existen otras evidencias concurrentes que autorizan a
analizar el futuro de ese derecho desde una perspectiva menos apocalíptica.
Así, se
trata de un Derecho que nació como exclusivamente estatal, y actualmente exige
el concurso y la participación de organismos internacionales, cuya inexistencia
y derogación aparecen hoy como impensables.
Es
también, sobre todo a partir de la Creación de la Corte Penal Internacional, un
orden que establece un mínimo de derechos y garantías tendientes a evitar,
entre otras cosas, el retroceso a formas de justicia por mano propia y la venganza como reducción
a la condición de “sub personas” de sus víctimas: “El esfuerzo
internacional para someter al criminal a un proceso se legitima porque lo
rescata del estado de hostis, ratificando que para el derecho sigue siendo
persona, pese a la magnitud formidable del
crimen cometido. Esta es la máxima contribución y la legitimación del derecho
penal internacional: evitaría un acto de barbarie degradante para las propias
víctimas del crimen de masa y evitaría la caída en un derecho penal del
enemigo; más aún, sería justamente lo contrario de este último, por evitar la
vuelta al hostis, que es la situación de hecho en que se halla el criminal
masivo impune”[25].
Más allá
de las críticas que ha recibido históricamente la ONU, lo cierto es que un
mundo sin un ámbito de producción normativa supranatural de esa envergadura,
significaría un regreso al derecho de los tratados.
En
general, las mayores y más recientes críticas al funcionamiento asimétrico del
sistema internacional derivan necesariamente en las masacres registradas en
Irak y Afganistán.
También
aquí es posible encontrar lecturas alternativas. De manera expresa se ha
significado: “En todo caso, debe rescatarse a
favor del derecho internacional que aun en el unilateralismo más descarnado los
criterios del derecho siguen guiando las reacciones: el presidente Bush necesitó argüir la existencia de
armas nucleares y otras de destrucción masiva para proponer a su pueblo liderar
una coalición de Estados contra Irak. Hoy, la sociedad le exige cuentas en este
punto”[26].
Es un hecho
notorio que Estados Unidos no apoyó la formación de la Corte Penal
Internacional establecida por el Estatuto de Roma, ni tampoco ratificó el
Estatuto que entrara en vigor el 1 de julio de 2002[27].
A pesar de
esta conducta renuente estadounidense a integrarse de manera igualitaria a la
comunidad jurídica internacional, el 12 de julio de 2002, el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la resolución 1422 (2002) que impide
investigar o procesar a funcionarios y personal, en funciones o no, de los Estados
que no son parte en el Estatuto por acciones y omisiones relacionadas con
operaciones para el mantenimiento de la paz autorizadas por las Naciones
Unidas. El 12 de junio de 2003, la resolución 1487 (2003) renovó ese mandato
por el término de un año a partir del 23 de julio de 2003[28].
Este tipo
de resoluciones sucesivas podría sugerir una profundización de las asimetrías
en función de la relación de fuerzas favorables a las superpotencias.
Sin
embargo, Estados Unidos debió retirar en el año 2004 el proyecto de resolución
que prorrogaba la inmunidad de sus tropas por tercer año consecutivo. No
hubiera logrado que se adoptara una nueva resolución en ese sentido, lo que da
la pauta de la complejidad inédita del nuevo mapa político internacional[29]
y de la nueva relación de fuerzas globales.
Además, y
pese a no ratificar el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional,
Estados Unidos propuso un tribunal internacional para Saddam Hussein[30].
Ello
parece señalar que, lejos de agotarse, el Derecho internacional está atento a
una realidad de relaciones internacionales que está reacomodándose en punto a
sus actores principales. En esa atenta lectura de lo social encuentra el
Derecho internacional sus posibilidades de ser efectivo[31].
Finalmente, cabe agregar que un Derecho penal internacional
democrático, una ciudadanía universal, constituye un objetivo superador de la
humanidad, un gran relato incumplido, una utopía positiva que persiste en la
conciencia crítica contemporánea, quizás con mayor energía que los avances que
este sistema experimenta en la realidad objetiva.
[1] Agamben, Giorgio: “Estado de Excepción”, Adriana Hidalgo Editora,
Buenos Aires, 2007, p. 58.
[2] Agamben,
Giorgio: “Estado de Excepción”, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2007, p.
58.
[3] Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Imperio”, Editorial
Paidós, Buenos Aires, 2002, p. 33.
[4] Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Multitud. Guerra
y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate,
Buenos Aires, 2004, p. 35.
[5] Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Multitud. Guerra
y democracia en la era del Imperio”, Ed. Debate,
Buenos Aires, 2004, p. 39.
[7] Restrepo Montoya, Hugo: “Derecho Penal Internacional: entre
garantismo y eficientismo”, disponible en
http://www.pandectasperu.org/revista/no200907/hrestrepo.pdf
[8] Aguirre, Eduardo Luis: “Inseguridades globales y sociedades
contrademocráticas. La desconfianza como articulador del nuevo orden y como
enmascaramiento de las contradicciones Fundamentales” en “Elementos de Política Criminal. Un
abordaje de la Seguridad en clave democrática”, Universidad
de Sevilla, trabajo de investigación presentado para la obtención del DEA,
Programa de Doctorado “Derecho Penal y Procesal”, Universidad de Sevilla, 2010.
[9] Garland, David: “La cultura del
control”, Editorial Gedisa, Barcelona, 2005, p. 174.
[10] Aguirre, Eduardo Luis: “Inseguridades globales y sociedades
contrademocráticas. La desconfianza como articulador del nuevo orden y como
enmascaramiento de las contradicciones Fundamentales” en “Elementos de Política Criminal. Un
abordaje de la Seguridad en clave democrática”, Universidad
de Sevilla, trabajo de investigación presentado para la obtención del DEA,
Programa de Doctorado “Derecho Penal y Procesal”, Universidad de Sevilla, 2010.
[11] Garland, David: “La cultura del
control”, Ed. Gedisa, 2005, pp. 43 y 51.
[12] Jakobs, Günther: “Derecho Penal
del enemigo”, Editorial Civitas, Madrid, 2003, p. 51.
[13] Aguirre, Eduardo Luis: “Inseguridades globales y sociedades contrademocráticas. La
desconfianza como articulador del nuevo orden y como enmascaramiento de las
contradicciones Fundamentales” en “Elementos
de Política Criminal. Un abordaje de la Seguridad en clave democrática”, trabajo de
investigación del Programa de Doctorado “Derecho Penal y Procesal”, Universidad
de Sevilla, 2010.
[14] Zaffaroni, Eugenio Raúl: “La
palabra de los muertos”, Ed. Edgard, 2011, pp. 427 y 428.
[15] Hardt,
Michael - Negri, Antonio, op.
cit., p. 31
[16] Martínez Guerra, Amparo: CRYER, R., Prosecuting
international crimes. Selectivity and the
internationalcriminal law regime, Series
Cambridge Studies in International and ComparativeLaw (No. 41), Cambridge
University Press, 2005, ISBN 0-521-82474-5*, 360 pp., que se encuentra
disponible en http://www.reei.org/reei%2016/doc/R_CRYER_R.pdf
[17]
Aguirre, Eduardo Luis: “Elementos de control social en las
naciones sin Estado”, que se encuentra disponible en
www.derecho-a-replica.blogspot.com
[18] Hardt, Michael - Negri, Antonio: “Multitud”, Ed. Debate,
Buenos Aires, 2004, p. 54.
[19] Gomes, Luiz Flavio - Bianchini, Alice: “El Derecho penal en
la era de la globalización”, Serie Las Ciencias Criminales en el Siglo XXI,
Volumen 10, Editora Revista de los Tribunales, San Pablo, 2002, y Aguirre, Eduardo Luis: “Elementos de
control social en las naciones sin estado”, disponible en
www.derecho-a-replica.blogspot.com
[20] Hassemer, Winfried: “Derecho
Penal y Filosofía del Derecho en la República Federal
de Alemania”, Portal DOXA de Filosofía del Derecho, Nº 8, p. 182, que se puede
encontrar como disponible en
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01471734433736095354480/cuaderno8/Doxa8_09.pdf
[21] Sánchez
Sandoval, Eduardo: conferencia dictada en el 8º Seminario Internacional
del IBCCrim, San Pablo, 8 al 11 de octubre de 2002.
[22] Hardt,
Michael - Negri, Antonio:
“Multitud”, Editorial Debate, Buenos
Aires, 2004, p. 36.
[23] Pratt, John: “Castigo y
civilización”, Editorial Gedisa, Barcelona, 2006, p. 24.
[24]
Aguirre, Eduardo Luis: “Elementos de control social en las
naciones sin Estado”, que se encuentra disponible en www.derecho-a-replica.blogspot.com
[25] Zaffaroni, Eugenio Raúl: “¿Es
posible una contribución penal eficaz a la prevención delos crímenes contra la
humanidad?”, Plenario, Publicación de la Asociación
de Abogados de Buenos Aires, abril de 2009, pp. 7 a 24, disponible
en//www.aaba.org.ar/revista%20plenario/Revista%20Plenario%202009%201.pdf
[26] Pinto, Mónica: “El Derecho
internacional. Vigencia y desafíos de un escenario globalizado”, Editorial
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008,
pp. 163 y 164. La expresión peca de un exagerado optimismo. La masacre
de Irak, desde otra perspectiva, puede verse como el paradigma de las nuevas
formas de legitimación de un derecho penal internacional selectivo,brutal,
avasallante de principios democráticos decimonónicos que puede implicar un
punto de inflexión en nuevo contexto internacional donde la “justicia” no sea
sino la más desembozada expresión de los intereses de los poderosos del
planeta.
[27] Pinto,
Mónica: “El Derecho internacional. Vigencia y desafíos de un escenario
globalizado”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008, p. 163.
[28]
Pinto, Mónica: “El Derecho
internacional. Vigencia y desafíos de un escenario globalizado”, Editorial
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008,
163 y 164. También en este caso, resultan como mínimo cuestionables las
remanidas “operaciones para el mantenimiento de la paz”, que no han sido sino
agresiones deliberadas, que costaron la vida de centenares de miles de personas
en la Ex Yugoslavia,
Irak, Afganistán, Libia, etcétera.
[29] Pinto,
Mónica: “El Derecho internacional. Vigencia y desafíos de un escenario
globalizado”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008, 164.
[30] Pinto,
Mónica: “El Derecho internacional. Vigencia y desafíos de un escenario
globalizado”, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008, 164.
[31] Pinto, Mónica: “El Derecho
internacional. Vigencia y desafíos de un escenario globalizado”, Editorial
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2008,
163 y 164.
La mayoría de los grandes medios de comunicación
argentinos acompañaron, siempre, los
excesos que en materia de exacerbación del poder punitivo expresara el Estado a
lo largo de la historia reciente del país. Desde la tergiversación grosera y
cruel mediante la que exhibían los fusilamientos de la dictadura cívico militar
como “enfrentamientos”, que además
justificaban y en algunos casos alentaban, hasta una retórica
complaciente con la mano dura y el recorte de los derechos civiles y políticos
de los ciudadanos frente a una convenientemente manipulada “inseguridad”. Ésta
ha sido la constante de una prensa conservadora, a veces banal, casi siempre
aliada a los intereses de las clases dominantes y los sectores más concentrados
del capital transnacional.
Llamativamente, estos aparatos ideológicos han
decidido, en los últimos tiempos, redoblar sus esfuerzos retóricos y avanzar (también)
sobre las políticas que en materia de Derechos Humanos ha llevado adelante el
gobierno nacional desde 2003
a la fecha, especialmente en lo que concierne a la forma
en que ha resuelto la situación de las personas acusadas y condenadas por
delitos contra la Humanidad.
Para eso, no han tenido más que valerse de algunas
autorizadas voces, tan honestas intelectualmente como desprevenidas
políticamente, que accedieron ingenuamente
a escribir en esos diarios inescrutables artículos críticos respecto de
la modalidad de gestionar la conflictividad del gobierno, que, más allá de
implicar exhibiciones ampulosas de
potencialidad discursiva, les han proporcionado a estos medios las excusas justas
para intentar saldar cuentas, en última instancia, con la realidad de cientos de genocidas
juzgados y condenados por tribunales de la República. Que es
la intencionalidad que, en realidad, los animaba.
Uno de esos diarios, tribuna de doctrina de la
oligarquía criolla, ha publicado recientemente un sugestivo reportaje al
intelectual francés Philippe Joseph
Salazar, autor de un libro titulado “Lesa Humanidad”, donde, según La Nación, “analiza la
singularidad y los alcances del proceso de reconciliación en Sudáfrica -país en
donde vive desde hace treinta y cinco años- y marca las diferencias respecto de
otros países que han sido inficionados por el horror”. O sea, “marca
diferencias”, fundamentalmente, con el proceso de memoria, justicia y verdad
llevado a cabo en la
Argentina. En la nota, el filósofo recorre la experiencia
sudafricana, aboga por los procesos reintegradores y la justicia restaurativa
que, por imperio de la Comisión de Verdad y
Reconciliación y al influjo del concepto del Ubuntu, determinaron las
formas de resolución de parte de la conflictividad del genocidio. El entrevistado
descree de las experiencias judiciales, e incluso ensaya una crítica a partir
de sus propias vivencias en los juicios sustanciados en Mendoza. “Me sentí muy mal cuando escuché los gritos de euforia y de alegría
después de la sentencia. Querían más. Veía la foto de ese hombre joven y bello
y veía a los viejos que acababan de condenar, y que cuando ellos cometieron el
crimen tenían la misma edad que el joven. Pregunta sudafricana: ¿cómo es que un
hombre joven que era un oficial de policía pudo secuestrar a este joven cuya
foto yo tengo ahora? Eso es lo que quiero comprender y lo que no se conoce. La
gente pedía más sangre y ahí me dije: esto nunca va a terminar. La sangre llama
a la sangre y los hijos de los que son condenados algún día van a pedir
venganza. No vi ni un gesto de amistad, ni de compasión”.
En definitiva, Salazar termina afirmando (como
era esperable) que " la justicia es una forma codificada de la
venganza", que "no se puede
aplicar la justicia penal a las relaciones políticas"
y que “los crímenes cometidos por los movimientos de liberación están en el
mismo plano que aquellos cometidos por los agentes del apartheid, porque la
idea es que la ideología es opresiva para todos”. La Nación, el medio que sigue
llamando a la dictadura militar “lucha contra la subversión”, seguramente, se
solaza con estas conclusiones. De pronto, se encuentra reivindicando categorías tan inusuales en su
prédica histórica como la restauración, la amistad, la compasión, la alteridad.
Que, por supuesto, ni siquiera mencionó
antes, durante ni después del genocidio argentino, etapa en la que
ofendió sistemáticamente a las víctimas del exterminio, a su memoria y a sus
familiares. Mucho menos garantista ha sido con los “delincuentes” de calle o de
subsistencia a los que eleva a la categoría de principal problema del país,
amparándose, también en este caso, en la opinión de “la gente”. Acaso porque no
se trata, en este caso, de ofensas cometidas “en situaciones políticas”, según
la particular mirada del mentor francés consultado ad-hoc.
No importa que el filósofo les advierta expresamente que la experiencia
sudafricana no es necesariamente universal:
“De hecho, se intentó hacer algo parecido en Ruanda y Kosovo, y no funcionó. Cada
caso tiene su singularidad. En Sudáfrica el proceso de la reconciliación estuvo
al mismo nivel jurídico que el proceso de Constitución. Hubo simultáneamente
una fundación ética y una fundación de la nación y del Estado. Un proceso sin
el otro me parece problemático. Y el otro tema esencial es que Sudáfrica nunca
tuvo un golpe de Estado militar. Los militares siempre estuvieron al servicio
del Parlamento. Sudáfrica era una dictadura parlamentaria con elecciones”. Nada de eso es relevante para
el periodista. La
Nación va por más y obtiene una definición a medida, que
demuestra los límites de la justicia restaurativa que propone y los verdaderos
intereses de la entrevista:” -En la Argentina esto que usted dice le agradaría mucho
a los militares y a sus familias, pero no a los militantes.-Sí. ¿Por qué razón?
Porque el marco sigue siendo un marco penal. Si hacemos comprender a las
familias de unos y otros que el fin es crear una reconciliación nacional,
entonces puede sonar de un modo distinto. Eso debe venir de la política, pero
no sucede porque el interés de los gobernantes es dividir para reinar. Es un
escenario que crea infelicidad, y ése no fue el caso en Sudáfrica”. Entonces,
fortalecida, busca, finalmente, el remate clamoroso por la amnistía: “-Todo
lo que dice hace suponer que a Sudáfrica y a la Argentina las separa un
abismo.-[Suspira] Creo que hay una Sudáfrica mirando al futuro y una
Argentina encadenada al pasado., lo que es terrible para los jóvenes. Aquí los
jóvenes están hundidos y aprisionados en el pasado”.
Con muy pocos días de
diferencia (demasiado pocos para ser casualidad), La Nación complementa aquella
estimulación temprana de la impunidad. Publica, ahora, una nota sobre el
genocidio de Ruanda, del cual se cumplen 20 años y nunca, jamás, concitó la
atención de la gran prensa mundial, incluida, desde luego, La Nación, y mucho menos desde
esta perspectiva restaurativa, no punitiva
y pacífica que ensaya sin pudor.
La nota, publicada el pasado domingo 6 de abril, lleva el título más
explícito que se pudiera imaginar, para completar la saga “pacificadora”: “En
Ruanda, los hijos del genocidio apuestan por la paz”. En rigor, los testimonios que logra
transcribir son mucho menos expresivos que los de Salazar. Pero ya han logrado
coaligar los dos genocidios y sus respectivas formas no punitivas de resolución
con la experiencia argentina. En este último, una de las entrevistadas expresa simplemente
"Yo
soy sólo ruandesa. Sólo queremos vivir en paz. Lo importante es saber que nos
necesitamos para avanzar, porque son las divisiones étnicas las que ha traído
la desgracia a este país". Y no mucho más que eso. Pero La Nación ha bajado línea.
Corre al Estado argentino “por izquierda”. Clama por amnistías que restauren la
paz y por modelos de solución del genocidio alternativos al enjuiciamiento, la
persecución y la pena.
Al diario no le importa que la Comisión de Verdad y
Reconciliación sudafricana genere autorizadas críticas, precisamente por la
asimetría entre la exitosa
producción de memoria colectiva y verdad histórica lograda, con los (en apariencia) pobres resultados
alcanzados en materia de reconciliación y reparación[1].
Tampoco, que la reconciliación no es un objetivo sino un proceso, y que la CVR no habría sido tan exitosa
en orden al mismo:“En su informe, la CVR reconoce que le fue
imposible “reconciliar a la nación” por limitaciones de tiempo, recursos y
mandato. Esta última es la limitación más importante y decisiva dado que la Comisión no fue mandatada
con un inicio o conclusión, sino con la promoción de la unidad nacional y la
reconciliación, esto es, avanzar y facilitar un proceso o un resultado”[2]. Mucho menos advierte el diario acerca
de las limitaciones y los problemas objetivos de funcionamiento de los
tribunales Gacaca en Ruanda: “Human Rights Watch
encontró una amplia gama de violaciones al derecho a un juicio justo, como por
ejemplo: restricciones a la capacidad del acusado para organizar una defensa
eficaz; deficiencias en la justicia debido a la utilización en gran medida de
jueces con poca preparación; acusaciones falsas, algunas de ellas basadas en el
deseo del Gobierno de Ruanda de silenciar a los críticos; el mal uso del
sistema gacaca para ajustar cuentas personales;
la intimidación de testigos de la defensa por parte de jueces o funcionarios
gubernamentales, y la corrupción de los magistrados y las partes vinculadas al
caso”[3]
En definitiva, mal podría esta hoja apoyar honestamente
modalidades alternativas al castigo institucional producidas en otros países,
cuando su línea editorial actual es
manifiestamente hostil a un anteproyecto de reforma del código penal que,
justamente, incluye entre sus novedades las penas alternativas a la prisión.
Es cierto que el
sistema penal no soluciona ningún conflicto y complica los existentes. Los que
abjuramos de esta forma brutal de conjuración de la violencia social mediante
la violencia estatal, lo sabemos
sobradamente. Pero no ignoramos tampoco que las experiencias de amnistías,
cuando son impuestas por los perpetradores, resultan manifiestamente
regresivas, porque reproducen las relaciones de poder y dominación que dieron
lugar a los genocidios y, justamente, terminan de desapoderar a las víctimas,
que son doblemente criminalizadas. Estas amnistías son las que imagina e
impulsa La Nación.
Pretende protagonizar, también, una avanzada destituyente
cultural. La difiere, obviamente, para cuando una nueva relación de fuerzas
políticas lo permita. Pero, por supuesto, se prepara para ello. Intuye los
cambios que se propician a través de los discursos vindicativos, conservadores,
regresivos, de los políticos a los que “la gente” ha posicionado entre sus
preferidos, siempre según el periódico mitrista. Imagina un escenario de
“pacificación” impulsado por los propios
violadores de Derechos Humanos, sus cómplices y las corporaciones que, también
en este plano, quieren borrar de la faz de la tierra los logros inéditos que la Argentina ha producido
en estos diez años. Como todos, con avances y retrocesos, con contradicciones,
ampliamente perfectibles, que ni siquiera voy a mencionar para no incurrir en
el mismo pecado de ingenuidad al que he hecho referencia anteriormente. Pero La Nación no apunta a superar
la “experiencia argentina” en esta materia, sino, por el contrario, a
sepultarla. No quiere avanzar, sino retroceder al fondo de la historia.
[1]Aguirre, Eduardo Luis “Delitos de Lesa Humanidad y Genocidio ¿Reivindicación
de un derecho penal mínimo para crímenes de masa?”, 2012, Tesis Doctoral
Universidad de Sevilla,.p. 409.
[2](Gerwel, Jakes, citado
por Boraine, Axel: Reconciliación ¿A qué Costo? Los Logros de la Comisión de Verdad y
Reconciliación”, disponible enhttp://www.revistafuturos.info/documentos/docu_f15/Boraine_Reconciliacion.pd
Aparte de su respeto casi místico por lo religioso, apenas hay desarrollos sistemáticos sobre esta cuestión, sólo algunos “versos sueltos” –aunque casi inolvidables- en el Tractatus logico-philosophicus. Una obra que, como es sabido, causó sensación. El propio Russell, que reconoce entender de la misa apenas la mitad, no deja de manifestar su estupor en la Introducción que generosamente elabora para el anómalo libro de su amigo vienés.
“La visión del mundo subspecieaeterni es su contemplación como un todo –limitado-. Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico.” (Tractatus, 6.45). Es tal la sensación que produce este hombre solitario, atractivo y sórdidamente elegante, que un día el celebérrimo Keynes, después de un encuentro casual con Wittgenstein, comenta: “Hoy estaba Dios en el tren de las 8.15”. ¿En qué estriba esta aureola, que se prolonga hasta hoy?
Era tal aquella inteligencia viril, compatible con su secreta condición de homosexual, que podemos imaginar el tipo de hombre que, al entrar en una sala, generaba un estado de alerta que cambiaba el tono de las conversaciones. Se comenta también del actor James Dean. En los dos casos todo el mundo presentía una inteligencia distinta, una escucha anómala, tal vez un sordo desdén. Así que, incluso los intelectuales, preferían no hacer el ridículo. La gente se callaba, cambiaba de tono o de tema.
¿En qué estriba este espesor personal, este culto esotérico, no explicable solamente por una cuna de altura? En efecto, hay mucho príncipe –la mayoría- que es perfectamente banal, por no decir mediocre. Sólo la autoridad de su cargo, la misma que le ha hecho estúpido, salva al noble del escarnio. Él no. Si era un príncipe, lo era –en varios sentidos- en el exilio; también quizás dentro del círculo de sus admiradores.
En algún punto, el secreto de Wittgenstein se acerca al de Kant: el sujeto señala los “límites del mundo”, los límites del lenguaje y del conocimiento. No le falta mérito, a alguien que ha partido del cristal lógico-matemático, acercarse a una verdad difundida por Berkeley y Schopenhauer y sabida por pocos en la modernidad. Tal vez por Gödel o Freud: toda la claridad de la ciencia depende de un punto de fuga que no tiene solución en nuestro orden racional. Así lo expresa nuestro hombre: “El yo filosófico no es el hombre, no es el cuerpo humano, ni tampoco el alma humana de la cual trata la psicología, sino el sujeto metafísico, el límite –no una parte del mundo.” (Tractatus, 5.641).
Aún sirviéndonos del poderoso instrumento de la lógica matemática, para Wittgenstein es necesario darle un lugar a otras formas de pensamiento, a la ética y la estética, a la poesía, incluso a lo místico. “Es claro que la ética no se puede expresar. La ética es trascendental (Ética y Estética son lo mismo).” (6.421).
Peor aún, más difícil todavía. “Lo que el solipsismo significa es totalmente correcto; sólo que no puede decirse, sino mostrarse.” (5.62). ¿Quién da más, dentro o fuera de la filosofía?Verdaderamente, es un poco extraño que Heidegger, aún contando con su modo de ser tanceloso, no se ocupase nunca de este austriaco peculiar que adoraba montar en motocicleta y se llamaba Ludwig.
Bien es cierto que la ontología de este “primer” Wittgenstein, también sus preocupaciones místicas, son harto peculiares, como situadas fuera del mundo. Dejan intacta la limpieza de la Lógica , que en cierto modo representa la lejanía de un Dios impersonal, que no entiende a los hombres. Escuchemos: “Las proposiciones de la lógica no dicen nada, son proposiciones analíticas vacías de contenido empírico.” (6.11). De hecho, tampoco hay un orden natural en el mundo, una ley terrenal que reflejase algo, un eco de la esencia divina: “La fe en el nexo causal es la superstición.” (5.1361).
A la manera de la causasui del Dios racionalista, “la lógica debe bastarse a sí misma.” (5.473). Pero, así como Spinoza, aun con su pureza ontológica, piensa el orden interno de la contingencia, la alianza íntima de azar y necesidad –por tanto, de ésta y la libertad-, la posición de Wittgenstein es, digámoslo así, más furiosamente norteña, un poco más inquisitorial: La necesidad es sólo lógica (6.37), no real. Por tal razón, en la lógica no puede haber sorpresas (6.1251). En la lógica, a diferencia de la necesidad infinitamente contingente –por lo tanto, sorpresiva- del Dios de Spinoza y Leibniz, jamás pueden darse sorpresas.
De ahí que Ludwig respire en un modelo lógico donde “las proposiciones matemáticas no expresan ningún pensamiento.” (6.21). Estamos muy lejos de otro genial matemático que llegar a decir: “Cuando Dios calcula, tiene lugar el mundo”. El propio Leibniz afirma también que cualquier “suceso extraordinario” cabe en el orden natural. Hasta el punto de que él y Spinoza tienen serios problemas con el concepto de “milagro”, como si ya fuera milagroso el devenir diario de la naturaleza.
No así en el “calvinismo” ontológico del Tractatus. No hay ningún orden a priori de las cosas (5.634): ¿esto no es ya un a priori, un tanto dogmático? Que se mantiene. La Lógica es como el Dios de Wittgenstein, pero un Dios que no se mezcla con el mundo, que vive al margen de él: “Cómo sea el mundo, es completamente indiferente para lo que está más alto. Dios no se revelaen el mundo.” (6.432). Por lo tanto, se trata más de un Dios protestante o judío, de una trascendencia absoluta que no se corresponde con la encarnación de ningún Dios que pueda tener hijos. Ni con el mundo, ni con el demonio, ni con la carne: el Dios de Wittgenstein pertenece más bien al Antiguo Testamento.
No deja de ser curiosa la alianza de un Dios arcaico y lejano con la potencia racional de una ciencia y una matemática ultramodernas. ¿Era éste uno de los secretos de Wittgenstein, este hombre que cambiaba el clima de las habitaciones donde entraba? De hecho, para su uso personal él gustaba de una arquitectura extremadamente limpia, sin mácula.
Anécdotas aparte, Wittgenstein parece situarse en verdad frente a Nietzsche. Desde luego, contra la ebriedad del mediodía, esa alianza dionisíaca de azar y necesidad: “El sentido del mundo debe quedar fuera del mundo. En el mundo todo es como es y sucede como sucede: en él no hay ningún valor, y aunque lo hubiese no tendría ningún valor.” (6.41).
¿Nihilismo furioso? Probablemente. Genial y místico, pero implacable. Fijémonos en esta otra proposición: “No es lo místico como sea el mundo, sino que sea el mundo.” (6.44). Nos atrevemos a sospechar: lo milagroso es que, pensando en la perfección lógica de la nada, este sucio mundo sea. ¿Es entonces el misticismo de Wittgenstein algo que deja a los hombres como estaban, pues su puritanismo lógico-trascendental no toca a este mundo? De ser así, esta metafísica estaría muy lejos de la lógica de la encarnación, la de una locuraproclamadaenaltavoz (san Pablo) que asume el mundo talcomoes.
Fijémonos en que también –qué menos- la muerte está fuera, vacía de contenido y de vida terrenal, como el mismo Dios y la Lógica : “La muerte no es ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive.” (6.4311). Aunque después se parezca decir casi lo contrario, el presente ya no tiene arreglo, pues ha sido vaciado de espectro mortal, de desorden. De vida irregular e imperfecta: “Si por eternidad se entiende no una duración infinita, sino la intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive en el presente. Nuestra vida es tan infinita como ilimitado nuestro campo visual.” (6.4311).
El resultado del Tractatus es casi perfectamente desolador, como la arquitectura pulcra que le gustaba a su autor, y nos gustaría ver cómo se remedia esto en las Investigaciones. Es posible que no se remedie, si es cierto que la atención posterior a la contingencia de lasformasdevida y a los juegos de lenguaje se produce mientras el pensador se aleja de sus preocupaciones metafísicas. Primero, necesidad cristalina vaciada de contingencia, indiferente a este mundo. Segundo –“segundo Wittgenstein”-, atención a una contingencia vaciada de necesidad. El resultado de esta metafísica bipolar es un poco triste, aunque no tuviéramos en cuenta el sufrimiento del siglo XX.
La lógica “llena el mundo” (5.61), pero no su cómo, ni su qué, que son indiferentes. La prueba de ello es que la lógica no es nada. Se trata de un dios pálido, abstracto,königsberiano (Nietzsche). Sin contenido particular, ni tosco, ni mundano, ni manchado. Forma pura del pensamiento, de un pensamiento vacío, “las proposiciones de la lógica son tautologías.” (6.1). No “dicen nada”, son puramente analíticas.
Todo esto, hay que insistir, se presenta aliado en Wittgenstein con una fuerte preocupación metafísica: “Hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra a sí mismo; esto es lo místico” (6.522). Pero todo un poco ario, por más que tenga un origen judío y le interesase a tantos europeos progresistas. A años luz de Leibniz, de Nietzsche o Spinoza, para Wittgenstein lo desconocido no puede ser objeto de conocimiento: de lo que no se puede hablar, hay que callar. Wittgenstein sí cree, no le queda más remedio que creer, pues no tiene ninguna posibilidad de conocer el Deussivenatura de Spinoza, el eternoretorno que santifica a cada cosa como reunión de individuo y universo, de finitud e inmortalidad.
“Para una respuesta que no se puede expresar, la pregunta tampoco puede expresarse. No hay enigma. Si se puede plantear una cuestión, también se puede responder.” (6. 5). No hay enigma porque todo lo que no es transparente a los ojos de una Lógica que no es de este mundo, que en un borde. A pesar de que le demos mil vueltas al emblema que ha cosechado tan inmensa fortuna, el dictamen de que mejor es callar dice lo que parece: es una orden de autoridad que impone el silencio.
Pero, claro, los niños no callan. Son desordenados, irracionales, gamberros. ¿Es tan extraño que Wittgenstein, acostumbrado a un público reverencial, haya tenido tan serios problemas en la enseñanza? Por lo que cuentan, el mismísimo Popper se asustó una vez de la reacción iracunda del maestro.
El silencio de Wittgenstein, en todo caso, ¿no está también sobrevalorado? Silencio que además, enseguida se rellena con Cuadernos, Investigaciones y Aforismos; que ha sido recubierto por mil habladurías y cien tesis doctorales, por múltiples publicaciones. Por encima de todo, ¿de qué “no se puede” hablar? De qué, si precisamente es la imposibilidad –los temas irrodeables: la muerte, la belleza, el miedo, lo místico, el sufrimiento, la verdad- lo quehace al lenguaje, lo que nos hace hablar continuamente.
“El mundo de los felices es distinto del mundo de los infelices.” (6.431). ¿Seguro? En ese caso, es bastante normal que Heidegger no se ocupe de Wittgenstein. A pesar de todos sus defectos, muchos, el profesor que tuvo una cabaña en la Selva Negra nunca fue maniqueísta.
No, no es tan extraño que Heidegger no se haya ocupado de su colega vienés. También por los límites un poco policiales que la filosofía analítica y sus barrios imponen al lenguaje y a la vida del hombre común: “Toda proposición filosófica es un error gramatical, y a lo más que podemos aspirar con la discusión filosófica es a mostrar a los demás que la discusión filosófica es un error”, dice Bertrand Russell en la Introducción del famoso libro. No es sólo que Sery tiempo, y la mitad de la cultura del siglo, resulte ininteligible con estas ideas. Es que la sangre de nuestra vida cotidiana, en Inglaterra y en Colombia, también no lo es.