Por Eduardo Luis Aguirre.

La VII reunión de la CELAC, inaugurada en el mítico Sheraton Hotel de Buenos Aires (aquel que, en la entusiasta voluntad juvenil de los 70 debería  transformarse en el Hospital de Niños) ratificó el estado de profunda inestabilidad de la región y de la propia CELAC.

Hay un dato que ha quedado prácticamente de lado y es más elocuente que cualquier conjetura adicional. Finalizada la presidencia pro tempore de Argentina, el ejercicio de la misma recayó en la República de San Vicente y Granadinas. Además de integrar el grupo de 33 naciones que componen la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), durante un año la presidencia de la institución nacida para fortalecer los intentos emancipatorios de nuestra América quedará en manos de un estado miembro de la Commonwealth, la Mancomunidad de 56 naciones que conservan y reivindican lazos históricos con el Imperio británico. Los dos hechos distan de ser anecdóticos. La situación de los pueblos que vivieron su época de gloria en la primera década del tercer milenio es hoy por demás compleja. Sus luchas expresan claramente derivas democráticas que no alcanzan sino para ensayar fragmentarias luchas defensivas. Desde la ausencia física del Presidente de Venezuela como consecuencia de las repudiables amenazas de la derecha argentina hasta el dramático panorama trazado por el presidente Luis Arce. Desde la concreta influencia de los poderes fácticos que jaquean al gobierno argentino hasta el sangriento golpe de estado que derrocó al presidente Castillo en Perú. Desde el debilitamiento acelerado del consenso del nuevo gobierno chileno hasta las esperables dificultades colombianas frente al acoso de factores externos que aquejan históricamente a este verdadero portaaviones estadounidenses (sumado a cierta debilidad teórica del propio gobierno cafetero), la situación latinoamericana no podría ser más complicada. O tal vez sí, si añadiéramos a este retroceso las recientes declaraciones de la Jefa del Cono Sur, Laura Richardson, de la que ya nos ocupamos en la nota anterior de este mismo portal. La CELAC contó con un tiempo (políticamente exiguo) para completar tareas urgentes frente a los golpes e intentos de desestabilización de todo tipo que se veían venir hace dos décadas. Evidentemente, no pudo entonces y plantear como objetivo del momento la unidad en la diversidad da cuenta del estado real del deterioro comunitario. Hoy, la agenda más urgente es resolver cómo posicionarse frente a las consecuencias de la guerra entre Rusia y la OTAN y las derivaciones de la situación en la región Asia Pacífico. Los acercamientos con China y Rusia deberán saldarse en el marco de un nuevo y explícito intento de tutelaje imperial. Si esta disyuntiva es difícil para nuestro país (señalado como la nueva potencia en materia de  recursos naturales), imaginemos el panorama del resto de los estados latinoamericanos y caribeños. También en este caso, sugerimos la lectura de nuestro análisis inmediatamente anterior (https://www.derechoareplica.org/secciones/politica/1599-argentina-y-la-realidad-internacional-la-pregunta-es-que-hacer). En el intentamos formular preguntas y consignar las variables urgentes de un futuro mundial que nos concierne.