Ni siquiera sabemos la fecha exacta de su nacimiento. Sí, que el mismo tuvo lugar en la impresionante Villa de Oñati, un lugar paradisíaco y extremo en medio de Euskal Herría, en un valle umbrío de la exuberante montaña guipozcoana.

Los primeros datos que sobre Aguirre tuvimos la mayoría de los habitantes de este Sur provienen generalmente del magnífico film de Werner Herzog, en el que este sujeto singular es personificado por el autor Klaus Kinski y presentado como un criminal nato, un antisocial icónico, traidor, violento, capaz de perpetrar los delitos más horrendos. Incluso dar muerte a su propia hija en plena selva amazónica y repudiar al rey. La película visibiliza al personaje histórico y es claro que el hecho artístico no necesita recurrir a ningún contexto histórico explicativo ni a otros saberes que dieran cuenta de la biografía y el porqué del proceder fronterizo y hostil del incógnito personaje. Pero prescindamos, al menos por un momento, del prodigio del realizador alemán y volvamos a la existencia epopéyica de Aguirre.

Este hijo de padres con discreta fortuna, que da cuenta de su estirpe cristiana e hidalga, solitario, taciturno, se embarca como tantos otros desde las costas hispánicas hasta la América interminable e incógnita del siglo XVI. Como tantos otros, luego de una cruenta búsqueda de riqueza asumida con una obstinación bélica, moriría solo y pobre. Quizás, también en su caso, sufriendo las marcas que en su salud mental dejaron como añadidas cicatrices las andanzas vertiginosas por la selva del Pirú.

Pero ese Lope de Aguirre, tan endurecido como las montañas y la impenetrabilidad del "nuevo mundo" no era un conquistador más. Sus múltiples padecimientos y heridas, su aparente dejo épico, su subjetividad ampulosa, convivieron como pudieron con la profunda indignación que le provocaba el abandono insensible de la propia Corona española. Hasta que decidió en enero de 1561 protagonizar lo que fue el último alzamiento de importancia contra la burocracia regia. Acaudillando a los sublevados de una expedición sacrificial, muere en el fragor de la disputa el jefe de la misma, Pedro de Ursúa. El amotinado toma el mando en medio de disputas que están lejos de suturar, tanto que el propio Aguirre muere en octubre de ese año cuya centralidad epocal intentaremos desentrañar desde una perspectiva criminológica no demasiado recorrida. Su histórica carta al rey Felipe II se consigue casi como una reivindicación de este héroe local en la dependencia oficial de turismo oñatarra, situada a pocos metros de la Antigua Universidad, donde funciona en nuestros días el fabuloso Instituto de Sociología Jurídica de Oñati.

La carta le confiere sentido a la lucha y a la existencia misma de Lope de Aguirre. El Loco, el tirano, el criminal, el traidor al rey, el héroe insumiso, el hombre de una época ensanchada por el saqueo de ultramar y el encuentro más espectacular de la historia humana.

El que una vez depuesto el jefe de la expedición infructuosa decidió que los complotados, acompañados de la frustración que le causaran el rey y Ursúa, socios y responsables de la travesía -como ocurría en ese entonces- viajaran hacia el norte, llegando a Barquisimeto, donde nuestro personaje muere a manos de soldados leales al rey. Las vueltas de la vida, Barquisimeto es, en el siglo XXI, el sitio donde Estados Unidos tiene instalada una de sus siete bases militares en lo que hoy es Colombia. Allí terminó sus días, en pleno siglo XVI, el protagonista de la rebelión frente a la exacción inocua en ese continente que le generaba las más intensas y variadas sensaciones. Locura y crimen, engaño y traición, guerra, insumisión, monarcas oscuros, imperios de impiadosa y análoga crueldad y una pintura de apuro de las insurrecciones humanas y sus sedimentos impuros. Eso, y probablemente mucho más, es Lope de Aguirre. Es, a la vez, pulsión de vida y de muerte, es centralidad, arrojo, sueños incumplidos y  locura, deseo por la protección de una riqueza que nunca llega, desdén de la proximidad, una mirada del mundo y de los valores, furia y misterio.

La pregunta, esperable, es por qué Aguirre. Es Aguirre porque es un sujeto de su época. Porque su época es la España que un siglo antes había conquistado el territorio que durante 800 años ocuparon los árabes y que llama a esa expulsión y a la persecución de moros, judíos y herejes “reconquista”. Porque alrededor de su gesta fallida se articulan crímenes y defecciones. Porque es el prototipo del “Ser” que poco tiempo después habría de concebir el idealismo alemán del siglo XVIII. Porque forma parte de los que polemizaron si los habitantes de esta tierra tenían alma. Porque fue uno de los vascos que enfrentaron a una corona anquilosada que había puesto en crisis la enorme cruzada de unidad que forjaran los Reyes Católicos, malversando las increíbles riquezas sustraídas de América. Porque acentuaba su condición de noble y cristiano para ponerse a cubierto de los “pogroms” del renacimiento. Porque hablamos de Aguirre y no dejan de aparecer contradicciones, conflictos, invocaciones a la ética y frustración por la defección de pillaje. Porque Barquisimeto sigue siendo el punto de llegada fatídico imperial. Por eso Lope de Aguirre será nuestro objeto de abordaje criminológico, el hombre a escrutar, la subjetividad a redescubrir. El loco, el héroe, la humana contradicción, en definitiva, es un llamado que recorre centurias con una vigencia y una actualidad asombrosa que merece ser investigada en tiempos de neoliberalismo, la “teología política” de origen medieval que explica José Luis Villacañas. 

Ésta habrá de ser una investigación fundamental, donde prima el conocimiento por el conocimiento mismo. Donde se conjetura una personalidad y una era, la enormidad de la conquista, las grandes transformaciones sociales que acontecían en esos tiempos, los límites que imponía una sociedad teocrática, el descubrimiento de un Otro, de otra tierra y de una diversidad que constituía el mayor patrimonio de la colonización, mucho más rico que El Dorado, donde las instituciones jurídicas y políticas viajaban a través del océano, donde las distintas concepciones del mundo materializaban un contacto sin precedentes.