Por Eduardo Luis Aguirre

Hoy se conmemoran 15 años de la primera vez en la historia que los Estados Unidos sufrieron un ataque en su territorio. De acuerdo a la versión oficial, los embates terroristas tuvieron lugar en el corazón mismo del capitalismo financiero, y sus consecuencias, más allá de la cifra estremecedora de muertos, influyeron decisivamente en el rearmado geopolítico del mundo.



La caída de las torres gemelas fueron el  pretexto ideal para iniciar una guerra mundial sin reglas y reforzar un sistema de control global también basado en un estado de excepción permanente.

Comenzaba a aparecer el concepto de guerras asimétricas, y el intervencionismo norteamericano no reconocería desde entonces fronteras ni barreras de ningún tipo. Ni militares, ni políticas, ni jurídicas ni culturales.

Desde  ese momento resultó legítimo crear un enemigo hipotético, agredirlo preventivamente antes de que ese enemigo accionara contra occidente  y subalternizar las reglas de un derecho internacional que mostró su verdadero rostro: una estructura destinada a garantizar las relaciones de fuerza vigentes en el planeta. Y vaya si lo ha hecho.

Las consecuencias del 11-S fatídico redundaron en una fascistización de las relaciones internacionales, un fortalecimiento del derecho penal de enemigo y de un unidimensionalismo cultural que autorizó desde entonces la agresión a los distintos por su sola condición. Ello implicó, también, la facultad unilateral de exportar la democracia en las formas y con el alcance que Occidente unilateralmente las concibe.

El multilateralismo político y económico de la modernidad tardía debió convivir con un unilateralismo militar y cultural sin precedentes.

Como dice de Sousa Santos, las sociedades democráticas en lo político se volvieron fascistas en lo social.

Desde el atentado, se consolidó un capitalismo que no solamente explota y excluye, sino que expulsa. Expulsa a los diferentes, a los subalternos, a los oprimidos. El mar Mediterráneo significó la tumba de más de 4000 migrantes y países enteros no lograron recuperarse de las masacres perpetradas mediante las guerras humanitarias llevadas a cabo por los poderosos del mundo.

El 11S fue también el pretexto para acelerar los golpes suaves contra los gobiernos y los pueblos insumisos, para  llevar adelante sanciones y amenazas de distinta índole que se perpetran contra Siria, Grecia, Serbia, Libia, Venezuela o Rusia, por nombrar sólo algunos escenarios en geografías disímiles, todos ellos víctimas de embates brutales de diferentes formatos. Las huellas de aquel ataque se abaten como un retroceso sobre la conciencia de los pueblos y sus consecuencias no han podido removerse todavía.