Por Eduardo Luis Aguirre

El 64 por ciento de los rusos votarían en la actualidad por la conservación de la Unión Soviética, en caso de celebrarse una compulsa popular sobre ese tema, según informó recientemente el Centro de Investigación de Opinión Pública de Rusia (CRIOP), que realizó la encuesta entre los habitantes del país territorialmente más grande de la tierra. Lo verdaderamente llamativo es que este resultado se obtiene después de 25 años del desmembramiento de la antigua URSS, y en buena medida se explica en base a circunstancias políticas, históricas y culturales. 


Contrariamente a lo que ocurría en lo trágicos años 90 (el propio Presidente Putin calificó de esa manera a la disolución de la Unión), Rusia se repuso de una crisis terrible y hoy es una potencia de primer orden, capaz de gravitar decisivamente en el tablero del mundo merced al volumen incalculable de sus recursos energéticos, una política exterior sólida que supera permanentemente los sucesivos asedios a los que la ha sometido occidente en los últimos años, la expansión de su influencia científica, tecnológica y económica y su capacidad militar indiscutida. 


La nostalgia entre los rusos es más fuerte entre personas mayores de 45 años (70-83%), gente de pocos estudios (72%), habitantes de Moscú y San Petersburgo (64%) y ciudadanos que no usan Internet (75%). Un tercio de los rusos, compuesto mayoritariamente por jóvenes con instrucción universitaria y acceso a internet, no experimentan ese sentimiento de pérdida respecto de la U.R.S.S ni añoran el pasado previo al 26 de diciembre de 1991. 
 No obstante, investigaciones recientes sobre el tema dan cuenta que el recuerdo colectivo se ha instalado también en muchísimos jóvenes que, por razones de edad, no vivieron durante la etapa del socialismo soviético o no guardan recuerdos sobre esa época del país.

Sin perjuicio de estos condicionamientos objetivos, los jóvenes que en el presente valorizan y evocan con simpatía el pasado dorado de la Unión Soviética forman parte de una memoria colectiva que se muestra fuertemente crítica con el proceso de desintegración y postración del país y reivindican no solamente las conquistas económicas y sociales de antaño, sino también el orgullo de un pasado reciente que mantenía a sus habitantes al margen de las incertidumbres y acechanzas que les deparan el capitalismo globalizado y las potencias occidentales hostiles. 

Ese sentimiento se reconstruyó con la superación de la peor crisis de la historia  a partir de la recuperación de un país de alrededor de 170 millones de habitantes, de su autoestima y sus potencialidades y de un liderazgo que permitió que en pocos años el gigante volviera a ponerse de pie.
La recuperación de Rusia y su reposición como referente mundial, pone seriamente en cuestión el discurso del pensamiento único y el fin de la historia, creados casi contemporáneamente con el hundimiento del bloque socialista.

El paradigma neoliberal - el más fugaz de la historia humana- no se sostiene, luego de apenas 25 años de su imposición, frente a la emergencia de Rusia como potencia alternativa a las coordenadas del capital transnacional. Y, sobre todo, queda expuesta frente a la inagotable capacidad rusa de articular alianzas estratégicas y políticas en todo el mundo. Otro mundo se comienza a expresar con el resurgimiento de Rusia y el emerger de China como potencias contrahegemónicas, frente al uniimensionalismo cultural imperial. La reacción de las potencias capitalistas, tensando las relaciones con Moscú,  ponen al descubierto la importancia del reverdecer ruso y hablan a las claras del futuro contingente de la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados. En buena medida, la nostalgia de los rusos expresa el nuevo cuadro de situación y tiende a reivindicar formas de organización políticas alternativas a las recetas neoliberales que les tocara sufrir en carne propia.