Por Eduardo Luis Aguirre

 

 



La política de la modernidad, en especial la que conocemos como democracias liberales indirectas encarnó los diferentes agonismos y antagonismos existentes en las sociedades de clase desde fines del siglo XVIII. Esa particularidad hizo necesario el reconocimiento de las identidades políticas, de diferentes ideologías y formas de percibir las realidades en una evidente porfía. Las identidades se tradujeron así en lealtades, fidelidades y consensos. El consenso, en la capacidad de generar tendencias que se arraigaban en las masas. Los arraigos eran, hasta el siglo pasado, duraderos, permanentes sólidos. Sobre todo cuando esas conjugaciones resumían la vocación y las demandas de las mayorías sociales. En el siglo XXI se produjeron cambios drásticos que modificaron esas filiaciones. El único credo que subsiste imperturbable es el capitalismo totalitario, al que denominamos neoliberalismo. Los intentos de las tímidas izquierdas se volvieron débiles, las identidades se difuminaron, los consensos se tornaron condicionales y efímeros. Esa volatilidad se viene advirtiendo con mucha mayor nitidez en los últimos tiempos, en todas las democracias de occidente. En la centralidad europea y en la periferia de nuestra América. En este Sur, el debilitamiento acelerado de las expresiones progresistas en el gobierno es una constante que no deja de llamar la atención. Ocurre en la Argentina, en Perú y en Chile. A los mismos gobiernos que ganaron elecciones hace poco tiempo les cuesta sobrellevar y poner en práctica sus propias agendas. El caso de Chile, después de un año del gobierno de Boric, es emblemático. No porque haya debido cambiar a 5 ministros de su gabinete, sino porque inmediatamente después de haberse impuesto en la segunda vuelta de las elecciones generales fue derrotado rotundamente en su intento de modificar la vetusta constitución del país y luego también debió capitular en su tentativa de modificar la legislación impositiva.

La segunda pregunta es si esos rechazos mayoritarios fueron respuestas colectivas contra el presidente y su endeble coalición o se trata una vez más de la expresión de las subjetividades oscilantes del votante y las corporaciones políticas de los últimos años.

Es curioso, pero los grandes medios se ocuparon de cubrir la noticia de la segunda derrota seguida de Boric transcribiendo la biografía de los ministros saliente y entrantes y las palabras de protocolo y rigor de un mandatario cuyo gobierno ha sido gravemente impactado por la voluntad del pueblo o sus representantes. Esto es lo realmente significativo en materia política. El joven presidente se había impuesto en el balotaje en 11 de las 15 regiones trasandinas. Su coalición era un espacio diverso en el que conviven partidos tradicionales, nuevas formaciones, expresiones de izquierda, estudiantes, militantes feministas, mapuches, trabajadores, desocupados, intelectuales, antifascistas, ecologistas y buena parte de la clase media. La ardua tarea que le esperaba era la construcción de pueblo. Interpretar las demandas y sintetizarlas. Una tarea para nada sencilla, desde luego, pero que nadie esperaba que se licuaría en términos de autoridad política en tan pocos meses. Justamente, decíamos hace un tiempo, “ la autoridad simbólica, un bien que se ha vuelto escaso en la política, puede ser un punto de partida interesante para lo que viene. Para construir esa autoridad simbólica “no basta con que los de abajo no quieran seguir viviendo como antes. Hace falta, además, que los de arriba no puedan seguir administrando y gobernando como hasta entonces” (1). Argentina puede significar una guía, un elemento especular para el Presidente Boric,

“Gobernar es muy difícil. Y lo es mucho más para las izquierdas, que se sienten mucho más cómodas en el eterno y mullido desencanto de la disconformidad. La articulación de un rumbo colectivo en las condiciones del Chile contemporáneo, un país que no tiene una tradición movimentista que le haya permitido desarrollar una cultura capaz de ordenar la multitud de variables que pueden desprenderse de cada medida de gobierno, es un limbo de resolución impredecible e imprevisible”. Todo esto lo habíamos publicado en este portal mientras los partidarios de Boric celebraban la victoria sobre el derechista Kast. En un año, han cambiado demasiadas cosas en el país hermano. Más de las que muchos pudieron imaginar. Muchas más que un puñado de ministros.