Por Eduardo Luis Aguirre

 



Es probable que esté cayendo Bajmut, un enclave vital en materia de comunicaciones y el núcleo del último anillo de defensa de Ucrania. Desde allí hasta el Dnieper no hay defensas oponibles al avance de las tropas rusas. Los problemas logísticos del envío de armamento europeo no pueden superarse y en corrillos occidentales ya comienza a hablarse de la "nueva Ucrania, luego de una derrota que puede precipitarse en días, semanas o meses, pero que parece irreversible. La estrategia de desgaste rusa mediante artillería e infantería parece que ha tenido un resultado decisivo. La diferencia de poder de fuego en armamento pesado a favor de Moscú es de 9 a 1. Entre los últimos ´prisioneros ucranianos hay niños de 15 o 16 años y hombres de 60, que ni siquiera pueden correr con el armamento y el equipo de combate. Se habla de 300 mil muertos. Se acerca una definición al parecer inexorable aunque, como todos sabemos en, la guerra la primera víctima es la verdad.

Si bien occidente se ha comprometido a continuar proveyendo a Kiev de armamentos, esa voluntad discursiva no se concretó, pese a las promesas del Secretario General de la OTAN, la presidenta de la Comisión Europea y del Alto Representante de Asuntos Exteriores para la Unión Europea. El Presidente Volodomir Zelensky se ha limitado a señalar que su país resistirá en la pequeña ciudad de 20.000 habitantes, virtualmente reducida a escombros “hasta que ello resulte posible”. Una expresión bastante clara que debe sumarse a las dificultades de traslado de los equipamientos y de un número de carros blindados bastante menor al esperado y de la comprensible necesidad de un tiempo que apremia hasta que los soldados ucranianos aprendan a utilizar el material atlantista. No hay que olvidar que el país invadido usa el arsenal de la antigua URSS, que en muchos casos fue fabricado hace cuarenta años, y que éste no siempre es fácil de adaptar a los pertrechos europeos. Con ese escenario y una guerra sistemática de desgaste emprendida por los rusos contra miles de soldados enemigos (varios regimientos) que se erigen en el último vallado importante, la espantosa guerra quizás esté entrando en un trance de definición. Por si esto fuera poco, algunas cadenas internacionales afirman que los principales países aliados ya le habrían comunicado en privado al propio presidente de Ucrania que su país no podrá ganar la guerra, a la vez que le instan a comenzar conversaciones de paz y a cambio le ofrecen un trato preferencial –aunque desde luego no su incorporación- en la OTAN.

En los últimos días, analistas como el militar español Juan Antonio Aguilar han dejado algunas consignas que son verdaderas moralejas para entender la guerra. Entre ellas, que está claro, con la tendencia hipotética antes descripta, que no se puede ni se debe enfrentar en una guerra clásica a una potencia nuclear. Los ucranianos recibieron tecnología y datos satelitales, drones y todos los implementos novedosos de que dispone occidente. Una masa crítica de centenares de miles de soldados sigue siendo, sin embargo, capaz de marcar el rumbo de una guerra territorial.

Esa connotación territorial , clásica, del conflicto permite suponer que Rusia debería asegurar una salida libre de su flota al Mar Negro, por lo tanto es altamente probable que se plantee ocupar Moldavia y la estratégica Odessa, convirtiendo a esa masa de agua gigantesca en una suerte de lago ruso. Obviamente, este no debe haber sido un objetivo inicial de la guerra para Putin, pero la reacción de occidente lo obliga a blindar las escasas y heladas costas del ártico y la intrincada salida por el Báltico frente al peligro ahora cierto de una agresión de la OTAN. Eso exige acceder al Mar Negro sin ninguna dificultad.

Una lógica militar estratégica, implica también asegurar para el Kremlin la indemnidad de Transnistria, una república escindida de Moslavia que nunca solicitó su independencia pos fragmentación de la Unión Soviética y siempre fue aliada de Rusia. Con la frontera a 500 kilómetros de Moscú, Rusia no puede dejar de invocar el Pacto de Helsinski, suscripto en 1997, mediante el que la OTAN se había comprometido explícitamente a no hacer lo que está haciendo; esto es, a tensar su área de influencia hacia países que son una amenaza para Rusia.

En definitiva, Europa no solamente ha cedido a las presiones estadounidenses e hipotecado su futuro geopolítico, sino que ha sembrado la duda razonable acerca de quién fue el verdadero agresor en esta guerra.

Finalmente, quiero aclarar que la campaña de desinformación feroz que se implantó en Europa no ha cambiado las coordenadas subyacentes de la contienda. Estados Unidos intervino como lo hace habitualmente y Europa se comportó como se comportan los gobiernos duales. Tal vez esta complejidad haya confundido a otros intelectuales. Nosotros no somos ni rusófilos ni putinistas. Pero es que la OTAN sí ha intervenido en América, sí ha sido parte en la guerra de Malvinas, sí mantiene un polígono de islas vitales en los mares del sur, sí interviene en nuestra políticas internas, sí ha transformado países latinoamericanos en verdaderos portaaviones con decenas de bases militares, mientras Rusia se debatió siempre en otras áreas de influencia. Esto, respetuosamente, viene a cuento de una postura reiterada que ejercen pensadores como Jorge Alemán y otros izquierdistas europeos de cara a un hecho tan lacerante como esta guerra en pleno siglo XXI.