Por Eduardo Luis Aguirre



La irrupción rotunda y disruptiva de Javier Milei a la presidencia argentina ha habilitado un sinfín de calificativos sobre su ideología, caracterizada de las maneras más desmañadas e imprecisas que puedan imaginarse. Desde neofascismo, a “noemenemismo”, desde ser asumido como un déjà vu de los 90, hasta un anuncio de la reedición de los parámetros políticos de Martínez de Hoz durante la última dictadura cívica militar que devastó al país.

Lo llamativo es que una y otra vez, Milei se ha asumido categóricamente como un anarcocapitalista, pero esta precisión parece haber sido desoída una y otra vez por una incipiente ola de opinión que anuncia otra posible debacle en materia de teoría política.

Será bueno aclarar que no estamos jugando con símbolos semióticos caprichosos o que nos detenemos en la obsesión de un preciosismo conceptual irrelevante. Ninguna de las adjetivaciones que habitualmente se escuchan o leen llegan a caracterizar correctamente a Milei y esto asume una importancia de relevancia singular, porque los argentinos necesitan conocer la fragua ideológica en la que se ha forjado y profesa todavía su futuro presidente. Lo contrario es asumir a ciegas, nuevamente, una caracterización de las nuevas complejidades que atraviesan al país y al mundo. Que equivale a la probabilidad cierta de reincidir en otro yerro fatal a la hora de comprender las fuerzas en pugna, los antagonismos, las alianzas posibles y las políticas a desplegar frente a este original embate regresivo.

El libro de Murray Rothbard (2013), el gran referente ideológico del presidente electo, titulado “Hacia una nueva libertad. El manifiesto libertario”, está colgado en la red, es de fácil y entretenida lectura y aventa las debilidades de incurrir en sinonimias forzadas.

Su prologuista, Jesús Huerta de Soto, un catedrático español de la escuela austríaca asume a Milei como su primer discípulo que llega a la presidencia de un país al que suele elogiar en sus cátedras, mientras promueve un discurso análogo al del argentino en materia de devastación del estado y elogia a Margaret Thatcher y a Ronald Reagan (1). De paso cañazo, atribuye las penurias argentinas al “socialismo” del gobierno peronista y la influencia de los sindicatos retrógradas.

En su introducción sobre el libro de Rothbard. Huerta destaca textualmente: “La publicación en 1973 del libro For a New Liberty de Murray N. Rothbard marcó un antes y un después en la historia del pensamiento relacionado con la libertad humana. Con el libro de Rothbard el ideario liberal clásico era aplicado hasta sus últimas consecuencias y, refundado sobre las más puras y profundas raíces humanas del derecho natural, eclosionaba en todo un nuevo sistema político, económico y social: el capitalismo libertario, el anarquismo de propiedad privada o, simplemente, el anarcocapitalismo”.

El libro de Rothbard es un libro de economía, pero también es un catálogo filosófico que traduce a la libertad como propiedad privada y concibe a los gobiernos y los estados como un verdadero enemigo. A diferencia de lo que piensan otras doctrinas filosóficas, descree de las sociedades, de las comunidades y de lo común, exalta el egoísmo como una forma de progreso dialéctico de los sujetos y al mercado de un estado de naturaleza que consagra la más absoluta libertad de los seres humanos.

Mientras la prensa argentina se dedicaba de manera irresponsable a opinar sobre la salud mental de Milei, aventurando canturreos y salmos de más que dudoso asidero, los argentinos ignorábamos lo que significaba el neoliberalismo de Rothbard. Huerta y Milei.

No teníamos ni idea de que ya en 1978, en los comicios de un país históricamente bipartidista como los Estados Unidos, los libertarios en su debut electoral habían cosechado más de 1.250.000 votos para los cargos de congresales, estatales y locales. Pero además, “Richard Randolph resultó electo para la Cámara de Represen[1]tantes de Alaska en la boleta del PL, y Edward Clark sumó 377.960 votos para la gobernación de California. Después de que la candidatura presidencial del PL obtuvo 174.000 votos en 32 estados en 1976, la sobria publicación Congressional Quarterly se convenció de que había que clasificar al flamante Partido Libertario como el tercer partido político más grande de los Estados Unidos”.

Algo que no deberíamos olvidar, además, es que la ideología libertaria fue la teoría hegemónica en la guerra de la independencia, justamente porque denunciaba las barreras y trabas que los ingleses imponían ala economía de los residentes y ciudadanos de la futura potencia mundial.

En consecuencia, si el pensamiento liberal había tenido su nacimiento y consolidación en Inglaterra, fueron los colonos estadounidenses los que produjeron una radicalización anarcocapitalista de aquel liberalismo colonial y feudal al que eran sometidos los habitantes de la América del Norte en disputa.

Dice Rothbard en su libro: “Así, los Estados Unidos, por sobre todos los países, nacieron de una revolución explícitamente libertaria, una revolución contra el imperio; contra el impuesto, el monopolio comercial y la regulación; y también contra el militarismo y el poder del Ejecutivo. La revolución produjo gobiernos cuyo poder tenía restricciones sin precedentes. Pero, si bien hubo muy poca resistencia institucional hacia la avalancha de liberalismo en los Estados Unidos, sí aparecieron, desde el comienzo mismo, poderosas fuer[1]zas elitistas, sobre todo entre los gran des comerciantes y agricultores, que deseaban mantener el sistema restrictivo «mercantilista» inglés de altos impuestos, controles y privilegios monopólicos otorgados por el gobierno” (2)

En esa misma dirección, no duda en señalar que el retroceso de la ideología libertaria se dio en Francia a partir de 1848. “Hasta fines de 1848, los militantes del liberalismo francés del laissez[faire, como Frédéric Bastiat, se sentaron a la izquierda en la asamblea nacional. Los liberales clásicos habían comenzado como el partido radical, revolucionario en Occidente, como el partido de la esperanza y del cambio en nombre de la libertad, la paz y el progreso. Fue un grave error estratégico dejarse desplazar, permitir que los socialistas se presentaran como el «partido de la izquierda», dejando a los liberales falsa mente colocados en una posición centrista poco clara, con el socialismo y el conservadurismo como polos opuestos. Dado que el libertarianismo es precisamente un partido de cambio y de progreso hacia la libertad, al aban[1]donar ese rol abandonaron también gran parte de su razón de ser, en la realidad o en la mente del público. Pero nada de esto podría haber sucedido si los liberales clásicos no hubiesen per mitido su propia decadencia interna. Podrían haber destacado —como de hecho lo hicieron algunos de ellos— que el socialismo era un movimiento confuso, con tradictorio y cuasi-conservador, que era una monarquía absoluta y un feudalismo con cara moderna, y que ellos seguían siendo los únicos verdaderos radicales intrépidos que no aceptarían otra cosa que la total victoria del ideal libertario”.

Creo que es suficiente. Milei es un cruzado de los postulados libertarios que hace malabarismos en un mundo donde los bloques y estados resurgen después de la efímera hegemonía globalizadora. Esa es su mayor debilidad. Esa y el hecho de que no haya habido en el mundo un solo antecedente de un país gobernado por libertarios. El experimento socioeconómico debemos atravesarlo nosotros. Somos los conejillos de indias, los pioneros de una puesta en escena que puede transformar lo que queda de este país durante muchos años. Como en todos los casos, las esperpénticas expresiones del frustrado neoliberalismo macrista probablemente intenten condicionar a un presidente singular, un dogmático de una ideología de la que no parece dispuesto a abjurar y cuya capacidad de hacer política con los distintos aparece fuertemente puesta en duda.

Imposible derivar un escenario futuro con estos elementos tan esquivos, que hacen pie en la mayor crisis de representación de la historia y en el período de debilitamiento más marcado de las fidelidades políticas.
Lo que queda claro es que Milei es portador de un sistema de creencias diferentes, de una vuelta de tuerca del neoliberalismo basado en la prepotencia de la fuerza que no trepidaría en conducir al país a la ley de la selva. Ya ha señalado explícitamente lo que opina sobre la justicia social y las encíclicas del "maligno" de Roma. A diferencia de los corsarios de las finanzas, el personaje está convencido de la viabilidad de sus ideas. Ya no estamos frente a un riesgo económico donde (como en los 90) el país se acomodó a una novedosa forma de control global en un mundo unilateral. Ahora es la libérrima legitimad que confieren los votos los que aupan a semejante personaje para imponer sus delirios.






(1)    https://www.youtube.com/watch?v=vxLyppvOjYI

(2)    Hacia una nueva Libertad, Unión Editorial, Madrid, 2013, p. 20.

Imagen: diario Perfil.