Por Eduardo Luis Aguirre

No podremos decir nada original, que no se haya dicho, se esté diciendo o se vaya a decir sobre el resultado de las elecciones de ayer en la Argentina.
El triunfo del peronismo ha dicho presente en el momento preciso. Cuando la angustia y la desesperación frente a la amenaza de un experimento antidemocrático se cernía sobre un país que parecía inerte.

La victoria del peronismo no es solamente numérica. Se trata de una imposición rotunda y épica en el plano cultural, que demarca límites infranqueables en una democracia que se consolidó durante 40 años.

Tampoco se trata, como sabemos, de un triunfo definitivo. La segunda vuelta deberá ser leída en su insondable complejidad. La misma que adquirieron las dos compulsas anteriores.

Para eso, es necesario que el peronismo recupere la potencia teórica y reponga el argumento como forma de hacer política. El movimiento no ha salido indemne de las grandes calamidades. Ni del Consenso de Washington, ni de las crisis económicas ni de la pandemia. Es necesario comprender las transformaciones estructurales y dinámicas que se dan en una sociedad para no quedar nuevamente a expensas de las lógicas meramente gestivas, que es una de las condiciones que impone a las democracias el capitalismo neoliberal.

Desde luego, eso no será sencillo porque implica empoderar a la militancia con el bastón de la teoría y las definiciones políticas. Pero si lo hace el candidato no parece haber excusas para que nadie se sustraiga de esa obligación postergada.

Pero también es cierto que, como ninguna otra fuerza política, el peronismo cuenta con la enorme y llamativa actualidad de las consignas y reflexiones de su propio creador, que parecen retumbar en el ágora de sensaciones del día después.

En 1949, en el I Congreso Nacional de Filosofía, Perón enseñaba un camino preclaro, absolutamente vigente en esta hora de antagonismos ideológicos tan profundos. Hace casi 75 años, decía el fundador del mayor frente nacional patriótico.

Está en nuestro ánimo la absoluta conciencia del momento trascendental que vivimos. Si la Historia de la humanidad es una limitada serie de instantes decisivos, no cabe duda de que, gran parte de lo que en el futuro se decida a ser, dependerá de los hechos que estamos presenciando. No puede existir a este respecto divorcio alguno entre el pensamiento y la acción, mientras la sociedad y el hombre se enfrentan con la crisis de valores más profunda acaso de cuantas su evolución ha registrado”.

Este es, sin duda, un instante decisivo, donde el pensamiento, y luego la acción, son el único reaseguro de contención del totalitarismo mercadocéntrico.

“Es posible que la acción del pensamiento haya perdido en los últimos tiempos contacto directo con las realidades de la vida de los pueblos”.

A esto nos referíamos anteriormente. A mayor debilidad teórica y menores espacios de discusión y argumentación, mayores posibilidades adquieren los fanatismos extremos.

Por si esto no resultara lo suficientemente claro, Perón añadía:

En ausencia de tesis fundamentales defendidas con la perseverancia debida, surgen las pequeñas tesis, muy capaces de sembrar el desconcierto. El hombre puede desafiar cualquier contingencia, cualquier mudanza, favorable o adversa, si se halla armado de una verdad sólida para toda la vida”. Las pequeñas tesis, que encierran en su ensimismamiento su explícita barbarie, no podrían existir si a las mismas se les opusiera nada más y nada menos que una doctrina.

“Desde una esfera rectora, al considerar la posibilidad de proveer a los pueblos de buenas condiciones materiales de vida, el problema deja de ser abstracto para convertirse en una necesidad apremiante. El hombre que ha de ser dignificado y puesto en camino de obtener su bienestar, debe ser ante todo calificado y reconocido en sus esencias”. Los que votaron a la derecha no son zombies, ni monstruos ni necesariamente fascistas. Son argentinos que experimentan la frustración de que la política y lo político no han transformado su existencia ni le permiten compaginar un proyecto de vida. La idea de futuro es una construcción de la modernidad. Siempre que determinadas tesis políticas se impusieron, es porque lograron imaginar un futuro y trabajaron y pensaron en esa dirección. Imposible construirlo con subjetividades arrasadas.

Incumbe a la política ganar derechos, ganar justicia y elevar los niveles de la existencia, pero es menester de otras fuerzas. Es preciso que los valores morales creen un clima de virtud humana apto para compensar en todo momento, junto a lo conquistado, lo debido. En ese aspecto la virtud reafirma su sentido de eficacia” (Perón dixit).

 “Al pensamiento le toca definir que existe, eso sí, diferencia de intereses y diferencia de necesidades, que corresponde al hombre disminuirlas gradualmente, persuadiendo a ceder a quienes pueden hacerlo y estimulando el progreso de los rezagados”.

Esta es la esencia misma de la justicia social, la que emerge de las encíclicas papales y que los libertarios conciben como un robo o una aberración, en su infinita degradación ética.

   “La libertad fue primariamente sustancia del contenido ético de la vida. Pero, por lo mismo, nos es imposible imaginar una vida libre sin principios éticos, como tampoco pueden darse por supuestas acciones morales en un régimen de irreflexión o de inconsciencia”. La libertad es un significante flotante. Debemos reivindicarla como un valor fundamental de una comunidad organizada. En la vida en común, no puede haber libertad para unos pocos, porque eso supone la postergación de los Otros.








Combatir el egoísmo no supone una actitud armada frente al vicio, sino más bien una actitud positiva destinada a fortalecer las virtudes contrarias; a sustituirlo por una amplia y generosa visión ética”.

Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de sus individualidades y el sentido con que se disponen a engendrar en lo colectivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba; se alcanza por el equilibrio, no por la imposición.

El hombre es un ser ordenado para la convivencia social –leemos en Aristóteles–; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana, sino en el organismo superindividual del Estado; la Etica culmina en la Política.

Esta comunidad que persigue fines espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y ser más justa, más buena y más feliz, en la que el individuo puede realizarse y realizarla simultáneamente, dará al hombre futuro la bienvenida desde su alta torre con la noble convicción de Spinoza: «Sentimos, experimentamos, que somos eternos

La glosa siempre es una búsqueda que empieza con un ejercicio de memoria. En este caso, renunciando a toda presuntuosidad exegética, creemos que en estos próximos  días las respuestas filosóficas y políticas, las formas de acción comunicativa más certeras y sencillas son las que conducen a la construcción fraterna de una Comunidad Organizada. Allí experimentaremos que somos eternos como conjunto, porque -siguiendo a Spinoza- las pasiones alegres se deberían imponer siempre sobre las tristes. Porque el ser humanos nunca fue individuo. Siempre fue comunidad