Por Eduardo Luis Aguirre

 

Entre esas tareas necesarias del buen vivir en estos días donde los horizontes de proyección son tan estrechos y los márgenes de acción tan acotados, las izquierdas y los miles de militantes del campo popular tienen formas de democratización, reconfiguración e introspección que marcarían una guía capaz de fortalecer el indisoluble entramado entre la ética y la política. Algo que la derecha nunca podrá hacer porque la ética no se inscribe entre sus motivaciones para hacer política. El campo popular puede perfectamente emanciparse de los bronces que protegen a algunos de sus militantes, recuperar las discusiones teóricas, abjurar de lo políticamente correcto, poner fin a ciertas ententes con medios afines y sus operaciones cotidianas o con instituciones (también) políticamente correctas, denunciar las violencias en las militancias aunque eso duela y frustre. No dejar de hacer públicas las conductas sectarias, mezquinas, desmontar los resabios del patriarcado y las prácticas de acoso y abuso de muchos compañeros aunque un humano enojo pueda aconsejar una especulación en contrario. Deshabilitar los linajes y apellidos. Poner fin a la histórica propensión al consignismo. Preocuparse por el qué, pero también por el cómo, lo que significa estudiar y profundizar los entresijos más complejos de la realidad. Intentar comprender un mundo cuyas complejidades nos abruman y asumir que muchas de las categorías históricas que utilizábamos deberían, como mínimo, ser reformuladas y actualizadas. Internalizar que las tecnologías, internet y las redes sociales han autonomizado la política y han producido una evidente y condicionada laxitud de las lealtades. Nunca perder de vista que el mundo, además de la barbarie del capital, afronta guerrras, catástrofes climáticas y creemos que deja atrás una pandemia reciente. Los efectos de una peste permiten establecer algunas analogías entre las 5 epidemias más importantes del mundo. En todas ellas se impugnó a Dios, a la autoridad, a los extranjeros o diferentes y a los contagiados. Observar que el adversario es numeroso, no reconoce límites en su odio y su pulsión de muerte y que eso es un fenómeno que se reproduce en todo el planeta.  Sólo que ahora han demostrado que pueden ganar elecciones. Fortalecer los lazos fraternales de lo inmediato, lo cercano, lo común y lo amoroso en los vínculos que construimos cotidianamente. Reposicionar el argumento como forma de hacer política. Reivindicar la condición del Otro en tanto Otro. Preservar y cuidar a nuestros intelectuales, porque del lado de los poderosos amenaza la más desarrollada tecnología de la inteligencia artificial, la vigilancia y el control. Reivindicar una forma de vida en la que no seamos tanto consumidores como ciudadanos y replantearnos seriamentte la posibilidad de debatir las formas de gozar que impone el neoliberalismo, casi como un ejercicio de catequesis colectiva y obstinada. Dotar de un sentido partisano a la democracia aceptando sus contenidos y formatos decimonónicos, pero intentando extender el límite de sus perímetros en cada territorio conceptual en disputa. Resolver de una manera distinta su relación con las creencias trascendentes y subordinar las frustraciones de los gobiernos populares que no nos contienen del todo, si enfrente acecha únicamente el horror.






























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