Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

El intento de caracterizar la noción de ideología constituye un desafío que interpela la propia existencia humana. La existencia de los sujetos y los modos de existir ideológicos de los mismos. Es decir, las distintas formas de concebir el mundo, las representaciones infinitas de la realidad, los sistemas de creencias, de intuiciones y percepciones sobre la exterioridad y la interioridad de cada uno, las expectativas y aspiraciones y nuestra mirada sobre el Otro.

Es muy difícil, por lo tanto, conceptualizar la ideología, tanto si nos aferramos a la concepción clásica de “falsa conciencia” de Carlos Marx, como si intentamos hacer pie en las tesis de Eagleton o en la idea de los nuevos procesos de identificación sobre los que hace hincapié Jorge Alemán.

Ahora bien: ¿cuál es el sentido de tratar de aproximarnos al concepto de ideología? La pregunta sobre la ideología es la que nos va a permitir indagar sobre el mundo de lo real, tanto del mundo externo como del mundo interior, pero también nos ha de ayudar a recorrer los bordes de lo utópico, de las fantasías, simplificaciones, prejuicios, dogmatismos y fundamentalismos. Y esa indagación no parte nunca de un escenario inicial, fundacional. El sujeto forma, construye su ideología cuando el mundo que habita ya ha transitado una larga historia, posee estructuras, superestructuras, instituciones, burocracias, rituales, sentimientos, expectativas, aparatos destinado a reproducir una ideología determinada, formas de concebir las familias, los valores, los vínculos, la lógica, el sentido de la vida, y hasta un sentido común contemporáneo erigido como una codificación axiológica global con pretensión de universalidad. Esta última sí puede ser una cualidad distintiva de la ideología dentro del neoliberalismo, pero hubo otros tiempos históricos donde el ser, el estar y la existencia misma estaban formateados por otros aparatos ideológicos y represivos que conjugaban una ideología dominante.

La historia del mundo es la historia de la lucha de clases. Pero esa lucha continuada fue creando a su vez sus universos ideológicos para adaptarlos a los escenarios compatibles con cada marco epocal.

Para Herbert Marcuse, la cultura de la sociedad de clases es a la vez una sublimación falsa del conflicto social y -si no más que en la integridad estructural de la obra de arte- una critica utópica del presente-. El estudio de la sociedad parisina del siglo XIX de Walter Benjamin nos recuerda el eslogan de Michelet de que «cada época sueña con su sucesora», y encuentra una promesa de felicidad y abundancia enterrada en las mismas fantasías consumistas de la burguesía parisina. Ernst Bloch, en El principio esperanza (1954- 1955) desvela indicios de utopía en el aparentemente menos prometedor de todos los materiales, los eslóganes publicitarios” (1).

La ideología, en consecuencia, no solamente responde a una matriz de entera racionalidad sino que también alberga ilusiones, mitos, slogans, reduccionismos, credos trascendentes, deseos, pulsiones, expectativas, compulsiones e identificaciones. Sobre esto último habremos de detenernos.

La cruenta experiencia decimonónica dio lugar a una crítica cada vez más acentuada respecto de las relaciones de dominación, opresión y explotación que generó el capitalismo industrial en su fase colonial e imperial, constituyendo una preocupación cuidadosamente analizada por el propio Marx. El proceso tecnificado de industrialización, la fábrica, la marca del trabajo asalariado terminan de consolidar dos clases sociales antagónicas, con percepciones antitéticas con relación al Ser, al estar, al sentir, habitar y pensar lo real. La burguesía, propietaria de los medios de producción, rápidamente construyó instrumentos y herramientas de diversa índole suficientes para naturalizar el capitalismo y crear un sentido común compatible con los estándares de una sociedad marcada por la desigualdad, por una parte. Por la otra, una numerosa clase obrera que sólo disponía de su fuerza de trabajo para ponerla a disposición de la patronal. Esa asimetría y la técnica – si ustedes mejor lo prefieren, la tecnología- conducen inexorablemente a nuevas formas de alienación, dominación y control, que van a estar a su vez custodiadas por distintos aparatos de control social. Los elementos de control formal e informal. O lo que Althusser llamaría luego aparatos represivos e ideológicos del estado (2).

El siglo XX, por su parte, puso en tensión el determinismo teleológico del marxismo clásico. El resultado es conocido. No hubo finalmente una clase que por su sola inscripción en el proceso productivo, su conciencia en sí o para sí llevara a cabo la revolución socialista. Por el contrario, el mapa del sistema mundo pone en evidencia un avance sostenido y sin contraposiciones del neoliberalismo como dispositivo circular, por fuera del cual no parece haber lugar para ningún otro horizonte.

Las grandes enunciaciones de las izquierdas convencionales contemplaron en sus formulaciones y discursos a masas anónimas, homogéneas, a quienes dirigían sus prédicas y sus acciones políticas y de gobierno. Es interesante leer en este sentido los discursos stalinistas, y entre ellos escoger el de Enver Hoxa, uno de los más gráficos y elocuentes en torno a lo que llevamos planteado.

El proletariado, los trabajadores, los obreros eran los sectores considerados en esas narrativas los más dinámicos de la sociedad, los que una vez que adquirieran conciencia de su condición de explotados por el capitalismo llevarían a cabo una revolución capaz de conducir al mundo a una sociedad sin clases, sin expropiados ni explotadores.

Sabemos que la implosión de la antigua URSS, de sus países satélites, de las utopías revolucionarias que eran moneda corriente en la segunda mitad del siglo pasado fueron literalmente arrasadas. El capitalismo en su fase neoliberal llevó a cabo una batalla cultural fulminante, ocupándose especialmente del sujeto, de su diversidad y su singularidad. La apelación socialista a sujetos políticos totalizantes había subestimado la potencia de la subjetividad y de la captura de la misma que produciría el capitalismo, especialmente a partir del Consenso de Washington. La frase de Margaret Thatcher, la que aludía a la contemporánea disputa por las almas de los sujetos tocó una fibra sensible de los antagonismos políticos fundamentales durante el tercer milenio. El Hombre Nuevo que postulaba el socialismo científico fue finalmente formateado a imagen y semejanza del capital.

El sujeto neoliberal es por definición disconforme, apolítico, meritocrático, individualista, consumista, banal, adolece universos simbólicos módicos, le molestan los otros, los diferentes y hasta preferiría que no existieran. Por eso las gramáticas se embrutecen rápidamente. Imploran por la represión, la pena de muerte, no pueden detenerse en el rostro del Otro, postulan un solo objetivo de vida que se condensa en una ilusoria amalgama entre la felicidad y el éxito permanente, su sensibilidad se empobrece con miles de libros de autoayuda y la prédica sistémica de los medios de comunicación, no escucha su propio deseo y reivindica el racismo, el estilo emprendedurista, el desprecio por el pensamiento y la teoría, mientras languidece en la tiranía de la/s familias. Esta es, en apretada síntesis, la ideología del capitalismo en la circularidad de su fase neoliberal.

Esto puede ayudarnos a pensar que esa irreductibilidad hace que millones de sujetos elijan a sus propios expoliadores, a los representantes del capital concentrado, a los que postulan consignas de ultraderecha. No vale la pena seguir pensando que votan en contra de sus propios intereses. Como dice Jorge Alemán, son en realidad sus intereses los que han cambiado (2). El interés no está dado ahora por la condición de clase sino por un proceso de identificación expansivo, planisférico. Por una actitud frente a la vida y una propensión explícita a justificar la injusticia, la barbarie, la violencia, el sexismo, el colonialismo y el racismo.







(1)   Eagleton, Terry: “Ideología. Una introducción”, Ed. Paidós, 1997, Barcelona, p. 233

(2)   Althusser, Louis: "Ideología y aparatos ideológicos del estado.

(3) Ideología. Nosotras en la época. La época en nosotros, Ed. NED, 2021.