Por Eduardo Luis Aguirre

 

Un nuevo fantasma recurre el mundo asolado por la peste y la catástrofe neoliberal. Las ultraderechas han colonizado a los partidos liberales históricos y los han empujado a un abismo del que les resultará muy difícil (cuando no imposible) volver. Para ello han debido subordinarse a proclamas incendiarias que se sostienen en base a la enunciación y la amenaza de la cancelación violenta de derechos futuros.

Incluso, de derechos civiles y políticos que ponen a los liberales en un lugar de extrema incomodidad, porque en esa capitulación deben abdicar incluso de los postulados de sus propios clásicos. Parece increíble, pero las formaciones reaccionarias extremas ni siquiera pueden soportar los límites decimonónicos del primer neoliberalismo. En ese proceso acelerado de contraculturación se dan al menos dos fenómenos que dan la pauta de la gravedad de la cooptación y el retroceso en pleno estado de concreción. Los teóricos de un liberalismo “civilizado” hacen denodados esfuerzos por separar sus credos de fascistas o libertarios. Alzan su voz minoritaria en un desierto epistémico deslindando sus reivindicaciones de un liberalismo “social” o una democracia liberal (acabo de escuchar la entrevista de Juan Carlos Monedero a José María Lassalle (*) y creo que este último, autor del libro “El liberalismo herido”, podría ser uno de los mejores ejemplos de ese legado en crítica retirada)  respecto de las tendencias antidemocráticas y totalitarias que avanzan rampantes en todo el mundo. Allí, en esas diferencias, se plasman las turbulencias dentro del pensamiento hegemónico y circular del capitalismo contemporáneo. El segundo fenómeno es que hay una evolución incremental, un clima de época, una desesperación existencial y una debacle al momento de pensar su propio mundo y el sentido de la vida por parte de millones de sujetos que legitiman con sus propios votos a sus amos y eligen una moderna forma de esclavización basada en las formas más virulentas de dominación y control punitivo. En esa lógica, quizás profundizada por el aislamiento pandémico y las formas de convivencia alienada que propone el capital, se ha operado una captura de las almas y se pone en crisis el concepto mismo de sociedad. Sólo existiría el individuo y un ciudadano desentendido de sus históricas facciones identitarias. Esto coloca al campo popular, en todo el mundo, a realizar una correcta caracterización de esta nueva realidad sobreviniente y respuestas consecuentes en la disputa cultural, discursiva y existencial que se pone en juego. Quizás como nunca antes en la historia humana.

(*)https://www.facebook.com/watch/?v=1511377452553178