Por Eduardo Luis Aguirre
Hace algunos años, el presidente neoliberal que se abatió sobre nuestro país antes que el Covid rubricaba su perversa ignorancia asegurando que la Argentina desciende de los barcos, el macabro latiguillo que intencionadamente encubre el genocidio de un desierto poblado y el dato objetivo de que, aun así, masacre de por medio, más del 55% de los argentinos tiene en la actualidad sangre indígena. Era el tiempo aquel en que uno de sus desaforados ministros mostraba impúdicamente su preocupación y su racismo extremo alertando de que algún día pudiera gobernarnos un santiagueño.

Esta es la única pandemia que no tiene todavía un día después. Sin embargo, y para poner en valor el rechazo explícito al racismo neoliberal, una larga marcha de mujeres de pueblos originarios puso pie en la acartonada ciudad portuaria. Igual que cuando aquellos miles de indios entraron a Buenos Aires a caballo, para ofrecer sus lanzas y su sangre para pelear con los ingleses que acechaban. Las buenas gentes del cabildo, tan aterrorizadas como el resto de los habitantes de la ciudad que creció adorando a una Europa que nunca llegó, optaron por desdeñar la generosa ayuda ofrecida por los pueblos originarios.

Las cosas parecen estar cambiando. Las “extrañas” mujeres que provenían de un subsuelo ignorado decidieron ir allí, al corazón mismo del salvajismo unitario histórico, para llevar a cabo la Marcha del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir.

Fueron a alertar y para pedir que cese el terricidio, para reivindicar sus muertos, desde Calfucurá (aquel que en tiempos de Rosas imaginaba una confederación indígena) hasta Rafael Nahuel. Piden por el medio ambiente y contra la minería, marchan contra la misoginia, contra el fascismo y claman por la transformación más grande que se ha reclamado en tiempos de pandemia: la creación de un Estado Plurinacional.

Dice el historiador Enrique Ruiz Domenec en su libro “El día después de las grandes epidemias” que, tras su paso destructivo, las cinco grandes pandemias de la era cristiana depararon con los años cambios superadores, transformaciones impensadas. Uno de ellos fue nada menos que el Renacimiento.

Tal vez uno de los grandes cambios que depare esta pandemia se convierta en una lucha por un estado plurinacional que trascienda el federalismo rancio de una Constitución que, ni siquiera con su redacción de 1994, alcanzó a interpretar en su verdadera magnitud el país real.

Todos hemos pensado muchísimo en las marcas que habrá de dejar la peste. Todas y todos sabemos que esas huellas habrán de sacudir las dimensiones conocidas. Muchos pensamos en la posibilidad funesta de un fascismo rampante, de nuevas y tecnologizadas formas de control social, de un capitalismo cada vez más brutal, de miles y miles de sujetos alejados de lo común, en sobrevivientes cada vez más individualistas, en sociedades cada vez más injustas, en una aceleración de la circularidad tabicada del neoliberalismo.

De pronto, como una aparición pasional, masiva, profundamente amorosa, ética y solidaria, las mujeres originarias irrumpen en un escenario impensado, plantan una bandera inesperada, agitan la necesidad de articular definitivamente la nación con sus formas jurídicas, quieren marchar hacia una definitiva democracia igualitaria. Allí anida una disrupción emancipatoria. Las decenas de pueblos originarios claman por el buen vivir. Sus mujeres han caminado centenares de kilómetros para hacer que sus voces se escuchen. Plantean una diferente escala de valores, una forma distinta de convivir con la naturaleza y la madre tierra, seguramente el ejercicio de un poder obediencial o la condición sagrada de los niños y los ancianos. Constituyen una epifanía. La primera gran sorpresa de la pandemia nos emparenta con lo común. Nos devuelve a una ancestralidad que no concibe el pragmatismo de la política disociado de la ética. Llevan a cabo un ejercicio inédito de construcción de pueblo. Constituyen un sujeto social que nadie esperaba. Y ahora están aquí. Este día de mayo no será un día más. No puedo menos que volver a pensar en los grandes cambios que el historiador catalán logró distinguir después de cada acontecimiento epidémico. Esta marcha, esta presencia súbita del país real bajo la lluvia de Buenos Aires establece una disrupción, ensaya una propuesta en medio del desastre y marca un rumbo que nos implica y nos obliga a pensar. A sentipensar con categorías diferentes. A tomar nota de un sujeto que está siendo, como decía Kusch. Que está presto para ponerse de pie y marchar. Y ese sujeto, en este momento especial de la historia, justamente, fueron las mujeres