Por Eduardo Luis Aguirre

Después de haberme descubierto no ha sido difícil llegar hasta mí. Ahora la dificultad consiste en librarse de mí (Friedrich Nietzsche, Carta a Georg Brandes)



Leo las noticias que otra vez ubican a la Corte Argentina en el lado más oscuro y reprochable de los posicionamientos opacos. Funcional a los históricos intereses de los poderosos, su único legado consiste en asegurar los valores de los nobles, como escribía Nietzsche. Los valores de los esclavos corren, entonces, por cuerda separada. Por eso, como en tantas otras ocasiones, aturde el silencio atroz de los cortesanos respecto del albur sanitario de decenas de miles de hombres y mujeres confinados en tiempos de coronavirus . "La moral de los nobles -decía el “Loco” de Turin- odia los corazones cálidos. Odia las ideas modernas, odia el progreso y el porvenir". El filósofo debió asumir el horror de su estatuto de locura después que se abalanzó sobre un caballo lacerado por los latigazos de un cochero y le pidió perdón en nombre de la humanidad. Esa sería, paradójicamente, una de sus últimas noches de libertad. Digo paradójicamente porque el gran Profesor de Basilea no obedeció a un impulso alienado aquella fría noche del 3 de enero de 1889. Por el contrario, ese fue quizás uno de los gestos más rotundos mediante los que aportó a una nueva cosmovisión europea, siempre basada en las actitudes morales hacia la vida. En este caso, la vida de un noble animal de tiro. La influencia del pensador prusiano fue decisiva entre los más prestigiosos teólogos, antroólogos, filósofos, sociólogos, psicólogos, politólogos, historiadores, poetas, novelistas y dramaturgos de la época. Y también le dedicó a los jueces, amanuenses de la moral de los nobles, algunos párrafos notables. En “Así habló Zaratustra” hay un título impactante: “El pálido criminal”. ¿A que vosotros, jueces y sacrificadores, no queréis dar muerte al animal hasta que éste no haya inclinado la cabeza? Pues mirad al pálido criminal cómo inclina la cabeza; su mirada pregona el gran desprecio. Sus ojos dicen: “mi yo es algo que ha de ser superado; mi yo es para mí el gran desprecio del hombre”. Juzgarse a sí mismo constituyó su momento supremo. ¡No dejéis que ese individuo que se ha encaramado tan alto vuelva a caer en la bajeza! A quien sufre tanto a causa de sí mismo sólo le puede redimir una muerte rápida. Vuestro acto de matar, jueces, ha de ser un acto de compasión y no de venganza. Y al matar, procurad justificar que matáis. Vuestra tristeza h de ser el amor al super- hombre. Y tu, juez, manchado de sangre, si confesaras todo lo que has hecho de pensamiento, verías como todo el mundo te gritaba: “¡Fuera esa inmundicia y ese gusano venenoso!”. Sobre las consecuencias de la circulación del coronavirus en nuestra cárceles se ha expedido Zaffaroni hace muy pocos días. Imposible mejorar esas conceptuaciones. a las que parangonó como una nueva forma de crímenes contra la humanidad.