Por Eduardo Luis Aguirre y María Liliana Ottaviano.

Como intentamos expresar a través de distintas entregas, existen múltiples dimensiones, una infinita cantidad de lugares, miradas y perspectivas desde la que puede ser analizada la pandemia y su incidencia social, presente y futura.

En ese marco, queremos destacar un significante que se repite, se entremezcla, se tramita y circula como una suerte de estado natural sobrevenido durante los días de cuarentena. El aburrimiento, el tedio que se deriva o sobreviene como consecuencia del encierro prolongado. Las situaciones que fluyen al interior de esa sensación, como acabamos de señalar, admiten una infinidad de matices que atraviesan otras tantas diferencias. Subjetivas, familiares, sociales, culturales, existenciales, económicas, filosóficas, etcétera.

Frente a esas dimensiones de extrema diversidad, las propuestas que circulan, se ensayan y comparten para mitigar el aburrimiento, con las excepciones del caso (bibliotecas virtuales abiertas de par en par, recitales musicales, películas para todos los gustos), tienden a ser casi siempre las mismas. Dispositivos electrónicos, juegos virtuales, programas seriales de televisión, adivinanzas, acertijos, tutoriales múltiples y otros tantos “tips” enmarcados en una suerte de paradigma conductual o pasatismo consuetudinario cuya explícita finalidad es ayudar a que el tiempo transcurra lo más rápido posible. Objetivo que, por otra parte, desde una perspectiva humanitaria es absolutamente comprensible dada la magnitud del confinamiento.

Pero, abstracción hecha de las estrecheces, dificultades, diferencias y carencias de diversa índole (a las que ya hemos hecho referencia) con las que cada uno debe atravesar la cuarentena y de las rutinas a las que elige echar mano para hacerlo, la pregunta que queremos formularnos concierne a la composición humana, subjetiva, existencial, del aburrimiento, su constitución, las razones que lo consolidan y lo transforman en el denominador común de un tercio de la humanidad que se halla confinada. Un dato estremecedor que no reconoce antecedentes en la historia.

La etimología parece ofrecernos en este caso un buen punto de partida. La palabra  aburrir proviene del latín aborrere (del prefijo ab, "sin", y horrere, "horror"). Según el biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana, se compone de “ab”, que significa “ausencia o vacío” y “horrere” que significa horrorizarse. Una traducción aproximada de aburrir(se) sería “miedo al vacío”.[1]

El aburrimiento y el miedo son dos tipos de angustias convergentes en estos tiempos inéditos. El miedo al contagio, sobre el que ya nos ocupamos en “Extraños a la comunidad”y la experiencia del tedio.

Pareciera que para el sujeto el problema no es el aburrimiento en sí mismo, sino aquello que este efecto deja al desnudo, la necesidad del dispositivo o la pantalla del entretenimiento para evitar mirar(se) y sentir la falta constitutiva, para eludir la angustia existencial de la incompletud. El aburrimiento se presenta como una sensación de desamparo simbólico frente a uno mismo y frente al Otro. El discurso capitalista, la ciencia, la tecnología y hasta el mercado –de los cuales nos venimos ocupando en artículos anteriores- intentan obturar la división constitutiva del sujeto, su falta inaugural, produciendo objetos de consumo masivo –asimilables por el capitalismo a objetos de deseo- con la ilusión de una supuesta completud y que, al mismo tiempo, evita la pregunta que dé cuenta de su deseo y su malestar.

Ahora bien ¿qué es lo que se ha trastocado para que sobrevenga el aburrimiento colectivo? En primer lugar, lógicamente, la idea de nuestra libertad individual, lo que algunos filósofos denominan la cotidianeidad del ser. No podemos salir de nuestras casas. Llevamos en esa situación muchos días y seguramente sobrevendrán varios más. No podemos trabajar, al menos en la forma en que habitualmente lo hacíamos. Hemos visto afectados nuestros vínculos sociales, familiares y afectivos. Se conmovieron nuestros hábitos y costumbres. La vida cotidiana transcurre en espacios más reducidos. La convivencia continua con otras personas depara complejidades de diverso orden. La soledad, también. Una monotonía ritualizada opera como significante de la vida cotidiana confinada al interior de los espacios privados. Un territorio en el que el sujeto aparece como vaciado de sentido.Donde el espacio se convierte –aunque a veces no nos percatemos de ello- en un ámbito totalizante y extraño.

Dejo de lado el reposo del sábado, pero creo que este extraordinario imperativo, gracias al cual, en un país de amos, vemos todavía que un día sobre siete transcurre en una inactividad que, según dicen los proverbios humorísticos, no le deja al hombre común un punto medio entre la ocupación del amor o el aburrimiento más sombrío, esa suspensión, ese vacío, introduce seguramente en la vida humana el signo de un agujero, de un más allá en relación a toda ley de la utilidad…[2]

En el año 1979 en el marco de su Seminario 26, Lacan se refiere al aburrimiento como acontecimiento que se produce cuando el sujeto ya no se encuentra apto para la sorpresa; incluso se pregunta “¿Qué es lo que hace que un sujeto pueda perder la aptitud para el asombro, para ser sorprendido, y conocer el aburrimiento?”. En respuesta a este interrogante refiere que en el aburrimiento “accedemos a una percepción dolorosa de la repetición, la repetición se da en nosotros bajo el sesgo de lo monótono…[3]

Vale decir, el aburrimiento impacta en el diario hacer. El hacer que en momentos de “normalidad” gobierna y fagocita la mayor parte de nuestro tiempo, porque si hay algo que el capitalismo no tolera es precisamente el aburrimiento. Por el contrario, compele a la aporía de la satisfacción inmediata Casuales, casualidades (escribía Daniel Amaro en “A la ciudad de Montevideo”), Heidegger llama la atención justamente en la circunstancia histórica de que el hombre ha dedicado mucho más tiempo a hacer que a pensar. Podríamos agregar, con riesgosa presuntuosidad, que le dedica más tiempo a hacer que a sentí/pensar.

Con el riesgo de que todo ser humano necesita de un temple de ánimo, según lo caracteriza el pensador de Friburgo, para poder realizarse, incluso en sus prácticas y actividades más comunes. La angustia que produce el aburrimiento conspira contra el hacer permanente y la ilusión de una felicidad vacua como la que promueve el sistema.

El hacer es entonces, una suerte de mandato sistémico y el aburrimiento se asimila en el sistema capitalista a un pecado capital: la pereza. Y con ello, a la culpa por el “no hacer”. O, peor aún, como lo expresa Tim Appleton, el sistema obtura la posibilidad de construir “un deseo humano que vaya más allá de los deseos inducidos, de forma repetitiva, por el propio capitalismo”[4]. En consecuencia, en la medida que no se pueda construir otro deseo, el aburrimiento se expresa en una falta que sucumbe frente a la imposibilidad de hacer. No existe, por el contrario, registro de un aburrimiento que pueda asociarse a un impedimento o una mengua en la aptitud de sentir o de pensar. Seguramente no hemos escuchado a nadie que ensaye una queja de ese tenor durante estos días, a pesar de que, siempre según Heidegger, en la angustia resplandece el Ser y lo que llamamos aburrimiento es el temple de ánimo fundamental que permite nuestro pensar, nuestro filosofar. Pero esa práctica parece suprimida de nuestro escenario habitual, y es entonces cuando una enorme sensación de vacío se abate sobre nosotros al momento de tener que convivir con espacios cronológicos más generosos que aquellos mediante los que el capitalismo organiza y regula nuestra vida cotidiana. Quizás, en el fondo, habrá que recurrir, nuevamente, a la repetida frase de Albert Camus:” Lo peor de la peste no es que mata los cuerpos sino que desnuda a las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”[5]







[1]http://etimologias.dechile.net



[2] Jacques Lacan, Seminario 7 «La ética del Psicoanálisis» Clase del 23 de diciembre de 1959. Página 50. Disponible en: http://www.bibliopsi.org/docs/lacan/Seminario-7-%20La%20%C3%89tica%20del%20Psicoan%C3%A1lisis%20BN.pdf



[3] Jacques Lacan, Seminario 26. Clase 9 del 8 de mayo de 1979. Disponible en http://www.psicoanalisis.org/lacan/26/9.htm



[4]Aburrimiento y Capitalismo, disponible en https://www.huffingtonpost.es/timothy-appleton/aburrimiento-y-capitalismo_a_23437911/



[5]Albert Camus: La peste, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=oUjDyNCd3QM