Por Eduardo Luis Aguirre



Como en los tiempos bíblicos, parece en un principio que es posible construir una cronología exacta de la historia. En la práctica, en cambio, la confusión, las disputas, la vaguedad y el generoso transcurso del tiempo lo dificultan. Si decodificar el presente implica un mandato de cumplimiento imposible, recorrer más de dos mil años de la era común parece una empresa utópica.

Estamos en tiempos oscuros, que son a su vez mesiánicos y apocalípticos. De pronto, la Argentina quebranta el humanismo solidario y profundo precolombino, observa azorada cómo retrocede el honor caballeresco de los conquistadores y quedan al descubierto los fragmentos con lo que se dio origen a un país nuevo, extraordinario, en cuya conformación no faltaron la sangre de nuestros hermanos en las luchas intestinas.

El personaje menor que abraza distintos cultos a la vez especula con un minarquismo cruento que debería ser, en su afiebrada especulación, el paso previo hacia un anarquismo donde el estado virtualmente desapareciera. Con él desaparecerían el bien común, la comunidad y la justicia social. Es decir, en este tramo apocalíptico de la historia presente estaríamos retornando sin escalas a la ley del más fuerte, y además, estableciéndola como nueva ley fundamental. Ya nadie encuentra salida y todos se preparan para que el gobierno desquiciado pueda ser más largo que lo que imaginábamos y deseábamos. Y parece que la caverna deberá producir sombras e imágenes que, en la oscuridad, nos conduzcan al fracaso inevitable frente a otra modalidad -ahora experimental- del capital. El proyecto monstruoso es volver a la Argentina pre peronista. Y nadie encuentra cómo oponerse a ese designio fatal. En realidad, casi nadie. En medio de la debacle extorsiva, La Pampa decide hacer frente a la malignidad desquiciada. Se paŕa frente a la barbarie portuaria y exhibe su humilde e increíble fortaleza. Recurre al argumento, pronunciado con estética y direccionalidad estadística, desbordante de consistencia política e ideológica, donde habitan la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. Un ajuar doctrinario, bien distinta de una canasta de monedas. Y la pétrea fortaleza de un culto histórico a la austeridad sana de sus finanzas. No le quedó otra a La Pampa. Como sabia decir el más grande peronista que estará siempre presente en este horizonte generoso y flamígero, ni siquiera la naturaleza había sido generosa con esta provincia marcada africanamente a hachazos por la cartografía porteña. Con más de la mitad del territorio desertificado por un gigantesco proceso de degradación ambiental, todavía no reparado e impune, la Provincia argumenta lo incontrovertible en los tiempos imprevisibles.

El gobernador alerta sobre la existencia de fondos anticíclicos que apuesta a seguir preservando, innova en la creación de un aporte solidario y extraordinario "que alcanzará a todo el sector financiero y a los altos salarios públicos", además de los inmuebles y vehículos de mayor valuación fiscal, destinado a los sectores más vulnerados.

Asumió que las obras públicas (1000 viviendas para la provincia y la conclusión de las casas del ProCreAr) que el gobierno nacional suspendió, serán también asumidas también por La Pampa, peronista invicta y territorio libre en la Patria.

También se pondrá en marcha un plan de jubilación anticipada a agentes de la administración pública haciendo hincapié en las dificultades posibles de adaptarse a las nuevas tecnologías de parte de aquellos que han trabajado toda su vida. Respeto absoluto a la humanidad.

Esta es la provincia que también encuentra explicación a su firmeza en la acidez profunda y salitrosa de los medios de control social. Desde los estatales tradicionales, hasta la libertad de prensa, el rumor y el conocimiento personal de los pocos que comparten una comunidad. Un aspecto que regula las conductas socialmente inaceptable aunque éstas, como en todas las sociedades del mundo, existen de manera inexorable. Con estos más y estos menos, algo parecido al orgullo y el reaseguro frente a la intemperie que nos proporciona el estado en tiempos bestiales nos impacta en lo existencial, en lo ético y en la convivencia misma.