Por 

Eduardo Luis Aguirre



Estonia vota. En medio de la guerra, con una sociedad fragmentada y tres fuerzas políticas pugnando por hacerse del gobierno, este pequeño país de algo más de un millón de habitantes es un vecino crucial de Rusia y un miembro periférico de la Unión Europea enclavado en la lejanía del inquietante Mar Báltico.

Las relaciones que el gobierno liberal de Kaja Kallas (denominado “reformista con la misma impronta indiferenciada que aqueja muchos países europeos) decidió entablar con Moscú no pudo ser más riesgosa. No solamente proclamó a los cuatro vientos su apoyo al gobierno de Kiev y su rechazo explícito a Putin, sino que hizo denodados esfuerzos para pertrechar y ayudar a su aliado ucraniano. Los estonios aportaron 113 millones de euros en armamento y municiones, el mayor suministro de asistencia militar a Ucrania, hasta sumar 370 millones. No es justamente una ayuda menor, para un país tan pequeño que, además, se paró de manos frente a Alemania acusándola de escaso compromiso con los invadidos.

En esta contienda electoral, y pese al intrincado sistema electoral estonio que comenzó el 27 de febrero y terminará el próximo 5 de marzo, se anotan además un partido de derecha y uno de “ultraderecha” que, casualmente es el que defiende con mayor convicción un cambio en la política exterior de Tallin. Ese voto, que proviene fundamentalmente de los rincones rusófonos y pro rusos de este pequeño país de 44.500 km2.

En Narva, por ejemplo, extremo oriental del territorio abarcado por la alianza militar OTAN y tercera ciudad estonia, el 87% de los 60 mil habitantes habla en ruso, según destaca el portal Embajada Abierta. Eso no trascendería la mera acotación geográfica si no fuera porque en esa zona, estonios y rusos están separados únicamente por el río Narva. Es decir, que la antigua república soviética, cuyo gobierno es uno más de la multiplicidad de administraciones neoliberales hegemónica en Europa ocupa un lugar geoestratégico y militar altamente preocupante. Como ocurre en Ucrania, los bordes de ls frontera estonia con Rusia están habitados por ciudadanos que tienen una mirada bastante distinta de la que profesa el gobierno de un país peculiar, producto de la histórica implosión soviética.

Estonia, aun atendiendo su pasado y la memoria vida de la ocupación soviética, ha decidido hipotecar su porvenir en las resoluciones de la Unión Europea, que en realidad son las decisiones de estados Unidos, empeñado en buscar puntos de fricción que aíslen a Rusia y comiencen a hostigar a China. Este conflicto multipolar está lejos de habilitar una nueva Yalta. No hay señales objetivas de que la guerra vaya a parar en lo inmediato, sencillamente porque no ha habido una sola propuesta para satisfacer la demanda de Rusia, que básicamente consiste en no tener enclaves militares estratégicos cerca de sus fronteras. Una estrategia histórica tendiente a evitar las amenazas sobre el país más extenso de la tierra. Socialdemócratas, liberales, reformistas e “izquierdistas” claman contra la invasión rusa y la guerra en Ucrania. Un objetivo por demás loable si no fuera que ello apunta a construir un mapa cada vez más lejano de una convivencia armónica mundial. Occidente ya ni siquiera invoca los valores tradicionales de la paz, el estado de derecho, la libertad, etc. No podría hacerlo. Los países Bálticos –incluida Estonia- han sido amonestados por Amnesty Internacional por conservar la pena de muerte desde su propia independencia. “En julio de 1992, el entonces primer ministro de la República de Estonia comunicó a Amnistía Internacional que dada "la actual complejidad de la legislación penal, [el parlamento estonio] no cree que sea posible abolir la pena de muerte durante la primera fase de la reforma del Código Penal. En la segunda fase, cuando se adopte el nuevo Código Penal de la República de Estonia, está previsto abolir la pena de muerte". Sin embargo, se cree que la aprobación de ese nuevo código penal podría tardar aún varios años”. O sea, nada. El Báltico sigue aferrado a las peores tradiciones culturales y está lejos de encarnar una democracia más allá de la celebración de intrincadas elecciones. Según un informe de la misma ONG, en 2022 Estonia “seguía sin prohibirse legalmente la discriminación por motivos de religión, edad, orientación sexual o identidad de género. Seguía habiendo lagunas en los derechos de las personas con discapacidad, así como en la protección de las mujeres frente a la violencia. La Oficina de la Policía y Guardia de Fronteras no seguía el debido proceso cuando valoraba las solicitudes de asilo. Las parejas homosexuales continuaban teniendo dificultades para hacer efectivos sus derechos con arreglo a la Ley de Uniones Civiles de 2016”. Esto es, sin duda, un atraso en materia de democracia y DDHH que socava la autoridad moral de occidente para enarbolar quejas en ese sentido. Un denominador común que recorre a los países "democráticos". España ha sido declarada una "democracia incompleta", Italia consagra a una neoliberal extrema, gobiernos despóticos liberales han sido elegidos en Polonia, Hungría, Croacia, el Báltico y la propia Ucrania. Y Estados Unidos nos muestra sus dientes con Laura Richardson y María Elvira Salazar, como antes lo hacía con el ex embajador Edward Prado.

(*) Imagen de https://www.gettyimages.com.mx/