La utilización de la fuerza por parte de los Estados, en su vinculación con otros Estados, es un dato recurrente de la realidad histórica objetiva en materia de relaciones internacionales. Ahora bien, la utilización de esa fuerza puede ser legal o ilegal, conforme el grado de adaptación que la misma exhiba respecto de los estándares y principios del derecho internacional. Esta formulación, por sí misma, no expresa demasiado en cuanto a las lógicas que determinan la utilización de la fuerza estatal, pero permite, al menos, determinar un concepto de fuerza que atraviesa la modernidad, que es la política de fuerza que responde a la concepción imperialista del sistema internacional. El ejemplo más categórico de la gravitación de la política de fuerza en materia internacional, es la que han desplegado los Estados Unidos, sobre todo a partir de la consolidación de su liderazgo en materia militar, política y económica, producido después de la segunda guerra mundial. La fuerza adquiere una centralidad excluyente en la política internacional imperialista, al punto de ser admitida y reivindicada como el único instrumento capaz de regular las relaciones interestatales. Hablamos, como es obvio, de la fuerza militar. La capacidad de prevención, disuasión y conjuración de las diferencias con otros estados fue un continuo de la política exterior estadounidense, hasta que se produce la disolución de la Unión Soviética, la caída del muro de Berlín y la consolidación de su liderazgo en un mundo unipolar. A partir de ese momento, a las intervenciones militares (efectuada directamente o a través de terceros Estados) se agrega una política de intervención policial a gran escala en diversas partes del mundo. Se produce, de esa manera, una inédita actualización en las formas de imposición de la fuerza. Como lo mencionamos en otros tramos de este mismo trabajo, coexisten guerras de baja intensidad con operaciones policiales de alta intensidad, siempre desplegadas preventiva o represivamente en defensa de los intereses de Estados Unidos, de la paz, la democracia y los mejores valores de Occidente, que casi siempre han terminado en horrendas e impunes masacres. La política de la fuerza,en el sistema internacional, encarnada por Estados Unidos y sus aliados, posee una serie de características diferenciales. La primera de ellas es la confianza en la fuerza, basada en una supremacía militar objetiva y una cultura binaria, proclive a solucionar los conflictos mediante el ejercicio de la coacción que otorga un poder ilimitado. En segundo lugar, una vocación para hacer prevalecer la voluntad política propia, a como dé lugar, mediante la construcción de un enemigo y de razones para acudir a su aniquilamiento, interviniendo sin hesitación alguna en los asuntos internos de otros Estados para imponer sus designios al vencido. Luego, la imposibilidad de concebir a la coexistencia pacífica, igualitaria y democrática entre los Estados como la modalidad más atinada para solucionar las diferencias. Por último, la profundización de una mirada imperial, que lleva a legitimar un derecho de excepción sobre la base de los hechos consumados de manera unilateral, con prescindencia de perpetrar las peores matanzas que haya conocido la Humanidad.