Desde que se planteara públicamente la iniciativa gubernamental de habilitar el derecho al sufragio a partir de los dieciseis años, se ha desatado una polémica que, lejos de abarcar los aspectos jurídicos e institucionales indudablemente implicados en la eventual reforma(que los hay, sin duda), ha avanzado sobre cuestiones que han contribuido casi exclusivamente a banalizar la discusión, porque se han construido desde los peores prejuicios de ciertos sectores medios, siempre temerosos y reactivos frente a los cambios, aunque ellos signifiquen un mayor empoderamiento de los grupos más dinámicos de una sociedad. Como de ordinario ocurre, el rol de los grandes medios de comunicación ha contribuido de manera decisiva a profundizar los miedos, recurriendo a argumentaciones tan inconsistentes como falaces. Desde la supuesta intencionalidad electoral de la medida, hasta desgraciadas referencias a la pretendida "infiltración" política (?), las prédicas y las reacciones negativas han apuntado a la supuesta incapacidad de nuestros jóvenes para elegir sus representantes. Paradójicamente, estos mismos jóvenes son considerados lo suficientemente maduros como para ser sancionados y criminalizados por esos representantes a los cuales, hasta ahora, no pueden elegir. Si bien los argumentos restrictivos no resisten un análisis sociológico medianamente serio, es interesante incorporar a la polémica algunos datos comparativos que aluden al estado actual de la conciencia ciudadana en los Estados Unidos, el país que - para muchos de los que se oponen a este otorgamiento de más y mejores derechos- resulta el paradigma institucional a imitar. Eso nos dará, al menos, una visión comparativa del grado de madurez y conciencia política de nuestros jóvenes, sobre todo en un contexto histórico donde la revalorización de la militancia y la preocupación por la cosa pública vuelve a concitar el interés de miles de jóvenes. La comparación que a título ejemplificativo se propone, apunta a poner de relieve, también, la profunda levedad del juicio crítico de los ciudadanos de la primera potencia mundial. Que, por supuesto, eligen con su voto al político más influyente del planeta. Seguramente, estos datos ayudarán a ser menos temerosos de las decisiones de nuestros propios jóvenes como sujetos políticos y a distinguir la interasada influencia de los medios comunicacionales monopólicos y los sectores más retardatarios de nuestra sociedad. "A juzgar por los resultados de numerosas investigaciones de opinión pública elaboradas en los Estados Unidos, parecería que el estadounidense promedio no está muy consciente de la importancia del mundo exterior. Por ejemplo, justamente cuando en los últimos años de la década de los 70 se desarrollaba un gran debate a nivel nacional en ese país, que importaba cerca de 50 por ciento de sus necesidades de petróleo de otros países, la mitad del hombre común no sabía que los Estados Unidos compraban una gota de petróleo en el exterior". "Esta falta de conocimiento tuvo implicaciones recurrentes en la década de los 90 a medida que crecía la dependencia estadounidense respecto a las importaciones de petróleo. Por otra parte, más de la mitad de los estadounidenses interrogados durante la década de los 80 no estaban seguros de si los Estados Unidos o, por el contrario, la Unión Soviética, era miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Una investigación de la firma Gallup realizada en 1995 reveló que 25 por ciento del público estadounidense no podía mencionar el nombre del país que había sido objeto de la primera bomba atómica lanzada 50 años atrás. En un hecho un poco más cercano al interés norteamericano, en una investigación reciente entre 5.000 estudiantes de los años superiores del bachillerato, en Dallas, 25 por ciento no pudo identificar cuál era el país extranjero que bordeaba con Texas. En otra encuesta sólo dos por ciento del público pudo identificar al presidente de México y sólo uno por ciento al primer ministro de Canadá, no obstante el hecho de que los Estados Unidos en esos días había concluido la firma del Acuerdo de la Zona de Libre Comercio Norteamericana (NAFTA) diseñado para promover la integración económica entre las tres economías. En 1990, cuando el gobierno de los Estados Unidos gastaba poco más de uno por ciento del presupuesto federal en ayuda externa, el público asumió que la cifra era cercana 20 por ciento. Existen numerosos ejemplos adicionales acerca de la falta de información del ciudadano común de los Estados Unidos sobre los asuntos internacionales pasados y presentes. Aún cuando el público en otros países, particularmente en Europa, a veces parece estar mejor informado que el público norteamericano, existe gran evidencia en el sentido de que no obstante las implicaciones de interdependencia, un amplio sector de la población tiene solamente intereses marginales acerca de estas materias y conocimientos supremamente elementales en el campo de los asuntos internacionales. En todos los países muchas personas parecen adoptar la misma actitud del estudiante a quien se le preguntó: "¿Qué es peor, la ignorancia o la apatía?" y él contestó: "No lo sé, no me importa" (Pearson, Frederic: "Hacer al público más conciente de su estadía en el mundo", en "Relaciones Internacionales", Ed. Mc Graw Hill) .