Por Eduardo Luis Aguirre

 



Ha muerto Enrique Dussel. Uno de los pensadores más completos de la contemporaneidad. Un verdadero estandarte de la Filosofía de la Liberación, de la Teología de la Liberación y del pensamiento decolonial latinoamericano. Un maestro que nos lega una obra excepcional y una nueva manera de mirar el mundo y su historia. Un hombre comprometido con la Patria Grande y los oprimidos del mundo. Una pluma exquisita y una palabra creativa y precisa. Un referente insustituible en el camino arduo de encontrar una epistemología propia, un conocimiento y una forma de vivir compatible con lo más rico de lo ancestral. Un teólogo marxista que trasuntó en esa mixtura un maravilloso recorrido teórico del que nos valimos muchísimos intelectuales del mundo.

Dussel se lleva consigo la enorme conquista de haber dedicado largos años a leer a Marx y a reivindicar saberes de los bordes del mundo. La filosofía bantú, china, árabe, semita y latinoamericana fueron objeto de su inclaudicable avocamiento. En tiempos en los que parecían descascararse las tesis emancipatorias marcó el camino que todavía les quedaba expedito a las grandes masas de esta región.

Propugnó una nueva vida, cuestionó los saberes nord eurocéntricos y sacó a relucir la potencia infinita del pensamiento de los colonizados. Invitaba a revisar las tesis políticas que había concluido con una mirada panorámica, dejando al descubierto la miseria existencial y espiritual del capitalismo neoliberal. La idea del buen vivir, la reivindicación de un pensamiento basado en el amor, la austeridad, el ascetismo y la riqueza de dotar de un sentido revolucionario la existencia vital. La enorme capacidad para graficar la vigencia de un poder ejercido de manera obediencial, siempre atento a las demandas de los sujetos. La idea señera de que el hombre nunca fue individuo y siempre fue comunidad. Se ha ido el gran constructor de una ideología liberadora que logró junto a otros muchos pensadores de nota mantenerse de pie, incólume, frente a la penetración cultural del “hombre nuevo” endeudado, infeliz, descreído e individualista que ha prohijado el capitalismo. Ojalá su estrella nos guíe frente a la catástrofe del sistema más injusto de la historia. Hago votos para que aquella interpretación de la conquista de América y de otros pueblos nos siga fortaleciendo en los presupuestos epistémicos de las luchas más desparejas.

Ha sido un verdadero honor citar sus reflexiones y rescatar su infinita coherencia. La que lo conminó al exilio y lo llevó a Israel para emular el oficio del padre de Jesucristo, en una experiencia etnográfica incríeble.

Cincuenta libros y una enorme cantidad de artículos y conferencias lo sobreviven. Tal vez la tarea de la hora, el mejor homenaje al hombre que ayudó decisivamente a cambiar la historia y la filosofía, sea volver a enfrascarnos en su obra profusa y conceptual. Tanto hemos escrito sobre Dussel. Tanto hemos aprendido de él. Tanto nos hemos apoyado en citas de su autoridad, que seguramente los tiempos por venir no serán fáciles. Ya no tendremos la espalda de Dussel sosteniéndonos frente a los nuevos escenarios. Pensar a corriente será una tarea que dependerá de cada uno. Es la dinámica de la vida y de las faltas. De las grandes faltas.