Por Eduardo Luis Aguirre

 

El Tío la tiene clara. Fue un articulador simbólico y un conductor vigente de una familia singular en tiempos desoladores. Conoce de las luchas, de las victorias y también de las derrotas más intensas. Fue capaz de entregar de sí lo mejor para mantener en unidad esa diversidad donde conviven desde un mozo y una nodriza hasta un terrateniente arruinado y su propia madre. Reconoce al pie de la letra los laberintos recorridos por esa comunidad estragada por vicisitudes difícilmente reversibles, entre las que no faltan los vicios, los errores y las elecciones que no parecen guardar relación con la profundidad del drama común.

 El drama habita en un núcleo incómodo que hace pie en la falsa ilusión de imaginar ellos, los personajes –todos circunstanciales- que no son más que sujetos contingentes. A esos sujetos les ha resultado más fácil afincarse en una tierra lejana que evitar la desesperación por la derrota y la imposibilidad de otear el mundo más allá de la monótona comarca. Por eso han escogido beber, dice el Tío. Y no se equivoca. El Tío es, en la obra de Anton Chéjov, Vania. El Tío Vania. La hacienda pertenece a los Serebriakov, a pesar del esfuerzo y la administración de Vania durante décadas y la incidencia de una dote que lo sume en el desamparo y que los demás ocupantes de la morada, qie son ocho, parecen no reconocer. Los momentos son sombríos, comienza diciendo Chéjov. No cabe duda que lo son. Elena Andreevna, otra de los personajes, rubrica con una tristeza pesada, despojada de deseo, carcomida por la frustración: "¡En medio de este atroz a aburrimiento, viendo vagar a su alrededor, en lugar de personas, a unas manchas grises; sin oír más que vulgaridades, ni hacer más que comer, beber, dormir...”.

Eric Bentley, uno de los que más ha analizado esta obra de cuatro actos (1895-1897) escribió que “el podría haber sido es la idea fija de Chéjov”, y enumeró una serie de antítesis de las que el texto estaría compuesto temáticamente: “amor y odio, sentimiento y apatía, heroísmo y letargo, inocencia y sofisticación, realidad e ilusión, libertad y cautiverio, uso y derroche, cultura y naturaleza, juventud y vejez, vida y muerte.”

El tío Vania de la obra del escritor y dramaturgo ruso es en la ficción Iván Petróvich Voinitski. Un hombre forjado en la esperanza y esculpido por la decepción. Interesante ejercicio para conocer lo intrincado del alma humana. Se ilusionó siguiendo a un profesor que imaginó un intelectual respetable a quien terminó concibiendo como un mediocre. El profesor retirado Serebriakov, dueño de la finca, es además su cuñado y Vania está enamorado de su esposa, Vania intuye, contempla la complejidad de la trama y decide intervenir.