Por Georgina Alfonso González (*)  

 



El pensamiento feminista desarrolla la perspectiva crítica antipatriarcal enfrentando  la dominación capitalista que legitima la opresión sobre las mujeres como “formas naturales del orden social”`, a fin de obtener mayores ganancias. El capitalismo neoliberal se presenta como una forma moderna de relaciones patriarcales, donde  todo aquello que las mujeres se ven obligadas a hacer “gratis”, ya sea relacionado con la existencia o la subsistencia humana, se le llama “reproducción”, en oposición con la producción.



“Reproducir” connota, en términos patriarcales, una actividad menor, secundaria, que no genera en sí valor económico alguno. De este modo, se justifica al patriarcado, cargado de significados y símbolos femeninos para ocultar, más aun, el trabajo de las mujeres que asegura gran parte de la acumulación de capital.

En la historia del pensamiento feminista, las distintas miradas epistemológicas a la crítica del patriarcado emergen de la realidad del trabajo de las mujeres y tienen como denominador común colocar visiones y propuestas de trasformación. Estos posicionamientos críticos feministas abarcan también las percepciones y representaciones, las visiones analíticas, las experiencias políticas, la definición y aplicación de derechos sobre el mundo de las mujeres.

Los objetivos feministas han consistido en eliminar los cautiverios, desalambrar las vidas femeninas a través de procesos liberadores, hacer avanzar los derechos específicos de las mujeres y convertirlos en normas de convivencia civil. Desde una ética de la justicia social y emancipación plena para hombres y mujeres, la clave del pensamiento feminista ha sido potenciar los espacios de reverberación, compromiso y responsabilidad, en beneficio de la humanidad toda.

Cínicamente,  los grandes espacios de poder del capital divulgan y defienden el discurso ultraconservador de la lucha contra la “ideología de género”. Este discurso patriarcal y racista arremete sin freno contra la perspectiva feminista de la desigualdad sexual como hecho social. Detrás de la semiótica romántica y la vuelta a la familia natural está la visión patriarcal de la explotación de la mujer, en su doble condición de productora y reproductora de vida.

La crítica al modo de producción capitalista y el análisis histórico del proceso de reacomodo del patriarcado a la lógica de explotación arremeten contra la naturalización de las desigualdades y los sucesivos arreglos de la moral, la política, las leyes, los placeres y gustos a los beneficios de la clase dominante.

La crisis política global acentúa la opresión femenina, de raza y territorios y las crisis alimentarias, ambientales, de cuidados y civilizatoria. El patriarcado se afianza en todas las instituciones y organizaciones delimitando con mayor precisión los dueños del excedente, de los tiempos y de los espacios de dominación, usurpando y cooptando las creaciones, los símbolos y hasta los liderazgos de las mujeres.

La cultura de dominación patriarcal legitima la violencia contra las mujeres; la falta de decisión sobre sus cuerpos (placer, sexualidad y maternidad); la falta de ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos (violaciones, embarazos no deseados, abortos clandestinos); la falta de reconocimiento y valoración del trabajo doméstico; la falta de democratización en el espacio privado; la inequidad en las responsabilidades domésticas y familiares.

La explotación capitalista se esconde en un enjambre de relaciones para no dejar ver que su esencia sigue siendo la plusvalía como fundamento económico. La división sexual y social del trabajo coloca, más allá de la economía, la reproducción ampliada del sistema de relaciones capitalistas. El feminismo se posiciona desde una visión crítica y cuestiona la economía clásica, que acentúa la división entre lo productivo y reproductivo.

En la sociedad capitalista, el concepto de feminidad se constituye como una función-trabajo, que enmascara la producción de la fuerza de trabajo bajo la enunciación de un destino biológico, creando la división sexual del trabajo y haciendo propis de las mujeres las tareas que se relacionan con la reproducción de la vida cotidiana.

Los análisis sobre el sexo, la reproducción y la maternidad han sido el núcleo fundamental de la teoría feminista y de la historia de las mujeres. Los análisis teóricos del feminismo han visibilizado y puesto al descubierto las estrategias y la violencia por medio de las cuales los sistemas de explotación han impuesto disciplinar y apropiarse del cuerpo femenino. Los cuerpos de las mujeres han sido los principales objetivos para el disciplinamiento social y la exposición de las relaciones de poder.

El capitalismo, en su nueva versión neoliberal, se asocia al racismo y al sexismo, justificando las desigualdades sociales desde prejuicios y estereotipos sociales, prometiendo la libertad “frente a la realidad de la coacción generalizada y la promesa de prosperidad frente a la realidad de la penuria generalizada— denigrando la ‘naturaleza’ de aquéllos a quienes explota: mujeres, súbditos coloniales, descendientes de esclavos africanos, inmigrantes desplazados por la globalización”.

En la ideología conservadora patriarcal, los hombres aparecen como los representantes por excelencia del poder político y económico, son quienes fijan las leyes y los horarios laborales; mientras las mujeres están asociadas mayoritariamente a los mal llamados “trabajos de amor” que, a pesar de ser poco o nada remunerados ni reconocidos, son un componente importante para la supervivencia del entramado social. Como se prioriza el rendimiento y la producción de resultados, las mujeres son menospreciadas a la hora de acceder al mercado laboral, por varias pre-condiciones que vienen asociadas al solo hecho de ser mujer y que son reafirmadas por la cultura patriarcal para mantenerlas en una posición de subordinación económica y política: ellas tienen más ausencias al centro laboral porque deben cuidar de sus hijos y ancianos, no desarrollan capacidad para dirigir o administrar una empresa, generalmente no tienen alto nivel de instrucción para ocupar cargos públicos de dirección, etc. Es por ello que, al final, quedan asociadas a los trabajos de reproducción: servicio doméstico y cuidado de personas dependientes.

La ideología neoliberal fundamentalista consolida la representación de la mujer como el sexo débil, considerándola como “víctima que debe ser protegida”. Debido a esta concepción, las políticas dirigidas a ellas se caracterizan por su fuerte carácter asistencialista y su poca o nula participación en su diseño e implementación. No buscan generar en ellas nuevas capacidades y oportunidades que les permitan alcanzar un ascenso en la escala social, sino más bien atender con medidas superficiales las problemáticas que más les afectan. Es el caso de algunos países de América Latina, donde el Estado neoliberal ha implementado como medida para atender la violencia contra las mujeres el recrudecimiento de las políticas punitivas de endurecimiento policiaco y carcelario; sin tomar en cuenta los reclamos del movimiento feminista, que exige la eliminación de los factores económicos y sociales que aumentan la desigualdad entre mujeres y hombres y son la base de la violencia ejercida contra ellas en diversas manifestaciones: económica, psicológica, física y otras.

Es importante resaltar la relación directamente proporcional que se establece entre las violentas reformas económicas propuestas por el proyecto neoliberal y el aumento de la violencia machista en la región. El modelo económico, profundamente centrado en el crecimiento económico, distancia a las mujeres de los recursos naturales de los cuales  depende su subsistencia, mediante procesos de privatización y mercantilización, así como excluye los aportes de estas a la economía. Una de las mayores evidencias de que las reformas estructurales del neoliberalismo han impactado de manera distinta en hombres y mujeres es la feminización de la pobreza.

La pobreza global y nacional de los países subdesarrollados ha sido uno de los factores más importantes que propiciaron el auge de los fundamentalismos religiosos. La ausencia del papel del Estado y el fracaso de las instituciones abren una puerta de entrada para la influencia fundamentalista, en el sentido de coaptar a la población y en materia de legitimarse frente a los grupos sociales que requieren de los servicios sociales. En muchos países, la participación decreciente del Estado en la educación comunitaria o los pactos políticos con las iglesias, por ejemplo, han dejado un vacío que muchas veces llenan los grupos fundamentalistas religiosos o transfieren los fondos públicos a las instituciones religiosas para mantener los acuerdos de dominación.

Con una visión conservadora, que se expresa desde la academia hasta los escenarios religiosos, empresariales y políticos de manera reactiva y contestataria, guiada por la tradición religiosa, se manifiesta el avance de la defensa de los derechos humanos desde una concepción conservadora de la vida.

Pero no es hasta las últimas dos décadas del siglo XXI que los grupos conservadores, en diferentes partes del mundo, han logrado articularse como una oposición monolítica, en una increíble alianza ante cualquier proyecto que promueva la educación sexual y leyes con perspectiva de género. A partir de una crítica permanente al feminismo, los fundamentalistas religiosos se afianzan y crean redes transnacionales bien definidas, apoyadas por los gobiernos, el empresariado neoliberal y por la Iglesia católica y evangélica, en el caso de América Latina. La consolidación de las luchas feministas y por la diversidad sexual generó la reacción negativa de la Iglesia católica y organizaciones afines a la custodia de una supuesta ley natural que –desde los dogmas religiosos, pero permeando a los sistemas normativos capitalistas- determinaría el papel de hombres y mujeres en instituciones como la familia, el matrimonio y la reproducción.

Lo interesante de esta nueva etapa fundamentalista está en su carácter reactivo y de amplio movimiento, desplazándose en diversos espacios y campo sociales (la religión el derecho, la bioética), superando la tradicional oposición entre lo religioso y lo secular. En este marco emergen los discursos de la “cultura de la muerte” y la “ideología de género”, dos estrategias diferentes, pero complementarias.

Este fenómeno de carácter transnacional, con particularidades nacionales distintivas, se moviliza por medio de marchas masivas y videos virales, que han sido sus principales armas para hacerse visibles y hacer presión sobre la opinión pública.

En su afán por desacreditar al feminismo, los fundamentalismos religiosos atacan sus principales posicionamientos críticos al patriarcado y presentan una interpretación parcializada sobre las posturas feministas y los contenidos de los derechos sexuales y reproductivos, desatando ira contra el derecho de las mujeres a decidir sobre su vida. Así, bloquean el debate en torno al aborto y mantienen la enunciación de la “concepción de la vida”. Desde una agenda que postula el control absoluto del poder, sin respeto a los derechos humanos, arremeten contra el principio de laicidad del Estado y lo sustituyen por la defensa a ultranza de las libertades individuales y la propiedad privada.

El discurso fundamentalista que acusa al feminismo de “ideología de género” ha permitido a los movimientos conservadores continuar su defensa a la identidad de género homofóbica y misógina. Este discurso es un producto de colonización ideológica que promueve valores racistas, patriarcales y de dominación.

Rebelarse contra el lugar asignado a la mujer en la lógica económica, cultural y simbólica del capital es un acto de rebeldía y emancipación feminista. El auge de las ideas feministas y su inserción en los proyectos sociales anticapitalistas es, sin dudas, una de las particularidades de las experiencias emancipatorias actuales.

A diferencia de otros movimientos sociales, que fueron debilitándose considerablemente con la implementación de las políticas neoliberales y se desgastaban discutiendo sobre cómo reorganizarse a lo interno, el movimiento feminista amplió sus redes, se expande e imbrica con otros movimientos. La constitución de nuevos espacios de lucha impuso la inclusión de temas con una perspectiva política feminista (comunicación, violencia, derechos reproductivos, participación política e identidad).

La construcción plural, multicultural y polifónica de la agenda política feminista global incluye cuestiones tales como: la feminización de la pobreza; la dicotomía entre la esfera privada y pública; las luchas femeninas por la ciudadanización y el acceso al poder del sujeto mujer; la violencia invisibilizada; el control y expropiación de la sexualidad; la reconexión de lo social con lo político y los ideales, símbolos y valores del feminismo.

La ira de la dominación y los poderes conservadores crecerá en la medida que las propuestas feministas se fortalezcan y desplieguen un abanico de posiciones antirracistas, antipatriarcales y anticapitalistas.

 

(*) Filósofa, directora del Instituto de Filosofía del Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba. Además, coordinadora del Espacio Feminista Berta Cáceres.