“Las matanzas fueron tanto más traumáticas cuanto que fueron perpetradas por kmers contra otros kmers. Los hombres de “Hermano Nº 1” insistieron en forjar “un  hombre nuevo” atacando la estructura familiar: cualquier manifestación de afecto estaba prohibida y cada individuo debía erradicar de sí mismo los sentimientos tradicionales de amor y afecto hacia sus prójimos. Hasta la amistad estaba prohibida[1].

La tremenda secuencia de muerte y horror vivida en Camboya durante el régimen de Pol Pot (cuyo verdadero nombre era Saloth Sar, aunque se hacía llamar también  “Hermano N° 1”), quien gobernó Camboya entre 1975 y 1979, y costó la vida de la cuarta parte de la población de camboyanos, de minorías étnicas y ciudadanos de países vecinos[2], constituye una página negra de la historia universal y una vergüenza difícil de asumir para aquellos que recuerdan, con sana nostalgia, de qué manera el clima mundial de la década de los años sesenta y setenta permitía albergar la esperanza de un mundo socialista, que depararía una sociedad más libre y justa.
En ese marco, la dictadura camboyana produjo una masacre cuyas consecuencias -huelga decirlo- no se han superado todavía: una matanza propiciada, paradójicamente, en nombre de valores “socialistas” que en la realidad expresaban prácticas y relatos increíblemente regresivos y conservadores.
La revolución intentó destruir todo aquello que tenía alguna relación con el capitalismo, siempre según su unilateral y particular perspectiva.


La religión, la familia, la estructura urbana, la actividad económica (porque se la tildaba de estar influenciada por el capitalismo, al igual que el dinero, cuya utilización por parte de los habitantes fue prohibida), la educación pública (sospechada de impartir contenidos contaminados con el sistema de creencias depuesto) y las formas jurídicas fueron atacadas, se abolieron las festividades tradicionales, se homogeneizó la vestimenta, se prohibió la música y la lectura de determinados textos, como así estilos populares[3].
En la nueva sociedad revolucionaria, los cambios culturales se hacían mediante la  “readaptación” de las personas al nuevo sistema de creencias, la que se llevaba a cabo, literalmente, “a los golpes” (luat dam)[4].
El recuerdo de Camboya permanece vivo y debe servirnos como una guía ilustrativa frente a las recurrentes tentaciones de crueldad que tienden a exhumar ciertas lógicas de acuerdo a las cuales “algunas” prácticas punitivas “pueden estar bien”, en tanto y en cuanto se dediquen a perseguir o condenar a determinados sectores de la sociedad, en lo que se entendía era una continuación de la lucha de clases “por otras vías”.
Ese aniquilamiento, todavía fresco en la conciencia de la humanidad, demuestra que nunca el pensamiento progresista puede ir asociado al punitivismo; que toda demanda de mayor intervención violenta estatal es siempre e inexorablemente regresiva y que el punitivismo, tarde o temprano, es restaurativo de un orden injusto.
La propia realidad actual camboyana, con un 70 por mil de mortalidad infantil, algo más de 350 dólares como ingreso anual promedio per capita[5], una monarquía constitucional tan regresiva como la que los Jemeres Rojos lucharon por derrocar, e innumerables secuelas psicológicas, económicas y sociales en su población, como consecuencias del conflicto, así parecen demostrarlo: “Sus patologías se asemejan a las de los veteranos de la guerra de Vietnam y los sobrevivientes de los campos de concentración nazis: problemas de inserción social, envejecimiento prematuro, debilitamiento de las defensas inmunológicas, dolores de cabeza, cansancio, desórdenes gastrointestinales, depresión y estrés postraumático (PTSD). La universitaria recopiló testimonios impresionantes de personas que, en sus crisis, “escuchaban gritos y tiros imaginarios o respiraban el olor de cadáveres en estado de descomposición”. Y observa que “la gravedad de estos síntomas rara vez se observó en otras poblaciones de pacientes”. Reconoce sin embargo que los casos que ella había descrito eran a menudo más agudos debido al desarraigo cultural y a las dificultades de integración de estos pacientes en el nuevo país”[6].
Fue el de Camboya uno de los genocidios más cruentos y a la vez más difíciles de explicar en términos históricos, sociológicos y geopolíticos, ya que entre los bandos en pugna se filtran de manera decisiva los tres polos de poder vigentes durante la guerra fría: Estados Unidos, la China Maoísta y la Unión Soviética[7]. “Las interpretaciones del régimen de Pol Pot varían. Kampuchea democrática alegaba ser “el Estado Comunista N° 1”. A principios de los 70, el PCK (Partido Comunista de Kampuchea, 1966) había colocado a Albania en primer lugar, seguida por China y luego él mismo, mientras que a Vietnam se lo describía como “Camarada Número 7”. En 1976, el KD (Kampuchea Democrática, 1976-79) se proclamó “entre cuatro y diez años adelantado” con respecto a otros estados comunistas asiáticos por haber “saltado del feudalismo” a una sociedad marxista de manera directa[8]. “Es interesante destacar la histórica e incomprensible rivalidad y encono entre los Estados socialistas de la época. La tensión creciente entre el maoísmo con epicentro en China, y la influencia estalinista en la Unión Soviética, llevaron a sus aliados en el mundo a confrontaciones muchas veces ininteligibles, potenciadas por el rol de Estados Unidos incrustado como una cuña entre estas contradicciones estimuladas al interior del mundo socialista. Durante el período de la guerra fría (1947-1989), existía la certeza de que los conflictos internos de los países en vías de desarrollo eran consecuencia de la rivalidad política entre las dos superpotencias. Todo enfrentamiento interno armado era sospechoso de ser alentado por alguna ideología foránea. Se consideraba que los países de Africa, América Latina y Asia eran los tableros donde capitalismo y comunismo se enfrentaban por el control del mundo por intermedio de sus peones”[9].

La compulsión del régimen de Pol Pot por imitar las características de la revolución china, lo condujeron a crear una artificial pero descomunal colectivización del agro y un desplazamiento forzado de personas desde las zonas urbanas a las rurales, convencido como estaba de que los campesinos deberían jugar el papel de “motor de la historia” en la consolidación del tránsito de una sociedad feudal a una comunista, para lo que era necesario una intervención compulsiva  en la consolidación de relaciones de producción compatibles con esta tesitura (aunque algunos autores se animan a cuestionar la raíz marxista de la Camboya de Pol Pot, a la que identifican únicamente como “una revolución campesina”, en la que el nacionalismo, el populismo y el campesinismo se impusieron al comunismo)[12].
El enfrentamiento con Vietnam (fuertemente adscripto a la Unión Soviética, especialmente durante la guerra contra Estados Unidos), y la imposibilidad de encontrar diferencias objetivas y ciertas, hicieron que se apelara a un “nacionalismo” antiimperialista en el que se centraba la contradicción fundamental contra el invasor extranjero, acaso remedando los ejes ideológicos del comunismo chino ya referidos[13].
Un nacionalismo de esas características estaba al borde del racismo y la xenofobia y las limpiezas étnicas no tardaron en llegar: vietnamitas, “burgueses”, religiosos, y disidentes fueron las víctimas de semejante yerro teórico.
El antivietnamismo militante de Saloth Sar (Pol Pot) venía de 1966, cuando la mayoría de los comunistas jemeres (camboyanos) veían con agrado la mayor parte de la política neutralista en la región del reino de la Camboya independiente conducida por el príncipe Sihanouk, a quien Sar estaba decidido a derrocar mediante una revolución[14].
La Camboya prerrevolucionaria poseía una economía absolutamente rural, desintegrada, dominada por el cultivo de arroz de mera subsistencia, eran comunidades aldeanas descentralizadas, en la que el idioma y la religión budista Theravada eran factores de fuerte cohesión nacional. Los vietnamitas eran budistas Mahayana, lo que acentuaba las diferencias[15].
Durante la revolución de los jemeres rojos, la condición agraria de Camboya se profundizó. Y también las medidas compulsivas tales como el traslado de personas de la ciudad al campo, y las deportaciones.
De hecho, muchos autores han especulado que, por esta connotación predominantemente campesina, el proceso camboyano había cedido su condición marxista a una organización campesina, populista, nacionalista, que había excedido los proyectos socialistas de sus propios líderes[16].
Con la caída del régimen de Pol Pot, salieron a la luz documentos estratégicos que permitieron hacer una más exhaustiva evaluación del papel de Estados Unidos durante el genocidio. El Ministro de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, Henry Kissinger le dijo al Ministro de Relaciones Exteriores de Tailandia el 26 de noviembre de 1975: “También debería decirle a los camboyanos que seremos amigos suyos. Son matones asesinos, pero no dejaremos que eso se interponga en nuestro camino”[17].
El “camino” al que hacía referencia Kissinger era fortalecer a los enemigos de la Unión Soviética dentro del campo socialista, sin demasiados miramientos. En aras de ese mismo destino manifiesto, el Asesor de Seguridad Internacional Zbignew Brzezinsky reveló: “Animé a los chinos a apoyar a Pol Pot. Pol Pot era una abominación. Nunca podríamos apoyarlo, pero China sí”. Según el mismo Brzezinsky, los Estados Unidos guiñaron el ojo de manera semipública “a la ayuda que China y Tailandia prestaron a los jemeres rojos”[18].
Pero además, y en lo que interesa específicamente a este trabajo, significa un punto de partida para analizar el rol del sistema punitivo estatal, antes y después de la perpetración del genocidio.
El poder punitivo del Estado camboyano alcanzó una brutalidad sin límites. Asediado por una realidad objetiva producto de su alineamiento internacional y una realidad paralela construida por el imaginario de los propios jemeres, en menos de cinco años se abolió el dinero y desapareció el mercado.
La infraestructura urbana -de por sí muy austera- fue virtualmente aniquilada cuando se conminó a sus habitantes a vivir en el campo, proliferaron las ejecuciones sumarias por doquier, los lazos familiares estaban penalizados con la muerte y se convirtieron innumerables centros educativos en cárceles, entre las que sobresalió por sus condiciones indignas y oprobiosas la prisión de máxima seguridad de Tuol Sleng, de cuyos 20.000 reclusos sobrevivieron menos de una decena cuando cayó la dictadura de Pot y que hoy se conserva como museo del horror [19].
Todo esto en los convulsionados  años que duró el régimen de Pol Pot, menos de un quinquenio en el que el país se convirtió “en un enorme campo de trabajo y en una prisión de dimensión estatal”, al transformarse Camboya “en una sociedad agraria basada en una versión extrema del colectivismo maoísta”[20].
Esa misma sociedad “comunista” abolió el sistema legal y asesinó a casi todas las personas con experiencia en el plano jurídico, porque el régimen entendía que el derecho era una superestructura en manos de la vieja clase dominante y, por lo tanto, lejos estaba el “estado de derecho” de integrar la agenda política de los jemeres, que no lo consideraba una necesidad sino, por el contrario, una rémora cultural del capitalismo[21].
El resultado de esas concepciones es que, todavía en la actualidad, el sistema jurídico camboyano es altamente disfuncional, carece de un código de procedimientos, tiene un presupuesto exiguo, los jueces no poseen una gran preparación y el sistema judicial está entre los estamentos menos confiables del país, al que se considera corrupto o influible y, por ende, la puesta en marcha y funcionamiento de tribunales independientes que puedan juzgar las prácticas genocidas se dificultan considerablemente[22].
En 1979, el ejército vietnamita ponía en fuga a los Jemeres. El 7 de enero, a las 11 de mañana, caía Pnom Penh. Minutos antes, Pol Pot había dejado la ciudad integrando una comitiva de dos helicópteros con rumbo a Tailandia. Miles de camboyanos desplazados iniciaban de inmediato su regreso a la patria. De allí en más, los jemeres seguirían su actividad de manera clandestina, hasta  la muerte de Pol Pot[23].
Según datos estimativos aunque confiables, Camboya tenía en 1975, 7.890.000 habitantes, de los cuales fueron asesinados en menos de un lustro, 1.671.000; esto es, el 21% de la población[24].
El genocidio, de una fuerte connotación racial y religiosa, aniquiló a camboyanos urbanos y rurales, vietnamitas, chinos, tailandeses, laosianos y, particularmente a 90.000 cham, un equivalente al 30% de esta minoría religiosa, en un “genocidio múltiple” de proporciones únicamente comparables al perpetrado por el nazismo[25].
Proliferaron los “campos de matanzas” y creció de manera exponencial el secuestro institucional de disidentes. En la cárcel de Tuol Sleng llegaron a alojarse en condiciones inhumanas 14.000 personas, la mayoría de ellas víctimas de purgas internas partidarias, que fueron torturadas y asesinadas. Los cráneos de las víctimas se exhiben en exposiciones ubicadas en el museo de Tuol Sleng y en el Memorial del Genocidio Choueng Ek, ambos lugares convertidos en sendos destinos turísticos[26].
Pero el dato dolorosamente original de este crimen contra la humanidad, radica en que fue llevado adelante  por un Estado que “alegaba ser el Estado Socialista N° 1”. “A principios de los 70, el PCK había colocado a Albania en primer lugar, seguida por China y luego él mismo, mientras que a Vietnam se lo describía como “Camarada N°. 7”[27].
El examen del caso del genocidio camboyano nos mueve a reflexionar acerca de la finalidad y la legitimación del castigo institucional, y abre grandes signos de interrogación sobre la racionalidad de penas retribucionistas y prevencionistas en materia de crímenes masivos, poniendo en crisis las racionalidades en boga de un progresismo punitivista y la falibilidad de los argumentos teóricamente aceptados a la hora de su puesta en práctica en la realidad criminológica de la sociedad moderna.



[1] Hiegel, Jean Pierre y Hiegel-Landrac, Colette: “Vivre et revivre au camp de Khao I Dang. Une Psychiatrie humanitaire, Ed. Fayard, París, octubre de 1996”, citados por  Rochigneux, Grégoire: “En las pesadillas, Pol Pot aún vive”, Le Monde Diplomatique, “el dipló”, Número 21, marzo de 2001, p.18 y 19.
[2] Hiegel, Jean Pierre y Hiegel-Landrac, Colette: “Vivre et revivre au camp de Khao I Dang. Une Psychiatrie humanitaire, Ed. Fayard, París, octubre de 1996”, citados por  Rochigneux, Grégoire: “En las pesadillas, Pol Pot aún vive”, Le Monde Diplomatique, “el dipló”, Número 21, marzo de 2001, p.18 y 19.
[3] Hinton, Alex: “Verdad, Representación y las Políticas de la Memoria después del Genocidio. El caso camboyano”, en “Revista de Estudios sobre Genocidio”, Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Volumen 2, junio de 2008, Buenos Aires, Ed. Eduntref, p. 28.
Desde el punto de vista de su economía, Camboya se transformó en un gigantesco taller de trabajos forzados, con jornadas agotadoras, sin tiempo libre para el descanso, con operarios sin salarios y con un fuerte disciplinamiento familiar. Una verdadera pesadilla, que remedaba una grotesca caricatura del “Hombre Nuevo” socialista.
[4] Hinton, Alex: en “Revista de Estudios sobre Genocidio”, Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Volumen 2, junio de 2008, Buenos Aires, Ed. Eduntref, p. 28.
[5] Rochigneux, Grégoire: “En las pesadillas, Pol Pot aún vive”, Le Monde Diplomatique, El Dipló, N° 21, marzo de 2001, pp. 18 y 19.
[6]  Rochigneux, Grégoire: “En las pesadillas, Pol Pot aún vive”, Le Monde Diplomatique, El Dipló, N° 21, marzo de 2001, pp. 18 y 19.
[7] Zaffaroni, Eugenio Raúl: “La palabra de los muertos”, Ed. Ediar, 2011, p. 473.
[8] Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 76.
[9] Rivero, Oswaldo: “Las entidades caóticas ingobernables”, Le Monde Diplomatique (el dipló), Número 2, agosto de 2009, p .5, 6 y 7.
[10] http://www.lahaine.org/index.php?p=53683 y http://www.lucheyvuelve.com.ar/General/24demarzo.htm

[11] Lida, Clara Eugenia; Gutiérrez Crespo, Horacio; Yankelevich, Pablo: “Argentina, 1976: estudios en torno al golpe de estado”, google books, p. 102, nota al pie, que se encuentra disponible en http://books.google.com.ar/books?id=IUtgZORNX2sC&pg=PA102&lpg=PA102&dq=El+PCR+contra+el+golpe+ruso+o+yanqui&source=bl&ots=TDJihTMR5y&sig=GMfuOHwI4JbTfTd60g_lRxqIwYY&hl=es#v=onepage&q=El%20PCR%20contra%20el%20golpe%20ruso%20o%20yanqui&f=false


[12]  Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 246.
[13] Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 165 y 201. De hecho, en junio de 1975, Pol Pot realizó una visita secreta a China, a partir de la cual se fortalecieron los vínculos entre ambos Estados, lo que comenzó con la reanudación de los vuelos de los boeings 707 chinos a Pnom Penh y terminó en una alianza militar estratégica.
[14] Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 246.
[15] Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 244.
[16] Vickery, Michael: “Cambodia 1975-1982”,  Boston, Sout End, 1984, p. 286, citado por  Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 246. Ese formato priorizaba las contradicciones supuestas entre los campesinos “vencedores” y sus enemigos “urbanos”y fue exhibida como la primera revolución genuinamente campesina emprendida contra las burguesías citadinas.
[17]  Disponible en www.gwu.edu/-nsarchiv/NSSAEB/NSSAEB193/HAK-11-26-75.pdf p8, consultada el 30 de octubre de 2006, citado por Kernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 12.
[18] Becker, Elizabeth: “When the war was over”, Nueva Cork, Simon and Schuster, 1986, p. 440, y Kiernan, Ben, op. cit., p. 485.
[19] Menzel, Jörg: “¿Justicia demorada o demasiado tarde para la Justicia? El Tribunal de los Jemeres Rojos y el “genocidio” camboyano 1975-1979, en “Revista de Estudios sobre Genocidio”, Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Volumen 2, junio de 2008, Buenos Aires, Ed. Eduntref, p. 7.
[20]  Menzel, Jörg: “¿Justicia demorada o demasiado tarde para la Justicia? El Tribunal de los Jemeres Rojos y el “genocidio” camboyano 1975-1979, en “Revista de Estudios sobre Genocidio”, Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Volumen 2, junio de 2008, Buenos Aires, Ed. Eduntref, p. 7. El regimen no consideraba al Estado de Derecho como una necesidad; por lo tanto, mucho menos se planteó la recuperación de un sistema legal.
[21] Menzel, Jörg: “¿Justicia demorada o demasiado tarde para la Justicia? El Tribunal de los Jemeres Rojos y el “genocidio” camboyano 1975-1979, en “Revista de Estudios sobre Genocidio”, Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Volumen 2, junio de 2008, Buenos Aires, Ed. Eduntref, p. 23.
[22]  Menzel, Jörg: “¿Justicia demorada o demasiado tarde para la Justicia? El Tribunal de los Jemeres Rojos y el “genocidio” camboyano 1975-1979, en “Revista de Estudios sobre Genocidio”, Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Volumen 2, junio de 2008, Buenos Aires, Ed. Eduntref, p. 23. Llevar a los líderes de los Jemeres Rojos ante la justicia, terminó siendo más un desafío simbólico frente a la cultura de la impunidad, que un imperativo de memoría, verdad y justicia.
[23] Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 622 y 625.
[24] Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 627 y 629.
[25] Menzel, Jörg: “¿Justicia demorada o demasiado tarde para la Justicia? El Tribunal de los Jemeres Rojos y el “genocidio” camboyano 1975-1979, en “Revista de Estudios sobre Genocidio”, Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Volumen 2, junio de 2008, Buenos Aires, Ed. Eduntref, p. 17. También Kiernan, Ben: “El Régimen de Pol Pot. Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 587, 593, 633, 634, 635 y 637.
[26] Menzel, Jörg: “¿Justicia demorada o demasiado tarde para la Justicia? El Tribunal de los Jemeres Rojos y el “genocidio” camboyano 1975-1979, en “Revista de Estudios sobre Genocidio”, Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Volumen 2, junio de 2008, Buenos Aires, Ed. Eduntref, p. 8. Entre 1975 y 1979, este centro de detención y torturas se dedicó a obtener “confesiones” de los miles de reclusos, de los cuales han sobrevivido unos pocos.
[27]  Kiernan, Ben: “El régimen de Pol Pot Raza, Poder y Genocidio en Camboya bajo el régimen de los Jemeres Rojos, 1975-1979”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2010, p. 76.