El arrasador triunfo del NO en el referéndum griego - hace de esto poco más de una semana- exaltó efímeramente un imaginario restaurador de las posiciones populares autonómicas frente a los poderes fácticos del capitalismo financiero internacional.
A poco de andar, y en medio de las exhumaciones de las retóricas más optimistas, la troika demostró brutalmente que la voluntad popular y la democracia de los países endeudados (en romance global, dependientes) no le incumben ni le importan en absoluto. Forman parte -para los dueños del mundo- de expresiones colectivas subalternas que, en modo alguno, pueden alterar el nuevo orden instituido por el imperio.
La troika, en realidad, se comporta como el caballo de Troya que encubre al FMI y la burguesía alemana aliada al gendarme mundial omnipotente y a las clases dominantes de los países europeos, inclusive las de los sufridos estados sureños del viejo continente.



Las draconianas condiciones impuestas a Grecia convierten a la eurozona en una segunda cárcel de pueblos y el país helénico en un protectorado.
Con la virtual  colonización no se intenta humillar a un país sino, lisa y llanamente, tumbar un gobierno de izquierda e infligirle una derrota política y moral capaz de disuadir al resto de los pueblos europeos. Y, de paso, destinar un explícito mensaje a las experiencias emancipatorias inacabadas que se han intentando consolidar durante la primera década del tercer milenio. América Latina incluida, desde luego.
Y la advertencia va en serio. La pasividad de China y Rusia frente a la rendición incondicional impuesta a Tsipras así parece confirmarlo.
Según apuntan algunos medios, el propio Tsipras habría quedado espantado con la ferocidad de las sanciones que la troika tenía previsto aplicarle a Grecia si no firmaba un acuerdo más gravoso incluso que el previsto inicialmente. “Durante la reunión del Eurogrupo el gobierno heleno ha recibido serias amenazas y chantajes que de materializarse tendrían graves consecuencias para el pueblo griego, ya que existe un plan perfectamente detallado (que ya estaba siendo aplicado) para lograr un aislamiento completo del país a partir del miércoles a todos los niveles, incluyendo el colapso de los bancos y la falta de provisiones de todo tipo. Por lo tanto, con el fin de sobrevivir y no sucumbir al Grexit, el gobierno se ha visto obligado a aceptar compromisos muy duros, aunque también algunas victorias” (*), habría dicho el presidente.
Merkel sabe perfectamente que el ajuste es inviable. Que Grecia está acordando obligaciones de cumplimiento imposible. Que es, a partir de ahora, un Estado fallido. Su deuda alcanza el 180% de su producto bruto, y aunque cumpliera con las condiciones impuestas y éstas permitieran recuperar el fetiche del equilibrio en sus cuentas públicas, dentro de veinte o treinta años tal vez siga adeudando una suma equivalente al 120% de su PIB, según cálculos estimativos recientes.
¿Quién querría  verdaderamente ayudar a un país de 11 millones de habitantes, quebrado, cuyas posibilidades productivas no exceden el turismo, la industria naviera y la agricultura, y que tiene indicadores sociales del tercer mundo?
Por eso, a la hora de las negociaciones, los socios menores de Alemania fueron los más tenaces detractores de Tsipras. Ellos saben que, aunque representen a los sectores más favorecidos de sus propios países, están también en situación de verdadera penuria. Y que, si Alemania quisiera ayudar a los países subdesarrollados de Europa, debería destinar a esa ímproba tarea  alrededor del 7% de su PBI durante diez años. Impensable.
Tan impensable como las condiciones que permitieron que un pequeño país (cuyo PBI equivale al 2% del de la Unión europea) se convirtiera en "socio" de Alemania, Francia, Holanda y Bélgica. Ahora vemos los límites de esa affectio societatis.
Hasta dónde llegaron las presiones y coerciones de los patrones de la Troika que lograron una capitulación fast food del país helénico, no lo sabemos. Pero podemos inducirlo  también de las palabras del ex ministro de economía griego. En su primer aparición pública después de su dimisión, Yanis Varoufakis dió cuenta del ninguneo que sufrió la delegación griega, reveló que los poderes reales son "tan terribles como se los imaginaba", y además admitió las amenazas de la Troika durante las negociaciones, en las que tuvo un protagonismo estelar el ahora caído en desgracia Luis De Guindos, ícono de la representación de las burguesías europeas menores subordinadas a Alemania. De Guindos acaba de ser derrotado en su intento de ungirse presidente del Eurogrupo, que acaba de reelegir por un nuevo período al holandés Jeroen Dijsselbloem, "un firme defensor del rigor presupuestario", según lo describe la prensa internacional.
Con Grecia en ruinas, se derrumba el paradigma del estado de bienestar en Europa, y se pone a prueba no solamente la perdurabilidad de un proyecto unitario asimétrico, sino el propio sistema capitalista mundial. Por primera vez en setenta años, el socialismo "democrático" desaparece de la conciencia de masas europeas como una expectativa cierta. Algo funcional mal, como decía Tony Judt.
Lo mismo podemos decir ahora de las experiencias socialdemócratas europeas que se exhibían como el modelo a seguir en términos de convivencia armónica durante la década de los años sesenta y principio de los setenta.
Cualquier tipo de rebelión contra el avance neoliberal puede terminar en una catástrofe de consecuencias impredecibles.
Como adelantara Varoufakis, las represalias, de cualquier índole (incluso las más violentas) se harán en nombre de los derechos humanos, la democracia y la libertad. y los voceros serán los mismos personajes que han decretado la anexión.
Los que se inspiran en la "idolatría de los derechos humanos", o acotan los derechos humanos a la categoría de la mera "libertad negativa" acuñada por Michael Ignatieff, respecto de la que advirtiera Danilo Zolo. De la mano de esas aporías fundamentalistas, todo está permitido en el marco de la nueva regulación jurídica de la globalización, que reivindica los derechos humanos occidentocéntricos como una categoría universal susceptible de ser impuesta a sangre y fuego y que protege a los ciudadanos en tanto y en cuanto tengan "la capacidad de actuar libremente para la realización de objetivos racionales" (**). En buen romance, que se abstengan de protagonizar conductas disfuncionales a los intereses de los oligopolios financieros .Lo que equivale a extender un certificado de defunción al  concepto de soberanía de los Estados y la autodeterminación de los pueblos.

(*) http://www.lamarea.com/2015/07/14/por-que-tsipras-ha-aceptado-las-salvajes-condiciones-de-la-troika/

(**)       Zolo, Danilo: "La justicia de los vencedores", Trotta, Madrid,2006,  p. 88.