Por Eduardo Luis Aguirre

La guerra entre Israel y Hamas estalló en el peor momento. Desde hace mucho tiempo que no había tres zonas geopolíticas neurálgicas al borde del espanto. La crisis de Medio Oriente se suma a la guerra en Ucrania y el inestable equilibrio de la región Asia- Pacífico.



No es común ver a todas las potencias disputando en tres territorios claves a la vez y eso genera una preocupación mayor, porque está claro que el diseño mundial para la prevención, disuasión o conjuración de estos conflictos es absolutamente obsoleto e inútil. Cuando hace alrededor de un mes fueron asesinados 34 palestinos (van más de 200 en el año) la ONU brilló por su ausencia, una vez más. Ésta es la réplica brutal a semejante nivel de parcialidad. No es sencillo imaginar cómo se podrían desactivar semejantes conflictos. La UE sigue bailando en el precipicio, ha perdido su rumbo soberano y como bloque vuelve a ubicarse en un lugar por lo menos incómodo. Todos saben que la réplica de Israel será feroz, de la misma manera que nadie se explica cómo los servicios secretos israelíes no desentrañaron los preparativos en ciernes de semejante operación destructiva, con fecha, aniversario y conmemoración litúrgica incluida.

Volver de ahí no va a ser sencillo. Tampoco sabemos si Hamas logrará el apoyo de Hezbollah (sólo la diferencia entre sunníes y chiitas podría agrietar una alianza) y otros países de la región refractarios a Jerusalén. Pero el hecho de que el gobierno de Netanyahu haya pedido a todos los nacionales que viven en la península de Sinaí que vuelvan a su país como medida de precaución urgente da la pauta de la gravedad de la situación. A eso hay que agregar que la cuestión con el Líbano vuelve a espesarse como consecuencia de la procedencia de un ataque terrestre, aéreo y anfibio que incluyó el disparo de miles de cohetes, algo que, como ya dijimos, no se prepara de un día para otro.

Hay terror en la franja de Gaza y en Israel. La operación de Hamas remite a los peores recuerdos en la región. Combatientes de Hamas tomando prisioneros civiles y militares, liberando presos palestinos de las cárceles en ciudades israelíes y una cantidad de muertos que crece de manera exponencial, han de poner a prueba el recurso de la diplomacia son operaciones que sorprenden. Este espectáculo no tiene precedentes. Seguramente, la reacción israelí con la ayuda en viaje de armamento estadounidense, portaaviones incluido, tampoco. Por lo pronto, el bombardeo sobre Gaza, que es una suerte de cárcel a la intemperie y el pedido de Israel a los habitantes para que abandonen la zona dan la pauta de lo que vendrá. Gaza ocupa solamente 365 kilómetro cuadrados y allí se apiñan más de dos millones de palestinos, la mayoría niños y mujeres. Es la evidencia más categórica del fracaso de la política internacional y puede fácilmente transformarse en un lugar sacrificial, si es que ya no lo es. Hay que recordar que en 2008 Israel lanzó la recordada operación “Plomo fundido”. En ella murieron 2400 palestinos. No queremos imaginar lo que puede acontecer ahora. Israel ha obtenido un gran apoyo internacional. Con ese escenario, la pacificación que reclaman Rusia y China parece harto difícil y es comprensible que así sea. La muerte de ciudadanos israelíes terminó de galvanizar a la población y diluyó de inmediato el malestar con su propio gobierno. La incertidumbre es una sensación angustiante y el denominador común en estas horas tremendas.