Por Eduardo Luis Aguirre






2021. El capitalismo ha impactado finalmente contra la irracionalidad del apotegma de que todo es posible. La naturaleza reaccionó expresando los contornos trágicos de un no-todo, que a nadie parece importarle lo suficiente. Los pliegues de la política internacional actual se vuelven entonces infinitos e inescrutables. El sistema de control global punitivo hace años que ha admitido de manera explícita que el neoliberalismo como dispositivo es incompatible con la democracia decimonónica. Ahora sabemos que esta modalidad de acumulación tampoco se compadece con la paz, con la subsistencia de millones de seres humanos y con la supervivencia del planeta. Aparecen como por arte de magia ultraderechas delirantes en todos los lugares del mundo, con un sentido común que se sintetiza en el odio al otro y se expresa mediante una violencia criminal. El capital afronta sin pudores ni remordimientos una catástrofe humanitaria compuesta por un variado menú apocalíptico.



Pandemia, desastres ambientales, hambrunas, intervenciones genocidas, guerras de (no tan) baja intensidad, una policización mundial de alta intensidad y máxima coherencia analógica, una fascistización creciente de las relaciones internacionales, violaciones sistemática de los DDHH, migraciones forzadas. No sólo son desfavorables para los pueblos las catastróficas condiciones objetivas de la desigualdad, la aparición de millones de vidas desnudas y la muerte violenta. Las condiciones subjetivas exhiben también un poder coercitivo de máxima letalidad. El capitalismo ha logrado instalar la idea de su propia invencibilidad, de que absolutamente nada puede sobrevivir por fuera de su monstruosa circularidad. Quizás, razones no le faltan: lleva más de 500 años de vigencia como sistema de dominación y de alienación continua y cada vez más homogénea. El sujeto neoliberal es, a la vez, un sujeto político con ideologías, sistemas de creencias, miradas de la vida, pulsiones y hábitos comunes compatibles con el estilo modélico de un neoliberalismo brutal. Esto lo hace distinto a todo lo vivido antes. Si, la clave es esa. Si apeláramos a la mitología del eterno retorno, podríamos pensar que atravesamos tiempos escatológicos y esperamos que lleguen los tiempos mesiánicos. Alguien que abra el Mar Rojo. Que asegure alguna forma de construcción colectiva, política ética, épica capaz de conducirnos a un escenario piadoso. Y la verdad es que los profetas del optimismo feraz no han hecho más que acercar desaliento. No estamos en tiempos comunistas, ni la interminable pandemia sacó lo mejor de nosotros como especie, ni se ha fortalecido con la peste la idea de comunidad o de amorosidad entre los seres humanos. La mirada del otro no nos interpela. La intervención diplomática imperial ha comenzado a promover en la regiòn un juego de todos contra todos como nueva forma de colonización. El candidato ultraderechista gana la primera vuelta de las elecciones en Chile tildando a los mapuches de terroristas. Esa recreación macabra de un enemigo, le ha permitido ganar con un 45% de los sufragios en la propia región de la Araucanía.

El anterior gobierno argentino había sentado las bases mitómanas de una concepción similar que expande una pulsión de muerte recalcitrante. En Chile votaron menos de la mitad de los ciudadanos habilitados. Lo propio pasó en Venezuela, en Rusia, en EEUU y en varios países europeos, incluida también la Argentina, cuyo nivel de participación disminuyó sensiblemente. Algo cruje al interior de los sistemas representativos. Entender este intrincado teorema mundial no es tarea sencilla, pero a su vez constituye un imperativo categórico de potencia kantiana y urgencia humanitaria, como paso previo a revertir la tragedia planetaria.



La pandemia que el capitalismo supo conseguir



Este 2021 también ha estado signado por la pandemia, morigerada por las campañas dispares y asimétricas de vacunación. Sólo una parte del planeta pudo volver a desarrollar actividades esenciales, incluso de mera supervivencia, que no pasan por la oquedad de la reanudación del productivismo, el ocio vacacional, la compulsión consumista o las competencias de la industria del deporte superprofesionalizado. Los países poderosos pudieron afrontar la vacunación de la mayoría de su población, a excepción de los negacionistas y demás propaladores de certezas delirantes que se subsumen n los distintos cardúmenes antivacunas. Pero, en cambio, extensas regiones de América Latina, de Asia y África carecen de estas posibilidades. Ómicron, entonces, no puede llamarnos la atención sino como otra evidencia horrenda de un capitalismo que ha desertado de sus consignas de igualdad y fraternidad. La Organización Mundial de la Salud, que pertenece a lo más granado del establishment mundial, ha dicho en cuanta oportunidad tuvo que si las vacunas no se reparten parejo el mundo no superará la peste, salvo a costa de más muertes, enfermedades y otras calamidades.





La reconstrucción



 Algunos hacen como si nada hubiera pasado, imaginan un paréntesis, una pausa, un presente continuo. Muchos otros siguen con los dientes apretados, luchando rabiosamente por la diaria, asediados por las faltas. Otros, quizás sin tenerlo claro, reinician un tiempo de reconfiguración de sus lazos sociales. Aunque sea, con los más cercanos y por eso imprescindibles para permanecer con vida.

Otros reaccionan con una virulencia esperable y encuentran en otro difuso y genérico el destino de sus imprecaciones y desventuras. Ese otro son, generalmente, los gobiernos, a quienes directa o indirectamente se sindica como causantes de todos los males. Otros, todavía en carne viva, se enjugan las heridas de las pérdidas sin adiós posible en la quietud de la pausa catastrófica. Otros muchos enjugan las lágrimas de las violencias potenciadas al interior de las novelas de las familias, que generalmente han aumentado su ferocidad durante el aislamiento en condiciones no aptas o directamente indignas. Indagar, describir lo que ha quedado de nosotros durante la pandemia es una tarea que nos excede abiertamente. Constatamos en los diálogos y en los retornos con lo común la sensación de que nada es igual. En realidad, es lo que imaginaba. La vuelta a la pretendida normalidad fue una simplificación piadosa obviamente inexistente. Una apoyatura en la contingencia de la desesperación. Nunca el mundo fue igual después de una pandemia. Mucho menos si la idea de que estamos en un después no constituye otro esfuerzo conjetural y voluntarista.

Durante el siglo XIV la peste negra diezmó la población del mundo de entonces. El desarrollo de la medicina de esa época impidió durante mucho tiempo conocer las causas de la peste. La gente moría en las calles y las descripciones de los cronistas son verdaderamente horrendas.

Frente a la imposibilidad de hacer frente a una fatalidad desconocida, las reacciones de la gente en Europa no difieren demasiado de las que podemos observar en el presente.

Crecieron la devoción y el fanatismo religioso, la desconfianza hacia las estructuras estatales, la nobleza y el clero. Comenzaron verdaderos “pogroms” contra pobres, musulmanes, extranjeros, leprosos, gitanos y judíos.





Los populismos de derecha no existen



El pasado 6 de enero, justo cuando el Congreso estadounidense se disponía a reconocer al demócrata Joe Biden como el próximo presidente de ese país, una horda promovida por el presidente Donald Trump tomó por asalto el capitolio. La Alcaldesa de Washingtown decretó el toque de queda para disipar los conflictos, mientras que Trump sugirió a sus seguidores que se retiren del lugar, pero insistió en que la elección general fue fraudulenta. Los hechos dejaron como saldo 4 muertes y 14 personas heridas. 

La toma del capitolio fue un Acontecimiento de una significación sin precedentes al interior del sistema capitalista neoliberal a nivel mundial, cualquiera sea la derivación que estos hechos puedan a llegar a asumir. Las turbas del trumpismo productivista abandonadas a su suerte por la canalla financiera demócrata exhibía la misma devoción y apego democrático que aquellos que en nuestro país cortaban rutas, tiraban miles de litros de leches, llevaban a cabo tácticas criminales de desabastecimiento o protagonizaban escalofriantes escenas cuando por primera vez ganaron las calles pasándose por zonas pudendas el interés colectivo de los otros.

De todas formas, nadie esperaba que en el núcleo duro de un sistema de control global punitivo apareciera una torsión de estas características. Esto da cuenta de que las derechas, en su momento admitidas como posibles derechas democráticas, hoy se transformaran en ultraderechas que no están en condiciones de soportar los límites de una democracia formal, indirecta, imperfecta, de las características de los sistemas políticos e institucionales que tienen los países occidentales.

Que esto haya ocurrido en Estados Unidos es doblemente relevante en términos del análisis que en materia de política internacional se realice. En primer lugar, esto da cuenta de que esta ultraderecha, que podría sintetizarse de manera riesgosa en la figura que encarna Donald Trump, quien recibió más de 70 millones de votos en las últimas elecciones, supone un sujeto social y político que en este momento asume un protagonismo esencial, gravitante en la política de la mayoría de los países de occidente. Estas son ultraderechas que rigurosamente y rápidamente apelan a mecanismos violentos, que llevan a cabo una disputa por el sentido, por la cultura, por la ética, por la política, por el derecho, que sacude los parámetros de las democracias concebidas en Europa hace más de dos siglos.

Es importante tener en cuenta que las organizaciones e instituciones globales nuevamente demuestran su absoluta incapacidad de dar respuesta a este tipo de amenazas a los sistemas democráticos. No lo hicieron frente a los ataques que recibieron gobiernos democráticos en América Latina, África o Europa, y seguramente no lo van a hacer, por una cuestión de relación de fuerzas, en los EEUU. Por lo tanto, se abre un interrogante que tiene que ver con la capacidad de generar nuevas expectativas desde el campo popular en todo el mundo, que sea capaz de recopilar las lógicas emancipatorias hasta ahora existentes, pero además avanzar hacia nuevas formas radicales de democracia.

Debemos plantearnos realmente el error de haber caracterizado al gobierno de Trump como un populismo de derecha, plantearnos también la imposibilidad teórica de que pudiera existir, quizás, un populismo de derecha. El populismo implica, necesariamente, la articulación de demandas y estas derechas no están en condiciones de llevar adelante una construcción de pueblo en términos laclauseanos. Por lo tanto, está claro que Donald Trump no encarnaba un proyecto populista. Entonces, hay una disputa sobre el significante y el significado de esta categoría. Una categoría que ha sido vilipendiada, reducida, subalternizada, cuando en realidad debimos haberla analizado con mayor profundidad. Al menos, desde que es enunciada desde la perspectiva de (Ernesto) Laclau”.

En esta relación de fuerzas mundiales debemos atender la necesidad de velar por las democracias, de radicalizar las medidas que en favor de los pueblos se tomen dentro del marco de esas democracias, sabiendo que, a lo mejor, tenemos que duelar viejos esquemas, viejas formas de concebir los procesos de transformación, que tenían que ver con ciertos determinismos teleológicos donde cabía suponer que una clase social, por su sola inserción en el proceso productivo, iba a estar en condiciones de hacer la revolución.



El asalto al Capitolio y el primer año de la dupla  Biden-Harris



Fue a principios de enero, pero ya se la intuía como una de las noticias de mayor potencia simbólica del año. 2021 ha supuesto el fin de la era Trump y la entrada de Joe Biden y Kamala Harris en la Casa Blanca. El candidato derrotado se negó a aceptar los resultados de la elección, al igual que muchos seguidores, alentados por el propio ex- presidente. Esta delicada situación, y el temor de los desprotegidos de las élites financierasderivaron en el asalto al Capitolio  el 6 de enero. Cientos de personajes estrafalarios tomaron por asalto un bastión del sistema institucional e invitaron a pensar sobre la convalidación continua que, bajo cualquier signo político, el gendarme mundial ha hecho del racismo y la violencia institucional. Una suerte de reproducción doméstica de los crímenes masivos perpetrados en todos los continentes. La evocación no es caprichosa. Apenas un año antes de esas curiosas y violentas escenas se había cometido el asesinato de George Floyd, por la que fue condenado un efectivo policial. La violencia policial, lejos de cesar, ha truncado las vidas de  Daunte Whright y la del niño Adam Toledo, por mencionar solamente algunas de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos que se cometen en Estados Unidos. La política demócrata ha reproducido estas prácticas sistémicas y ha mostrado su verdadero rostro en zonas estratégicas del mundo. Las amenazas tensar la situación en Ucrania es una clara provocación anti rusa. La ultraderecha ucraniana puja por acercarse a Europa y la OTAN por aumentar su área de influencia militar y estratégica. Como es dable esperar, los principales medios de comunicación del mundo acusan a Rusia por las pulsiones demócratas. Un rumbo que, dicho sea de paso, también replica en Nuestra América.



Rusia y la capacidad de pensar la pandemia

 

El discurso de Vladimir Putin en la conferencia anual de Davos no ha tenido ni por asomo la repercusión que semejante pieza de anticipación política debería haber concitado .Esa intervención deja en claro que el gigante euroasiático es la primera potencia que se atreve a conjeturar la complejidad de un mundo post pandémico. Por el contrario, ni Donald Trump ni los demócratas pudieron liderar la imaginación de un nuevo orden, y China ha preferido guardar silencio sobre el particular, al menos hasta ahora. Reproducimos esa intervención porque para nosotros es uno de los discursos que mejor describe y comprende el actual escenario global.

“La pandemia de coronavirus solo ha estimulado y acelerado cambios estructurales, cuyas condiciones previas ya se formaron hace bastante tiempo. La pandemia ha exacerbado los problemas y desequilibrios acumulados anteriormente en el mundo”. La frase define un novedoso marco teórico, que, a diferencia de los gobiernos neoliberales, tiene muy en claro los límites y las acechanzas del porvenir mundial, como así también la certeza de una agudización de las contradicciones rubricadas por la globalización y un “fortalecimiento de la estratificación social, tanto a nivel mundial como de los distintos países”. Entrevé una polarización de las opiniones públicas (lo que en la jerga dominante propia se denomina coloquialmente "grieta”), una polarización exacerbada de los pensamientos radicales, incluso en los países más desarrollados y una crisis de los modelos e instrumentos anteriores de desarrollo económico. En la filosofía política rusa hace tiempo que se amasa la idea de que la unipolaridad global ha entrado en una crisis irreversible y que es el turno de los multilateralismos. En ese marco, se espera un fortalecimiento de los estados nación como (nueva) categoría histórica, una continuidad del debilitamiento de las instituciones internacionales y una debacle del sistema de seguridad planetaria, al que hemos denominado por nuestra parte “sistema de control global punitivo”. Putin recuerda que “la incapacidad y la falta de voluntad para resolver estos problemas en esencia en el siglo XX se convirtió en una catástrofe de la Segunda Guerra Mundial”. Y, en términos de enunciar el “qué hacer” del siglo XXI advirtió: “Por supuesto, ahora espero que un conflicto global tan "candente" sea básicamente imposible. Realmente lo espero. Significaría el fin de la civilización. Pero, repito, la situación puede desarrollarse de manera impredecible e incontrolable. Si, por supuesto, no se hace nada para evitar que esto suceda. Existe la posibilidad de encontrar un colapso real en el desarrollo mundial, plagado de una lucha de todos contra todos, con intentos de resolver contradicciones urgentes mediante la búsqueda de enemigos "internos" y "externos", con la destrucción no solo de esos valores tradicionales. (Valoramos esto en Rusia) como familia, pero también las libertades básicas, incluida la elección y la privacidad".

"Me gustaría señalar aquí que la crisis social y de valores ya se está convirtiendo en consecuencias demográficas negativas, por lo que la humanidad corre el riesgo de perder continentes enteros de civilizaciones y culturas”. Civilizaciones, valores, culturas, tradiciones. Quienes hayan leído “La Cuarta Teoría Política” de Alexander Dugin notarán un cierto aire de familia entre el recorrido de esta obra filosófica y el desguace de los postulados posmodernos emergentes del Consenso de Washington que Putin insta a revertir recurriendo a una trayectoria diferente, “positiva, crativa y armoniosa”, que permita afrontar los desafíos urgentes que planteará la realidad que sucede a la peste. El primero, según el mandatario ruso, es el socioeconómico. Cuesta controvertir la connotación imperativa de este condicionante: “La globalización y el crecimiento interno han llevado a una fuerte recuperación en los países en desarrollo, sacando a más de mil millones de personas de la pobreza. Entonces, si tomamos el nivel de ingresos de $ 5.5 por persona por día (en paridad de poder adquisitivo), entonces, según el Banco Mundial, en China, por ejemplo, el número de personas con ingresos más bajos ha disminuido de 1.100 millones en 1990 a menos 300 millones en los últimos años. Este es definitivamente el éxito de China. Y en Rusia de 64 millones de personas en 1999 a unos 5 millones en la actualidad. Y creemos que este es también un avance en nuestro país en la dirección más importante, por cierto”. “Aun así, la pregunta principal, cuya respuesta en muchos aspectos da una comprensión de los problemas actuales, es cuál fue la naturaleza de tal crecimiento global, quién recibió el principal beneficio de esto”. “Por supuesto, como dije, los países en desarrollo se beneficiaron mucho de la creciente demanda de sus productos tradicionales e incluso nuevos. Sin embargo, esta integración en la economía global ha dado como resultado algo más que empleos e ingresos por exportaciones. Pero también costos sociales. Incluyendo una brecha significativa en los ingresos de los ciudadanos”.
“Pero, ¿qué pasa con las economías desarrolladas, donde el nivel de riqueza promedio es mucho mayor? Por paradójico que parezca, los problemas de estratificación aquí, en los países desarrollados, resultaron ser aún más profundos. Entonces, según el Banco Mundial, si con un ingreso de menos de $ 5.5 por día en los Estados Unidos de América, por ejemplo, 3.6 millones de personas vivían en 2000, entonces en 2016 ya hay 5.6 millones de personas”. “Durante el mismo período, la globalización ha dado lugar a un aumento significativo de los beneficios de las grandes multinacionales, principalmente estadounidenses y europeas”. Los datos numéricos son lapidarios. La denuncia es una invitación a pensar el mundo que viene preguntándose el líder ruso.
“Por cierto, en términos de ciudadanos, las economías desarrolladas de Europa tienen la misma tendencia que en los Estados”.

“Pero, de nuevo, en términos de ganancias de la empresa, ¿quién obtuvo los ingresos? La respuesta es conocida, es obvia, para el uno por ciento de la población”.

“¿Qué pasó en la vida de otras personas? Durante los últimos 30 años, en varios países desarrollados, los ingresos de más de la mitad de los ciudadanos en términos reales se han estancado y no han aumentado. Pero el costo de los servicios de educación y salud ha aumentado. ¿Y sabes cuánto? Tres veces”. “Es decir, millones de personas, incluso en los países ricos, han dejado de ver la perspectiva de incrementar sus ingresos. Al mismo tiempo, se enfrentan a problemas: cómo mantenerse sanos a ellos mismos y a sus padres, cómo brindar una educación de calidad a los niños”. “También se está acumulando una gran masa de personas que, de hecho, resultan no reclamadas. Por lo tanto, según la Organización Internacional del Trabajo, en 2019, el 21 por ciento, o 267 millones de jóvenes en el mundo, no estudiaron ni trabajaron en ningún lugar. E incluso entre los trabajadores (aquí hay un indicador interesante, cifras interesantes), incluso entre los trabajadores, el 30 por ciento vive con un ingreso por debajo de los 3,2 dólares al día en paridad de poder adquisitivo”. “Esta política se basó en el llamado "Consenso de Washington". Con sus reglas no escritas, prioriza el crecimiento impulsado por la deuda privada en un entorno de desregulación y bajos impuestos para los ricos y las corporaciones”.
“Como dije, la pandemia de coronavirus solo ha exacerbado estos problemas. El año pasado, el declive de la economía mundial fue el mayor desde la Segunda Guerra Mundial. Las pérdidas en el mercado laboral en julio equivalían a casi 500 millones de puestos de trabajo. Sí, al final del año, la mitad de ellos fueron restaurados. Aún así, esto es casi 250 millones de puestos de trabajo perdidos. Ésta es una cifra grande y muy alarmante. Solo en los primeros nueve meses del año pasado, la pérdida de ingresos laborales en todo el mundo ascendió a 3,5 billones de dólares. Y esta cifra sigue creciendo. Esto significa que la tensión social en la sociedad también está creciendo”.
“Al mismo tiempo, la recuperación posterior a la crisis no es fácil. Si hace 20-30 años el problema podría haberse resuelto mediante el estímulo de la política macroeconómica (por cierto, lo están haciendo todo el tiempo), hoy esos mecanismos, de hecho, se han agotado y no funcionan. Su recurso está prácticamente agotado. Estas no son mis declaraciones infundadas”.
Así, según estimaciones del FMI –continúa- el nivel de deuda total de los sectores público y privado se ha acercado al 200% del PIB mundial. Y en algunas economías, superó el 300 por ciento del PIB nacional”. El agobio que produce el endeudamiento crónico, además de impactar en la economía global, produce problemas sociopolíticos de una gravedad inconmensurable, divide a la sociedad, “engendra intolerancia social, racial y nacional, y esa tensión estalla incluso en países con instituciones civiles y democráticas aparentemente bien establecidas diseñadas para suavizar y extinguir tales fenómenos y excesos”. Sobre la influencia colonizadora del neoliberalismo en las subjetividades nos hemos ocupado en artículos anteriores. En los próximos, seguiremos con la necesaria exégesis de un discurso que, también, se hace cargo de los fracasos y las frustraciones de los grandes ensayos políticos previos.



La vergüenza de Occidente



Ese conglomerado diverso que denominamos sin demasiado rigor “occidente” no ha hecho más que profundizar la deriva de los pueblos más vulnerables de la tierra. Millones de africanos que han padecido la exacción y el colonialismo perpetuo, la pobreza extrema, el terrorismo, la violencia social, los desastres ambientales padecen ahora el flagelo pandémico de la peor manera, con estándares increíblemente bajos de vacunación en un continente diverso pero gigantesco. Después del yihadismo y Boco Haram llegó el coronavirus a esta región otrora luminosa convertida primero en cmpo de experimentación bélica, luego en territorio de genocidios y por último en una enorme geografía de la que muchos de los 1300 millones que la habitan hacen lo imposible y afrontan riesgos indecibles con tal de marcharse en búsqueda de otros inciertos horizontes.

Hace apenas dos meses, uno de los africanistas más reconocidos del país pasó por nuestro programa radial Multitud, que se emite los sábado de 12 a 13 horas por Radio Kermés. Omer Freixa, que de él se trata, trazó un panorama meticulosamente detallado de la realidad africana (https://www.derechoareplica.org/secciones/radio/1386-nigeria-el-congo-y-la-singularidad-de-africa).

Hay millones de personas que mueren en bombardeos y guerras de (no tan) baja intensidad, migrantes que huyen tras un lugar donde subsistir caminando miles de kilómetros, fronteras como la de Bielorrusia y Polonia donde se agolpan desplazados kurdos, afganos y subsaharianos en una región donde el invierno puede generar un holocausto para estas vidas desnudas.

La pandemia mandó a 22 millones de latinoamericanos por debajo de la línea de pobreza y Argentina es uno de los países cuyos indicadores económicos más se ha resentido, porque la epidemia continuó la tarea socialmente devastadora del macrismo.

Según la CEPAL, a dos años de desatada la pandemia "Ocho de cada diez latinoamericanos son vulnerables, por ello se requiere avanzar en sistemas de protección social universales", dijo la secretaria ejecutiva de la institución, Alicia Bárcena, quien alertó de que el ascensor social se ha detenido y cerca de 59 millones de personas que en 2019 pertenecían a los estratos medios experimentaron un proceso de movilidad económica descendente. Alicia Bárcena (https://www.efe.com/efe/america/economia/la-pandemia-provoca-un-aumento-sin-precedentes-en-pobreza-latinoamerica/20000011-4480048) , cuyo antecesor en el cargo fue el recordado José Luis Machinea, –como era dable esperar- se educó en claustros tan progresistas como la Universidad de Harvard y la Escuela de Gobierno John F. Kennedy.


Lawfare: advertencias sobre un significante esquivo


En medio de la circularidad neoliberal se ha reproducido en la mayoría de los países capitalistas una práctica que responde a un neologismo que nos interpela.

La expresión “lawfare” ha sido incorporada como un significante ordenador a la jerga coloquial de la política argentina. En líneas generales, se la traduce habitualmente como la utilización del derecho como arma de guerra. De esa manera se alude al histórico contubernio entre las operaciones de la prensa conservadora, la influencia de oscuros poderes fácticos y las decisiones de un sector de la burocracia judicial y se resume la perversidad de la persecución política ensayada durante los últimos años en el país y en el mundo contra gobiernos que han intentado llevar adelante políticas autonómicas o emancipatorias. En definitiva, la utilización ilegítima que puede llevar a cabo el Poder Judicial del derecho como forma de perjudicar a un adversario y obtener un resultado político, naturalmente compatible con las expectativas de los sectores sociales más retardatarios. Como se observa, los elementos imprescindibles de este concepto, en nuestra acepción no serían las leyes sino los encargados de aplicarlas, diferencia para nada menor. Ha dicho Valeria Vegh Weis, coautora junto a Raúl Zaffaroni y Cristina Caamaño del libro “Bienvenidos al Lawfare”, prologado por el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula Da Silva: “¿Qué es entonces el lawfare? La manipulación selectiva del sistema penal para buscar la muerte política y jurídica de dirigentes populares y salvar de esa misma muerte política y jurídica a dirigentes funcionales al poder real, aún cuando sí hayan cometido delitos”.

“La pregunta obligada es entonces ¿quiénes son los verdugos de estas muertes políticas y jurídicas? Los verdugos son cuatro viejos poderes: el judicial, el mediático, el corporativo y el internacional” (1). Quizás deberíamos problematizar esta estandarización del uso social del término. Más allá de la incorporación unívoca al acervo del lenguaje popular, lo que la fortalece a tal punto de que actualmente se escriben excelentes libros sobre el lawfare y el propio Papa Francisco haga referencias explícitas al mismo con una acepción análoga (2), siempre esa categoría, por su procedencia originaria, nos despertó cierta prevención.

Es que el concepto de lawfare no habría sido ideado para denunciar la utilización escandalosa de la judicatura de la manera antes señalada, sino que su origen histórico es mucho más complejo y al parecer no fue pensado justamente para acudir en ayuda de los reclamos democráticos que reclaman un servicio público de justicia transparente. Más claramente, el lawfare no habría sido creado pensando precisamente en Comodoro Py, ni en Lula, ni en Correa, ni en Dilma Rousseff, ni en CFK, ni en Evo Morales, ni en Julian Assange, por citar solamente algunos nombres.

El neologismo –según destaca Roberto Gargarella- habría sido acuñado inicialmente en 1975 por los humanitaristas australianos John Carlson y Neville Thomas Yeomans, argumentando contra la evolución excesivamente utilitarista del sistema jurídico de occidente, comparado con las normas que rigen el derecho oriental.

Posteriormente, Charles Dunlap Jr., General de división de la Fuerza Aérea de Estados Unidos para la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard, definió hace exactamente 20 años al lawfare como la estrategia de usar o usar mal la ley como un sustituto para los medios militares tradicionales para lograr un objetivo de guerra . Vale decir, que el lawfare, en el entendimiento de los militares y juristas de la potencia que más frecuentemente ha acudido a las instancias bélicas a lo largo de toda la historia, no sería algo necesariamente desvalorable. Por el contrario, y esto es preciso destacarlo, en la mirada imperial podría existir un lawfare “bueno”. David Kennedy, también profesor de la Facultad de Derecho de Harvard, proporcionó una definición de lawfare, lo llamó el arte de administrar la ley y la guerra de manera conjunta. En este sentido, hay que interpretar sobre las muchas otras formas en que la ley puede operar, así como ejemplos de diferentes tipos de ley, cultivar un método para evaluar el poder y utilidad que subyace.

En igual sentido, el Profesor Trachtman expresa, que el concepto surge en el ámbito militar, ya que, a la hora de llevar adelante sus operaciones, deben tener en cuenta el medio ambiente, obligaciones, la salud de la población local, responsabilidad penal local para operaciones y una serie de otros problemas legales que tradicionalmente no ha sido preocupaciones militares. En este sentido, lo que se busca es usar la ley como una forma de guerra asimétrica  es útil pensar en ella como un arma que se puede usar para bien o para mal, dependiendo de quién la esté usando y porqué razones. Hace referencia a que: -La guerra jurídica puede sustituir a la guerra tradicional cuando funciona como un medio que obliga a ciertos comportamientos específicos con menos costos que la guerra convencional, e incluso en los casos en donde esta sería ineficaz- . Existe una serie de enfoques en donde puede utilizarse la ley para socavar a los adversarios, enfoques que pueden ponerse bajo la protección del lawfare (3).
Con prescindencia de la disputa cultural que evidentemente se ha generado alrededor del significado y el alcance del término, y que en las versiones más conservadoras se alzan interpretaciones como las que a manera de mero ejemplo citamos (4), lo cierto es que la duda parece atravesar también a los juristas del campo popular. Así lo expresa en un artículo de su autoría el propio Carlos Zanini.

Zanini advierte que no hay en nuestros países una guerra jurídica sino una una violación de las leyes y de las más elementales garantías convencionales y constitucionales

“Pienso que basta una mirada un poco más detenida para advertir que, llamar de ese modo a este accionar sistemático, un verdadero modelo de dominación y entretenimiento de la sociedad, es, por lo menos, benévolo.

Así, ese nombre tapa la verdadera naturaleza de la implicancia política e institucional que tuvo y tiene esa práctica. La mayor trascendencia y conocimiento del concepto de “Lawfare”, para América del Sur, no ha sido en el terreno militar

ni relacionado a guerra alguna. Se ha llamado así al hostigamiento y la persecución de los adversarios políticos contrarios al establishment, concretado con la utilización profusa de los medios de comunicación y los servicios de inteligencia; que empujan una acción judicial violatoria de los derechos básicos que por estas latitudes representan el estado de inocencia, el derecho a la defensa en juicio, la prohibición de la creación de tribunales especiales y el derecho al debido proceso y al imperio de las leyes

.Básicamente, como más arriba hemos manifestado, se ha tratado de la persecución a ex presidentes y líderes políticos, así como a muchos de sus partidarios, en Brasil, Ecuador, Argentina y Bolivia. Podría sostenerse que el método ha sido utilizado para intentar lograr la proscripción de esos líderes, o por lo menos, para tratar de provocarles un gran daño reputacional, sin reparar en la ilegalidad de los medios persecutorios, para dificultarles, limitarles, o simplemente, impedirles su participación política”.

Eliseo Verón advertía sobre estas disputas ideológicas que siempre subyacen en el lenguaje. La lingüística no es suficiente para realizar un análisis exhaustivo de lo que él denomina el “discurso social”, entendiéndolo como una articulación entre el eje sociocultural y la significación, planteamiento en el que subyace la idea de “comprender” la red semiótica como un sistema social productivo de sentido. Verón plantea entonces una doble hipótesis para su teoría: el sentido siempre se produce desde lo social y a su vez todo fenómeno social siempre tendrá en su origen una producción de sentido. Es desde esta relación dual entre el sentido y lo social donde el autor instala el concepto de “sociosemiótica” ya que logra articular ambas dimensiones.





(1)   Página 12, edición del 20 de enero de 2021, disponible en https://www.pagina12.com.ar/318605-que-es-el-lawfare

(2)   “Aprovecho esta oportunidad para manifestarles mi preocupación por una nueva forma de intervención exógena en los escenarios políticos de los países a través del uso indebido de procedimientos legales y tipificaciones judiciales.
El lawfare, además de poner en serio riesgo la democracia de los países generalmente es utilizado para minar los procesos políticos emergentes y propender a la violación sistemática de los derechos sociales. Para garantizar la calidad institucional de los Estados es fundamental detectar y neutralizar este tipo de prácticas que resultan de la impropia actividad judicial en combinación con operaciones multimediáticas paralelas. Sobre esto no me detengo, pero el juicio previo mediático lo conocemos todos (…)” (Roma, 4 de junio de 2019).

(3)   Rodríguez Zabala, Jorge: EL "LAWFARE" UN CONCEPTO QUE DEBEMOS PRESTAR ATENCIÓN EN EL SIGLO XXI, Ed. Hammurabi, disponible en https://www.hammurabi.com.ar/zabala-el-lawfare/

(4)   Da Silva Oliveira, Guilherme Tadeu Berriel : “LAWFARE” E O USO DO DIREITO COMO INSTRUMENTO DE GUERRA, disponible enhttps://revistainclusiones.org/index.php/inclu/article/view/2488. Recomendamos también la lectura del artículo disponible en https://www.utdt.edu/nota_prensa.php?id_nota_prensa=17775&id_item_menu=424

(5)   “Por qué no deberíamos hablar de Lawfare”, disponible en https://revistas.unlp.edu.ar/ReDeA/article/view/10662



Vienen momentos muy difíciles para Ecuador



La vuelta del neoliberalismo en materia económica, pero también un retroceso en materia social, cultural y de derechos humanos constituyen una amenaza para el Ecuador, según expresó en Multitud la investigadora Sofía Lanchimba (https://www.derechoareplica.org/secciones/politica/1302-vienen-momentos-muy-dificiles-para-ecuador). A esas calamidades añadió la tracción regresiva de un socialcristianismo que asedia, tras el duro golpe que sufrieron las organizaciones sociales y el campo popular. Las privatizaciones que se vienen y la afirmación de un sentido común conservador parecen estar a la vuelta de la esquina. Los riesgos de un clivaje fatal y de un afianzamiento de la derecha dura reconocen como condición de posibilidad le legado nefasto del gobierno de Lenin Moreno y de un anticorreísmo militante e irreductible.





Madrid: últimas imágenes del naufragio

La derecha arrasó en las elecciones de Madrid, confirmando una tendencia preocupante a nivel mundial, que confina a los espacios populares a luchas defensivas y nuevos y severos ejercicios de reflexión teórica. El PP ganó en el barrio de Vallecas, histórico bastión obrero y antifranquista de la capital española. El resultado produjo un verdadero terremoto político.

Pablo Iglesias anunció su inmediato retiro de la política. Unidas Podemos obtiene un caudal electoral menor que el neofascista Vox. La presidenta de la comunidad madrileña, Isabel Díaz Ayuso, una versión transatlántica de Patricia Bullrich, ha pronunciado una frase que obliga a una urgente reflexión: “No entienden nuestro modo de vida, por eso el sanchismo no entra en Madrid”. El “modo de vida” que se impone fatalmente es el del sujeto colonizado por el neoliberalismo. Es el regreso de algo así como aquel macabro “ser argentino” que no admitía las diferencias ni los matices. Los aniquilaba. Es la vuelta a un unidimensionalismo cultural conseguido, también en este caso, a través de las urnas. Claro que es imperiosa una autocrítica de los progresismos. Imperiosa y urgente, porque en su versión citadina terminan siendo una parte esencial del problema y están muy lejos de aportar conceptualidades conducentes en medio de semejante complejidad. Pero esa tarea no se inscribe entre las urgencias. Aquellos pocos países que, como el nuestro, conservan intacto un movimiento nacional y popular solamente tienen que mirar el mundo y permanecer tan juntos como la distancia social lo permita.







¿Cómo pensar a Colombia?



Germán Palkowski pasó también por Multitud, el programa de política internacional de Radio Kermés (FM 106.1). El investigador señaló que la vigencia del uribismo ayuda a cristalizar un sentido común conservador. Recorrió las dificultades objetivas y subjetivas para la construcción de una alternativa popular, analizó las motivaciones de las protestas, las violaciones a los derechos humanos, los falsos positivos y la compleja relación de fuerzas política de un país clave en el continente. Un país donde se agitan consignas fascistas y se aliena a la sociedad utilizando el miedo contra un enemigo “comunista” que se enmascararía en las concepción molecular de Deleuze y Guattari. Lo propio intenta, con similares mentores, la derecha chilena. El filósofo y académico Luis Diego Fernández aclaró la inconsistencia teórica de esas herramientas propagandísticas de colonización social. Para escuchar el programacompleto  ingresar a este link: https://www.derechoareplica.org/secciones/politica/1314-como-pensar-el-conflicto-colombiano





¿Asistimos a un rearme japonés?



Japón, un país jaqueado por la proximidad de vecinos que tensionan sus relaciones internacionales, también fue materia de análisis en nuestro programa (https://www.derechoareplica.org/secciones/radio/1343-asistimos-a-un-rearme-japones). La complejidad de la influencia de China, Rusia, Vietnam, las dos Coreas y EEUU en la política exterior japonesa merecieron una atención circunstanciada en Radio Kermés. Multitud también intentó desentrañar la matriz de las rispideces y disputas internacionales del archipiélago más poderoso del mundo. Reivindicaciones territoriales, competencia económica y tecnológica y desconfianza mutua entre vecinos. El crecimiento sostenido de las denominadas” fuerzas defensivas” que le fueron autorizadas a Tokio años después de la segunda guerra mundial hicieron que Japón posea actualmente el cuarto ejército del mundo. Un país de más de 130 millones de habitantes, tercera potencia económica del planeta y un “milagro japonés” que parece languidecer mientras el último presupuesto militar alcanza niveles nunca vistos y su aliado/verdugo, EEUU, se debate en el nuevo escenario multipolar.



Alemania después de Merkel



La despedida de Ángela Merkel después de 16 años al frente de la Cancillería alemana fue un auténtico cimbronazo para un país que lidera Europa. Idas y vueltas, marchas y contramarchas y un estilo de gobierno austero que conserva la aprobación del 75% de los alemanes es un patrimonio preciado, pero puede constituirse en un problema cuando llega el momento de sustituir semejante liderazgo. Si bien no logró consolidar el fortalecimiento de la Unión Europea, su país es una referencia cada vez más notoria en el concierto internacional. Merkel ha hecho un arte del equilibrio en las relaciones con Estados Unidos, China y Rusia, priorizando siempre el interés de su país. La misma suficiencia mostró en el manejo de la pandemia y de los estertores de una ultraderecha a la que las últimas elecciones le marcaron un límite difícil de superar, más allá del estado contingente de las relaciones sociales y políticas que acontecen en Alemania y en todo el mundo. El legado de la dama del Este, por esta y muchas otras razones no será fácil de emular. Este tema también fue abordado en Multitud, el programa de política internacional de Radio Kermés (https://www.derechoareplica.org/secciones/radio/1369-alemania-despues-de-merkel)





¿Por qué mirar a la India?


Hace algunos días, un compañero ensayaba en uno de nuestros habituales grupos algunas puntas interesantes respecto del estado actual del capitalismo globalizado. Una, en medio del horror cercano, aludía a la defección de las agencias del estado, eso que el Consenso de Washington denominara “gestión” en un prodigio de malversación semiótica que asimila el rol de los estados al de una empresa cuyo rol es administrar el día a día y lograr la mayor “eficiencia”, un concepto cuyo grado de indefinición, por supuesto, también destaca por su intencionalidad antes que por las mejoras que nunca, jamás, derraman sobre los pueblos las nuevas metodologías y prácticas que se abaten sobre los estados y agencias colonizadas con la misma lógica que el Caballo de Troya.



Otra de sus inquietudes era la profusión de tesis a las que, como en un cajón de sastre, recopilamos bajo el significante común de postmarxismo, ese infinito conjunto de miradas que anticiparon la pretendida era del declive del pensamiento del autor de El Capital. Quizás una de las más recientes y extremas es la conjetura de un mundo de no- Cosas (Han mediante), sobre la que ya nos hemos ocupado en una apretada aproximación (https://www.derechoareplica.org/secciones/filosofia/1401-lo-humano-y-las-cosas-que-todavia-nos-unen).

En cualquier caso, no podríamos desechar, en concordancia con el filósofo surcoreano, el rol trascendental de los dispositivos, capaces de comunicar e informar en tiempo real. Ahora bien, como ya lo señalamos, las comunicaciones, si bien no sustituyen las cosas, nos permiten articular hechos históricos y políticos y poner en diálogo pensamientos y conceptualizaciones que a priori podrían parecer distantes o difíciles de relacionar entre sí.

Recordarán los economistas que los gurúes del mercado reivindicaban, frente a las atrocidades sistémicas, la vigencia de ciertos nichos, islotes o modelos "exitosos" e imitables de capitalismo donde la vergüenza de las mayores asimetrías sociales de la historia se disimula en la medida que se ensayen medidas como las aplicadas en Amsterdam, Copenhague o Bruselas, sobre todo a partir de la aparición de la “Economía de la DONA” (Doughnut Economics Action Lab, el laboratorio de ideas encargado de llevarlo a la práctica. Ver sobre el particular: https://www.bbc.com/mundo/noticias-56283169).

Tampoco faltaron los ensayos en la periferia más dura. Uno de ellos fue el de Bangalore, una ciudad India de 9 millones de habitantes. El experimento fue visitado personalmente por el locuaz leninista esloveno en 2010. Zizek le explicaba a la prensa india que venía a ver cómo funcionaba el modelo TI de Bangalore, en la búsqueda de escenarios de capitalismo alternativo a los diseños brutales como el chino, que le parecía muy peligroso (https://timesofindia.indiatimes.com/home/sunday-times/all-that-matters/first-they-called-me-a-joker-now-i-am-a-dangerous-thinker/articleshow/5428998.cms).

Con alrededor de 1400 millones de habitantes, esta nación, y Pakistán -su “enemigo” histórico y ambos potencias nucleares- son miembros del Commonwealth y reportan directamente a la reina de Inglaterra en pleno siglo XXI. Se trata de dos países más que sensibles, que han debido atravesar el colonialismo y una colonialidad que sobrevive intacta. Pero en cualquier caso, lucen más influyentes que la Argentina, y sobre todo más disuasivos y problemáticos. Ahora bien, comparando el estado y la “eficiencia” de Delhi (23 millones de habitantes y fundada en 1911) con la de nuestra patria argenta en torno a su realidad social, les sugiero perderse una hora y chirolas y mirar en detalle una serie documentada en un caso real que se llama "Criminal Delhi" en la todopoderosa Netflix. Boliwood, que parece ser el núcleo de financiamiento del florecimiento de una industria cinematográfica avasallante, basa la mayoría de sus producciones en la realidad social del país que el capitalismo, paradójicamente, explora como modelo. Ese enorme país, que el colonialismo dejó rodeado geopolíticamente por dos Pakistanes diferentes, el oriental (hoy denominado Bangla Desh después de la Guerra de 1971 entre ambos países) y el occidental, que conserva su nombre originario. En las tres antiguas colonias conviven casi dos mil millones de habitantes. El 70 % de los mismos subsisten en condiciones peores que las más rigurosas del África profunda. Un estado desfalleciente, una expectativa de vida exigua, una sociedad de castas, gravísimas violaciones a los derechos humanos, donde un sector sigue pudiendo disponer de la vida y de la muerte de sus conciudadanos, conflictos sociales de toda índole, revueltas campesinas, pobreza infinita, una opulencia oprobiosa en la que vive un sector absolutamente minoritario de la sociedad. Cachemira sigue ocupada por ambos países y también por China (20%).Hace pocos días, el gobierno de Nueva Delhi debió suspender el proyecto de llevar a cabo una “reforma agraria” que, llamativamente, había sido ideada en clave neoliberal para dejar a la intemperie a millones y millones de campesinos. Las sucesivas protestas de los campesinos obligaron a desmontar el engendro donde pretenden encontrarse espacios aptos para el sueño de un “buen capitalismo”. Frente a la riqueza agraviante de un sector citadino absolutamente minoritario, la India conserva 700 aldeas que sobreviven en condiciones difíciles de imaginar. Por eso es que, frente a este escarnio, desde hace décadas existe un grupo insurgente maoísta que se calcula en 10.000 efectivos armados en territorio nawal, que se despliega a lo largo de 1900 kilómetros y cuenta con un apoyo o con una capacidad de reclutamiento forzoso que hasta ahora ha impedido su contralor por parte de un estado central de máxima “ineficiencia”. Los derechos de las mujeres siguen postergados arbitrariamente, lo mismo que las conquistas sociales y los derechos de las infancias, los enfermos y los ancianos. Lo mismo que el drama de la contaminación y los niveles de desarrollo social. Una pintura macabra. Si este escenario puede ser sostenido sin dificultad por el sistema de control global en dos países nucleares, va de suyo que no debería mayores dificultades para obtenerlo en otros países que no exhiben semejante relevancia geopolítica. Eso es, en sustancia, la pulsión macabra de los políticos neoliberales que pugnan por una devaluación y un ajuste que lleve el número de pobres de la Argentina a un icónico y análogo 70% de su población. Y en ese escenario macabro podríamos empezar a sentar, con creatividad cínica y máxima pulsión de muerte, los pilares siniestros de un “capitalismo humano”.




Chile, entre la construcción de pueblo y el núcleo duro del fascismo


¿Se abrirán de aquí en más las alamedas, por donde pasen las chilenas y chilenos libres? El discurso rotundo de Salvador Allende interpela la amplia victoria de Gabriel Boric sobre José Antonio Kast en la segunda vuelta del país trasandino. El nuevo presidente, el más joven de la historia de Chile (35 años), encarna un reclamo de cambios profundos en un país que fuera el epicentro de una prolongada y sangrienta dictadura y un largo experimento neoliberal al que el pueblo hermano parece haberle puesto un límite en las urnas.

Boric, un progresista fraguado en las históricas luchas estudiantiles y actualmente diputado de su país, tendrá frente a sí un espectro amenazante y eufemístico al que la prensa hegemónica mundial denomina “gobernabilidad”, un significante que expresa como tantos otros al consenso de Washington y la influencia que los Chicago boys han tenido en la política chilena de los últimos años. En realidad, Boric deberá gobernar con un Congreso adverso, una institucionalidad que aún no ha concretado la superación de la vigencia de la constitución pinochetista y un 44% de chilenos que votaron por un candidato de ultraderecha. Por si esto fuera poco, la dinámica transformadora de la construcción de un espacio diverso en el que conviven partidos tradicionales, nuevas formaciones, expresiones de izquierda, estudiantes, militantes feministas, mapuches, trabajadores, desocupados, intelectuales, antifascistas, ecologistas y buena parte de la clase media hermana exigirá en términos gramscianos una constante construcción de pueblo. Una gimnasia de permanente preservación de la musculatura política alcanzada y una gran sensibilidad para atender a la correspondencia de las demandas de su propia base social. En otros términos, la salvaguarda de las demandas equivalenciales. Chile, a diferencia de la Argentina, no cuenta con un movimiento de masas multitudinario, con más de 70 años de vigencia en su historia política. El advenimiento de Boric deberá desmontar las retóricas odiantes, el racismo acendrado, el acecho de una sociedad disciplinada a partir del puño de hierro de fuerzas armadas y carabineros. La misma sociedad que toleró silente a la truculenta colonia dignidad, un enclave nazi en territorio propio.

Ahora bien, todos sabemos que los cambios profundos que se esperan son la dificultad más escabrosa e irresoluble que hasta ahora han tenido las expresiones autonómicas de la región, habida cuenta de una relación de fuerzas inéditamente desfavorables en el continente y en el mundo entero. Seguramente podrá salir del grupo de Lima y articular relaciones mucho más fraternas en lo inmediato con Chile, Bolivia, Perú, México y otros países americanos afines. Pero el desapego de las derechas con la democracia y con la verdad, los ilimitados intentos desestabilizadores de toda índole, las debilidades propias y el renovado interés regresivo del gendarme mundial en Nuestra América no han de ser escollos menores. Tampoco el ahogo de la constatación asfixiante de un neoliberalismo capaz de desatar una nueva guerra híbrida. Una más de las tantas en las que intervienen cumpliendo roles análogos, por no decir iguales, las corporaciones, los medios de comunicación hegemónicos, los sectores sociales dominantes, las burocracias judiciales y los servicios de inteligencia. Por el momento, la unidad en la diversidad y el acceso a La Moneda no son acontecimientos menores. El nuevo presidente se impuso en 11 de las 15 regiones de Chile (en la primera vuelta había ganado sólo en 4). El mapa mejora ostensiblemente y también se ensancha la base de interlocución civilizada de este Sur, mientras la ultraderecha cosecha una nueva derrota, justamente en tiempos que le son favorables en todo el mundo. Hasta hora, Chile pudo hacerlo y estuvo a la altura de un imperativo histórico categórico.







La navidad más fría y los limbos rojizos



Hace treinta años, el 25 de diciembre de 1991, el entonces presidente de la Unión Soviética anunciaba al mundo la disolución del experimento socialista más importante hasta entonces conocido.


La caída de la más grande unión de repúblicas deparó imágenes reiteradas por la prensa occidental y otras, en cambio, no tan visibilizadas.

Las ollas populares en plena Plaza Roja, la inestabilidad política, la fragmentación de las burocracias socialistas y el jolgorio de occidente son recordados por los más añosos sin demasiado esfuerzo. Por otro lado, desorientadas corrientes migratorias sumidas en un sórdido anonimato generaban una movilidad social horizontal únicamente comparable al deterioro de la calidad de vida en las agonizantes burocracias de los socialismos reales. Miles de rusos peregrinaban hacia Ucrania, porque la propaganda occidental reproducía la idea de que ese feraz país sería el pórtico de ingreso inexorable a un acercamiento onírico hacia los países europeos. Otros contingentes iniciaban un éxodo invernal hacia Vladivostok, intentando ser parte del último vagón de la prepotencia asiática. Ni los peregrinos ni los reticentes poseían herramientas culturales para lanzarse a la competencia despiadada que aceleraba el capitalismo en su fase neoliberal. La Federación rusa se hundió en la miseria durante largos años, y lo propio aconteció con el resto de los pueblos que integraron la URSS y aquellos países aliados de Europa Occidental que componían el Pacto de Varsovia, una alianza defensiva que posibilitaba un delicado equilibrio militar y armamentístico cuyo incremento ilimitado le sentó mucho mejor a las formas de producción capitalista que a las dificultades y limitaciones que en ese sentido exhibía el campo socialista. La OTAN, el mayor conglomerado militar conocido por el hombre no sólo no fue disuelta ante la debacle de su enemigo ideológico sino que, por el contrario, dejó de ser una alianza defensiva para transformarse en una descomunal maquinaria bélica ofensiva que hizo su debut destruyendo a la antigua Yugoslavia, por entonces el cuarto país europeo en términos de desarrollo humano, aprovechando que la exhausta Rusia no podía acudir en socorro de sus antiguos países amigos.

Lo demás es historia conocida. El Consenso de Washington traspasó sus propios límites previos. La disputa ya no sería por los mercados sino por las almas, como había dicho Margaret Thatcher. Conscientes de que las burguesías del mundo todavía arrastraban el pánico que les habían generado la creación de los países del tercer mundo, el resultado de la guerra en Vietnam, el Mayo Francés, las insurrecciones armadas en diversas regiones del planeta, la emergencia de pueblos y minorías hasta ese momento acalladas convirtieron al nuevo capitalismo en una fragua de un nuevo modo de gozar. Mucho más parecido a una novedosa fascistización de las relaciones humanas que a las reglas clásicas del capitalismo mercantil. Las socialdemocracias sucumbieron hasta transformarse en satélites del neoliberalismo y la alienación y la colonización cultural hicieron el resto. La victoria del nuevo capitalismo obligaba a duelar las expectativas revolucionarias y creaba un hombre nuevo a imagen y semejanza de la nueva relación de fuerzas mundiales.

Los mismos que marcábamos con la impune ventaja que otorgaba la distancia las “desviaciones” en las que había incurrido el socialismo soviético, advertíamos que en aquella navidad de hace ya tres décadas los pueblos del mundo comenzábamos a padecer una intemperie que, fatalmente, culminó en la tragedia que a todo nivel generó un sistema global criminal. La vieja y decrépita institucionalidad soviética era, aun en esas condiciones, un dique de contención para los exabruptos criminales del capital.

A poco de producido el anuncio navideño de Gorbachov, las nuevas condiciones de privación sumieron a los rusos en una llamativa “ruso nostalgia” que implicaba una revalorización de la Unión Soviética, más allá de reconocer sus asfixiantes problemáticas estructurales. Llamativamente, a los pocos años de haberse producido el colapso soviético los rusos que añoraban una vuelta al socialismo se convirtieron en mayoría.

Contrariamente a lo que ocurría en lo trágicos años 90 (el propio Presidente Putin calificó de esa manera a la disolución de la Unión), Rusia se repuso de una crisis terrible y hoy es una potencia de primer orden, capaz de gravitar decisivamente en el tablero del mundo merced al volumen incalculable de sus recursos energéticos, una política exterior sólida que supera permanentemente los sucesivos asedios a los que la ha sometido occidente en los últimos años, la expansión de su influencia científica, tecnológica y económica y su capacidad militar indiscutida. 

Hace menos de una década, ya existían estudios que revelaban que la nostalgia entre los rusos es más fuerte entre personas mayores de 45 años (70-83%), gente de pocos estudios (72%), habitantes de Moscú y San Petersburgo (64%) y ciudadanos que no usan Internet (75%). Un tercio de los rusos, compuesto mayoritariamente por jóvenes con instrucción universitaria y acceso a internet, no experimentan ese sentimiento de pérdida respecto de la U.R.S.S ni añoran el pasado previo al 25 de diciembre de 1991. 
 No obstante, investigaciones recientes sobre el tema dan cuenta que el recuerdo colectivo se ha instalado también en muchísimos jóvenes que, por razones de edad, no vivieron durante la etapa del socialismo soviético o no guardan recuerdos sobre esa época del país.

Sin perjuicio de aquellos condicionamientos objetivos, los jóvenes que en el presente valorizan y evocan con simpatía el pasado dorado de la Unión Soviética forman parte de una memoria colectiva que se muestra fuertemente crítica con el proceso de desintegración y postración del país y reivindican no solamente las conquistas económicas y sociales de antaño, sino también el orgullo de un pasado reciente que mantenía a sus habitantes al margen de las incertidumbres y acechanzas que les deparan el capitalismo globalizado y las potencias occidentales hostiles. 

Así lo rememora el internacionalista Rainer Matos en su libro “Limbos rojizos: la nostalgia por el socialismo en Rusia y el mundo poscomunista” (*) . El trabajo explora la connotación singular de lo que es y lo que no es la nostalgia por el socialismo pretérito. Desde luego que la gente que añora el socialismo sigue abjurando de la represión y el control social impuesto por el stalinismo y los gobiernos posteriores. La nostalgia es un apego de un actor social multitudinario a las certezas que ya no se tienen. Una conceptualización política no restaurativa, pero que valora positivamente las certezas que en materia laboral, educativa, económica, sanitaria y social legaba la URSS. El fenómeno se reproduce en los Balcanes y también en la antigua Alemania del Este. Pero en Rusia, en las elecciones de 1995 y 1999 el partido comunista ruso obtuvo un nivel de aprobación indudable y es allí donde la nostalgia de dos terceras partes convive con la consolidación del liderazgo nacionalista y conservador de Vladimir Putin, el líder que puso de pie a la nación y logró que la misma se convierta en un sujeto determinante en la política internacional actual.

(*) Editorial El Colegio de México, 2019.