Por Eduardo Luis Aguirre

Cualquiera sea el resultado final de las elecciones peruanas, la realidad objetiva no nos releva del deber de pensar cómo una candidata como Keiko Fujimori pudo haber obtenido semejante apoyo popular.

Es difícil para cualquier observador hacer un ejercicio de supresión hipotética de los crímenes de lesa humanidad, de la esterilización de cientos de miles de mujeres indígenas, de los escandalosos hechos de corrupción que ha protagonizado el fujimorismo. Y sin embargo el resultado estará allí, inconmovible. Medio país la votó. Por eso, voy a evitar aludir al poder de los grandes medios de comunicación, a la feroz campaña del miedo con la que se demonizó a su adversario, a la recalcitrante prédica reaccionaria de Vargas llosa y de algunos jugadores de la selección peruana de fútbol.

Hay algo de la condición humana que cruje, una tabicación del Otro, una caducidad unilateral de la suerte de los miles y miles de los No- otros a quienes una parte de la población no trepidó en dejar a la intemperie frente a una historia que verosímilmente se puede repetir, como tragedia y como farsa.

¿Vamos a denominar nuevamente racismo o fascismo a este ejercicio racional de tomar opciones conscientes capaces de someter al conjunto social a una nueva pesadilla histórica?

El filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi está convencido que, efectivamente, existe un nuevo racismo y un nuevo fascismo, diferente de aquel que sentía un marcado desprecio por lo superfluo. “Racismo, supremacismo y obsesión identitaria son los efectos políticos de la psicopatología que asedia la mente senescente del planeta de aquellos que en siglos pasados disfrutaron de los beneficios del colonialismo y el Estado de Bienestar” (1). Una especie de rabia sedienta de venganza estaría liberando una ferocidad inédita que reacciona frente a la condición, la existencia o el goce del Otro, traduzco en clave austral. Hay un clima de guerra civil mundial que asoma allí donde las derechas han decidido poner en juego, exultantes de un nihilismo y un auto y heterodesprecio inédito, la precariedad de sus existencias humilladas. El nuevo racismo también se integra con una muchedumbre de perdedores, a quienes el neoliberalismo ha capturado y ha sometido a una exacción perpetua, irreversible. La desesperación de los nuevos racismos no se parece a la frustración de los viriles jóvenes italianos del siglo pasado, rechazados por la burguesía peninsular. Al profesor de Bolonia podemos recordarle que América Latina fue víctima del colonialismo y, salvo excepciones como la Argentina, no conoció el Estado de Bienestar. No obstante eso, quizás podamos coincidir en que asistimos a un estallido de furia fascistizante, a una frustración masiva por la mera existencia del Otro en tanto Otro. Paradojas de la filosofía, se trata de sujetos que tal vez Levinas nunca hubiera imaginado. Hay una nueva generación que no solamente ha cancelado la razón crítica sino también el piadoso sentido comunitario de las tradiciones semíticas. Que ha obturado la palabra y se jacta de sus retóricas prietas y de sus frases tan categóricas como dislocadas.

No es un hecho menor lo de Perú. Votar a personajes que llevaron adelante crímenes masivos no puede explicarse sin el añadido de un odio que responde a nuevos y tenebrosos estímulos. Durante el gobierno de Alberto Fujimori, más 272.000 mujeres fueron víctimas de esterilizaciones forzadas, crímenes atroces (y todavía impunes) que Keiko califica como un “plan de planificación familiar”. Esta monstruosidad fue un intento de reducir la pobreza reduciendo el nacimiento de pobres y se hizo a través del accionar del propio Estado, que diseñó un siniestro “Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar” entre los años 1996 y 2000 (2). No. No es algo menor lo de Perú. Es la exaltación de la ferocidad y de una sensación de humillación colectiva que hace aflorar un odio incontenible. Esa humillación, dice Berardi, “sobreviene como respuesta a la incapacidad para realizar la imagen que tienen de sí mismos, un quiebre de la relación entre imagen de sí, expectativas, realidad percibida y reconocimiento” (3). Tal vez tenga razón, tal vez nos enfrentemos a una potencia predatoria imposible de ser explicada recurriendo únicamente al determinismo teleológico del materialismo ortodoxo.

(1) “La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis”, p. 71

(2) Agencia Nodal, disponible en https://www.nodal.am/2021/06/las-esterilizaciones-forzadas-en-peru-y-el-peligro-que-regrese-el-fujimorismo-por-luciana-mazzini-puga/

(3) Op. cit., p. 41.