Por Nora Merlin


RESUMEN La condición de posibilidad de la cultura es el “para todos” de la renuncia pulsional. Surge de este modo el superyó, ley moral imperativa y universal, que reglamenta, limita y distribuye el goce: prohíbe la satisfacción plena e impone la satisfacción en la renuncia, la culpa y la obediencia. Freud demuestra que dicha igualdad como principio se presenta como aporía: hace posible el lazo civilizado a la vez que produce un malestar que denomina sentimiento de culpa inconsciente. El establecimiento de una ética universal implica el fracaso de la construcción cultural. En este punto surge la política como necesaria, inseparable de la idea de democracia. Frente a la paradoja consistente en a mayor renuncia, mayor culpa y, en consecuencia, necesidad de castigo, consideramos el aporte de Rancière como una solución posible: igualdad de inteligencias y pensamientos que se desclasifican y diferencian en relación con lo social. El derecho a la diferencia y la posibilidad de pensar lo colectivo, más allá de la masa, son las únicas alternativas contra el racismo.

 Palabras clave: Cultura; Ética; Política; Igualdad; Castigo.

 LA COMUNIDAD SE LIGA A UN CADÁVER Freud ubica en el fundamento de la cultura el mito del asesinato del padre violento y poseedor de todos los bienes, las mujeres y el goce absoluto (Freud 1912). Luego de este acto cometido por los hermanos deciden ellos mismos someterse al principio de igualdad que los unificará en un conjunto llamado civilización. Nadie ocupará el lugar ni el goce del padre, todos renuncian y restringen cierta satisfacción definida como plena e imposible, es decir, nunca obtenida, y a la vez la permutan por otra sustitutiva, parcial y posible. Satisfacción en la culpa retrospectiva por un asesinato no cometido, en la renuncia, privación y obediencia ordenada simbólicamente por la prohibición de al menos dos mandamientos: no matar al tótem sustituto del padre y no tener relaciones sexuales con las mujeres del propio clan. En el pacto todos los hermanos se unifican en una ley que los iguala en sus renuncias y obediencias, duplicando simbólicamente como prohibido lo imposible por estructura. Nadie puede ocupar el lugar del padre, volver a cometer parricidio ni gozar de la madre. Es permitido gozar de la renuncia, la prohibición, los deseos insatisfechos e imposibles, la culpa por un crimen no cometido, y la obediencia a los imperativos. ¿Qué obtienen a cambio? La cultura y la neurosis, ambas sostenidas en el principio de igualdad que los identifica y los constituye en un conjunto de elementos que son semejantes. La condición de posibilidad de la cultura es la universalización, el “para todos” de la renuncia. Vemos de este modo que el surgimiento y mantenimiento de la cultura implica una operación de sustitución: de la fuerza bruta al poderío de la comunidad, la cual supone que la unión de la mayoría posee fortaleza superior a cualquiera de los individuos. Se reglamenta, limita y distribuye así el poder y el goce. Un principio matemático enuncia que la existencia de un conjunto de elementos semejantes o equivalentes exige que el fundamento quede afuera, sea heteróclito al sistema1 . Freud nombra a este exterior excepcional a la ley de distintas maneras: padre terrible de la horda, pulsión de muerte, la mujer, lo hostil, etc. Lacan formula esto como la prohibición de construir un universo; “no hay relación sexual”, en tanto que la ciencia no puede escribir la fórmula de la sexualidad. No todo se inscribe simbólicamente (1972-1973) DE LA IGUALDAD AL AUTOCASTIGO Los hermanos se sacrifican reprimiendo los deseos propios del Complejo de Edipo, identificándose en un todo unificado. Esta renuncia deja una cicatriz que testimonia el sacrificio: el superyó como heredero desexualizado e internalización de la ley. Se reprime y se frustra a la libido de los objetos reales, se produce entonces un goce sustitutivo y posible. De este modo inferimos que la represión no implica impedir o evitar la satisfacción. Por el contrario, constituye una vicisitud de la misma, un modo de alcanzarla. El superyó, que es una instancia agente de la represión, en lugar de prohibir el goce termina incitándolo, profiriendo la voz imperativa del “¡Goza!”. Freud demuestra que la igualdad como principio base de la civilización se presenta como aporía, es decir, un conflicto sin solución, pues al mismo tiempo que hace posible el lazo social produce como uno de sus efectos necesarios cierto malestar que denomina sentimiento de culpa inconsciente, que se realiza subjetivamente como necesidad de castigo, volviéndose de esta forma a sexualizar el Edipo bajo el modo del masoquismo moral y del masoquismo femenino. Ambas modalidades del masoquismo, satisfacción en el padecimiento y en el autocastigo, y en “hacerse pegar”, constituyen un motivo central que viene a dar cuenta de por qué civilizaciones se mantienen constantes a pesar de la hostilidad a la que están sometidas. Lo que las conserva inercialmente no es ni el aparato ideológico, ni el control, ni la vigilancia, ni el poder del mercado. Todo esto cumple función pero más bien la explotación y el sometimiento tienen como aliado a“Pegan a un niño” y este constituye un obstáculo, fuerza conservadora que impide transformar una civilización (Alemán 2009) El superyó es un intento de desexualizar dichos lazos pero con la necesidad de castigo, placer en el dolor que Freud conceptualiza como masoquismo moral; el padecimiento resulta una nueva modalidad de satisfacción y la moral se resexualiza. Sadismo del superyó y masoquismo moral expresan el silencio de la pulsión de muerte y trabajan juntos en pos del padecimiento subjetivo: castigo por la deuda y la culpa articulado al masoquismo, produciendo ambos satisfacción en el castigo y la enfermedad. El sujeto no se siente enfermo sino culpable. “La irreductibilidad del mal, constituye la inercia que en una misma topología reúne al sujeto con la ciudad”, sostiene Alemán (2009). Parafraseándolo, sólo se podrá subvertir un orden dado estableciendo un nuevo tipo de alianza con la pulsión de muerte, inventando una nueva relación con el superyó. COMO REMEDIO: VENENO Un superyó fortalecido comienza a actuar como ley que gobierna el goce y en lugar de doblegar a la libido, la intensifica. Hay dos razones que acrecientan el poder del superyó: desde un punto de vista social, las barreras y prohibiciones contra la libido a partir de la modernidad se han debilitado y, contrariamente a lo que se creyó, la relativa emancipación del sujeto de las barreras sociales no lo liberó, sino que por el contrario, lo encadenó a una nueva ley en la que el goce se transformó en deber (Joan Copjec 2006). Por otro lado, el superyó, representante del ello en el yo, adquiere la energía de las pulsiones y, en palabras de Freud, se impone como “una fuerza extraordinaria y peligrosa” (Freud 1998) Freud formula el superyó partiendo de la idea kantiana de ley moral universal, para todos, cuyo principio sería una máxima imperativa, categórica e incondicionada que excluye cualquier interés, sentimiento o pasión (Freud 1978). La voluntad debe coincidir con la ley universal, debiendo ser una y la misma cosa. Toda ley debe ser superior a cualquier subjetividad y el sujeto no tiene por qué comprenderla ni aceptarla, sino sólo someterse a ella. El Bien supone la obediencia máxima a la pura forma, habiendo satisfacción en la sumisión al mandato. Se trata de la pura voz sin sentido y sin fantasma. En este sentido Lacan se pregunta en su “Discurso a los católicos” “¿Cómo Kant no ve con qué tropieza su razón práctica, burguesa, por erigirse en regla universal?” (2005: 63) Los deseos persisten en lo inconsciente, por lo que el yo se ofrece siempre en falta ante el severo superyó. Como consecuencia de esta tensión, se desarrolla lo que Freud denomina sentimiento inconsciente de culpa, que se va a manifestar como necesidad de castigo. El superyó, uno de los “remedios” para coartar la sexualidad y la agresividad, esta última manifestación de la pulsión de muerte dirigida al exterior, termina siendo uno de los males más peligrosos tanto para el sujeto como para la cultura. Como la pulsión de muerte persigue la desintegración del ser vivo, para defenderse, éste orienta parte de aquella como agresión contra el mundo exterior, proyectándola para no destruirse a sí mismo (Freud 2001). La agresividad, antagonista y mayor obstáculo de la cultura, es devuelta por la cultura al lugar de donde proviene: el yo la reintroyecta en calidad de superyó, asumiendo la función de conciencia moral y desplegando dicha agresividad hacia el yo. Es por eso que Freud recorta la paradoja del superyó: a mayor renuncia pulsional, es decir, cuanto más frustra y limita la pulsión, cuanto más virtuoso sea el hombre y más obsecuente respeto tenga hacia la conciencia moral y los ideales del yo, mayor será su sentimiento de culpa y por ende, mayor su necesidad de castigo. En síntesis, el aumento de la servidumbre implica una mayor severidad del superyó.

DE LA ÉTICA A LA POLÍTICA Por lo expresado se puede inferir que la cultura constituida por el principio ético de igualdad, que para el psicoanálisis se llama superyó, fracasa en el objetivo de conseguir felicidad y placer. Sus métodos, diques y pactos simbólicos son insuficientes para domeñar la pulsión de muerte, que trabaja silenciosamente, y amenaza a la civilización constantemente con la desintegración. La cultura, que tiene como finalidad regular las relaciones sociales entre el conjunto de los hombres, se vio obligada a reforzar y aumentar los mandamientos e imperativos superyoicos, ya que los hermanos no sólo deseaban “volver a cometer el crimen” sino que también se mataban entre ellos. Se impone de este modo el “No matarás”, “Ama al prójimo como a ti mismo”, imperativos que demuestran, como dice Freud en el artículo “Nosotros y la muerte”, que procedemos de una generación de asesinos y que la cultura es una fábrica de hipócritas (1991). El semejante constituye un motivo de tentación para satisfacer la agresividad: explotarlo, apoderarse de sus bienes, humillarlo, martirizarlo y matarlo. El prójimo es, al mismo tiempo, lo radicalmente extranjero. ¿Cómo no hostigarlo entonces? Para Freud lo que muestra la experiencia interpersonal es que inevitablemente junto con el amor y como su sombra está el odio, es decir, la ambivalencia. El amor, la identificación, son diques contra dicha hostilidad, pero no la resuelven ni aquellos ni la moral “para todos”. Coincidimos con Eduardo Rojas, tal como formula en su libro Los murmullos y silencios de la calle (2008), que la vida en comunidad construida desde la ética colectiva tiende a acrecentar el malestar en tanto castigo. Dado que el malestar en la cultura es imposible de reducir en tanto conflicto sin solución ni síntesis, la política, definida para Laclau como construcción contingente del vínculo social y para Arendt como posibilidad de acuerdo entre los ciudadanos, se hace necesaria (Laclau 2008; Arendt 1993). La política es posible y necesaria, inseparable de la idea de democracia, obviamente no como el gobierno de los representantes sino en el sentido de gobierno del pueblo, es decir, participación ciudadana generada en el ejercicio de la libertad y el poder de los diversos sujetos y grupos sociales que comparten una cultura política aunque sus formas de vida sean múltiples. Como sostiene Arendt, la política como acción pública compartida con otros es ejercicio público y cotidiano de la libertad, organizada y pensada desde la experiencia, que encuentra su base en una cultura deliberativa y no en el funcionamiento de aparatos, códigos, recetas o moral (1993).
LA COMUNIDAD: IGUALDAD Y DIFERENCIA Nos parece interesante la posición de Rancière quien rechaza el planteo del problema de igualdad y diferencia en términos de oposición binaria, es decir, igualdad o diferencia (2007). Sostiene que ambos términos suponen dos lógicas contradictorias y simultáneas que jamás coinciden ni se recubren y no existe una sin la otra: la de la igualdad de inteligencias, de pensamiento, y la de la desigualdad en relación con lo social. Dicho autor cuestiona la idea de igualdad tal como se pensó hasta ahora, es decir, en el sentido de pasión por el uno, identidad, uniformidad sostenida por el poder que distribuye rangos e identidades. Rancière define a la igualdad como igualdad de inteligencias, fundamental en tanto fundamento, punto de partida, supuesto necesario en la política. La considera actual e intempestiva porque no se trata sólo de una cláusula jurídica o constitucional, sino más bien refiere a la temporalidad del acontecimiento perturbante y molesto que remite siempre a la iniciativa de individuos y grupos que asumen el riesgo de verificarla, inventando formas individuales y colectivas de producir dicha tarea. La igualdad es inseparable de las ideas de diferencia y democracia. La democracia es, para Rancière, un modo de subjetivación, es decir, un sujeto que tiene poder divisor, que es capaz de diferenciarse del orden que se le asigna en una comunidad, y que se rebela frente a esto. Es un sujeto constituido desde el discurso, entendiendo a este último como sistema de diferencias. Es decir, el sujeto, desde su diferencia, su discurso, reclama la igualdad de derechos para la reivindicación de la diferencia. 
En este sentido, la democracia no es consenso ni disenso. La política es el movimiento de desclasificación de los grupos clasificados por el Estado, la justicia, la ley, la policía que se consideran perjudicados en esa clasificación. En conclusión, el poder del demos no es adición ni colección de diferencias. Por el contrario, es el poder de deshacer colecciones y ordenaciones, es decir, el poder humanizante de las diferencias. Igualdad y diferencia son potencias que se engendran en un acto propio en el que la comunidad verificará sus efectos a posteriori. UNA LECTURA PSICOANALÍTICA DE LA DIFERENCIA: EL DERECHO AL SÍNTOMA COMO POSIBILIDAD DE LIBERTAD La modalidad de satisfacción es lo propio de cada uno, lo que nos singulariza aquello a lo que estamos fijados, la libido que permanece en el propio cuerpo y que no entra en el intercambio siempre oculta tras las emanaciones de libido objetal. Esta singularidad del goce pulsional, es decir del síntoma, es la única autonomía que le queda al sujeto frente a la técnica y al mundo civilizado, es lo que permite evitar la manipulación e impide ser manejados como marionetas por los hilos del placer y la comodidad del mundo creado: la cultura (Copjec 2006) En relación con esta singularidad, afirma Jorge Alemán: “De lo que se despoja a las multitudes es de los recursos simbólicos que permitan establecer e inventar en cada uno el recorrido simbólico propicio para el circuito pulsional del plus de gozar” (2009: 23). Esto requiere la necesidad de diferenciar la experiencia del colectivo social, de la masa y su trama identificatoria apasionada por el uno de la uniformidad y la sumisión al Ideal, ese dios oscuro. Esta verdad sintomática, imprevisible e incalculable, que no puede ser domesticada por el saber y que sólo se experimenta en el instante de angustia, es decir, el punto de quiebre de lo imaginario, es lo único que permite ser libres de todo lazo discursivo, civilizado, lo que le brinda al sujeto la oportunidad de cortar su sujeción y captura al Otro. Sólo cuando comenzamos a definir al sujeto como diferente, soberano, sujeto de sus propias leyes no sometido a procesos de igualdad, purificación u homogenización, y dejamos de considerarlo como cognoscible, calculable y manipulable, sólo ahí tenemos la única garantía contra el racismo. “Sólo la concepción de la soberanía del sujeto tiene alguna posibilidad de proteger la diferencia en general” (Copjec 2006) Y a manera de conclusión, un fragmento de Alemán del texto citado: “En realidad, lo que sería verdaderamente un desafío es pensar lo común fuera del campo identificatorio. Lo que verdaderamente introdujo Lacan como problema político, a mi juicio, es hasta dónde puede pensarse lo común sin matar lo singular, o dicho de otro modo, un anudamiento entre lo común y lo singular en su mutua correspondencia” (2009:45).
BIBLIOGRAFÍA Alemán, Jorge. Para una izquierda lacaniana. Intervenciones y textos. Buenos Aires: Grama Ediciones. 2009. Copjec Joan. El sexo y la eutanasia de la razón. Buenos Aires: Paidós. 2006. Freud, Sigmund. Obras completas XIII. “Tótem y tabú”. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1998 a. Obras completas XIV. “Introducción del Narcisismo”. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1998 b. Obras completas XVIII. “Más allá del principio del placer”. Buenos Aires: Amorrortu editores. 1998 c. Obras completas XIX. “El problema económico del masoquismo”. “El yo y el ello”. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1998 d. Obras completas XXI. ”Malestar en la cultura”. Buenos Aires: Amorrortu editores. 1998 e. “Nosotros y la muerte”. Revista Freudiana [Publicación de la Escuela europea de Psicoanálisis del Campo Freudiano. Cataluña]: 1991, 1. Lacan, Jacques. El triunfo de la religión. “Discurso a los católicos” Buenos Aires: Piados. 2005. Escritos 2. “Kant con Sade”. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. 1971. Laclau, Ernesto. Debates y combates: por un nuevo horizonte de la política. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2008. Rancière, Jacques. En los bordes de lo político. Buenos Aires: La Cebra. 2007. Rojas, Eduardo. Los murmullos y silencios de la calle. Buenos Aires: Unsam. 2008.