Por Lidia Ferrari

 

 

A propósito de la interrogación de un amigo acerca del rol de los intelectuales en estos tiempos, comparto algunas ocurrencias, opiniones, libre asociación que tuve sobre su inquietud. Creo que son tiempos en los que los intelectuales están devaluados, no sólo por sus reflexiones más o menos agudas o deficientes, sino porque ciertas coordenadas para pensar la época están transformándose de tal manera que no bastan los recursos a nuestro alcance. Tengo la sensación de que al intentar pensar sobre el mundo actual es como si estuviéramos corriendo a un tren que ya se ha alejado. Lo mismo me pasa cuando pienso en la dirigencia. En 2011 escribí un texto titulado ¿Nos mereceremos a Cristina? Pensaba que ella estaba anticipándose y creando presente y futuro y el pueblo la podía o no seguir. En este momento no pienso lo mismo. Ella, como la más hábil estratega de nuestros dirigentes, también debe sufrir estas dificultades de la época. Pero es que la realidad que nos impone el Poder deja un sabor de impotencia generalizada. Pienso que martirizarse sobre lo que no hacemos o no hicimos es una manera de sortear o evitar la idea de que nos pasan por encima. Perdón por la crudeza. Es el totalitarismo del que hablaba Pasolini, de alguna manera. El margen que deja este orden de cosas es escaso, lo que no supone de ninguna manera impotencia o que no se puede hacer nada. Pero son tiempos que nos pueden recordar a la dictadura. Lo pienso sin certeza. Estos tiempos y la confusión generalizada me recuerdan la manera de pensar de Lacan sobre el amor cortés. Dice que el amor cortés es una forma refinada de suplir la ausencia de relación sexual creyendo que somos nosotros los que la obstaculizamos. Lo entiendo políticamente como que estamos en tal grado de dificultad que creemos que somos nosotros los que no hacemos lo que deberíamos hacer, los intelectuales no piensan lo que deberían pensar o los dirigentes no hacen lo que deberían hacer. Algo de eso debe haber, seguramente, porque están sucediendo algunas transformaciones a nivel global que muestran a dirigentes intentando construir otro modo de relacionarse en el mundo. Pero también, en términos de comprensión de la época, debe estar pasando que da más alivio pensar que alguien no está a la altura o que obstaculiza, porque no hace o piensa como debería, que sumirnos en la imposibilidad, cuando no en la impotencia o en el pesimismo. Por eso nada mejor que insistir con Gramsci. Pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad. Es imprescindible mirar de frente a la realidad. Porque, además, formamos parte de un sistema que nos hace creer que estamos asociados con otros, cuando nos deja solos bajo el paraguas de sus tecnologías. Necesitamos urgentemente conversar con otros -como el intercambio con este amigo-, mirar la realidad -en lo poco o mucho que podamos comprender de ella- para poder pensar. En la reflexión encontrar nuestros huecos y las referencias que nos faltan. Los interrogantes que no podemos responder es parte del movimiento del pensamiento para que pueda producir razones para actuar, llegado el caso.