Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

 

 

La ultraderecha necesita un enemigo. Los desvaríos épicos deben trascender la palabra y traducirse en acción. La acción es contrapuesta a la teoría y a la razón y en ese fluir se glorifican la violencia y la guerra. Ese enemigo, desde luego, es un sujeto que resume todos los males y explica las frustraciones y desventuras, incluso las propias.

No contento con el desconocimiento irresponsable e irreductible de las nuevas sociedades, la teología política reaccionaria se desplaza y a través de los discursos de sus referentes más hostiles clama por declarar terroristas a los mapuches. La fórmula no es demasiado distinta de lo que aconteció en Chile: nuevos códigos procesales adversariales, persecución penal arrolladora y leyes antiterroristas. El orden no altera el producto. La dialéctica castrense se acelera y lleva a la represión del diferente, del otro. Es lamentable que el gobierno argentino pueda caer en esa tentación delirante y regresiva. Sería mucho más lógico asumir la saludable tarea de considerar al otro en cuanto otro y dejarnos interpelar por su mirada, por su concepción de la naturaleza, de la vida, de la tierra, de la historia, de lo común, de la armonía del universo, del ser y del estar. O del estar siendo. Todo eso arrojará complejidades, desde luego. Porque cinco siglos no han sido suficientes para fortalecer las instancias dialógicas de un encuentro histórico y cruento entre dos formas diferentes de concebir el mundo. Por eso mismo no deben trascender las lógicas y los discursos fascistas que intentan resolver lo que no comprenden mediante la violencia. Una violencia sesgada que recae siempre en los sectores más vulnerables. Sería mucho más racional intentar entender las complejidades subyacentes que coincidir, o al menos encontrar puntos de contacto con la barbarie anexionista, el monismo cultural y la reivindicación del castigo.

Imagen: La izquierda diario.