Por Eduardo Luis Aguirre

 



El análisis de la realidad contemporánea también es un territorio en disputa. Quizás sea uno de los más arduos, asimétricos, desparejos y cruentos. Las perplejidades que nos plantea el capitalismo en lo que se ha dado en llamar fase o dispositivo neoliberal coloca a millones de sujetos en un estado de interrogación e incertidumbre permanete, necesariamente confusional y dubitativa frente a semejante desastre civilizatorio.

La complejidad del escenario ha dado pie a una profundización acelerada de las contradicciones sociales y globales y una consolidación de retóricas duras y extremas por parte de una derecha que ha profanado los límites del liberalismo político clásico y se ha deshecho de las ataduras de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y camina, avanza, avasalla en la construcción continua de gramáticas duras y aberrantes como hace poco tiempo no imaginábamos. El neoliberalismo nos ha conminado a luchas defensivas donde la relación de fuerzas es sumamente desfavorable para los pueblos del mundo y los factores de poder son cada vez más poderosos en la articulación de un sentido común mortífero.

Lo grave es que, en estos febriles años de retroceso, han demostrado que pueden –de hecho, lo hicieron- desmontar una a una las trabajosas conquistas que las democracias populares habían logrado establecer en Nuestra América durante la primera década del tercer milenio.

Del otro lado, las fuerzas del campo popular son las víctimas propiciatorias de estas experiencias todavía no demasiado escrutadas. De este otro lado, que es el nuestro, las respuestas muchas veces quedan a cargo de permisivos dueños de diarios progresistas que habilitan a loables periodistas y escritores a convertirse por arte de birlibirloque en analistas políticos, lo que termina de completar un cuadro de desorientación comprensible, donde los aportes se ciñen a conjugar frases y desplegar ejercicios literarios vistosos y disparatados en medio de la debacle. El entrecruzamiento del oficio periodístico con la política y lo político no es sencillo. Pero tampoco es inocuo. La proliferación de admoniciones, críticas exculpatorias, propuestas estrafalarias y lecturas fabulosas se aprovechan de cierta ingenuidad nostálgica de los lectores. Entonces arrecian las críticas al presidente, la idea que el gobierno actúa como un equipo chico (sic) , la exigencia de que gobierne por decreto, que no honre los compromisos externos, que adopte resoluciones febriles respecto a los recursos hídricos y sus cuencas, etc. Si alguno de estos escribas hubiera leído los breves y esclarecedores estudios de Marcelo Diamand o al menos la última columna de Alfredo Zaiat en P12 –justamente- podría haber evitado la tentación de escribir sobre política argentina con la misma mirada del Quijote en Toledo y entender cuáles son los grandes desequilibrios estratégicos e históricos que nos condicionan. Los efectos, las consecuencias, no son menores. Permiten que se alteren y debiliten las alternativas políticas frente a lo que vendrá, que será un verdadero abismo, si la derecha logra colonizar más espacios institucionales. La situación alegórica de la caverna de Platón se reitera como tragedia en esa oscuridad conceptual que escamotea la posibilidad de reconocer el campo minado de la realidad económica, financiera y social de la Argentina. Esto no es una crítica a nadie en particular. Pretende ser, apenas, una abrumada enunciación en tiempos dramáticamente escatológicos.