Por Liliana Ottaviano
La impronta porteñocéntrica en la mirada hacia un país que no es, sigue dando cuenta del pensamiento colonial sobre el que se asienta la invisibilización de nuestros pueblos originarios. La burguesía portuaria siempre se ubicó de espaldas al país y con la mirada puesta en Europa. Ubicarse de espaldas a un espacio geográfico habitado por miles y miles de personas que preexistían a la llegada de los primeros barcos conquistadores configura el escenario desde el cual se piensa nuestra identidad nacional. Así se fue gestando este país.
De espaldas a un “país que era” y anhelando un “país que no es”.
Luego vinieron los barcos con inmigrantes -antes habían venido los barcos con esclavos, los que constituyen el componente poblacional de la negritud- aquellos que, corridos por las guerras, el hambre y la desesperación llegaban al puerto de Buenos Aires –pasaban por el hotel de Inmigrantes y luego eran llevados al llamado "interior" para ser ocupados como mano de obra barata los varones, las mujeres como "sirvientas" o "prostitutas" de los patrones. Los patrones siempre eran –son- los mismos. Así, estos inmigrantes que venían de la Europa pobre y arrasada por la guerra, la Europa del sur “sirvieron” también para ocupar ese espacio geográfico que no era un desierto, sino que lo habían convertido en desierto a partir del genocidio perpetrado en las denominadas "Conquistas del Desierto". Aunque según está documentado a medida que nos alejamos del puerto porteño, la presencia extranjera disminuye claramente.
La complejidad de nuestra identidad nacional es más que interesante para ser analizada en su real dimensión, basta de banalizarla con el significante “bajamos de los barcos”, que da cuenta de un viejo relato europeizante, racista y de matriz colonial.