Por Eduardo Luis Aguirre


Para entender la influencia y el impacto sin precedentes que en los antiguos habitantes de Abya Yala produjo la llegada de los españoles no hay más que abrevar en los documentos de la época. Cuando pensamos en las formas que adquirió el poder de los conquistadores, nuestra formación profesional de marcado sesgo institucionalista nos conduce hacia entresijos que se vinculan a formalidades establecidas normativamente. La mita, el yanaconazgo, la encomienda, las leyes de indias, los códigos, la inquisición, ordenanzas, reales cédulas, provisiones, instrucciones, capítulos de carta, autos acordados, capitulaciones, decretos, reglamentos, etcétera.



En realidad, el primer ejercicio del poder de los españoles, brutal por cierto, excede las premisas y la verdad histórica que tienden a recrear caprichosa y unilateralmente las formas jurídicas coloniales.

El poder de los colonizadores fue mucho más cruento y desbocado. Sus primeras formas de contralor de los nativos hicieron pie en el racismo. En la primera expresión histórica de esta forma de supraordinación y subordinación social. La pregunta que se hacían los españoles no era “quiénes son” o “cómo son” esos otros “descubiertos”, sino, por el contrario, se planteaban “qué son”. A partir de allí, su propia condición humana estaba puesta en duda. El encuentro más extraordinario de la historia humana contrapuso dos formas de pensar al otro. La de los españoles, en general, partió de la negación del otro como un par, aunque distinto. Prevaleció la idea de que se estaba ante un "no otro", una suerte de homo sacer que habitaba la dimensión del “no ser”. Por lo tanto, el ejercicio del temprano poder español en América se agotó, prácticamente, en la vocación unilateral y decidida de exterminio de esas vidas desnudas. Según Bartolomé de las Casas, acaso el primer filósofo no indígena de América, los crímenes de quienes se decían conquistadores, perpetrados contra “aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden”…”son inicuas, tiránicas y por toda ley natural, divina y humana, condenadas, detestadas e malditas” (Crónicas de Indias, p. 2). Como lo expresa Tzvetan Todorov: "el siglo XVI habrá visto perpetrarse el mayor genocidio de la historia humana"

Las Casas titula “La destrucción de las Indias” a un tramo impactante de sus crónicas, donde habla de los indios, su escala de valores y su cosmogonía: “Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores'.

"Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas”.

Luego, con la misma angustia y pasión da pormenorizada cuenta del genocidio:"En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella docientas personas”.

"Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas".

'Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo e burlando, e cayendo en el agua decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con las madres juntamente, e todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego, los quemaban vivos. Otros, ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca pegándoles fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles: “Andad con cartas.” Conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban huídas por los montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas'.

'Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizoles el fuego hasta que se asaron de despacio como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas” (p. 7).


Éstas eran las formas mediante las que los colonizadores ejercían el poder, entendido como la posibilidad de doblegar y someter la voluntad del otro hasta aniquilarlo. Por supuesto, estos crímenes masivos se cometían invocando la autoridad de la Corona, de un determinado sistema de creencias, una forma de vida, y, en muchos casos, invocando a Dios y la Iglesia Católica. Imponiendo ese universo axiológico, los conquistadores sabían que transformarían las sociedades europeas y, sobre todo, la relación de fuerzas económicas, militares y políticas del mundo entero, a favor de la exacción de incontables toneladas de oro y plata que le dieron a España una centralidad inédita en el concierto universal.

Ahora bien: ¿cómo pudieron cometerse estos crímenes horrendos? Abstracción hecha de las tesis negacionistas, las motivaciones que se esbozan reconocen orígenes distintos. Hasta las subjetividades singulares de las tripulaciones de aquellos barcos: "Vale recordar que durante el período histórico de la Conquista de nuestras tierras quienes llegaban eran, entre otros, los deportados de la Corona Española; los que por alguna razón no cabían dentro del orden y la legalidad europeos establecidos en aquellos tiempos; los deportados eran quienes habían cometido algún delito, es decir habían transgredido el orden y lo normado, y por ello debían cumplir la pena del destierro. Durante esa época, y desde mucho antes, los llamados locos -quienes supuestamente también están fuera de lo normal- también eran puestos a la deriva en naves porque no tenían cabida bajo la ley y el orden de la época, al igual que los deportados Los locos y los deportados eran transgresores de la ley y, a la vez, nuestra realidad también es transgresora de lo normal ante la mirada y la lectura occidental" (Sancho Dobles).

Quinientos años después, el colonialismo y la colonialidad lograron perdurar edulcorando las formas extrínsecas y el poder de las nuevas e incipientes democracias de América Latina. "Nuestra realidad tampoco ha sido normal, basta con recordar las trascendentales mutaciones que ha sufrido desde el período de Independencia y posteriormente, las dictaduras, los desaparecidos, los exiliados, las invasiones... América Latina también está confundida entre los sueños y la locura, entre la ficción y la verdad; cual don Quijote que no distingue entre la vida y los libros, entre el sueño y la vigilia, entre la cordura y la locura" (Sancho Dobles). El Consenso de Washington no puede ni necesita valerse de los crímenes monstruosos inferidos sobre el cuerpo de los nuevos “no otros”. La colonización de las nuevas subjetividades se produce mediante mecanismos mucho más sutiles. El poder no puede traducirse ya con las categorías de Max Weber. El poder institucional de las colonias circula dentro de los marcos acotados de las instituciones políticas y jurídicas eurocéntricas, pero además se ciñe a léxicos y retóricas fatales. La “gobernanza”, la “gestión” del estado, de la vida y del hombre, la concepción y las lógicas de la política y de lo político como una forma meramente instrumental y transaccional aventan cualquier vocación emancipatoria, transformadora, autonómica. La cancelan, la obturan. La sustituyen por un eficientismo vacuo que garantiza la reproducción cotidiana de las nuevas formas de dominación.

Lo grave es que nuestros políticos y funcionarios creen que esa gestión, y no la transformación de las estructuras asimétricas del poder agotan su cometido. Un festival de capacitadores, capacitaciones, normas, leyes, paradigmas y otros espejos de colores que asientan en una concepción idealista de nuestros “representantes” se encargan de hacer el resto. De transformar la política como una mera gestión administrativa de una realidad que, si no se simplifica, les resulta incomprensible. Craso drama si pensamos, como el filósofo Ignacio Castro Rey, que nunca llegaremos a conocer el mundo. Ni siquiera la ciudad que habitamos.







BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

Las Casas, Bartolomé de: "Crónica de Indias", disponible en https://freeditorial.com/es/books/cronica-de-indias

Las Casas, Barolomé de : Historia de las Indias, Tomo I, disponible en http://www.cervantesvirtual.com/obra/historia-de-las-indias-tomo-1--0/

Sancho Dobles, Leonardo: "(D)escribir América: entre la verdad, el sueño y la locura"). disponible en file:///C:/Users/IDG2/Downloads/Dialnet-DEsrcribirAmerica-6135722.pdf

Todorov, Tzvetav: "La conquista de América. El descubrimiento del otro", disponible  en https://www.academia.edu/31593585/LA_CONQUISTA_DE_AM%C3%89RICA_por_Tzvetan_Todorov