Por Jorge Alemán (*)

El Capitalismo en su nueva fase neoliberal se ha constituido en algo más que la extracción de plusvalía en la relación Capital-Trabajo. Ahora intenta marcar simbólicamente la vida de los cuerpos hablantes y a la experiencia subjetiva de los mismos.

Por ello, en este modo de producción de subjetividad, se vuelve una pregunta crucial y pertinente: ¿qué parte de la vida puede eventualmente no ser apropiada por dichos dispositivos de producción?

Hace ya bastante tiempo que Lacan anticipó en su enseñanza dos catástrofes en el orden simbólico, lugar donde el “animal humano” se convierte en “sujeto”. En los años 40, en su primera profecía, Lacan señaló ya el declive de la función paterna, un punto de anclaje vital para que el sujeto se sitúe en algunas coordenadas que le permitan orientarse en la existencia sexuada, hablante y mortal. Era la marcha incesante del discurso de la Ciencia ahora devenida en Técnica la que propiciaría esa declinación de la función paterna. El otro anticipo era su tesis sobre el “discurso capitalista”, un discurso que en su funcionamiento homogeneizante y circular lograría hacer ingresar y capturar a las distintas experiencias humanas en su circuito interminable y sin corte o ruptura alguna.

Actualmente, después de estas anticipaciones lacanianas, podemos ya revisar el paisaje actual y verificar los diversos estragos del “discurso capitalista”. Nos encontramos con niños malcriados y caprichosos, pero que sin embargo son capturados desde muy temprano por distintos protocolos de evaluación donde serán diagnosticados y examinados en sus competencias, siempre en una lógica segregativa. Hoy en día un niño ya se puede “equivocar” desde muy temprano según el criterio de diversos expertos.

Jóvenes que se eternizan como tales  en una vida sin “causa”, porque ningún legado simbólico los invita a separarse de una apatía de goce solitario y automático. Adultos eternamente jóvenes, o que buscan vivir bajo ese mandato de ser joven a cualquier precio, que compran juguetes-objetos en  una vida de consumidor-consumido. Hombres y mujeres que descubren que su experiencia no ha dejado huella alguna, porque tampoco en sus vidas recibieron un legado simbólico por el que valía la pena luchar. Ancianos hacinados, absolutamente destituidos en su palabra y su experiencia de saber esperando una muerte indigna en instituciones horrendas.

Hombres, mujeres y otros sexos asumidos, esperando lo que no llega, porque no llega el trabajo, no llega una verdad que sorprenda y haga que la existencia se divida y no se refugie más en su falsa unidad y no llegan los recursos, mientras a su vez se sienten culpables por envejecer o morir. Hombres que matan a mujeres dominados por la desaparición de su virilidad y asediados por su impotencia en el amor.

Tal vez en este abrupto paisaje contemporáneo, donde se podrían dar muchos más testimonios de la erosión de los lazos sociales provocadas por el Capitalismo se pueda captar que actualmente una política con trazos emancipadores debe disponer una teoría del sujeto y las posibilidades que puede desplegar en una praxis, donde su vida como sujeto no esté totalmente cautivada por la trama del mercado y su despliegue. Finalmente se trata de pensar, por parte de la izquierda, en un orden simbólico, que al no ser inventado por nadie, tampoco por el capitalismo, porque en la lengua habita lo común que no pertenece a nadie, pueda tener lugar la vida inapropiable. Enorme tarea…

(*) Publicado originariamente en https://www.cuartopoder.es/ideas/opinion/2017/07/08/capitalismo-y-vida/