No hace demasiado tiempo, Michael Hardt y Toni Negri anticiparon que Estados Unidos había sido derrotado en su intento de dar un golpe de estado al mercado mundial. En lo que podría asumirse como las vísperas de un (nuevo) retroceso de un imperialismo que se agota, la administración Obama acaba de meterse en un atolladero de destino incierto. La crisis a la que se ha expuesto, al comprobarse la más fabulosa operación de espionaje de la historia de la humanidad tiene un final abierto, pero en cualquier caso, traumático. Estados Unidos ha perdido el dominio del hecho y es improbable que lo recupere en el plano diplomático, al menos en el corto plazo. Entre el libro “Common Wealth" (2009), que da cuenta de la debacle del unilateralismo económico, y el escándalo del espionaje mundial han pasado menos de cuatro años. Casi el mismo lapso que ha transcurrido desde que el presidente norteamericano fuera insólitamente ungido Premio Nobel de la Paz. En aquella oportunidad, Obama sacó pecho y, paradójicamente, reivindicó la legitimidad y la necesidad de... la guerra: "La guerra sí que tiene un papel que jugar en la preservación de la paz".  "Me enfrento al mundo como es, y no puedo obviar las amenazas a las que se enfrenta el pueblo americano". "La guerra es necesaria". Palabras de Obama en su cenit. Imposibles de ser replicadas en el contexto de particular sensibilidad que la propia superpotencia ha creado. La capacidad de disciplinar voluntades ha dado muestras de un llamativo debilitamiento, lo que obliga al presidente a recordar que su país conserva intacta una capacidad de disuasión militar que nadie le discute. Pero que no alcanza para organizar en clave de viejo orden la imprevisible dinámica internacional.


Los países europeos, sus socios menores, han interpelado a la expresión institucional del complejo militar industrial, por la grosera injerencia que supone un espionaje a gran escala, que amenaza reducir a Watergate en una inocente infidencia barrial.
Putin ha contestado con una hierática ironía de cara al caso Snowden (quizás porque todavía están frescas las impudorosas imágenes de ambos países intercambiando espías). Los países latinoamericanos no parecen dispuestos a reeditar sus ejercicios de sumisión de antaño y se encuentran próximos a ensayar una nueva estrategia conjunta de enérgica protesta formal.
Si entre los miembros del MERCOSUR había cundido una justificada reserva ante la falta de compromiso militante de algunos países miembros (sobre todo Brasil) a la hora de solidarizarse con el Presidente Morales, ni bien se conocieron en la región las inéditas maniobras de intromisión, la alianza estratégica se galvanizó definitivamente. 
La administración demócrata lo consiguió, por otros medios.