Por División Las Heras

Durante “la década ganada” en Latinoamérica, gracias a las políticas redistributivas implementadas por los gobiernos populistas, millones de personas que estaban en la pobreza pasaron a formar parte de la mal llamada “clase media”. En realidad, durante ese período sólo aumentaron notablemente su nivel de ingresos, pero esto no significó de ninguna manera que se cambiara la estructura de clases en la región.
Ese aumento en sus ingresos, como estaba previsto, fue destinado casi exclusivamente a un consumo que amplió el horizonte de proyección del mercado interno. Pero derivó en la creación de miles y miles de consumidores, con una percepción distinta de la realidad. Nuevos sujetos para quienes "todo" parecía estar al alcance de la mano, y lo estaba -en todo caso- sólo como consecuencia de su esfuerzo individual. Ya hemos señalado algunas características del consumidor: tiende a ser lábil, individualista, insatisfecho permanente, despolitizado, incapaz de reconocer la intervención del Estado en su bonanza. Y además hace del consumo una expectativa existencial.

Por eso constituyó un error llamar a esos sectores emergentes clase media, concepto multívoco si los hay. Y esto ha sido fomentado y estimulado por el neoliberalismo, por muchas razones. Porque había campo fértil para que estos sectores socialmente promovidos se sintieran efectivamente “clase media” y de esta manera, fácilmente fueron finalmente cooptados cultural e ideológicamente por el consumo, la “revolución de la alegría” o similares, adhiriendo a un proyecto político por el que difícilmente se hubieran sentido representados antes de la "década ganada".




Ese error, de manera directa o indirecta, le sirvió a la derecha para demasiadas cosas. Ganar el balotaje en la Argentina, lograr la destitución de Dilma en Brasil, debilitar al chavismo, erosionar el nivel de aceptación de Correa,  etc. 
Esa supuesta “clase media” entró en crisis a los pocos meses de ponerse en vigencia el plan económico que los CEOS trajeron bajo el brazo, como se está viendo en nuestro país. Y hoy esa importante fracción del pueblo se empieza a mostrar como lo que verdaderamente es: el sector mejor pago de los trabajadores, el que pasó sin escalas de votar a MM por el impuesto a las ganancias, a temblar hoy por el desempleo rampante.

Ese yerro analítico, profundizado con la expectativa estratégica equivocadas de poder construir un capitalismo “bueno” gracias al consumo del keynesianismo táctico y tardío, contribuyó a que del lado del pueblo no existiera un proyecto político claro para ganar políticamente a ese determinante segmento de la sociedad argentina.

No se tuvo en cuenta lo que, según Jorge Alemán “...Es la “violencia sistémica” del régimen de dominación neoliberal: no necesitar de una forma de opresión exterior, salvo en momentos cruciales de crisis orgánicas y en cambio lograr que los propios sujetos se vean capturados por una serie de mandatos e imperativos donde los sujetos se ven confrontados en su propia vida, en el propio modo de ser, a las exigencias de lo “ilimitado”....” (1) Mandato que, vale aclararlo, obliga al sujeto a ser el empresario exitoso de sí mismo. Barrera infranqueable, paradójicamente, para un trabajador.
Para este sector de trabajadores, hasta hace poco tiempo bien pagos,  también aparece como “ilimitada” la capacidad del hombre gracias al desarrollo de las ciencias y las tecnologías y lo limitado que está el acceso a esas capacidades por la dominación neoliberal. Enajenación clarísima, pero bien explotada por el “coro de niños cantores offshore”, que les permitió obtener una mayoria transitoria como para desmantelar en poco tiempo la mayoria de las conquistas de la susodicha década ganada. Y pasar de esta manera a ser en poco tiempo más, a los ojos de esa “clase media” tan festejada con globitos de colores, una “banda de aves de rapiña”. Como lo fueron siempre.

Pongámosle nombres para ejemplificar: los trabajadores petroleros, que acaban de realizar el “comodorazo”, los de las fábricas de tecnologías de la información, los de Impsat, los nucleares, del Conicet, los de informática, químicos, medicamentos, etc. que verificaron en la práctica, no solo que son (muy) capaces, sino que el país está en condiciones de manejar la alta tecnología y con ello aspirar a una vida digna y un desarrollo equitativo autonómico.

Estos trabajadores son los que naturalmente protestaban  contra el impuesto a las ganancias por su trabajo mientras el “coro de niños cantores offshore”, en el gobierno anterior, tambien como en todos, evadía despreocupadamente sumas miles de millones de veces superiores.

El eje de la resistencia al desguace del estado, seguramente pasará por ellos, pero creemos, además, que la posibilidad de realización de un proyecto popular depende de tenerlos en cuenta como el sector mas dinámico de la producción y capaz de aglutinar al conjunto del pueblo.

Los tres actos masivos -24 de marzo, comodoro PY, y 1º de Mayo, más el Comodorazo, mostraron esta tendencia y dejaron colgados del pincel a la mayoría de la “oposición”, política. Ni hablar de los CEOs, que empezaron a los codazos, no solo por los negocios que sus empresas pueden hacer en el desguace, sino porque no saben cómo sigue esta película, con la economía “sincerada” respondiendo al mercado; al gobierno de la alianza le queda -para pasar el largo invierno que se avecina y que puede durar años- intentar seguir engañando a través de los medios y los Servicios que debería proveer el estado en liquidación acelerada. Como respondieron al Dengue responderán a la Gripe A, a las inundaciones, etc. etc. etc.Y esa vieja frase, que viene de lejos en la historia, de que puede empezar a sentirse “tronar el escarmiento” le eriza su tupida pelambre.

Pero es justamente en esta situación donde aparece más patente la necesidad de la emergencia de una voluntad popular expresada en un proyecto político, insumo -como decíamos- muy escaso, y no sólo  en el país. Y que no se resuelve sólo con la aparición del “santiagueño desconocido” de Prat Gay, sino con la creación de un bloque histórico y la construcción de una nueva hegemonía. En la que será decisiva, una vez más, la batalla cultural inconclusa.

La movilización y la organización popular, pero también el desarrollo teórico y el fortalecimiento de un bloque histórico, son las claves para terminar con la pesadilla del advenimiento neoconservador. Ni siquiera es esperable la exhumación de la cláusula gatillo de la consabida "unidad" totalizante del pejotismo, porque a esta altura ha quedado lamentablemente probado que -desatada la batalla cultural y política- la derecha peronista va a volver a jugar con la restauración derechista. Ya lo ha hecho dos veces en el Congreso. Cuenta con muchas fortalezas, la derecha, y con una debilidad estructural, hasta ahora insuperable. Esa que le señala sus propios límites. Ni Clarín, ni la Nación, ni las corporaciones de distinto pelaje ni los intentos destituyentes, ni Comodoro Py (la versión tercer milenio del Edificio Libertador) han sido capaces de debilitar la capacidad de organización y movilización popular de una alternativa emancipatoria que sigue conservando el rol para nada superfluo de sentirse (y ser) la primera minoría. No hay una síntesis ni una construcción alternativa a este bloque inconcluso, que tiene una tarea febril por delante: la segunda batalla cultural.