El presente artículo se inscribe en un proyecto de la tesis doctoral en curso, La recepción y usos de Antonio Gramsci en la formación de la nueva izquierda pedagógica y el nacionalismo popular pedagógico, 1959 – 1976. Pretende indagar y rastrear la presencia del comunista italiano en el pensamiento político pedagógico de Hernández Arregui (1913-1974).
En un primer momento, se realiza un racconto de la trayectoria política intelectual de Hernández Arregui, situándolo como parte de la nueva intelectualidad crítica que surgió hacia fines de los años '50 en Argentina. En un segundo momento, se profundiza en sus reflexiones en materia pedagógica. Aquí se intenta estructurar un debate con la interpretación sugerida por Adriana Puiggrós (1997) que califica su obra como “reproductivista”, al tiempo que le endilga la apropiación de conceptos fundamentales de Gramsci.
El escrito considera las principales obras de Hernández Arregui (1913–1974): Imperialismo y cultura(1957, reeditado en 1964 y 1973); La formación de la conciencia nacional (1960, reeditado en 1970);¿Qué es el ser nacional? (1963, reeditado, en 1972 y 1973); Nacionalismo y liberación (1969, reeditado en 1973); Peronismo y socialismo (1972). También se apela a la revista Peronismo y socialismo (septiembre de 1973) y luego (cambio de nombre mediante), Peronismo y liberación(agosto 1974)dirigidas por Hernández Arregui. Con un enfoque cualitativo y a través del análisis documental se abordan un conjunto de producciones significativas del autor para aprehender su pensamiento y reflexiones pedagógicas. Se intenta reconstruir el sentido que le asignó a la cuestión educativa, atendiendo al contexto de su producción.
En la investigación del itinerario de la obra de autores y autoras, como Antonio Gramsci para este caso, es indudable distinguir el campo de origen del de recepción, dando cuenta de los intereses específicos en pugna del último como también de las marcaciones e interpretaciones de los “receptores”. Existe un carácter productivo en la lectura y en los usos de la obra de un autor (Jauss, 1978; Mayoral, 1987) que reclama conjugarse con su historicidad. Es necesario alejarse del carácter inmanente que podría derivarse del acto de recepción a través de ofrecer las coordenadas del espacio socio–histórico del sujeto articulador de la recepción. Asimismo no se trata de develar empleos correctos e incorrectos en referencia a una interpretación válida, sino más bien de comprender modalidades y condiciones de posibilidad socio-históricas y socio-políticas de determinados usos (Tarcus, 2007a).
1. Apuntes sobre el itinerario político intelectual de Hernández Arregui. Su primigenio rechazo a Antonio Gramsci
Hernández Arregui formó parte de la denominada nueva intelectualidad (Sigal, 1991), es decir, de una franja intelectual que nació hacia fines de los años '50 y principios de los '60 en tensión, ruptura o debate con la izquierda tradicional (Partido Comunista Argentino –PCA- y Partido socialista -PS) y bajo la pretensión de renovar la teoría crítica. Dentro de la denominada nueva intelectualidad, Hernández Arregui formó parte de las filas de la izquierda peronista que, a diferencia de la izquierda nacional (dinamizada, entre otros/as, por Abelardo Ramos), no reconocía otro sujeto político legítimo fuera del propio y ambivalente peronismo. La izquierda nacional mantenía un margen de exterioridad y autonomía respecto del peronismo, defendiendo una representación independiente del proletariado ya que entendía que el peronismo era un movimiento político policlasista. Estos aspectos eran inaprensibles para Hernández Arregui, quien mantuvo profundos debates con Abelardo Ramos (García Moral, 2008; Acha, 2009). Vale subrayar que en los confines de la izquierda peronista, el autor promovió una ilación: interpretó al peronismo desde el marxismo: “Soy peronista porque soy marxista”, argumentaba.
Hernández Arregui reconoció el valor intrínseco y político de las opciones culturales; planteó una simbiosis entre política y cultura (Sigal, 1991: 214-227). Ya en su primera obra, Imperialismo y cultura, asumió al momento cultural no sólo como irreductible al momento económico sino además como terreno decisivo en la confrontación contra la oligarquía. Desde sus inicios, su proyecto devino contracultural (Piñeiro Iñíguez, 2013: 71). Hernández Arregui asumió su opción cultural como parte de una batalla político-estratégica contra la oligarquía y sus expresiones intelectuales. Y esta batalla debía darse en el propio campo del enemigo, mostrando la posibilidad de efectuar una intervención intelectual que aúne una defensa de intereses populares con argumentos propios del nivel estilístico reclamados por la oligarquía. Se trataba, argumentaba Hernández Arregui, de “cocinar en su propia salsa” a los intelectuales alineados con la oligarquía (citado en Galasso, 2012: 195). De allí que el anti-intelectualismo, es decir, el rechazo a los cánones o pautas liberales de la intelectualidad, configuró su forma tensa de posicionarse en el campo intelectual.
La nueva intelectualidad se desarrolló como “una generación sin maestros locales” (Terán, 1991: 97, 152). Hernández Arregui compartió este rasgo, aunque existió una excepción: Rodolfo Mondolfo (Galasso, 2012; Piñeiro Iñíguez, 2013), para quien Hernández Arregui fue el más importante discípulo argentino. Nacido en Italia formó parte, entre otros, del cuerpo docente de la Universidad de Turín (donde Gramsci estudió) entre 1910 – 1914, se exilió en 1938 a Argentina con la ayuda del Partido Socialista donde se desempeñó como profesor de las universidades de Córdoba y Tucumán, y murió en nuestro país en 1976. Fue en Córdoba, sitio histórico de trabajo y difusión de la obra de Gramsci años más tarde, donde Hernández Arregui conoció a Mondolfo en la década del '40. El filósofo ítalo-argentino ante la imposibilidad de ingresar como docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA encontró refugio en la homónima facultad de la Universidad Nacional de Córdoba desde 1940 a 1947. Comenzó enseñando Lengua Griega y luego Filosofía Antigua (Tarcus, 2007b: 432).
En la facultad cordobesa, Hernández Arregui que estudiaba Filosofía y tenía particular interés por la filosofía griega, se acercó a Mondolfo. Sabido es que el filósofo ítalo-argentino fue por entonces un animador de la interpretación del marxismo en términos historicistas, como una filosofía de lapraxis, alejado del reduccionismo economicista, a la vez que promovió la difusión de Gramsci en nuestro país. Este abordaje del marxismo cautivó y marcó una influencia decisiva en el recorrido de Hernández Arregui. Desde la perspectiva mondolfiana, también compartida y defendida por Gramsci, aprehendió al marxismo, a contramano de la extendida interpretación soviética.
Es improbable que Hernández Arregui, como discípulo de Mondolfo, no haya tenido referencia sobre Gramsci. Más aún, es posible que la primera vía de acceso de Hernández Arregui al revolucionario sardo transcurriera a través de Mondolfo. Aricó (2005 [1988]: 198-207) ha planteado que el filósofo ítalo argentino fue una de las vías de acceso a la obra de Gramsci para los sectores liberal–democráticos de nuestro país, cercanos al Partido Socialista en la década del '50. Presumiblemente Mondolfo constituyó también una de las vías de acceso de Gramsci para la izquierda peronista, a través de Hernández Arregui quien tenía amplia influencia en la época.
Bajo la sospecha de las contribuciones teóricas extranjeras Hernández Arregui apeló, por primera vez, a Gramsci. Esta desconfianza constituía una crítica habitual de la izquierda peronista a la intelectualidad liberal pero también marxista, admiradora de las modas intelectuales y de toda contribución teórica exterior. Para el autor, la contemplación al exterior no expresaba más que el distanciamiento de la intelectualidad local respecto a la realidad nacional y al punto de vista nacional. En el marco de las críticas que efectuaba a la izquierda argentina sin conciencia nacional, el autor reconoció como interesantes y progresivos los aportes nacidos desde el seno del PCA hacia fines de los '50, específicamente de su Secretario de Cultura, Héctor Agosti.
El Secretario de Cultura del PCA fue el principal impulsor a nivel local del estudio, traducción y difusión de la obra de Gramsci en la década del '50. En Nación y cultura y Mito liberal, escritos en 1959 y susceptibles de comprenderse como parte de un mismo trabajo, Agosti revisó la lectura del fenómeno peronista apelando a categorías gramscianas (Aricó, 2005 [1988]; Terán, 1991; Kohan, 2000). En el primer libro, el comunista argentino empleó la noción gramsciana nacional - popular y reparó en los vínculos entre intelectuales y pueblo, clásica temática gramsciana. Con El Mito liberal, buscó distinguir entre una tradición liberal y otra democrática en la historia argentina. Este argumento fue celebrado por Hernández Arregui en La formación de la conciencia nacional (2011 [1960]: 351-356). Aunque desarrolló argumentos críticos a determinados planteos de Agosti, Hernández Arregui reconoció “varias adquisiciones positivas”, entre otras, la denuncia del papel negativo de la “intelligentzia” al servicio de la oligarquía y del imperialismo y el desprecio de esta “intelligentzia” al pueblo, o su aceptación de la herencia cultural hispánica. Es de interés que muchas de las “adquisiciones positivas” remitieron al tratamiento agostiano del vínculo intelectual-pueblo que guardaba fundamento en el acervo gramsciano. Como parte de las “adquisiciones positivas”, Hernández Arregui también destacó el empleo de conceptos surgidos en el propio país, aunque lamentó el apoyo de Agosti en un autor extranjero:
También es prometedor que este enemigo [por H. Agosti] de la “teoría nacionalista de la cultura” hable de “conciencia nacional”, de “década infame”, de “deserción ante el hecho nacional”, aunque se apoye, al utilizar estos términos nacidos en el país y al calor de la lucha nacional (no de los libros), en un escritor extranjero, A. Gramsci. (2011 [1960]: 355).
2. El legado político pedagógico de Hernández Arregui y su tangencial gramscismo
Años más tarde el propio Hernández Arregui utilizó a Gramsci para abordar el vínculo entre intelectuales y pueblo. Existió un tránsito desde esta sospecha y rechazo inicial a un empleo posterior de las ideas del comunista italiano. Sin embargo, es preciso no sobredimensionar el “gramscismo” de Hernández Arregui. Se considera necesario revisar las apreciaciones de Puiggrós (1997) que tienden a exagerar las influencias del revolucionario sardo en su obra:
El reproductivismo pedagógico de Hernández Arregui contrasta con sus lecturas de Gramsci, quien descubrió el antagonismo inherente al proceso educacional. Sin embargo, Hernández Arregui había incorporado conceptos fundamentales del autor de “Cuadernos de la Cárcel”. No se había interesado por el recorte prudente que hizo el togliatismo en la segunda postguerra, ni por el espontaneísmo que se diferenciaba de Lenin y prefería a Sorel y a Rosa Luxemburgo. Eligió al Gramsci teórico, al de la teoría de las articulaciones y de la hegemonía, el de la vinculación entre la teoría y la práctica (Puiggrós, 1997: 73).
Más adelante se reparará en estas y otras apreciaciones de Puiggrós sobre la obra de Hernández Arregui. Reténgase, ahora, la gravitante presencia gramsciana en Hernández Arregui sugerida. Por el contrario, el artículo arguye que Hernández Arregui no realizó una apropiación significativa de Gramsci, no “eligió a Gramsci”.
La presencia del comunista italiano en Hernández Arregui fue excesivamente puntual, tangencial: sólo una cita en Nacionalismo y liberación (2011 [1969]: 17). Distintos intérpretes de la obra de Hernández Arregui, marcan la influencia marginal del revolucionario sardo: Horacio González lamenta que Hernández Arregui haya rechazado a Gramsci (2012: 20); Galasso (2012) no menciona a Gramsci en el conjunto de sus interpretaciones sobre Hernández Arregui; Piñeiro Iñiguez (2013: 182) aduce, puntualmente y sin ninguna otra mención, que Hernández Arregui se asentó en el marxismo leninismo, acudiendo ocasionalmente a autores como Mao o Gramsci (aunque lo hace mucho más con el primero que con el segundo).
La sospecha inicial hacia Gramsci en tanto “escritor extranjero” (europeo) cambió en el correr de su obra, pero Hernández Arregui en ningún caso “eligió a Gramsci” como sustento teórico de sus interpretaciones o “incorporó conceptos fundamentales” del revolucionario sardo.
La propia revista dirigida por Hernández Arregui, Peronismo y Socialismo y luego, Peronismo y Liberación, muestra la ausencia de Gramsci. No existió apelación alguna al revolucionario sardo en los dos números, con excepción de un artículo de César Arias (1973: 116) que mencionó en una ocasión a Gramsci, situándolo bajo las coordenadas del marxismo – leninismo y, por tanto, sin innovación política teórica relevante1. Es indudable el peso e influencia teórica de Hernández Arregui sobre los miembros y autores/as de la revista, por lo que la nula presencia gramsciana podría traslucir también la escasa impronta gramsciana de su animador principal.
Puiggrós (1997) realiza dos movimientos sobre el legado pedagógico de Hernández Arregui. En primer lugar, sostiene que su posición político pedagógica “es reproductivista y coincide con la que se ha generalizado entre los docentes que están en rápido proceso de acercamiento al campo nacional popular” (1997: 72). Por aquellos años la figura emblemática de las posiciones educativas crítico reproductivas remitía a L. Althusser. Sin embargo, y este es el segundo movimiento, la autora se esfuerza en mostrar que su reproductivismo pedagógico contrastó con las lecturas de Gramsci de quien “había incorporado conceptos fundamentales”.
La calificación de los planteos pedagógicos de Hernández Arregui bajo el crítico reproductivismo y, específicamente, el estructuralismo althusseriano contrae algunos equívocos. Es indudable que existieron elementos en el autor dirigidos a denunciar el carácter reproductor y legitimador de un orden social semi-colonial por parte del sistema educativo: la oligarquía difundía su concepción del mundo e impregnaba al terreno educativo mientras los maestros se reducían a intermediarios de la oligarquía. Este abordaje obturaba la posibilidad de una intervención específica transformadora en el seno de las instituciones educativas. Pero Puiggrós deriva fundamentalmente de estos elementos el atributo reproductivista de Hernández Arregui cuando, dichos elementos, como se intentará mostrar, derivan de su historicismo marxista y su postura anti-intelectualista, no de una adscripción al reproductivismo pedagógico.
Existen varias razones para desestimar como reproductivista la posición política pedagógica de Hernández Arregui. Entre ellas, el mote en cuestión oscurece sus aperturas y propuestas en materia educativa. Además, conduce a un ejercicio estéril: el de introducir excepciones a su supuesto reproductivismo. La mudanza en la caracterización de Hernández Arregui, en el curso de su obra, del estudiantado ante el proceso de su creciente politización y “nacionalización” resulta una ilustración del quiebre con su supuesto reproductivismo (Carli, 2013), entre otros elementos pedagógicos que se podrían exponer en similar orientación.
Asumir como parámetro identitario su reproductivismo y, luego introducir quiebres, resulta inconducente. Más interesante es divisar su postura pedagógica en el marco del historicismo marxista y del peronismo de izquierda al que adscribió.
El historicismo marxista, dinamizado por Rodolfo Mondolfo, operó como fundamento teórico en la explicación de la dominación escolar por parte de Hernández Arregui. Era la clase dominante y su concepción del mundo la que impregnaba al sistema educativo en su conjunto, dotándolo de unidad y homogeneidad. En otras palabras, la capacidad de la oligarquía para tornarse como clase dominante, se traducía en la difusión de su concepción por el conjunto social a través de las instituciones educativas. Este es un nudo que se conservó en Hernández Arregui en el conjunto de su obra. A su vez, el autor articuló el carácter conservador y regresivo de la educación con el papel productivo de la oligarquía (aliada histórica del imperialismo). Un país terrateniente se oponía al avance científico, básicamente porque no lo necesitaba. Entonces el papel del sistema educativo se limitaba a la formación en valores y hábitos de la clase dirigente.
Estas reflexiones educativas de Hernández Arregui se anudaron con una visión del Estado burgués característico del joven Marx, tantas veces retomada por la vertiente marxista historicista: la deshumanización del hombre se encarnaba en un Estado deshumanizado (2011 [1960]: 181). Dadas las características de nuestro país, las instituciones (entre ellas, las educativas) encarcelaban y enajenaban la esencia del hombre. Lejos de realizarse en las instituciones educativas el pueblo, argumentaba Hernández Arregui, se formaba una idea engañosa del mundo, en abstracciones funcionales a la oligárquica, en una falsa conciencia, en definitiva, en una alienación cultural. El hombre no dominaba las relaciones sociales que se le presentan como cosas, independientes de su voluntad. El Estado y las instituciones educativas promovían esta deshumanización.
Repárese en la lejanía de Hernández Arregui respecto del estructuralismo marxista y su reproductivismo para asir la dominación educativa. La postura del autor sería criticada por dicho estructuralismo no sólo por su veta humanista sino también porque la unidad de una formación social era referida a una instancia central: la clase – sujeto de la historia. El marxismo de Hernández Arregui, en definitiva, descansaba, al igual que en el historicismo, en la versión marxista de la dialéctica hegeliana. Interpretación ésta que tantas veces criticó el estructuralismo marxista.
De este nudo sobre las características de la dominación escolar, se derivaba en Hernández Arregui el papel adjudicado a los maestros. Formados en la leyenda de la civilización sin máquinas y la incompetencia industrial promulgada por la oligarquía, los educadores difundían la concepción dominante. Devenían una suerte de mediadores entre la clase dirigente oligárquica y el pueblo a quien instruían en valores y pautas antinacionales. Provenientes, en general, de la pequeña burguesía y de descendencia inmigrante, poseían un estado psicológico común: deseo de no informarse sobre la cuestión nacional, que les inspiraba una repulsa instintiva y la sospecha de que todo libro nacional era “nacionalista”. Portaban un desprecio hacia el pueblo y sus manifestaciones culturales. Heterogéneos en su composición económica, divididos en estratos, los miembros de las clases medias, por su propia inestabilidad económica, eran elementos pasivos e intermediadores de la clase gobernante. Ésta era una apreciación recurrente en el autor: ya en uno de sus primeros libros, La formación de la conciencia nacional, había conjugado las clásicas reflexiones del marxismo leninismo con la retórica histórica del peronismo, para concluir que la clase media carecía de entidad política propia.
Según Hernández Arregui, la clase media en lugar de promover la elevación y unificación de la concepción del pueblo, se empeñaba en su desprecio. Se asistía a un clivaje entre intelectuales y pueblo, entre educadores y educandos. Fue desde este prisma, tan marcado y conservado a lo largo de su obra, que Hernández Arregui en 1969 citó a Gramsci. A través del genio sardo ilustró la incomprensión de los intelectuales respecto del pueblo. “Este fenómeno ha sido inobjetablemente expuesto por Gramsci”, decía (2011 [1969]: 17). E inmediatamente apelaba a un pasaje del pensador comunista italiano. Pero lo hacía sin mostrar innovación político - pedagógica alguna respecto de su encuadre teórico de años anteriores.
El hecho señalado por Gramsci se explica por sí mismo. Los intelectuales, y en especial los educadores, son también fenómenos sociales, y en su calidad de tales, han sido formados como individuos por la generación más antigua que, de este modo, los ha socializado a su servicio (Hernández Arregui, 2011 [1969]: 17).
Entonces el autor utilizó las ideas de Gramsci para tratar la temática de la escisión intelectual–pueblo bajo el encuadre teórico de años anteriores. No hubo innovación, no hubo una incorporación de “conceptos fundamentales” del revolucionario sardo, como sugiere la interpretación de Puiggrós. La autora considera que Hernández Arregui, al igual que Gramsci, concibió a los educadores como una categoría de los intelectuales, pero enfatizó su socialización al servicio de la clase dominante. Aduce, con razón, que esto se basó en su desconfianza a la intelectualidad liberal, en otras palabras, en su anti-intelectualismo. Pero Puiggrós en lugar de divisar una discordancia general entre la noción de intelectual gramsciana y la de Hernández Arregui, dirime el asunto en énfasis.
Es preciso extraer otras conclusiones. El autor no incorporó la noción de intelectual gramsciana, esto es -en sus aspectos principales- el intelectual como un organizador permanente, como un actor comprometido con la vida práctica y, en ciertos casos, capaz de devenir orgánico a la clase dominada. Este atributo de la intelectualidad, de los educadores no fue tratado por Hernández Arregui. Se mantuvo fiel a su anti-intelectualismo y su encuadre teórico previo a la lectura del revolucionario sardo. Parece pues más acertado concluir que Hernández Arregui no asumió a los educadores como una categoría de los intelectuales al estilo gramsciano.
Pero Puiggrós insiste en endilgarle un “gramscismo” a Hernández Arregui en su tratamiento de la intelectualidad. Entonces, inmediatamente después de pretender tejer un vínculo entre la noción de intelectual gramsciana y el tratamiento del intelectual en Hernández Arregui, sostiene: “Extraña que Hernández Arregui no conociera la producción de Gramsci en ‘Ordine Nuovo’ (1919-1921)...”. Aquí hay dos puntos a marcar. En primer lugar, hacia 1969 no era frecuente el conocimiento de los manuscritos de juventud de Gramsci en Argentina y en particular de L’ Ordine Nuovo. Presumiblemente, la primera traducción al castellano de un artículo del periódico transcurrió en manos de la editorial Argonauta en 1921, en un cuadernillo titulado Hacia una sociedad de productores. En este cuadernillo se incluyó un texto de Gramsci bajo el título La concepción marxista comunista de los Consejos de Fábrica, tomado de L'Ordine Nuovo2. Pero recién a inicios de la década del ‘70 se publicaron en castellano algunos de los escritos ordinovistas de Gramsci3. Entonces para conocer estos escritos Hernández Arregui debería haber accedido a la edición italiana, de escasa circulación local, L'Ordine Nuovo 1919-1920, Torino: Einaudi publicada en 1954 (reeditada en 1955 y 1970). Nuevamente, parece más probable extraer las conclusiones inversas a la interpretación sugerida por Puiggrós: es más bien extraño que Hernández Arregui haya conocido la producción ordinovista de Gramsci.
En segundo lugar, tampoco se entienden las razones por las qué Hernández Arregui debería haber vinculado estos escritos de Gramsci con la temática del intelectual como educador. En Cuadernos de la cárcel, Gramsci desarrolló sus reflexiones sobre los intelectuales y los vínculos con la organización cultural. Los escritos de L’ Ordine Nuovo, destinados a nacer y morir en el día, como decía el revolucionario sardo, tenían otro registro a Cuadernos..., destinados “para la eternidad”. Apuntaban a la intervención política, a la organización obrera directa. Más allá de alguna posible articulación, rastrear aquí su teoría y reflexiones sobre los intelectuales resultaría anacrónico.
Además de lo comentado acerca de las reflexiones pedagógicas de Hernández Arregui sobre la dominación escolar y al papel de los maestros promovido por la oligarquía, existe otra línea de análisis en su obra referida a la transformación del sistema educativo. Éste es otro argumento que permite no encuadrar al autor en los confines del reproductivismo. Y, nuevamente, sólo es inteligible desde su historicismo marxista y adscripción al peronismo de izquierda. Hernández Arregui partió de la clásica aseveración historicista, y la revistió de una impronta nacional: “cada clase social, aunque enmantada en la cultura nacional, tiende a concebir el mundo de modo distinto” (2011 [1963]: 122). De ahí se derivaban querellas culturales. Mientras Borges, representante de la oligarquía ganadera, despreciaba por rudimentario al Martín Fierro, las masas populares lo asumían como propio. Pero en Hernández Arregui estas querellas culturales no ingresaban o se reeditaban en el plano de las instituciones educativas. El sistema educativo conservaba la cultura dominante, se mantenía inmune. Como bien observa Puiggrós (1997: 74), Hernández Arregui tuvo limitaciones para entender el conflicto del vínculo pedagógico escolar. Justamente, esta es otra razón para fundamentar la ausencia de Gramsci en su obra. El revolucionario sardo estableció un lazo histórico entre hegemonía y pedagogía. La hegemonía dominante debía realizarse, producirse y, por tanto, habilitaba a pensar las resistencias en el propio vínculo pedagógico.
Hernández Arregui planteó otra salida posible para la transformación del sistema educativo. Anclado en el pensamiento de Lenin y en el peronismo de izquierda, postuló que cualquier transformación educativa por parte del pueblo requería la toma del poder político. El autor desconfiaba de las instituciones (históricamente ligadas a la oligarquía) y la capacidad de disputa en su seno. Era preciso un fuerte golpe de timón y, por tanto, retomar el poder usurpado para motorizar diversas transformaciones, entre ellas, las educativas. Nuevamente desde su historicismo marxista, sostenía que el Estado no era una entelequia abstracta sino creación de los hombres que corporizaba a las clases sociales y sus luchas nacionales (2011 [1969]: 35). Hernández Arregui construyó una articulación entre la organización popular y la capacidad de orientar el Estado hacia otro rumbo: el socialismo nacional y el fortalecimiento del pueblo. Sustancial resultaba tanto la organización del pueblo para la conquista del poder político, como impulsar políticas, una vez alcanzado el Estado, que alentasen la maduración política popular, la elevación del pueblo a clase nacional, (2011 [1969]: 45). Planteaba pues un proceso de organización popular correlativo a la conformación de un nuevo Estado Nación, pero el punto decisivo era alcanzar el poder político para que el proletariado puediera devenir clase nacional.
Como se observa, Hernández Arregui estaba imbuido en la teoría leninista. Recuérdese que Gramsci introdujo una innovación teórica respecto al leninismo al distinguir entre las nociones de hegemonía y predominio. Para volver viable la victoria en los “países occidentales” el proletariado debía convertirse en clase dirigente, en términos de influencia de su concepción del mundo sobre otros sectores sociales, antes de la conquista del poder político. Podría ser hegemónica, sin contar con el predominio político aún. Este análisis de Gramsci se distanciaba de Lenin quien insistió sobre el hecho de que la clase dominada no podía conquistar el lugar de la ideología dominante antes de la conquista del poder político. Hernández Arregui proseguía los clásicos lineamientos leninistas, tamizados por su inquietud por la reconquista del poder político a manos del peronismo. Si bien enfatizó la idea de la batalla cultural, en ningún caso lo hizo al estilo de la “guerra de posiciones” de Gramsci o pretendiendo que el proletariado devenga hegemónico con anterioridad al predominio político, a la conquista del poder por el peronismo. Por ello, resulta inaprehensible la lectura de Puiggrós (1997) cuando aduce que Hernández Arregui “Eligió al Gramsci teórico, al de la teoría de las articulaciones y de la hegemonía...”. Además, en esta afirmación se produce un anacronismo. La interpretación y uso de la hegemonía gramsciana en clave de articulaciones es claramente posterior a los años de producción de Hernández Arregui. Fue en los denominados años del exilio mexicano, en particular, en las ponencias y discusiones del seminario sobre Hegemonía y alternativas populares en América Latina, organizado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1980 donde se “incubó” la interpretación de la hegemonía gramsciana en términos de articulaciones.
En torno a la organización del proletariado, Hernández Arregui jerarquizó y otorgó centralidad a la unidad entre el pueblo y Perón, desde su adscripción al peronismo de izquierda. El proletariado se organizaba en voluntad unitaria contra el coloniaje a través del General. Lejos de una clave liberal, el autor consideraba que los líderes constituían expresiones y creaciones de los movimientos populares nacionales que, al mismo tiempo, se potenciaban y organizaban alrededor de esta figura (2011 [1969]: 17). Es cierto que existen elementos para vincular estas reflexiones de Hernández Arregui con la interpretación del Príncipe de Maquiavelo en Gramsci. Pero no hay rastros certeros en esta línea. De hecho, en las primeras obras de Hernández Arregui, antes de su consideración positiva hacia Gramsci, se encuentran semejantes consideraciones. Por ello parece forzado cuando Puiggrós (1997: 74) yuxtapone planteos de Hernández Arregui con alusiones al maquiavelismo gramsciano, sugiriendo alguna influencia del último sobre el primero4. Similar argumento es posible aplicar cuando Puiggrós (1974: 75) sostiene que la asunción del pueblo como “estados sociales colectivos” en Hernández Arregui deviene de Gramsci. En todo caso, podría sugerirse que Gramsci abonó a este tratamiento historicista del concepto de pueblo, ya que en las primeras obras de Hernández Arregui las masas populares eran entendidas en el mismo sentido, o sea, de un modo no esencialista sino histórico. Nuevamente, puede presumirse que, más que la influencia gramsciana, es el historicismo marxista acuñado por Hernández Arregui lo que explica este tratamiento de la categoría de pueblo.
Hernández Arregui no se detuvo sólo en la proclama de la reconquista del poder político para impulsar una concepción popular del mundo a través del sistema educativo. Diagramó un programa educativo en términos de contenidos. Si existían dos clases sociales y pugnaban por prevalecer en su concepción del mundo, se trataba de potenciar la versión popular. La “educación racional”, como la denominaba (2011 [1963]: 131), es decir, una educación en oposición a la falsa conciencia promulgada por la oligarquía, debía fundarse en la herencia cultural del pueblo y en la realidad americana. Con anterioridad a Paulo Freire, sugirió pues que los contenidos educativos de una educación revolucionaria debían anclarse en las realidades históricas populares. La educación tenía la tarea de elevar a los estratos populares y de tornar coherentes sus nociones del mundo, en contraposición a la concepción del mundo mistificadora de la oligarquía.
En suma, Hernández Arregui anclado en su historicismo y peronismo de izquierda desarrolló un conjunto de apreciaciones que lo acercan más al legado de Freire que al “crítico reproductivismo”. De todos modos, el autor enfatizó que la posibilidad de un sistema educativo capaz de organizar y elevar a las masas debía ser efecto de la revolución y no la revolución efecto de la escuela. De allí que las intervenciones educativas transformadoras en el seno de las instituciones impregnadas por la oligarquía eran desechadas o suturadas. Al mismo tiempo, la tradición iluminista marcó parte de sus preocupaciones pedagógicas. Por ello, más allá de que citó en distintos pasajes la III° Tesis sobre Feuerbarch que contenía la clásica aseveración de que “el educador debe ser educado”, Hernández Arregui interpretó esa afirmación en términos de fomentar una educación capaz de elevar al pueblo desde sus realidades, no profundizando en la conformación de un vínculo integralmente democrático entre educador–educando, dirigente-dirigido. La faceta vincular de la educación revolucionaria no fue tematizada o profundizada por el autor, específicamente, la transformación de los propios educadores en su pretensión de transformar a los educandos. La dificultad para extraer el conjunto de consecuencias de esta III° Tesis sobre Feurbarch tantas veces comentada por el revolucionario sardo, ¿no es otra razón para concluir que Hernández Arregui no “eligió a Gramsci”?
Notas
1 Arias, C. (1973). El Estado argentino como marco del ejercicio del poder. Peronismo y socialismo, 1, (1), 98-117.
3 Sacristan Gimeno, Antonio Gramsci. Antología. México: Siglo XXI. La primera edición fue en 1970. Allí se incluyó una selección de artículos del comunista italiano correspondiente a L’ Ordine Nuovo. Un antecedente de una antología de Gramsci en castellano (y también en catalán) fue realizada en 1967 por Jordi Sole Tura, Antonio Gramsci. Cultura y literatura. Madrid: Península. De todos modos, la antología no incluyó textos del L Ordine Nuovo.
Gramsci (1973). Consejos de Fábrica y estado de la clase obrera. México: Roca. Reunió escritos de 1919 y 1920 de Gramsci, producidos para L’ Ordine Nuovo en correlación con el movimiento “consejista” de Turín.
Autores/as varios (1972). Consejos obreros y democracia socialista. Bs. As.: Pasado y Presente. Cuaderno n° 33. La primera edición fue en Agosto de 1972 y se publicaron algunos textos de Gramsci de L’ Ordine Nuovo.
Antonio Gramsci (1973). Democracia obrera y socialismo. Revista Pasado y Presente, 4 (nueva serie) (1), 103-140. Bajo ese título la revista publicó algunos de los escritos de Gramsci en L’ Ordine Nuovo.Aricó preparó una introducción a los mismos, titulada “Espontaneidad y dirección consciente en el pensamiento de Gramsci”.
Ernest Mandel (1974), Control obrero, consejos obreros, autogestión, (antología). Tomo 1. Mexico: Ediciones Era. La compilación incluyó algunos artículos de L´Ordine Nuovo en las páginas 210 a 234, aunque, como ha señalado Santella (2012), Gramsci no fue nombrado por Mandel en su larga introducción a la antología.
4 Para rastrear, en estos años, una inspiración gramsciana en la interpretación de Perón en clave de Maquiavelo desde la izquierda peronista, es preciso atender a las producciones de Horacio González a inicios de los ‘70 a través de la Revista Envido y en su prólogo, de marzo de 1972, a la propia edición “peronista” de la primera sección de Notas sobre Maquiavelo sobre la política y sobre el Estado moderno, resignificado bajo el título Príncipe moderno y voluntad nacional popular.
Referencias bibliográficas
Acha, O., Historia crítica de la historiografía argentina. Bs.As.: Prometeo, 2009.
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(*) Universidad de Buenos Aires/CONICET, Argentina.
Publicado oriinariamente en http://www.archivosdeciencias.fahce.unlp.edu.ar/article/view/Archivos09a07/6976
“Vemos aquí cómo el solipsismo coincide con el puro realismo. El yo del solipsismo se reduce a un punto inextenso y queda la realidad coordinada con él” (Tractatus, 5.64).
Es cierto que el Tractatus defiende la idea de que el lenguaje es una especie de figura o imagen del mundo, que lo duplica. La “teoría figurativa del lenguaje” afirma efectivamente que el lenguaje es una especie de mapa del territorio que sería el mundo. Pero en ningún lado Wittgenstein afirma que sea posible tocar cosas o hechos en estado puro, sin signo, no “contaminadas” por el lenguaje. De hecho, la distinción entre cosas y hechos ya indica que en el mundo sólo podemos vivir una configuración que relaciona varias cosas entre sí: o sea, signos, lenguaje.
La lógica llena el mundo; los límites del mundo son también sus límites. Pero si la lógica “llena el mundo” (Tractatus, 5.61) el lenguaje también llena el mundo. No existe entonces un metalenguaje, un lenguaje lógicamente perfecto que nos permita escapar a las ambigüedades del mundo-lenguaje natural. Así pues, la “teoría figurativa”, donde el lenguaje duplica el mundo como un mapa, no deja ningún resquicio para que podamos observar la lógica del mundo desde fuera y podamos afirmar, sin más, una teoría representacional del lenguaje en la cual habría cosas sin palabras y palabras sin cosas, donde aquéllas representarían a éstas.
Para que este proceso de figuración pueda funcionar, debe existir una correspondencia entre el mundo y el lenguaje, un parecidoentre la lógica de los hechos y la lógica del lenguaje. Pero el sentido último de esa correspondencia es indecidible para la lógica. Sólo es un aire de familia que se puede mostrar (al modo de la poesía, la ética o la mística) y no se puede decir. La diferencia entre “decir” y “mostrar”, paralela a la de “conocer” y “pensar” en Kant, permite en el Tractatus hablar de un montón de cosas que para elneopositivismo de Viena (y para B. Russell) no tendrían ningún sentido.
La correspondencia última entre el mundo y el lenguaje se escapa a la ciencia y a la lógica. Ya en el Tractatus, no existe un lenguaje lógicamente perfecto. La lógica es perfecta al precio de emplear tautologías, de no decir nada del mundo. La correspondencia del lenguaje con la realidad no es nada fácil, y no funciona uno a uno, en una referencia directa a una realidad que pueda comprobarse sin la mediación arbitraria del lenguaje. Aunque es cierto que, en el llamado “primer Wittgenstein” hay una especie de acuerdo con el “atomismo lógico” de B. Russell y G. Frege, por el cual se niega el monismo idealista de Hegel (y Bradley), se afirma ya un esencialpluralismo en el mundo. Ni siquiera existe en este Wittgenstein una causalidad predecible: las cosas son así, pero podrían ser de otro modo. Se da entonces una correspondencia difícil entre la proposición lingüística y un hecho en el mundo. Los hechos atómicos son lógicamente independientes, por lo que sólo podemos si son verdaderos o falsos por la experiencia: a posteriori, a “toro pasado”.
“No hay enigma” (Tractatus, 6.5) ni lugar para el escepticismo, puesto que la sombra de las cosas coincide con el día del lenguaje. Allí donde no puede haber respuesta ni siquiera se puede plantear ninguna pregunta. En el límite, lenguaje y mundo, signos y cosas, día y noche coinciden. De ahí que el denostado solipsismo coincida con el puro realismo. Recordemos a Schopenhauer: “El mundo es mi representación”. Cuando Wittgenstein dice: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (Tractatus, 5.6) está recordando vagamente a Spinoza, cuya eco actúa de lejos: “El orden de las cosas y el orden de las ideas es el mismo”.
Las proposiciones de la ciencia natural tienen sentido y nos informan acerca de los hechos del mundo. Las proposiciones de la metafísica, la ética o la religión, no tienen ese sentido directo. Ahora bien, la distinción entre decir y mostrar (que el Círculo de Viena ignoró) indica que a todo lo que no es ciencia, sea poético o místico, no hay que arrojarlo a la hoguera, sino que tiene otro modo de lenguaje al que hay que reconocerle un lugar. Como dice Russell con cierta distante ironía en el prólogo al Tractatus: “Lo que ocasiona la duda es el hecho de que después de todo, Wittgenstein encuentra el modo de decir una buena cantidad de cosas sobre aquello de lo que nada se puede decir”.
Esto nos obliga a relativizar la distinción entre el “primer” y el “segundo” Wittgenstein. Es cierto que en las Investigaciones filosóficas se acentúa la importancia del dinamismo del lenguaje en sus juegos, el papel del uso del lenguaje ordinario en el habla común. Wittgenstein se aleja todavía más del ideal de la esperanza de un lenguaje lógicamente perfecto que elimine las contingencias del horizonte. Pero ya había muchos modos de lenguaje en el Tractatus… y no la ilusión de lograr un metalenguaje, un decir que agotase el mostrar. Ya en el primer Wittgenstein el significado de las palabras está asociado al uso variable que hacemos de ellas. Esto explica que Pasolini haga decir a un actor Buenas noches con sesenta significados distintos.
No hay en el llamado segundo Wittgenstein una crítica radical del Tractatus, aunque sí de la lectura que habían hecho de ese libro portentoso los policías positivistas de Viena. Su “teoría figurativa” nunca incluyó exactamente la idea ingenua de que el lenguaje representase la realidad, sino que ya todo era entonces más complejo e incluía, sin mencionarlos así, muchos juegos distintos, aparte de designar cosas y hablar de los hechos. Un ejemplo entre cien: “El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo” (Tractatus, 5.632).
La influencia del segundo Wittgenstein es capital en el pragmatismo angloamericano y en el “giro lingüístico” de cierta filosofía del siglo pasado. Pero el pragmatismo y la filosofía analítica son corrientes importante en el ámbito académico de la filosofía angloamericana, y no tanto fuera de ella. Además, el Wittgenstein que persiste en la actualidad, particularmente en La comunidad que viene de Agamben, por encima de las distorsiones groseras que de él hizo el neopositivismo de Viena, es el Wittgenstein delTractatus, un libro de filosofía cargado de ontología espectral y pasajes laberínticos.
De ahí que se pueda decir que continúa siendo uno de los enigmas filosóficos del siglo XX el silencio de Heidegger, el pensador de lo Abierto, con respecto al autor de ese libro tan anómalo, tan intrincadamente cuántico llamado Tractatus Logico-Philosophicus.
Un sincero agradecimiento a los organizadores de la presentación del libro del líder kurdo Abdullah Ocalan "Orígenes de la Civilización", realizada anoche en el Salón Azul de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam, por habernos invitado a pronunciar la introducción de dicho trabajo, de reciente aparición. Esperamos haber estado a la altura de la explicación que demanda una cuestión tan compleja como la que afecta a la nación sin estado más numerosa del mundo. Mucho aprendimos de la disertación posterior de Mahmut Colak Zerdesti, miembro del Congreso Nacional del Kurdistán y traductor al español de la obra de Ocalan.
Carlos Luis Miguel Cornaglia es médico y psicólogo. De sólida formación científica, gran parte de la cual desarrolló en Alemania, este reconocido académico es un experto en dos materias que tienen una actualidad indiscutible: adicciones y narcotráfico. Hace un tiempo, le propusimos una entrevista sobre ambas cuestiones. Éstas son sus respuestas.
¿Cuál es, en
su opinión, la situación actual de la Argentina en materia de adicciones, sobre
todo cuando se hace referencia únicamente al consumo de drogas "prohibidas"?
Esbozar la
situación actual de Argentina en materia de adicciones resulta una tarea
difícilmente accesible en el marco de esta comunicación, puesto que, en primer
lugar, habría que realizar diversas interpretaciones semánticas de cada
componente del texto de su enunciado. Entenderé la significación del lexema /adicciones/ como sinónimo de
/dependencia de drogas/. A su vez la dependencia de drogas, resulta ser, en mi
concepción, un componente de la dependencia con drogas. Es decir, una forma de
relación, lazo, entre por lo menos dos sujetos/actores, en la cual, o en el
cual uno de los sujetos se encuentra en una relación de menor poder que otro.
Lo que generalmente se designa como /droga/ constituye un mediador en esa
relación de poder; de tal manera que el actor de mayor poder puede realizar
actos de imposición de su poder, direccionados hacia el comportamiento del otro
miembro, por medio de diversos instrumentos, entre ellos la droga. En el mundo
globalizado el poder que puede imponer la “droga” (prohibida o no, en función
de algunas leyes enunciadas en forma escrita) crea un notable desequilibrio en
la relación de poder entre el productor y el “consumidor”, o mejor dicho, entre el amo y el esclavo.
Decimos esclavo porque la supuesta capacidad de conciencia para decidir la
asimilación,, o no de una droga es ante todo una creencia, y/o un juicio
fáctico carente de toda fundamentación científica, moral y ética. En la
Argentina actual, como en la mayor parte del resto del mundo contemporáneo el
embrión y el feto humano son sometidos a la asimilación de “drogas”, desde la
concepción intrauterina. Esta imposición se prolonga extra útero por medio de
todas las imposiciones que nos podamos imaginar. En la mayoría de los casos, el
embrión humano recibirá componentes químicos de las “drogas no prohibidas”
actuales (pero prohibidas en diversas circunstancias y condiciones de la
historia: café, mate, bebidas alcohólicas, cigarrillos de tabaco, fármacos,
bebidas energizantes, “nafta”, pegamentos, etc.). Este hecho emergente,
complementado por la asimilación embrionaria de componentes químicos y
bioquímicos de las llamadas “drogas prohibidas”, compone un hecho nuevo en la
historia de la humanidad y no sólo de las/los argentinas/os. Esta asimilación
se prolonga por el resto de la vida, hasta la muerte, en nuestro país y en la
mayor parte de las/los habitantes del planeta. En síntesis: la mayoría de
las/los argentinos, desde el inicio de la vida intrauterina hasta el momento
inmediato anterior a la muerte, somos obligados a asimilar ese mediador
(mercancía) de las relaciones de dependencia (micro, meso y macro).
Queda escaso
margen de poder al individuo, a cada persona adulta (pues desde la vida
intrauterina y hasta los 24 años aproximadamente no disponemos de la máxima
posibilidad de maduración del SNC) para poder decidir, conscientemente, qué
hacer ante el impacto del comportamiento del miembro con mayor poder en la
relación de dependencia. Entiéndase que cuando nos referimos a miembros de la
relación de dependencia y poder, incluimos no sólo seres humanos individuales
sino todas las formas de organización humana posibles (desde una empresa, una
pareja humana, una institución, un embrión humano intra útero, un adulto,
etc.). En las condiciones actuales el miembro de mayor poder, en las relaciones
de dependencia mediadas por drogas (prohibidas
o no) está constituido por las empresas monopólicas transnacionales productoras
de compuestos químicos (contenidos en el producto droga), por los Estados de la
OTAN y sus respectivas asociaciones de diverso tipo (políticas, económicas, financieras,
culturales, bélicas, etc.). El miembro de menor poder, es lógicamente, y fácticamente
el embrión humano y todas sus expresiones fenotípicas ulteriores; así como
todas las formaciones sociales humanas que carecen de interés
económico-financiero en las operaciones de venta/compra de la mercancía droga.
Todas las
argentinas y todos los argentinos somos afectados, abusados, usados,
directamente y/o indirectamente por los actos del poder productor, distribuidor
y vendedor de la mercancía droga. Aún cuando esta afirmación podría parecer
exagerada,, a las percepciones y al entendimiento de legos, y de muchos de
quienes no lo son, tenemos medios para demostrar en detalle nuestro juicio
fáctico, pero ello es sólo posible mediante un exhaustivo estudio realizado y
presentado en otro lugar.
¿Cree que
hay una política consistente en materia de adicciones en el
país?
Toda la
política del Estado referida a la ‘narcoproducción’ (incluimos aquí lo que se
designa como “droga”, “narcótico”, “estupefaciente”, “fármacos”, cigarrillos de
tabaco, café, bebidas colas, energizantes, etc.), distribución, venta,
publicidad, etc. esta mercancía es totalmente inconsistente para transformar
los problemas relacionados con la dependencia con drogas y por el contrario es
muy consistente para mantener e incrementar el status quo. Todos los poderes del Estado Nacional, expresados en
los diferentes gobiernos democráticos (incluido el actual) realizan por
comisión u omisión actos que promueven, favorecen y determinan el desarrollo
del libre mercado de producción y venta de “droga”. Las adictas y los adictos son
víctimas, en su mayoría impotentes, de la inconsistencia/ consistencia de los
actos del Ejecutivo Nacional, del poder Legislativo y Judicial de nuestro país.
Desde la denominada “Revolución Libertadora”, y hasta la fecha, con excepción
de algunos actos como los realizados por el Ejecutivo Nacional y por el poder
Legislativo durante el gobierno de Illia (con la denominada Ley Oñativia), y
últimamente por lo ejecutado y legislado por los tres gobiernos anteriores al
actual (Presidente Mauricio Macri), en referencia a la publicidad de los
cigarrillos de tabaco y a la prohibición de fumar en determinados espacios
públicos; la mayoría de los actos propios de cada uno de los poderes (y sus
respectivas relaciones) determinan inconsistencias de toda clase y materia y
consistencia en otras.
¿Qué
relación establece entre las adicciones y la alienación propia de las sociedades occidentales postmodernas?
La capacidad
desarrollada por los poderes narcoproductores, financiadores, distribuidores y
vendedores de seres humanos y drogas se expresa en la vida cotidiana, de
las/los argentinas/os y de la mayoría de quienes habitan las naciones
occidentales (posiblemente también las orientales), como un nuevo componente de
las posibilidades de alienación y enajenación humanas. El ser humano, desde su
forma embrionaria y hasta su muerte es vuelto otro, es transformado
fenotípicamente, somáticamente, comportamentalmente y subjetivamente por medio
de los actos de poder que expropian todos los componentes del ser humano. En
ese volverse otro (posibilidad ínsita a lo humano) el narcopoder (lícito e
ilícito, legal e ilegal) introduce en todas las formas humanas (al menos de
occidente) una posibilidad de alienación tal vez no existente previamente, hasta
hace dos siglos aproximadamente. El ser humano individual o en grupo, paga a
ese poder para que éste (con todos y cada uno de sus componentes) lo venda en
el mercado de la narcoventa, lo enajene al más bajo costo posible y concrete
así, por medio todo tipo de actos materiales, la forma más extrema de
alienación conocida hasta la actualidad. Los narcoproductores y sus
representantes no producen solamente “drogas” para venderlas a los seres
humanos, producen una nueva clase de seres humanos para ser vendidos en el
mercado del narcoconsumo. Esto acontece en todos los componentes de este
mercado, desde la producción de bebidas alcohólicas y de cigarrillos de tabaco
hasta la últimas “”pastillas producida por la industria farmacéutica, o la
“cocina” más elemental de la droga sintética producida y vendida en las TIME
WARP creadas (al parecer con el correspondiente derecho de patente) por
COSMOPOP (firma domiciliada en la ciudad de Ludwigshafen, Alemania).
¿Cuál es el
rol que juegan las grandes empresas multinacionales en materia de
drogas?
Estas
empresas multi- y trasnacionales, como la antes mencionada COSMOPOP,
determinan todos y cada uno de los actos
de cada uno de los miembros dependientes (es decir la mayor parte de la
población argentina, de occidente y tal vez de todo el planeta), sea per se, y/o en asociación deliberada de
conjunto, y/o por medio de la sinergia ideológica intrínseca a su poder económico,
geopolítico, semiótico, cultural, publicitario, bélico. Las denominadas
“Guerras del Opio” constituyen, en Oriente, un modelo histórico del poder
creado y desarrollado por el imperio británico en la población de indochina.
Este modelo es equivalente a la invasión guerrera impuesta a los pueblos originarios de nuestro
continente, por los actos colonizadores
del imperio de España. En lugar del opio los instrumentos bélicos de los
españoles y sus derivados nacionales (en Argentina los genocidas de la “campaña
del desierto”) incluyeron la coca (por ejemplo en Potosí) y/o las bebidas
alcohólicas (vino) de acuerdo a las regiones y las diferentes fases de la
conquista. COSMOPOP y la firma BASF (también radicada en Ludwigshafen;
productora de efedrina, cafeína, agroquímicos, pinturas para autos, casettes,
etc.) son dos exponentes paradigmáticos del rol estructuralmente y
sistémicamente determinante de estas empresas en la imposición de la
dependencia con drogas. Los productores de “drogas prohibidas“ son sus
subsidarios de hecho (aunque no en los papeles, como es lógico esperar). La
primera producción de cocaína fue efectuada por la firma MERCK en Alemania, y
por la PARKE en EE.UU; en ese entonces (fin del siglo XIX y comienzo del XX)
este compuesto químico no era prohibido; pues formaba parte de la Coca-Cola y
de diferentes tónicos vendidos en cualquier farmacia. . BAYER (Alemania) creó
la heroína (no prohibida entonces pero sí ahora). Una forma simple y directa de
captar la unidad operativa de las productoras legales e ilegales de la
dependencia de drogas, de adictos y de drogas, es entender que todas los
componentes de sus operaciones se transforman en divisas (de cualquier signo
monetario o sus equivalentes), y forman parte así del negocio financiero. Toda
cosa y todo ser humano se transforman en divisa en el negocio, y en el mercado
fármaco-narco-estupefaciente-drogadicto-dependiente.
En los
últimos tiempos han recrudecido en la Argentina las referencias oficiales y
mediáticas a la "lucha contra el narcotráfico" ¿Qué lectura
hace de esos mensajes?
En mi
concepto el “narcotráfico”, como se lo sobreentiende (sin definirlo la mayor
parte de las veces) no existe. Por lo
tanto no puede realizarse una lucha contra algo inexistente. Si esta lucha
existiese, sólo podría concebirse como una lucha en la subjetividad fantasiosa,
imaginaria, de algún ser humano que pudiera así concebirla. Los procedimientos
más frecuentes y comunes que los estados nacionales organizan y ejecutan
constituyen, generalmente, por acción u omisión, lo mejor que se puede hacer
para crear, mantener, desarrollar, promover, sostener, proteger, cubrir,
encubrir, la producción de seres humanos para el mercado narcoproductor (legal
e ilegal); y la de “drogas” para los atrapados, narcotratados, y victimizados
seres humanos que son ingresados a él.
¿Imagina que tras el ropaje de una guerra contra un nuevo enemigo se encubran nuevas formas de intervención imperial, similares al Plan Colombia?
La Guerra
fundamental es la que realizan los diferentes componentes de la narcoproducción
victimaria contra quienes no poseen todos los instrumentos bélicos que ella si
dispones: 1) Guerra química de última
generación (producción e imposición de: cigarrillos de tabaco, bebidas
alcohólicas, bebidas cola, toda clase de fármacos, bebidas “energizantes”,
productos xantínicos, pegamentos, y todos los productos “ilegales” –compuestos
por componentes legales-). 2) Manejo de los capitales materiales más
voluminosos del mundo global. 3) Manejo de todas las formas y contenidos
posibles de capital simbólico. 4) Manejo ideológico de todos los poderes de
gobierno de los estados nacionales. 5) Manejo de todos los componentes del
mercado financiero. 6) Manejo de todas las relaciones entre todos los
componentes anteriores. En estas condiciones este poder realiza una operación
de hipostasis atribuyendo poder a una cosa sin poder alguno (cosas químicas
llamadas drogas; cosas que no se
trafican a si mismas) y a un narcotráfico inexistente. Luego se publicitan
notables operaciones contra la “droga y el narcotráfico”, con lo cuál se cierra
el circuito ideológico imaginario consistente para mantener el poder
narco-financiero legal y dar continuidad a la manipulación enajenante y
alienante de todo ser humano que se pueda enredar al mercado. El Plan Colombia
ha sido y es un ejemplo muy elocuente del modelo extendido y actualizado de la
conquista del desierto y de la guerra del opio; otro tanto vale para el Plan
México y su distribución para todo el continente americano.
Estos son los días en que los periódicos se anuncian para captar suscriptores. Los directores de la prensa burguesa ordenan los aparadores, le dan brillo a su logotipo y buscan llamar la atención de los transeúntes (es decir, el lector) para vender su producto. El producto es ese pedazo de papel de cuatro o seis páginas que cada mañana y tarde pretende inyectar en el espíritu del lector el modo de percibir y juzgar los hechos de la actualidad política, mismos que convienen a los intereses de los productores y vendedores del papel impreso. Queremos discutir con los trabajadores sobre la importancia y la relevancia del hecho, que parece tan inocente, que es elegir el periódico al que nos suscribimos. Es una decisión llena de mañas y peligros que se debe hacer conscientemente, con prudencia y previa reflexión. Ante todo, el trabajador debe negarse a colaborar al sostenimiento del periódico burgués. Tiene que recordar siempre, siempre, siempre, que el periódico burgués (cualquiera que sea su matiz) es un instrumento de lucha impulsada por ideas e intereses contrarios a los suyos. El contenido de la prensa está influenciado por una idea: el servicio de la clase dominante, lo que inevitablemente se traduce en una cosa: luchar contra la clase trabajadora.
De hecho, del primer al último renglón, el periódico burgués adopta y revela esta preocupación. Pero lo mejor de todo, es decir lo malo, está en el hecho de que en lugar de pedir dinero a los ricos para sostener su propia defensa, los periódicos burgueses logran en cambio financiarse por la misma clase a la que combaten. Y los obreros les pagan con prontitud y generosidad. Cientos de miles de trabajadores dan todos los días sus monedas a la prensa burguesa y por lo tanto lo fortalecen ¿Por qué? Si usted le pregunta a un trabajador con un periódico burgués en el tram o en la calle, escucharía la respuesta: "Porque necesito saber qué cosas están sucediendo". Jamás se le ocurrió que las noticias son expuestas con un arte que dirige su pensamiento y manipula su mente de una manera determinada. Pero al mismo tiempo él sabe que este diario es conservador, que tal persona es un arribista, y que el tercero, cuarto, y quinto están vinculados a grupos políticos que tienen intereses directamente opuestos a los suyos. Todos los días, los trabajadores pueden ver por sí mismos que los periódicos burgueses relatan hasta los hechos mas simples de un modo en el que favorecen a la clase burguesa en perjuicio de la clase obrera. ¿Si estalla una huelga? Para la prensa burguesa los trabajadores están equivocados. ¿Hay una manifestación? Los manifestantes, simplemente porque son trabajadores, son siempre los revoltosos, los intransigentes, los delincuentes.
¿El Gobierno aprueba una ley? Siempre es buena, útil y justa, incluso si se trata de lo contrario. ¿Se desarrolla una lucha electoral, política o administrativa? Los solicitantes y los mejores programas son siempre las de los partidos burgueses.
No hablaremos de todos los hechos que los periódicos burgueses o censuran, o tergiversan o falsifican para poder engañar, ilusionar, y mantener en la ignorancia a sus lectores.
Sin embargo, la aprobación cómplice del trabajador al periódico burgués no tiene límites. En necesario reaccionar a ella y mostrar trabajador el análisis exacto de la realidad.
Hay que decir y repetir que el dinero mal gastado que cae en las manos del vendedor de periódicos es un proyectil más entregado al periódico burgués que lo disparará después, en el momento oportuno, en contra de las masas trabajadoras.
Si los trabajadores se convencieran de esta verdad elemental, aprenderían a boicotear la prensa burguesa con la misma firmeza y disciplina con que la burguesía boicotea las publicaciones de los trabajadores, es decir, la prensa socialista.
No dar ayuda de dinero a la prensa burguesa que es su enemiga: este debe ser nuestro grito de guerra en este momento caracterizado por las campañas de suscripciones promovidas por todos los periódicos burgueses.
A partir de Freud es factible trascender la concepción de la masa como un grupo de gente ocupando el espacio público, para pensarla como un modo social, una matriz del funcionamiento de la cultura – capitalista, podríamos decir hoy - que genera malestar. Dos operaciones constituyen y caracterizan a la masa: idealización del líder e identificación con el líder y entre los miembros. La masa se constituye como tal a partir de que una multitud de individuos pone el mismo objeto (el líder) en el lugar del ideal del yo, operador simbólico que sostiene la identificación de los yoes de los miembros entre sí.
Las masas consisten en grupos humanos hipnotizados, sometidos a la autoridad del líder por efecto de sugestión. El estado de hipnosis produce fascinación colectiva, y la identificación pasión del Uno que uniformiza. La masa se caracteriza por constituir una estructura jerárquica estable y carente de libertad.
Para estudiar este fenómeno, Freud se refirió a la organización de dos masas artificiales, de gran prestigio en esa época: la iglesia y el ejército. Dado que va a considerar estas formaciones en la cultura, se infiere por tanto que masa y cultura lejos de oponerse están organizadas del mismo modo: en ambas hay un jefe, sustituto del padre, que organiza la obediencia de todos.
Partiendo de la idea kantiana de ley moral universal, Freud formula el superyó como una ley que rige y organiza la cultura y los sujetos, prescribiendo el sometimiento de todos a una máxima imperativa, con satisfacción en la sumisión. Freud describe al superyó como una paradoja en la que a mayor renuncia pulsional y obediencia, mayor será el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo. En pocas palabras, el aumento de la servidumbre al imperativo superyoico implica mayor crueldad del mismo hacia el yo, que deriva en un mayor padecimiento y agresividad. La moral universal constituye lo social como una masa: sometimiento de todos a un ideal e identificación de los miembros entre sí.
El sujeto de la cultura de masas es pasivo, servil y sugestionado, con un yo empobrecido sometido a un amo que articula ideologías e ideales. El líder es el único amo de la palabra y el sujeto no es tratado como tal; se trata de una destitución subjetiva que en el discurso capitalista se manifiesta en la producción mercantil de objetos y de sujetos tomados como objetos. Cabe formularse la pregunta si es posible la relación entre cultura de masas y democracia.
DEMOCRACIA
Claude Lefort define a la democracia como el régimen político donde el poder es considerado un lugar vacío, y quienes lo ejercen son simples mortales que lo ocupan temporalmente. Afirma que la democracia inaugura la experiencia de una sociedad inaprensible e indeterminada respecto al fundamento del poder, de la ley, del saber y de las relaciones sociales. El lugar abierto permite que no existan referentes de certezas, haciendo posible la crítica y la interrogación permanente sobre el sistema de representaciones, la soberanía y los sentidos comunes.
Si la causa, el lugar vacío, es la condición de la democracia, taponarla con una moral para todos y con el principio de obediencia conduce a una igualdad contraproducente para la democracia. La cultura de masas propia del capitalismo está organizada por la obediencia al imperativo de consumo, que al cerrar el lugar de la causa atenta contra la democracia, ya que en ella dicho lugar debe permanecer abierto. Un sistema cerrado, circular entre falta y exceso, rechaza la imposibilidad y produce un todo que en política se denomina totalitarismo. Freud vió en el rebaño, en la fascinación colectiva y la homogeneización de la psicología de las masas, un prolegómeno del totalitarismo. Advertimos que la masa no es un modo de lazo social, de discurso, sino que está conformada por un montón de gente seriada y uniformada por identificación.
La cultura constituida por un imperativo categórico que iguala, fracasa en el objetivo del placer y regular las relaciones sociales. En democracia lo común, condición indispensable de la política, no debe ser la fusión indiferenciada sino orientarse por la pluralidad radical de desacuerdos y conflictos.
POPULISMO
Si la relación entre la cultura de masas, paradigmática del capitalismo, y la democracia se torna imposible, se vuelve necesario pensar una relación posible entre capitalismo y democracia. Sostenemos que la teoría del populismo y la hegemonía que propone Ernesto Laclau en La razón populista (2005) representan una posibilidad para esa relación. Laclau parte de un heterogéneo radical que descencializa la causa e impide el cierre de lo social. El populismo constituye una lógica política discursiva basada en la voluntad popular, que revitaliza en su accionar la vieja retórica moralizante y predestinada de la masa. Desideologiza la política, permitiendo que la creatividad de todos produzca iniciativas populares nuevas e imprevistas. El populismo no forma un todo cerrado sino que pone en acto una pluralidad discursiva que en vez de anular las diferencias las reconoce. La construcción de hegemonía hace comparecer lo imposible y produce efectos contingentes e instituyentes tales como un pueblo, entendido como una experiencia de radicalización democrática.
DEFENSA DEL POPULISMO
A partir de la derrota electoral del kirchnerismo en Argentina y de los embates que sufrieron casi todos los gobiernos de la región, hay quienes auguran el fin de ciclo de los populismos latinoamericanos. Esta concepción confunde populismo e institucionalismo. El institucionalismo refiere a la vertiente representativa de la democracia: el funcionamiento, la gestión y la efectividad institucional, el desarrollo de poderes y aparatos del Estado, etc. El populismo alude a otra cara de la democracia, la del pueblo, que es una construcción política soberana que se inserta en un sistema en el que funcionan las instituciones democráticas, y que es el motor de las transformaciones sociales. Implica un movimiento instituyente que intenta modificar el orden instituído: interpela, cuestiona, propone algo nuevo y transformador, desplazando la cristalización que se produce en todas las instituciones.
La propaganda de Cambiemos (coalición política de derecha que llevó al poder a Mauricio Macri) apunta a desprestigiar al Kirchnerismo, los describe como militantes peligrosos para la democracia y la República. Peligro no es el populismo, sino la tentativa autoritaria de negar, no reconocer y descalificar una construcción política. Peligro para la democracia son los tecnócratas que se presentan como “garantes” de una ficticia unidad y armonía, cuando en realidad eso significa un retorno encubierto que intenta la desaparición de la política, que es siempre conflicto y desacuerdo. Riesgo para la democracia constituye el discurso único de los medios de comunicación de masas, productores de sentidos que conforman un monopolio de la información. Un gobierno sin sus raíces en el pueblo lleva a la burocratización, al conservadurismo y al sometimiento a los poderes imperantes corporativos. La democracia se mantendrá viva si se reconoce que no hay una esencia de lo común y que lo público no se construye con recetas. Si se acepta el carácter abierto, plural, no dogmático de lo social.
El Kirchnerismo en la Argentina, lejos de estar perimido en los términos de fin de ciclo como augura y desea la oposición, puede caracterizarse como una de las identidades políticas más originales, interesantes y novedosas de la historia del país. El populismo logrado desde el 2003 aún goza de muy buena salud, está vivo, y continúa sosteniendo un proyecto nacional popular cuya frontera es el neoliberalismo. Esto lo ubica como un componente esencial en la constitución de un imaginario emancipatorio y está en las antípodas de representar .un peligro para la República.
Publicado originalmente en La Tecl@ Eñe, Buenos Aires.
Reproducido con la autorización de la autora.
(*) Psicoanalista (UBA)
Magister en Ciencias Políticas (IDAES)- Autora de Populismo y Psicoanálisis
"Badi,
a despecho de sus magras remuneraciones, era un pobre diablo famélico, en
eterna lucha con esa miseria característica que acompaña a menudo a los poetas
como una maldición especial, y que ningún salario ni ninguna recompensa logran
eliminar". Un puente sobre el Drina
(p. 97)*.
La
estatura literaria y poética de Ivo Andrić se mide no tanto por la forma
magistral de narrar la enorme épica de una multitud durante cuatro siglos, y
algunos sucesos históricos que conmovieron al mundo, cuanto por el modo de
acercarse a mil situaciones donde no ocurre absolutamente nada. Es esta
precisión poética para acercarse y narrar un tiempo detenido, y el pulso de una
existencia cualquiera, lo que hace de su novela una obra absolutamente moderna.
Cada
superficie, cada historia, rostro y situación son una oportunidad y un puente
que abre el pasaje hacia otra posibilidad. La novela de Ivo Andrić no es
exactamente monumental. Tampoco es una larga crónica de Visegrad y Bosnia,
entre los siglos XVI y principios del XX, tal como suele resumir alguna
contraportada. En ella no se trata tanto de una "suma de pequeñas
historias particulares" que dan lugar a la saga de un pueblo, esa
comunidad de comunidades que habitan en la antigua Yugoslavia, como tal vez de
lo contrario. Es posible que el autor nos quiera contar la historia universal
que se encierra en cada ser humano, en una vida corriente y a la vez
misteriosa. El narrador está ahí para contar aquello que no puede tener
testigos, lo que sólo sabe un puente de piedra muda. Es otra vez la magia de la
literatura, rozando -no podía ser menos- algunas las prohibiciones.
"Sucedió
entonces que, en un pueblo situado por encima de Visegrad, una muchacha
tartamuda y algo anormal quedó en cinta". Contar es la forma de drenar el
dolor, entrando en él, y así ahuyentar así la noche. Andrić labra el lenguaje
como tecnología punta de una humanidad que sólo tiene la palabra y el trabajo
para aliviar la soledad, el desamparo ante las contingencias que una y otra vez
vuelven.
Es
cierto que el esfuerzo del hombre-río se rompe "como las olas" (p.
419). Pero en el fracaso tenemos, parece decir el Drina, una escuela común de
humildad. Es necesario no aferrarse a nada distinto a la vida. Es preciso
"morir sólo una vez" (p. 106), a diferencia de unos poderosos que
mueren dos veces: cuando dejan el mundo y cuando desaparecen las obras creadas
por ellos.
La
novela de Andrić es también un largo alegato contra la pesadilla que es la
Historia sobre la espalda de lo pequeño, personificado en ese crisol de pueblos
balcánicos -eslovenos, cíngaros, judíos, serbios, bosnios, croatas, turcos-
entregado a la ferocidad de dos imperios, el turco y el austro-húngaro, que se
turnan en la crueldad. La bestialidad de la historia se repite, interrumpiendo
la vida y manejando al hombre de carne y hueso como moneda de cambio. Un puente sobre el Drina es además un vademécum de todas las variaciones
posibles de la alegría y el infortunio. También un libro de sabiduría, como El ayudante de Walser o Aprendizaje de Lispector: "Los
osmanlíes decían que hay tres cosas que no pueden permanecer ocultas: el amor,
la tos y la pobreza" (p. 391).
Inundaciones,
tiranos, amor, crueldad, abundancia natural y espejeos de cielo. Si la
industria, dice un clásico del siglo pasado, conserva añadiendo una sustancia
que altera el elemento original, el arte conserva entregando los seres a su
finitud. Los levanta dejándolos caer, abrazando su caída. Es como si el puente
se empezase a construir a fuerza de mirar la riada y reconocer en ella una
forma. "Me doy cuenta de que ya no podemos ir a ninguna parte. Ha llegado
la época en que la verdadera fe no tiene más remedio que devorar sus propias
entrañas" (p. 468). Cuando una inundación crece, sea la de los poderosos o
la de las aguas -los desastres naturales y los históricos se parecen, también
en que a veces unen a los hombres-, todas las fronteras son violadas y es mejor
no ofrecer una resistencia frontal. Sólo queda tender puentes sobre la riada.
Un
hombre bueno es como un puente, una corriente impetuosa entre dos orillas y al
mismo tiempo un pasaje hacia otra posibilidad. La novela del Drina no deja de
ser un canto a una beatitud anónima, que siempre será clandestina para el
estruendo de la historia y la política, ese mundo de mentiras, fasto y cámaras
en el que todos nosotros -y el propio Andrić, como diplomático- tenemos un pie.
"Entonces
el cíngaro se irguió, se abrió de brazos, adoptó un aire serio y una expresión
de sinceridad conmovedora de la cual son sólo capaces las personas que no distinguen
la mentira de la verdad" (p. 79). Como de otro modo realiza el Ulises de Joyce, aunque sin recurrir a
ese famoso primer plano del monólogo interior, Un puente sobre el Drina despliega toda una psicología de cien
personajes y épocas, dentro de inolvidables descripciones de la vida misteriosa
de los elementos y los materiales.
Piedras
y hombres se hacen eternos: no porque estén libres de muerte, sino porque en
ellos reina una aceptación y un juego con lo imprevisible (p. 102). Radislav,
Lotte, Alí-Hodja, Zorka, Stikovic. Descendiendo silenciosamente a una intimidad
secreta en medio del estruendo, muchos nombres de una humanidad innombrable se
hacen querer. Andrić consigue hacernos amar una probidad, un tormento y una
dicha que no pueden ser reconocidas por la historia, a pesar de las sucesivas
promesas de todos los Imperios que se abaten sobre los hombres.
Entre
otros personajes, Lotte representa el homenaje al cansancio de los héroes
anónimos. El escritor desciende a su paso cansino de noche, "aquel paso
que nadie conocía. Sobre la ciudad dormida, una oscuridad total se extendía
uniformemente" (p. 417). Finalmente, enloquecida por la ocupación
austro-húngara, Lotte se hunde mentalmente. "Miraba a todo el mundo de
frente, pero no veía a nadie" (p. 411).
La
materia prima de Andrić es la pasión de vivir, presente en el ser humano más
insignificante. Ese soñar con los ojos abiertos, en su mezcla misteriosa de
felicidad e infortunio, de poder e impotencia, iguala de alguna manera a
humildes y poderosos. El canto, tal vez un poco autobiográfico, que realiza a la juventud de comienzos del siglo
XX es particularmente emocionante. Hablando de Nikola Glasichanin,
prematuramente envejecido, amargado y taciturno, Andrić dice: "Se entregó
al amor con todo el ardor de que son capaces los amargados y los
descontentos" (p. 377).
Si
la materia de Un puente sobre el Drina
es la pasión, las tan cacareadas "raíces del odio" son -al menos en
los Balcanes- situadas por Andrić a un palmo de la misma generosidad vital. Ya
sabemos que después vendrá la Unión Europea proponiendo eliminar el conflicto a
base de arrancar la pasión. Andrić está muy lejos de esta castración
normalizada, que no hace más que obligar a que la pasión y el odio tomen
caminos perversos, como actualmente ocurre en Europa. Podemos suponer que esta
tentativa normalizadora, más vieja de lo que parece, es también caracterizada
en la novela que nos ocupa "como el pensamiento de un abogado, claro y
transparente, igual que un vaso vacío de cristal" (p. 432).
Si quisiéramos seguir en otro orden el
laberinto barroco de esta catedral que es Un
puente sobre el Drina, se podría añadir lo siguiente:
I Ad
hominem
Igual
que en Sebald, en Andrić nada parece resultar ajeno. Los dos escritores
mantienen un pie en la historia, en la gran narración de lo visible (el César),
y otro en el secreto de lo apenas perceptible (Dios). Un río es exactamente
eso, una superficie que espejea, entre dos fronteras, desde un oscuro fondo
inmóvil.
Limo
y rocas es el fondo de la narración, verse sobre hombres o sobre ciudades. De
ahí la sorprendente universalidad de tantos pasajes, situaciones y personajes,
como si ya hubiéramos estado allí. Esto se debe, no a los viajes del
diplomático Ivo Andrić, sino a la relación con el silencio común que el
escritor y poeta mantiene.
Sólo
los "hombres huecos" (Eliot), solidarios con el silencio de la
especie, pueden ser propietarios de tal ubicuidad, de la capacidad de ponerse
en el lugar de casi cualquier otro. De ahí la maravillosa frase: "El
silencio favorece la oración y es, en sí, como una oración" (p. 491).
II Tiempo
Igual
que el río Drina discurre verdoso y brillante bajo los ojos del puente, siempre
igual y siempre cambiante (p. 388), el protagonista es el hombre común, aquel
que sólo tiene su esfuerzo, su coraje, su odio y sus creencias como capital
inmutable frente a una suerte cambiante. Continuamente la novela abre "una
isla pasajera en medio de la inundación del tiempo" (p. 113), como si toda
la narración fuera en realidad la crónica de un suspiro, un instante "suspendido
entre la noche y el día" en el que al hombre común le es dada una tregua.
El
tiempo esbreve, dice el Evangelio (I Cor. 7, 29), y esa lentitud fulminante
que se acumula en el aquí y ahora de
la vida mortal es la que permite establecer conexiones imprevistas y tomar la
historia casi como si fuera un juguete. De cualquier modo, en la infamia que es
cada sistema de gobierno es el hombre el que cuenta; el hombre, más que el
nombre del Imperio de turno: de ahí que entre el mandato de Arif-Bey y el de
Abidaga haya abismos.
Cubrir
el Drina de bóvedas (p. 88). En todo caso, se trata de construir sobre la
corriente, sobre las cenizas y la arena que el tiempo arrojan. Como si Andrić
practicase a su manera esa vieja leyenda según la cual la labor del arte,
frente a la ciencia, es conciliar opuestos y, rompiendo con la superstición de
la cronología, hacer de cada accidente un monumento duradero. Cada obra de arte
es como un instante expandido. Por eso en más de una ocasión Andrić repite que
pocas veces podemos imaginar las dependencias (p. 104) que se tejen en la distancia.
Las revoluciones que conmueven el mundo comienzan con el sueño escondido de un
campesino en las laderas.
III Monumentos
Con
frecuencia la novela narra casi la nada más banal entre los hombres, qué ocurre
cuando no hay ningún acontecimiento relevante, como en momentos del cine actual
de Sokurov. La novela de Andrić es en primer lugar un monumento a lo
insignificante, todo aquello que la historia oficial de Europa y los Balcanes
desecha como un resto, una escoria “privada”. Por el contrario, ahora el rostro
de las vidas personales es el eje de la narración, el punto focal con el que
comienzan y terminan las gestas históricas.
"El
deseo es como el viento, lleva el polvo de un sitio a otro" (p. 388). Y
con esa contingencia de la materia humana se hace la historia. En algún lugar
del mundo alguien juega a la lotería o se libra un combate; y "es así, por
curioso que parezca, como se decide el destino de cada uno de nosotros"
(p. 357). Teje, tejedor del viento, dice Joyce a propósito de la ley indescifrable
que gobierna la historia.
En
otras palabras, lo grande e histórico cabe en lo pequeño, es el juguete de una existencia soberana precisamente
porque tiene enfrente el vértigo de la muerte (p. 106). Por la misma razón, en Un puente sobre el Drina no hay buenos
ni malos: tantos los cristianos como los musulmanes sufren y viven, son
alternativamente víctimas y verdugos, a diferencia de la estupidez binaria que
preside nuestra mayoría ideológica, sea oficial o alternativa. La historia
siempre aparece en conflicto con la vida -la escena culminante es la
interrupción del kolo con motivo del
asesinato del archiduque Francisco Fernando, en el capítulo XXII- y por otra
parte muy vinculada a ella. Como si no pudiéramos vivir ni con ella ni sin
ella.
IV Crónica
La
historia aparece en cierto modo como la pesadilla de la que siempre hay que
liberarse, el conjunto de condiciones canónicas que continuamente tenemos que
desplazar para poder vivir y respirar. Con frecuencia es necesario huir de la
historia "como de una casa en llamas" (p. 438). En este aspecto, los
poderosos y los imperios se turnan en la opresión, así como las diversas
religiones y culturas -preferentemente serbios y turcos- se turnan en el papel
de víctimas o verdugos. Lo importante es la vida que sigue, trampeando, como un
río entre escollos rocosos.
Igual
que en nuestra época actual, a veces la solución de emergencia para el hombre
es volverse invisible, "hacerse el muerto" (p. 463). Antes y después
de eso, el comercio, las conversaciones en la kapia del puente, la amistad y la enemistad personales, el tabaco y
la rakia, la entrega de las mujeres y
la probidad de algunos hombres justos, tejen continuamente la tela rota por las
guerras.
Se
da en Andrić un culto constante a la resolución y al trabajo (p. 92) como
vínculo de redención personal y construcción común, interpersonal. Un puente
que relaciona puede ser el producto del sueño de un solo individuo, el gran
visir Mehmed-Pachá, y de una resolución difícil de explicar antes de que la
obra sea visible.
V Lenguaje
Una
y otra vez, en cada ser humano y cada esquina del universo respira una
multitud. Antes de pronunciar la primera palabra, un corriente de ecos y
sensaciones ya nos ha atravesado. Y Andrić desciende a esta fuente. Por eso la
palabra es entre los hombres lo que el agua es en la naturaleza, una corriente
vinculante. Tanto en las piedras como en los cielos, los límites de cada ser
lanzan destellos.
Las
múltiples lenguas de estas tierras son el instrumento más preciado que tienen
los hombres para darle forma a la desgracia y hacerla soportable. La vida se
pierde y se encuentra, perdura en su mutación constante (p. 119), como la
fuerza de las aguas y el puente sobre el Drina. Narrar, hablar, recordar
contribuye a alejar la inundación que se repite en la noche. Mientas se habla y
se cuenta se olvida, y el olvido es un medio tan poderoso como la memoria.
El
crisol de razas, religiones y lenguas de estos reinos balcánicos no dejan de
ser una metáfora del coro que cada uno tiene en la cabeza, de ese lenguaje
corporal y sensitivo de un alma que también está en las piedras, en las hojas,
en el cielo que cambia. Todo se expresa, y al expresarse cada individuación
estalla en espuma, toma distancias con su aislamiento y establece vínculos
insospechados. Incluso lo escrito, como la inscripción de Badi grabada en la
piedra (p. 97), es susceptible de mil interpretaciones y traducciones: el agua
lava la piedra, le arranca irisaciones y destellos. De ahí que Pasolini pueda
hacer que un actor pronuncie la frase Buenas
noches con sesenta significados distintos. Los límites de cada ser, mortal
como los otros, emiten una música incesante. Hasta el silencio de las piedras
parece tender un puente.
VI Ecce homo
La
novela de Andrić es también un libro de sabiduría acerca de lo que somos desde
siempre. Ante la eternidad de la muerte, se emprende un inmenso recorrido por
los innumerables semblantes del misterio de cada hombre. Por eso en tantos
lugares Un puente sobre el Drina
parece estar hablando exactamente de esta época (p. 352).
Es
como si el hombre tuviera la muerte como la mayor baza (p. 75) y en esta
condición trágica poseyera siempre un arma con la que salir a flote de un
contexto histórico que, finalmente, es una huida gregaria ante esa condición
elemental. Allí donde hay un hombre, hay un río, una corriente con dos orillas
que va arrojando mercancías distintas. Pero cada hombre bueno, como Alí-Hodja,
se parece a un puente que establece pasajes incluso en medio de la violencia
(p. 491).
Nadie
echa de menos a un desconocido, se suele decir, pero en la novela de Andrić el
protagonista es precisamente ese vecino desconocido, al que aquí se le rinde
continuamente homenaje. Los numerosos nombres de lugares y personas que saturan
la novela intentan captar momentáneamente una silueta de lo innombrable, la
insignificancia heroica de aquel ser que ha quedado orillado por la historia
oficial. Tras las mil gestas históricas, que se vuelven a narrar porque se
repiten, la hierba es todo lo queda (pp. 106-107) del sueño de los guerreros.
VII Religión
Lejos
de una actitud meramente ilustrada, Un
puente sobre el Drina es muy atenta a la llama de las almas, como si el
vínculo entre religión, nación y cultura no tuviera fronteras. La religión es
en uno de los núcleos del lenguaje y uno de los vínculos que une a cada hombre
con el eco de la sabiduría de los muertos. Cuando se entierra en secreto el
cuerpo reventado de Radislav, se reza en la clandestinidad de la noche: Recibe,
Cristo, entre sus santos el alma de tu esclavo. Pero la esclavitud del hombre ante esa personificación del misterio común
es con frecuencia el emblema de la fuerza, individual y colectiva, al fin y al
cabo "el hombre, como premio a su soledad y su pobreza, en medio de una
región salvaje, vive como quiere y canta lo que desea" (p. 131).
Frente
a los poderes imperiales, la religión aparece como fuente de resistencia. Una y
otra vez, musulmanes y cristianos tienen en la oración el depósito de lo soñado
y no realizado, bajo los avatares de la historia y ese continuo relevo del
despotismo de un poder lejano. Con frecuencia Andrić se refiere a un mismo Dios
que une a los hombres, quienes habitualmente se apartan de quien aparezca
"sin religión y sin alma" (p. 78).
Aunque
se diga también que la pugna entre las creencias oculta la lucha por la
posesión de la tierra, estamos muy lejos de Marx. Y lo estamos en un punto
clave: junto con el lenguaje o el canto, la religión concentra en lo local lo
universal y permite que cada hombre sea como un río. Finalmente, la piedad paleocristiana
de Andrić -una piedad que no necesita doctrina- tiende puentes desde la
grandeza de lo pequeño y es tan elemental que le da una voz a cualquier
psicología, sea musulmana o no. Hay algo de religión siempre en el enigma de
cada singularidad humana. Por ejemplo, en el huérfano Salko el Tuerto: "raro,
valiente, feliz, truhán y gran bebedor" (p. 146).
VIII Naturaleza
La
tierra protege un misterio sin fronteras, pues cada monte, ribazo o corriente
de agua marca sólo otra coloración y otro clima para una profundidad que apenas
conoce más ley que la muerte y el relevo estacional de las luces, siempre
iguales y siempre cambiantes. Y es sobre todo en el héroe, que en esta novela
es cualquiera, donde tierra, religión y cultura forman un nudo casi indisoluble.
Además,
el invierno y la furia de los elementos es una defensa de la comunidad local,
adaptada a esa inclemencia, ante la crueldad de unos poderosos que siempre
vienen de lejos: por eso Abidaga se encoleriza con el frío y unos días cada vez
más cortos. Un puente sobre el Drina
está sostenida por un canto a lo primario, a una fortaleza mortal que en cierto
modo une a hombres, montañas, bestias y cielos.
La
estética de Andrić es, en tal aspecto, una ética de la inmediatez natural, que
nunca es naturalista. La belleza parpadea cuando se reconcilian el azar y el
bien. En ese momento, cada cosa, cada situación o semblante del hombre ejerce
de puente, de ocasión para el tránsito. De hecho, se puede decir que la eternidad es en esta novela lo
imprevisible (p. 102) de cada momento-puente.
La
historia, una y otra vez vencida, nos entrega las estrellas. Como no hay avance
sin retroceso, poder sin rebelión ni alegría sin infortunio, siempre se produce
el eterno retorno de un mismo fondo insondable. El silencio de la piedra y el
verde vítreo de las aguas son signos a los cuales ha de volver el hombre.
Ignacio Castro Rey. Madrid, 16 de diciembre de
2012
* Todas
las citas se refieren a la edición de la editorial Debate (Barcelona, 2000),
que no parece ni mejor ni peor que otras, dentro de la torturante complejidad
que debe ser traducir Un puente sobre el
Drina. Quiero dedicar este ensayo a todos los amigos españoles de origen
serbio. Ellos han sufrido lo indecible bajo este western en "blanco y
negro" que la opinión oficial europea sigue rodando con el material
laberíntico de los Balcanes.
"El príncipe moderno, el mito-príncipe, no puede ser una
persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un
elemento de sociedad complejo en el que ya se ha iniciado la concreción
de una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la
acción".
Antonio Gramsci
“La política y el Estado moderno”
En la Modernidad, el cogito cartesiano establece la posibilidad de un saber separado de
Dios en tanto lugar creador de la verdad; el saber independizado de la verdad determina a lo
existente como objetividad del representar y a la verdad como certidumbre del representar. En
este sentido se puede afirmar que la Modernidad produce, por un lado, un sujeto cognoscente y,
por otro, un objeto exterior a ser conocido o representado, en un movimiento que marca el
comienzo del sujeto y de la ciencia. Paradójicamente, en el mismo acto en que se produce el
sujeto a su vez también se lo suprime. Según la concepción moderna, el sujeto que investiga no
tiene que influir sobre lo investigado; por el contrario, debe destituirse en aras del ideal de la
ciencia moderna: la objetividad de lo existente. La realidad como un todo unificado se le aparece
al sujeto como visión a ser totalmente conocida o representada, el mundo es comprendido como
imagen. Según Martin Heidegger (1938/1996), el hecho de que el mundo se vuelva imagen
constituye la principal característica de la Edad Moderna.
El sujeto del campo de la visión es el
mismo del conocimiento y la ciencia, que tiene ante sí lo existente como representación que
objetiva y obtiene de este modo una imagen del mundo, entendemos por ella el mundo
comprendido como imagen. Retomaremos luego con Lacan la crítica a la representación clásica.
Hobbes, fue un pensador moderno influenciado por las ideas del paradigma epocal,
la ciencia. Propone en el lugar de la causa, un mito sobre el origen de la organización social que
parte de un estado de naturaleza y luego se ve modificado por una ley universal (al igual que
toda ley científica), pasando así de un cuerpo natural a uno político. En el Leviatán (1651/2001)
Hobbes señaló formalmente el tránsito de la doctrina del derecho natural a la sociedad civil. Para
comprender al Estado, al que entendía como un cuerpo social antinatural, parte de la naturaleza
del hombre como causa. El instinto de supervivencia, el insaciable afán de poder y la ley del más
fuerte conducen a los hombres a la guerra de todos contra todos. En pos de conseguir la
autoconservación y el beneficio colectivo de una vida más armoniosa y pacífica, los hombres
renuncian a su libertad irrestricta y unifican fuerzas en un poder común capaz de defenderlos,
mantenerlos a raya y dirigir sus acciones. Deben entonces renunciar al propio poder y fortaleza
y conferirlo a un hombre o asamblea que los represente y proteja, al cual o a la que se reconoce,
se obedece y se honra: así reducen y someten en una unidad todas las voluntades particulares.
Este movimiento supone un contrato en el que todos menos uno abandonan y renuncian por
voluntad al derecho que transfieren a otra persona. La multitud del estado de naturaleza se
transforma así por el principio de representación en cuerpo político obligado a obedecer al
representante. La multitud unida en un hombre o asamblea se denomina Estado, civitas, mientras
que el titular que representa a todos se denomina Soberano. El Leviatán aplicado al Estado metaforiza el monstruo marino del Antiguo Testamento que inspira temor, es normativo, garante
de la paz, posee un poder absoluto y mayor que cualquiera y quienes lo rodean son sus súbditos;
el representante da seguridad y protección a la vida de todos a cambio de la restricción de la
libertad personal. Para Hobbes las distintas formas de gobierno susceptibles de surgir del
contrato son irrelevantes, puesto que su interés radica en producir y garantizar la paz y seguridad
del pueblo con independencia de su organizacional formal. Da lo mismo si el soberano es un
hombre (monarquía) o asamblea de hombres: una parte o algunos hombres (aristocracia) o todos
los hombres (democracia). Es decir que para la teoría clásica la relación entre democracia y
representación es irrelevante, pues ésta última no remite necesariamente a la democracia.
Observemos la paradoja de que el cuerpo social existe si y sólo si existe quien al sumar
las partes lo represente, situación que deriva en la desaparición de los representados como sujetos
políticos. Dicho representante es la fuente, el principio de la unidad y la garantía de la pertenencia
común de ese grupo, la base que da sentido a la sociedad como tal y garantiza su continuidad;
pero a la vez, los representados terminan como objetos que se limitan a obedecer al representante
y sólo conservan su libertad en una parte que no puede ser transferida por pacto: el propio
cuerpo cuando éste se ve amenazado. Por lo tanto, en este caso no hay representación. En
coincidencia, encontramos en la teoría política el mismo obstáculo que refiere la representación
en la teoría psicoanalítica: el erotismo pulsional, el cuerpo propio, la satisfacción singular no se
inscribe en la representación. Sostiene Freud que ese resto no representable conforma el mayor
obstáculo en los análisis y en la cultura, porque en tanto satisfacción autoerótica no hace lazo
social, no se civiliza ni entra en el intercambio. Vemos aquí un punto de convergencia sobre el
que volveremos cuando desarrollemos el aporte del psicoanálisis al tema en cuestión. La representación freudiana
El pensamiento, sistema de huellas, restos de la percepción perdida o imposible,
produce “lo percibido” como conjetura a posteriori. Con su descubrimiento de realidad psíquica
como escena de representaciones que se enlazan por falso enlace, Freud afirma que no hay
“recuerdos verdaderos” sino que éstos siempre son encubridores y que la realidad es
fantasmática, psíquica, subjetiva o representacional. En consecuencia, la oposición clásica entre
representante y representado como así la de ficción y verdad, o realidad material a ser
representada, es insostenible. En la carta 52 de su correspondencia con Fliess, Freud explica el
aparato psíquico en el capítulo VII de “La interpretación de los sueños” (1900/1998) a través de
lo que llamará un esquema óptico, un modelo equivalente a un microscopio o una cámara de
fotos, en el que las imágenes son puntos ideales, no reales. Este aparato supone cierto número
de capas permeables a la luz cuya refracción cambia de capa en capa y se compone por instancias
que llamará sistemas Psi, las que están recorridas por una excitación dentro de una determinada
serie temporal y una dirección. Siguiendo el modelo del arco reflejo, Freud considera que la
actividad psíquica parte de estímulos recibidos por el polo sensorial o perceptivo y termina con
la respuesta en el polo motor. De las percepciones que llegan queda una huella a la que
denominará mnémica, que consiste en alteraciones permanentes cuya función es la memoria,
lugar en el que se pone en juego el asunto del inconsciente. Freud concluye que memoria o
representaciones y percepción se excluyen porque un mismo sistema no puede conservar las
alteraciones de sus elementos y, al mismo tiempo, mantenerse siempre abierto y receptivo a las
nuevas ocasiones de alteración. De lo dicho se deduce que la percepción nada conserva, carece
de memoria. Se establece de este modo una disyunción entre el pensamiento, la memoria, el
saber y la percepción, pues para que algo pase a la memoria debe borrarse de la percepción, y
viceversa. Los sistemas de huellas mnémicas experimentan reordenamientos y trasponen la excitación momentánea del polo perceptivo a huellas permanentes que se asociarán según leyes
de simultaneidad, conformando lo que luego Saussure definirá como relaciones de sincronía
significante y de analogía, contraste y similitud, constitutivas en la función de la metáfora. En
síntesis, las representaciones realizan una percepción que está perdida por definición, que resta
como imposible a la representación y que, al mismo tiempo, está sobredeterminada por el sistema
de huellas mnémicas. En la misma línea Freud describe en su Proyecto para neurólogos la
“vivencia de satisfacción”, que permite comprender la lógica de la representación que funda en
el tiempo segundo de la retroactividad un objeto mítico y perdido de satisfacción plena: Das
Ding, la cosa, resto de esta “experiencia” no acontecida, referente imposible de un aparato de
representaciones. Ya desde sus comienzos Freud propone un partenaire para la representación:
una cantidad, suma de excitación que hace obstáculo a la interpretación y al recuerdo. Por lo que
la interpretación y la realidad psíquica o representacional es “no toda”. Muy tempranamente en
el Manuscrito M de su correspondencia con Fliess Freud va a definir el concepto de fantasía
como resto de lo visto y lo oído (restos de percepción). Más tarde dirá que las fantasías son
invenciones de recuerdos (1905), concepción que hará caer el ideal científico moderno de
captación de la realidad empírica, fáctica y de la verdad objetiva opuesta a la mentira o falsedad.
Tiempo después Freud utilizará la lógica: en 1914 dirá que la represión primaria, un supuesto
necesario que funciona como polo de atracción de representaciones, es condición de la represión
secundaria, produce un saber irremediablemente agujereado y un espacio representacional “en
falta”.
Lacan y su crítica a la representación clásica
A partir de la introducción del objeto a Lacan va a interrogar a la imagen, no tanto por
lo que ella muestra o sus sentidos, sino por lo que da a ver y en ella permanece invisible; porque
el objeto a se manifiesta pero permanece invisible. Desde las formulaciones establecidas en el
Seminario 11 (1973), Lacan va a conmover lo que se constituye como representación. Allí
sostiene la esquizia del ojo y la mirada, un mundo omnivoyeur en el que el sujeto, antes de ver, es
mirado. Desarrolla lo que hace mancha en el cuadro como algo que se da a ver, una
heterogeneidad respecto de lo visible, una irregularidad en la homogeneidad imaginaria, que atrae
y preexiste a la visión. El mundo visible se organiza en la composición de un punto ciego y un
punto de atracción que capturan la visión. Lacan explica de qué forma la mirada se estructura en
el punto luminoso que atrapa la visión a través del relato de una anécdota personal, en la que
estando con un pescador éste le indicó cómo Lacan mismo era “mirado por una lata en el mar”.
Tras esta anécdota, Lacan afirma que la mirada es esa reverberación ante la cual el sujeto se
identifica como una mancha pasando a formar parte del cuadro, recortado en una escena. En el
seminario 13 (1961) Lacan desarrolla el objeto a como mirada y realiza a partir de él una crítica
a la cosmovisión del sujeto unificado de la visión y al concepto de representación clásica, que,
según dice, todavía persiste en nuestro tiempo. El concepto de sujeto del psicoanálisis difiere del
sujeto clásico unificado de la visión o del conocimiento, que está en relación con un objeto que
se presenta como unidad. Lacan pone en su fórmula del fantasma un sujeto en conjunción y
disyunción con un objeto que es una nada que lo divide, que es resto y falta. Un objeto que no
puede ser aprehendido, que no se puede ver ni medir como los objetos clásicos de la teoría del
conocimiento, ni es localizable en las tres dimensiones del espacio kantiano. El psicoanálisis
piensa que esa imagen clásica que se constituye como visión no alcanza para dar cuenta de los
efectos sobre la subjetividad, pues es una imagen que construye una totalidad, una continuidad,
una homogeneidad, pero hay una impureza que causa la representación y que, aunque no se
incluye en ella, se “da a ver” como mancha. El objeto a mirada heterogéneo a la visión, que noforma parte del campo de la representación, conduce a Lacan a postular un campo escópico que
no coincide con el campo visual. Hay una diferencia y una distancia determinada por ese objeto
que entra en juego y produce algo de otro orden que tiene efectos en la subjetividad: no se trata
de lo que el sujeto ve, lo visible que forma parte del campo de la representación, sino más bien
de lo que falta allí pero hace posible a la visión. A partir de la formulación de un campo escópico
que divide entre visión y mirada, se constituye un sujeto en falta respecto de un objeto de deseo
ajeno a él que excede y causa el campo visual pero que no está presente en él. Lacan denomina
la mancha en el cuadro a la presencia de una impureza en el campo de la visión que nos informa
sobre la división del sujeto. Por su parte, el campo unificado de la representación clásica, y su
visión correspondiente, comporta una trampa: plantea una escena que obtura el campo escópico
en la cual la representación, pese a sus pretensiones de capturar la totalidad del objeto
representado, inevitablemente se constituye como apariencia, visión o reproducción. Mientras
que toda escena vela el objeto, se presenta aquí un sujeto que tiene la ilusión de verlo todo, que
cree que los hechos llegan a ser claros y los objetos explicados. Si el sujeto unificado se puede
localizar en el espacio tridimensional, el sujeto lacaniano, dividido por el objeto, en afánisis, y
representado por un significante para otro significante, sólo puede ser localizado en un espacio
topológico. En resumen, el objeto a se presenta como lo que impide el cierre cognitivo, el déficit
de la representación y hace caer la ilusión del sujeto unificado de la visión clásica. Se trata ahora
de un sujeto dividido y no representado del todo. La representación en Laclau: hegemonía como construcción de pueblo
En Hegemonía y estrategia socialista (1985) Ernesto Laclau propone el concepto de
hegemonía como clave para pensar el tema de la representación y el análisis político. Dicho
concepto supone un heterogéneo al sistema, que impide la constitución de una totalidad cerrada;
de lo contrario la hegemonía no podría lograrse. Laclau incluye en su teoría política la concepción
de Saussure quien consideraba al lenguaje como un sistema, entendido como un conjunto de
elementos diferenciales, en el que cada uno vale por la relación de oposición con los otros
elementos del sistema. Para permitir la significación se necesita la determinación de un límite,
que no puede ser una diferencia más del sistema, porque si lo fuera caería dentro de él. Por el
contrario, dicho elemento debe ser un “más allá”, una exclusión o una imposibilidad, y al mismo
tiempo es condición de posibilidad del sistema. Para resolver esta dificultad Laclau se valió del
objeto a lacaniano: un particular que designa el universal, sabiendo que el cierre del sistema es
imposible, la construcción hegemónica es metáfora de la comunidad toda. En el mismo sentido
que el objeto a lacaniano, un simbólico que designa lo real imposible, el pueblo del populismo
es entendido como una parcialidad que intenta funcionar como totalidad. El pueblo será
entonces metáfora o nombre de la comunidad “toda”, un significante vacío ubicado como
totalidad y que por eso mismo construye hegemonía. Intentando superar la ausencia originaria
causada por el elemento heterogéneo al sistema, precisamente el objeto a de Lacan, Laclau utiliza
ese objeto parcial para aludir a una totalidad ausente, así como a los distintos intentos de
recomposición y rearticulación que dan sentido a las luchas políticas. Un imposible en el interior
de la estructura que produce efectos posibles y afirma que la re-totalización no supone
reintegración dialéctica sino que por el contrario, mantiene la heterogeneidad constitutiva y
originaria de la cual la relación hegemónica parte. Laclau observa que una diferencia particular
en cierto contexto asume la función de “encarnar y representar” la plenitud de lo social, que,
como hemos dicho, es imposible y está ausente. La hegemonía, fundada en un proceso de
construcción de demandas que siendo diferentes se articulan mediante relaciones de contigüidad,
frente a la delimitación de un antagonismo, se hacen equivalentes. En la lógica articulatoria de equivalencia los elementos diferenciales se debilitan, aunque no desaparecen en su especificidad,
y el elemento heterogéneo al sistema limita la expansión indefinida de la cadena. En la teoría
política de Laclau, la hegemonía será una representación-sutura de la comunidad que produce
un efecto re-totalizante (a sabiendas de que el cierre tiene estructura de ficción y es imposible
por definición) que hace posible la significación política. La hegemonía no es otra cosa que
representación, pero es necesario aclarar que no toda representación es hegemónica. Laclau
toma el término sutura de J.-A. Miller y lo utiliza para definir a la hegemonía como una
representación-sutura de la totalidad social, que como mencionamos es imposible.
La sutura nombra la relación del sujeto con la cadena de su discurso (…) él figura en
ella como el elemento que falta, bajo la forma de algo que hace sus veces (…). Sutura, por
extensión, la relación de la falta con la estructura de la que es elemento, en tanto que implica la
posición de algo que hace las veces de él. (Miller, 1988/1991: 55).
En su libro Hegemonía y estrategia socialista (1985) Laclau describe que la noción de
hegemonía aparece en el contexto de una falla que era necesario colmar, a modo de respuesta
frente a una contingencia crítica. Laclau plantea su emergencia en una situación complicada de
la socialdemocracia rusa; luego con el leninismo será una pieza clave en el cálculo político y las
situaciones concretas de las luchas de clases. En la Tercera Internacional, Gramsci pone en
cuestión el carácter necesario de los agentes sociales y la categoría leninista de alianza de clases
con hegemonía obrera. El teórico italiano habla de hegemonía como unidad, un bloque histórico
que implica ideas y valores compartidos por varios sectores así como una voluntad colectiva que
a través de la articulación política e ideológica de fuerzas dispersas y fragmentarias pasa a ser el
cemento orgánico unificador. El vínculo hegemónico en Gramsci es visible y se ubica ajeno al
esquema evolutivo natural y economicista propio del marxismo; la identidad relacional no está
prevista sino que se produce a través de la acción de prácticas articulatorias plurales, que no son
estables ni fijadas desde un comienzo y van más allá de la alianza de clases. La hegemonía tal
como la plantea Gramsci significa una transición decisiva para la producción del concepto que
propone Laclau. Este autor cuestiona la cosmovisión científica de la teoría marxista anterior a
Gramsci, que concibe una relación natural y necesaria entre la representación y lo representado:
según aquella, el partido representa a la clase obrera y es el agente ontológicamente privilegiado,
la vanguardia esclarecida representante de los intereses del movimiento en tanto unidad que, de
este modo, termina representando al Estado soviético. Desde la perspectiva marxista clásica, el
pueblo tiene carácter preformativo y es una categoría a ser representada. Todo antagonismo
social y lucha política se reduce y se interpreta como una confrontación entre clases, la
hegemonía es corporativa, dado que está encarnada en la clase obrera, y tiene carácter prefijado
y estable. El cruce entre ciencia y política que establece el marxismo y su abordaje de la
representación termina por negar las vicisitudes de la política y, en definitiva, la política misma.
Por el contrario, el concepto de hegemonía que propone Laclau es el resultado de una
construcción democrática en la que no hay privilegio estructural apriorístico de un agente: no
se trata de una inteligencia de intereses históricos, sentidos y representaciones naturales de una
esencia subyacente, sino de una iniciativa política que supone la lógica de la articulación de
demandas como práctica concreta.
Democracia y representación
Las relaciones entre democracia y representación son discutidas a partir de distintas
teorías y concepciones. Proponemos considerar dos abordajes posibles de la democracia: el
primero la entiende como un procedimiento competitivo de elección de líderes que funcionan
como representantes del pueblo; el segundo, como representación de la soberanía del pueblo. Laclau utiliza la categoría demanda como mínima unidad de sentido que construye
populismo, concebido como lógica articulatoria de demandas. Diferencia demandas
democráticas de populistas, siendo que las primeras se dirigen y son satisfechas por el Estado o
las instituciones y refieren fundamentalmente a la democracia representativa y no entran en la
lógica articulatoria. Las segundas forman parte de la lógica de diferencia y equivalencia,
conducen a la construcción populista y a la hegemonía. Nos interesa destacar que el concepto
de hegemonía que propuso Laclau supone una nueva concepción de la representación y de la
democracia. Sin anular las formas representativa y participativa, la hegemonía de Laclau amplía
la idea de democracia sostenida hasta el presente: populismo y radicalización democrática,
afirmaba Laclau en su libro La Razón populista (2005). La representación hegemónica propia
del populismo, es una construcción que pone en evidencia los límites de la democracia
representativa. Esta última se reduce a los canales institucionales, formales y a todo lo que
podemos llamar el “esqueleto democrático” que deviene muchas veces, en la muerte de la
política. El ideal representativo llevado a su máxima expresión siempre va de la mano de la
fetichización del Estado de derecho y de una concepción democrática sólo establecida como
realidad representativa, a la manera de la representación clásica (representante-representado). En
ella, la democracia se limita a representar y la política deviene gestión o administración de los
expertos. La representación hegemónica es una respuesta posible frente a uno de los problemas
de la democracia: cómo construir lo común sin que sea un para todos homogeneizante y
moralizante de la masa. Recordemos que la hegemonía de Laclau entraña representación política
en tanto identidad equivalencial a partir de una lógica articulatoria, que mantiene una tensión
irreductible entre equivalencia y diferencia. La construcción deviene en un para todos que no
cierra ni completa el lugar abierto por el resto imposible a la representación (objeto a). La
representación hegemónica implica un colectivo que no se opone ni aplasta el valor de lo
particular, singular, parcial.; el objeto a en la hegemonía constituye un resto imposible, que
impide el cierre del populismo, que no cesa de no escribirse como acontecimiento posible y
contingente. Dicho de otro modo se trata de una construcción en la que es posible la irrupción
contingente del resto no representable que nos hace libres del Otro. Emerge el pueblo, pero no
en términos de ontología ni realidad sustancial previa a la representación o externas a la práctica
política, produciendo un cruce entre ciencia y política, tal como se lo planteaba en la Modernidad,
que conducía inexorablemente a la desaparición del sujeto y de la política.
Laclau considera que la hegemonía populista puede ser democrática o totalitariaautoritaria.
Esto dependerá de la posibilidad de perder la supuesta relación natural entre la
representación y lo representado, los sentidos prefijados y necesarios. En pocas palabras, la
relación entre democracia y representación supone que no hay representaciones ni sentidos
necesarios o naturales, pues cuando ellos se cristalizan o literalizan la práctica democrática se
interrumpe y la representación y los sentidos se convierten en totalitarios, unificados,
solidificados y monolíticos.
Para finalizar es preciso destacar que después de Freud, Lacan y Laclau no se puede
seguir operando en la teoría política con la lógica binaria hobbesiana “representante-representado”,
porque paradójicamente esa modalidad de representación tiene como corolario la posición de
un sujeto invisibilizado, no implicado en la vida social y privado de pensar una experiencia. El
pueblo, tal como lo planteaba Ernesto Laclau, como representación hegemónica de una
comunidad, efecto de una construcción contingente y no garantizada, no puede ya ser pensado
como una objetivación independiente a priori de la experiencia política, es indisociable de la
democracia y la renueva en su significación.
NOTAS.
(*) Psicoanalista. Docente e investigadora universitaria (UBA). Magister en Ciencias Políticas (IDAES-UNSAM).
Realizó su tesis bajo la tutoría de Ernesto Laclau. Autora de numerosas publicaciones, artículos y capítulos de
libros. Contacto: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. Enlace: www.noramerlin.com
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Publicado originariamente en Derivas, Nº 1. Disponible en http://derivas.wix.com/derivas#!derivas-1/c7hw