Por Diego Tatian
Una tarde cualquiera de 2014. Creo que hacía frío. Presentamos en alguna sala de la Universidad un libro tremendo, que llevaba por título: “2922 días”. Es la cantidad de días que Eduardo Jozami fue preso político en distintas cárceles de la Argentina, durante ocho años (y dos días) entre 1975 y 1983.
Fuera de todo heroísmo, el tono es el de una tranquilidad que solo el tiempo puede producir. Podríamos invocar aquí la palabra testimonio, pero sería uno que no lo es sólo de las torturas, de las humillaciones y del sufrimiento que trasunta el encierro -ese testimonio había sido transmitido antes en sede judicial-, sino también de la vida humana misma bajo esas circunstancias: “ocurre que algunos hechos [de la vida cotidiana en la prisión] tienden a naturalizarse y pierden su carácter vejatorio”. Las cosas son narradas en el modo de una indagación diferente y se explicita en ella una afectividad de la memoria que el tiempo revela de maneras insospechadas.
Creo que el fondo a la vez intermitente y continuo del relato es una historia de amor (hacia una persona) y de confianza (en lo que depara la historia). Pero también la persistencia de una confianza en el poder de las palabras y de los libros para la vida humana. Uno de los capítulos se centra en la lectura de "La montaña mágica" de Thomas Mann. Y en la cárcel como lugar donde también se lee y se escribe (Sade, Blanqui, Gramsci, Toni Negri y tantos otros). “Siempre hubo un estilo de lectura y escritura carcelaria”, dijo Horacio González refiriéndose al libro poco antes de su publicación, solo a partir de una entrevista que María Moreno le había hecho a su autor.
En “2922 días”, Eduardo Jozami formula preguntas importantes, con anhelo de comprensión del mundo -preguntas como: ¿cuál es el límite de la autopreservación bajo la tortura?, ¿qué lleva a que alguien cambie de bando?, y otras como estas. Pero sobre todo hay algo delicado que podríamos pensar como un “tesoro perdido” -expresión que no busca relativizar el infierno carcelario (“ese infierno”), y en todo caso no pone énfasis en la palabra “tesoro” sino en una pérdida (o en un tesoro que en realidad solo existió después, paradójicamente producido por su pérdida). La pérdida de algo que sucedió allí, en la cárcel, bajo las circunstancias más tremendas, con los vínculos que mantenían las personas que se hallaban confinadas en el límite de su condición.
Ayer murió Eduardo Jozami. Solo saber que estaba por ahí era muy importante para transitar los días (cuyo número aún desconocemos, pero será un número preciso) del tiempo aciago que nos toca.