Por Eduardo Luis Aguirre

Si bien el concepto de Realpolitik fue acuñado originalmente a mediados del siglo XIX por el periodista y activista alemán Ludwig von Rochau en su libro “Foundations of Realpolitik”, la utilización que del mismo se hace actualmente merece algunas consideraciones. La primera es anticipar que el propio von Rochau aclaraba en medio de los milenarios debates entre idealismo y realismo que “para tener éxito, el hombre de Estado debía entender las circunstancias históricas en que estaba operando y las condiciones de la modernidad en una era de un rápido desarrollo económico, político e intelectual”.

Para el autor, entonces la Realpolitik se convierte en una propuesta que no renuncia a las metas ideales, pero asume que se hace necesario analizar con detenimiento las circunstancias históricas para saber con precisión qué es posible construir en el presente (1). Aquí aparece la primera gran disrupción. El neoliberalismo ha forzado los límites del concepto, lo ha adulterado, ha producido del mismo un sentido colonial. “Se nos presenta como un dato básico y se define precisamente por negación de la discusión en torno a los fines últimos, por negación de la teoría. Puede redundar en “pragmatismo”, “oportunismo”, “egoísmo”, “cinismo”, “nihilismo”, en “antagonismo” o incluso en un discurso tecnocrático “efectista” que se muestra libre de ideologías" (2). En términos más coloquiales, lo que conocemos como la rosca, la indignidad, el arte abyecto de sacar ventajas, la temeridad, la obturación intelectual, el autoritarismo, el cinismo, la traición, el desprecio por el otro, la falta de escrúpulos para tomar cualquier decisión y la falta de entendimiento de las circunstancias históricas, que por supuesto no reportan en ningún caso a la traducción original del propio creador del término.

Como no podía ser de otra manera, los gestores colonizados por el Consenso de Washington repiten sin pudor que ese peculiar “realismo” proviene del pensamiento de Maquiavelo (1469-1527). Maquiavelo es una suerte de “cajón de sastre” donde se depositan estas imprecisiones mayúsculas destinadas a refrendar que la política puede ejercerse sin ética, sin comprensión de la realidad histórica, sin teoría, sin proyectos emancipatorios o transformadores. Esta conceptualización es insostenible y no resiste el menor análisis. Pero aun así, ha logrado permear los despachos oficiales y ampararse en un sentido común dominante que no espera de la política más de lo que ha recibido. Evitaré pudorosamente calificar ese agravio a la inteligencia de la comunidad, pero trataré de demostrar que el mentado maquiavelismo posmoderno, sobre todo en nuestros países, enuncia una falacia gigantesca y nos acota en nuestras esperanzas, posibilidades y capacidades.

En una recordada conferencia sobre Maquiavelo, el extraordinario profesor Antonio Tursi, fallecido durante el fatídico 2020, daba cuenta de algunas singularidades del gran florentino, ese intelectual que despreciaba los linajes y las bajezas, quizás como un reflejo especular a su extracción de clase media. O, más crudamente, por haber nacido en una familia del poppolo grasso (3).

Pese a su origen plebeyo, antes de cumplir 28 años, Nicolás Maquiavelo postuló para acceder a una secretaría vacante en la Segunda Cancillería de Florencia. Maquiavelo ganó finalmente ese importante cargo que era apetecido por otros aspirantes. Tursi destaca, muy finamente, cuáles eran los requisitos que se valoraban para un funcionario de semejante jerarquía: formación jurídica, habilidad en la conversación, prudencia y discreción, hablar el latín, poseer una muy buena caligrafía y acreditar contactos o relaciones cercanas al cargo. La función equivalía a la de un ministro de defensa, de interior y además cumplía relaciones militares, políticas y diplomáticas. Nicolás escribió tratados sobre estos temas, y a la vez era un talentoso hombre de letras, ensayista, pensador, poeta y dramaturgo. Corría el año 1498. Hace más de 500 años, un secretario de estado debía poder ponerle palabras a su función, hablar una lengua franca y resguardar principios básicos de la ética política.

Maquiavelo, a pesar de trazar una contraposición entre realidad e idealidad, enumera las cualidades y virtudes que un príncipe debería tener. Ser liberal y no mísero; generoso, no rapaz; piadoso, no cruel; fiel, no desleal; no pusilánime, no soberbio, no lascivo; sí valeroso, humano, íntegro, religioso. Por otra parte, si bien afirma que en política la verdad es lo que se muestra y no lo que se es, y hace un culto de las estrategias y las apariencias para conservar el poder, también denuncia a aquellos reyes que no cumplen con lo que predican. Nombra reiteradamente en sus discursos, como ejemplo de esa indignidad, a Fernando VII el católico, rey de España. Nicolás se constituye, de esta manera, en la única voz de su época que denuncia la persecución de árabes y judíos en España. Estas conductas no parecen guardar demasiado parecido con las prácticas y la representación del mundo que exhibía este pensador notable.

En “El Príncipe”, Maquiavelo destaca que quien llega a ser príncipe “con la ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo porque los que lo rodean se consideran sus iguales y en tal caso se le hace difícil mandarlos y manejarlos como quisiera. Mientras que el que llega por el favor popular es única autoridad, y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que no esté dispuesto a obedecer. Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo estos oprimir, y aquél no ser oprimido. Agréguese a esto que un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe temer que lo abandonen, sino su se rebelen contra él; pues, más astutos y clarividentes siempre están a tiempo para ponerse en salvo, a la vez los que no dejan nunca de congratularse con el que es esperan resultará vencedor. Por último, es una necesidad para el príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con los mismos nobles, supuesto que puede crear nuevos o deshacerse de los que tenía, y quitarles o concederles autoridad a capricho”.

“El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido” (4).

La satisfacción del pueblo, la necesidad de escucharlo y atenderlo, de conservar su afecto, de sacarlo de la opresión y la explotación no parecen ser tareas meramente burocráticas o administrativas. No se equivoquen, señores, lean a Maquiavelo. Al menos, entenderán que el pueblo es más honesto que los poderosos, y que para ellos deberán gobernar. A ellos deberíamos dedicar nuestros mejores esfuerzos. Empezando por comprender las complejidades de cada momento histórico. Por la teoría, paradójicamente. Sabiendo que, como asegura la pluma maquiaveliana, la mitad de lo que se logra en un gobierno dependerá de nuestra creatividad. La otra mitad, de la fortuna.

1.      Medina Núñez, Ignacio: “El concepto Realpolitik en la ciencia política”, disponible en http://www.scielo.org.mx/pdf/espiral/v26n76/1665-0565-espiral-26-76-281.pdf

2.      Fortunato, Andrés: “Fundamentos metafísicos del realismo político”, disponible https://www.teseopress.com/fundamentosmetafisicosdelrealismopolitico/front-matter/54-2/

3.      https://www.youtube.com/watch?v=l09Csw-R56w&t=244s

4. Páginas 49 y 50.