Por Eduardo Luis Aguirre
Hace algunos días, un compañero ensayaba en uno de nuestros habituales grupos algunas puntas interesantes respecto del estado actual del capitalismo globalizado. Una, en medio del horror cercano, aludía a la defección de las agencias del estado, eso que el Consenso de Washington denominara “gestión” en un prodigio de malversación semiótica que asimila el rol de los estados al de una empresa cuyo rol es administrar el día a día y lograr la mayor “eficiencia”, un concepto cuyo grado de indefinición, por supuesto, también destaca por su intencionalidad antes que por las mejoras que nunca, jamás, derraman sobre los pueblos las nuevas metodologías y prácticas que se abaten sobre los estados y agencias colonizadas con la misma lógica que el Caballo de Troya.
Por Eduardo Luis Aguirre
Acabo de leer en P12 un análisis de Nicolás Mavrakis (“Adiós a las cosas: el smarthfone se devora el mundo”). Hace tiempo que atendemos a los esfuerzos que el sistema mundo destina a hacer creer que hay una uniformización tecnológica que aplana las diferencias y que el mundo se deshace de lo tangible.
El problema de la técnica desvelaba a Heidegger hace 80 años, más o menos. Es una continua estratagema del capitalismo neoliberal pensar y hacer pensar con citas de autoridad que la materialidad de lo corpóreo se desvanece en los dispositivos. Ahora se añade a esa forma de colonialidad la “inteligencia artificial”, el nuevo mantra de la dominación que habrán de intentar agudizando las contradicciones y profundizando las desigualdades.
¿Quién dirá que los que inculcan la mentira han de saber exponerla con brevedad, claridad, verosimilitud, y los otros que cuentan las verdades de tal modo lo han de hacer que produzca hastío el escucharlas, trabajo el entenderlas y por fin repugnancia el adoptarlas?
San Agustín1
Este texto iba a tener por título “una cultura de la mentira”. En su escritura se impuso otro título: “una cultura del fraude”. El cambio expone la transformación de las hipótesis de partida pero no la intención que las animaba.
Por Eduardo Luis Aguirre
“Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su balanza en una extensión cada vez más dura de los procesos de segregación, denunciando así que la particularidad tendería a restituirse en el seno de lo universal bajo la forma de la segregación y de las segregaciones múltiples” (Lacan, 1967).
«El asunto es encontrar una verdad que sea cierta para mí, encontrar la idea por la cual yo sea capaz de vivir y de morir» (Kierkegaard, 1835).Por Modesto Guerrero (*)
El 14 de noviembre el profesor José Pablo Feinmann publicó un artículo para peguntarse ¿Qué viene después de Weimar? Su interés no era historiográfico, sino actual y político, sobre la Argentina que va de Alberto a lo que viene. Fue calificado en algunas redes de “derrotista” y adjetivos similares.
Por Eduardo Luis Aguirre
Los pliegues de la política internacional actual son infinitos e inescrutables. El sistema de control global punitivo hace años que ha admitido de manera explícita que el neoliberalismo como dispositivo es incompatible con la democracia decimonónica. Ahora sabemos que esta modalidad de acumulación tampoco se compadece con la paz, con la subsistencia de millones de seres humanos y con la supervivencia del planeta. Aparecen como por arte de magia ultraderechas delirantes en todos los lugares del mundo, con un sentido común que se sintetiza en el odio al otro y se expresa mediante una violencia criminal. El capital afronta sin pudores ni remordimientos una catástrofe humanitaria compuesta por un variado menú apocalíptico.
Por Ignacio Castro Rey (*)
No revelamos nada nuevo al decir que nuestro orden social climatizado funciona con la circulación perpetua. Nada debe detenerse para que no se vea su inanidad, su absurdo, su falsedad. En tal sentido, dándole una anchura de capital a cada antiguo cruce, las rotondas son un símbolo de nuestra fluidez espectacular, esta velocidad inyectada que permite que nadie se tenga que hacer cargo de un destino propio e intransferible.