Por Ignacio López Vergara Newton


Construye conciencia, una manera de ser que nos transforma en participantes voluntarios, nos transforma en personas convencidas que hacen el trabajo del sistema y disfrutan las recompensas del liderazgo, que implementan políticas desastrosas tanto para sí mismos como para los otros. Es una empresa psicológica; inculca una manera de ser con relación al poder en general. Así describe el profesor de Harvard, Duncan Kennedy, a la escuela de derecho como modelo de enseñanza e institución fundamental en el proceso de construcción, reproducción y sostenimiento de las elites en los Estado Unidos. En La enseñanza del derecho como forma de acción política (Siglo Veintiuno editores, 2012) se presentan cuatro textos de Duncan Kennedy y una entrevista a través de los cuales se aborda el tema de la enseñanza del derecho desde una perspectiva que pretende desmitificar al sistema legal como el producto de una deliberación sobre lo bueno y lo justo y lo presenta como el resultado de un combate político en el seno de la sociedad en el cual, generalmente, se imponen los sectores conservadores de la sociedad. En el primer ensayo del libro ─“La importancia política de la estructura del plan de estudios de la facultad de derecho”─ el autor aborda el problema de la configuración política del programa de estudios de una facultad de derecho. Desde un principio específica que yo parto de la intuición de que a menudo aceptamos la presencia del contenido político pero no hablamos de eso por que es embarazoso o por que podría provocar algún conflicto o porque no podríamos ser rigurosos al respecto. 
A lo largo del ensayo el autor afirma que el estudio del derecho se ha partido en dos. Por un lado, las áreas del derecho que se identifican con postulados políticos de centro-derecha han sido mitificados como el núcleo de las ciencias jurídicas, esa parte que da coherencia y estructura a la ley. Por otro lado, las secciones del  derecho que se relacionan a postulados de centro-izquierda han sido caracterizadas como la periferia del derecho, como las secciones del derecho que se han construido más con afanes sentimentales de igualdad que con una aproximación razonada a la construcción de la justicia. El autor pretende evidenciar esta falsedad y mostrar que en la enseñanza del derecho los estudiantes deben estar conscientes de que en el derecho no existe una “periferia” y un “núcleo” –por lo menos no en la forma en que se ha pretendido hacernos creer que existe─ y que todas las partes del derecho, tanto las que tienen orientaciones conservadoras de derecha como las que tienen orientaciones reformistas/redistributivas de izquierda se enfrentan a contradicciones internas que tienen que ser abordadas y enfrentadas por quien decide estudiar al derecho. En el segundo ensayo del libro, “La enseñanza del derecho en el primer año como acción política”, el autor aborda la tarea del profesor de derecho. Si partimos del supuesto que la facultad de derecho es una especie de centro de adoctrinamiento para el sostenimiento de las estructuras jurídico-políticas, la tarea del docente será negar eso, será retar a sus alumnos ─como colegas intelectuales─ a construir una nueva narrativa. En este ensayo, Kennedy abandona todas las pretensiones de objetividad que podrían existir y afirma que como académico de izquierda el cree que es su responsabilidad es oponerse al inmovilismo de la derecha desde el interior de uno de sus santuarios predilectos: la facultad de derecho. En este sentido, el autor escribe: Propongo que desarrollemos nuestros cursos de primer año de tal manera que encarnen nuestras opiniones y creencias acerca de la organización presente y futura de la vida social. En particular, deberíamos enseñarles a nuestros alumnos que el pensamiento jurídico burgués o liberal es una forma de mistificación. Deberíamos enseñarles a nuestros alumnos a comprender las contradicciones y deberíamos hacerles propuestas utópicas sobre cómo superar esas contradicciones. Para lograr esto, señala que quienes se sumen a este esfuerzo tendrán que empezar por ser humildes y reconocer que el trabajo en el aula probablemente no cambiará al mundo, pero existe la posibilidad de que ese trabajo modifique la forma en que los alumnos asumen su educación jurídica- trocándola en educación política. Si esto se logra, se habrá dado un gran paso hacia la reconfiguración paulatina de las estructuras sociales en algo más justo, más equitativo. En el tercer ensayo, “Politizar el aula”, Duncan Kennedy aboga por la construcción de un programa de clase específico. Llama a que en las clases se impulse a los estudiantes a pensar en las estructuras injustas sostenidas por el derecho, a partir del estudio de casos que ilustren las brechas sociales que no pueden ser cerradas sin transformar el sistema: La idea es que los estudiantes vivencien el aula como un lugar que implica tanto el aprendizaje de la doctrina como el debate de las brechas, los conflictos y las ambigüedades de la doctrina. Pero el autor lanza una advertencia que es fundamental para todo aquel que pretende impulsar cambios desde el aula. Si bien, es obligación del profesor explicar la doctrina jurídica desde su propio posicionamiento político, se debe evitar a toda costa pretender adoctrinar a los alumnos, son ellos quienes aprenderán “doctrina y argumentación jurídica en el proceso de autodefinirse como actores políticos en sus vidas profesionales” y el profesor no es quién para distorsionar ese proceso íntimamente personal. En el cuarto ensayo “Enseñar desde la izquierda en mi anecdotario”, Kennedy aborda la tarea de enseñar derecho desde la izquierda. Señala que existen dos tareas fundamentales para un docente que viene a la facultad de leyes desde la izquierda. Primero, debe de producir análisis polémicos pero bien razonados que obliguen a quienes se posicionan a la derecha a cuestionar sus creencias sobre el sistema jurídico (y sus postulados políticos implícitos). Segundo, debe apoyar a estudiantes para que, en el desarrollo de su propio proceso personal de autodefinición política, eviten ser cooptados por la “maquinaria de entrenamiento del régimen.” La tarea es muy clara para el autor. No se trata de “tomar las facultades de derecho. Debería ser reproducir y cultivar la izquierda dentro de las facultades de derecho.” Finalmente en la parte final del libro se incluye una conversación entre el autor y Gerard J. Clark ─profesor de la Universidad de Suffolk─ en la cual hablan acerca del desarrollo de los Critical Legal Studies y algunos otros temas relacionados con la docencia del profesor Kennedy. En esta conversación se describe el proceso de crecimiento y posterior desbandada de esta corriente de pensamiento del derecho. Pero, contrario a lo que uno podría creer, Kennedy se congratula con la fragmentación para la generación de corrientes nuevas ya que le permitió abordar los temas del derecho desde ópticas nuevas, ajenas a la perspectiva de los izquierdistas blancos de los años sesenta y setenta del siglo pasado. A lo largo de todo este pequeño volumen, hay tres ideas que me parece que es importante rescatar para la facultad de derecho y la construcción de una identidad política. En primer lugar, y a pesar de la monumental tarea que plantea Kennedy, a saber: trocar las facultades de derecho en lugares de transformación social en oposición a ser máquinas generadoras de una identidad única destinada a sostener estructuras inequitativas, el autor manifiesta una constante vocación esperanzadora. La fe que tiene en sus ideas y en el poder transformador del análisis hacen creer que es posible construir una sociedad más justa, misma que puede ser imaginada en el corazón mismo de la estructura injusta. En segundo lugar, el autor urge a quienes se dedican a la docencia en derecho a dejar de lado la idea de que el derecho (1) es un mundo aparte que puede permanecer ajeno a lo que sucede a su alrededor. No obstante la racionalidad y frialdad con las que se pretenda envolver las decisiones judiciales, estas estarán siempre sumidas en el fermento emocional-político de la sociedad en que se generan ─por lo que necesariamente estarán revestida de contradicciones y perspectivas distorsionadas. El autor nos llama a evitar eso, a evitar caer en la tentación de nuestra propia megalomanía. El llamado a la humildad que hace el autor es más urgente para profesores que para alumnos- pues son ellos quienes a través de su docencia o su pontificación, según sea el caso, afectaran el proceso de desarrollo y auto identificación política de los estudiantes de derecho. Finalmente, el trabajo de Duncan Kennedy es una reivindicación de la labor del profesor de derecho, particularmente del profesor de derecho ubicado a la izquierda del espectro ideológico y de la importancia de la escuela de derecho como la creadora o transformadora de un orden social. Pero esta reivindicación no es gratuita. Es un llamado a la responsabilidad de quien se asume como guía de sus colegas intelectuales en un momento específico. Pide a los profesores que no sean transmisores pasivos de información acumulada a lo largo del proceso de desarrollo del derecho, sino que sean catalizadores. Nadie mejor para describir esta tarea que el propio Kennedy: Si consigo dividir a los estudiantes justo a la mitad entre liberales y conservadores, si logro que se expresen y construyan alianzas que irán caminando con el tiempo, si posibilito que se descubran mutuamente como aliados políticos en el aula y si logro que construyan su propia vivencia del derecho como actividad política… me daré por hecho. (sic) En el fondo, Duncan Kennedy nos recuerda que todos somos actores políticos, queramos o no. Como participes de la vida de la comunidad y sus procesos, lo que hacemos afecta positiva o negativamente al desarrollo de la misma. En el caso de los profesores de derecho, nos recuerda el llamado de F. A. Hayek: Debemos hacer que la construcción de una sociedad libre sea una vez más una aventura intelectual, un acto de valentía. La enseñanza del derecho como forma de acción política. Duncan Kennedy Buenos Aires: Siglo Veintiuno editores, 2012, 110 pp.

(1) Ignacio López Vergara Newton es Licenciado en relaciones internacionales (’06) y licenciado en derecho (’08) por el ITESO. Tiene una maestría en Estudios Legales Internacionales con especialidad en Derecho Internacional de los Derechos Humanos por la Universidad de Georgetown (’12). Ha trabajado en la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente y actualmente es Coordinador de la Licenciatura en Derecho en el ITESO de Guadalajara.


Por María Antonella Marchisio (*).
“Eso que en la actualidad designamos como “cambio climático” constituirá el mayor desafío de la modernidad, máxime debido a que se volverá ineludible la cuestión de cómo proceder con las masas de refugiados que no podrán seguir subsistiendo en los lugares de donde provienen y que querrán tener una participación efectiva en las oportunidades de supervivencia de los países privilegiados. Por la investigación de los genocidios sabemos con qué rapidez la solución de las cuestiones sociales puede derivar en definiciones radicales y en acciones letales, y que podamos impedir que eso suceda dependerá de si hemos sido o no capaces de comprender la historia”.
Harald Welzer[1]
El presente trabajo pretende reflexionar acerca de las relaciones existentes entre la “crisis ambiental” que atraviesa nuestro planeta y las distintas formas de exterminio que ha conocido la humanidad a lo largo de la historia.
Crisis  que emerge en cada lugar que encuentra una grieta.
Crisis que forma parte de una crisis mayor, generalizada, y que debe ser abordada como un fenómeno sistémico: crisis de seguridad, crisis ideológica, crisis energética, crisis alimentaria. Todas caras de una misma crisis financiera, económica y política mundial cuyos efectos sobre el desarrollo humano son gravísimos (y prometen ser devastadores)
En tan amplia referencia, que excede el objeto de esta presentación y merece ser abordado en un estudio mucho más exhaustivo, el planteo central a desarrollar tendrá como escenario las fronteras de los países receptores de  millones de personas que, producto de estas crisis, se han visto obligados a abandonar su lugar de origen, por cuestiones que escapan a su control y a su voluntad, y que ya no obedecen exclusivamente a la búsqueda de mejores condiciones vida. Es el caso de los “refugiados ambientales”.
Más allá de tal denominación, que parece no encontrar asidero en la Comunidad Internacional, la intención de significarlos de esa manera obedece a una decisión metodológica de visibilizar una realidad social global, independientemente de las precisiones conceptuales y las implicancias técnico-jurídicas del término.


Ciertamente, las migraciones de grupos humanos existen desde la prehistoria. Lo “novedoso” de este fenómeno tiene que ver con aumento significativo del número de migrantes producido a lo largo del siglo XX, y también de las distancias recorridas por estos. Ello ha dado lugar a la aparición de nuevos componentes de orden sanitario, ecológico, social, económico y político que es importante tener en cuenta al analizar las causas y tratar de paliar las consecuencias de los desplazamientos de población.
Cabe destacar que el contexto en que se producen estas nuevas migraciones es el de una economía globalizada que  favorece el transito del capital pero obstaculiza los movimientos de personas; al tiempo que apuesta al crecimiento y a la sobreexplotación de los recursos naturales, sin reparar seriamente en los riesgos y aún a costas de hacer perder al clima su compás[2].
En este sistema mundial, caracterizado por profundas desigualdades socioeconómicas y demográficas entre los países más industrializados, ricos o desarrollados, y los pobres, empobrecidos o subdesarrollados, las políticas migratorias de los países receptores se elaboran en base a la seguridad de sus fronteras y de sus ciudadanos, actuando de manera expulsiva respecto a los migrantes que vienen huyendo de un lugar donde ya no pueden seguir viviendo.
Aquí conviene formular una aclaración: las causas que originan los desplazamientos en la actualidad ha dejado de ser exclusivamente políticas. Incluso, no puede afirmarse con exactitud que quienes se trasladan a otro lugar lo hacen sólo en pos de mejorar su calidad de vida o sus condiciones económicas. En el caso de los refugiados ambientales que nos ocupa, los motivos que obligan a millones de personas a abandonarlo todo tienen que ver con la desertificación del suelo y la imposibilidad de continuar realizando su actividad económica, con la escasez de agua y alimentos, con incalculables pérdidas materiales producto de “desastres naturales”, con enfermedades y otras vulneraciones de derechos que se dan en estos contextos.
Esta realidad golpea fuertemente a millones de personas en distintas partes del mundo. Y frente a ello surge inevitable el interrogante acerca de la universalidad de los Derechos Humanos, planteado – siguiendo a BOAVENTURA DE SOUZA SANTOS – en términos de ¿instrumento para la paz u obstáculo para la paz?
Máxime cuando se advierte la ironía representada por los creadores y más férreos defensores de los Derechos Humanos que son los mismos actores que hoy con sus políticas energéticas, económicas, alimentarias y migratorias conducen a millones de refugiados a engrosar las filas de muertos y desaparecidos en el intento de llegar a resguardo a los países que ostentan mayores privilegios.
De esta manera, el agotamiento de los recursos naturales y del funcionamiento del modelo capitalista convergen en la resignificación de las viejas prácticas de exterminio propias del colonialismo, reinventando las violencias como respuesta obligada a los problemas causados por los cambios en las condiciones climáticas, en detrimento del derecho a migrar, del derecho a vivir en un ambiente sano o a una vida digna, de los derechos a la salud, a la alimentación, al agua, y también en perjuicio de las libertades fundamentales del ser humano, y en general, del sistema democrático de gobierno.
“El cambio climático – dice WELZER (2010) - llevará un cúmulo de catástrofes sociales que producirán estados temporarios o permanentes o formaciones sociales sobre las que nada se sabe porque hasta ahora ha habido muy poco interés en ellas. Tanto las ciencias sociales como las ciencias de la cultura están ancladas en la normalidad y son ciegas a las catástrofes. Basta con echar un vistazo a la historia de la naturaleza para comprobar que el cambio climático debe convertirse en objeto de las ciencias sociales y de la cultura (…)”.
Siguiendo la línea de argumentación del autor, en su libro “Guerras climáticas”, y atento al panorama poco alentador que se vislumbra en un futuro no muy lejano, resulta imperioso que desde la ciencia jurídica se dé al tema ambiental el tratamiento que amerita su complejidad.
En este sentido, siguiendo a Boaventura de SOUZA SANTOS, podemos afirmar que el Derecho, como forma social de dominación, no permanece ajeno ni independiente de las reorganizaciones socioeconómicas en curso.[3]
La desertificación, salinización y erosión de los suelos, la acidificación de los océanos y la contaminación de los ríos o el desecamiento de los lagos, son algunos de los sucesos climáticos que menciona el autor para dar cuenta de que el cambio climático es un fenómeno social, originado en procesos antropogénicos (causados por el hombre), motivo por el cual las ciencias sociales deben abocarse al estudio y análisis de un campo que no es dominio exclusivo de las ciencias naturales.
 Asumiendo este compromiso, este texto apunta a la ambiciosa comparación entre la problemática de los refugiados ambientales a nivel global, especialmente a partir del estudio del caso de Nueva Orleans (2005), y la situación de los desplazados del oeste pampeano a partir de mediados del siglo pasado, originada en el conflicto interprovincial por el Río Atuel (La Pampa – Mendoza, Argentina)
Reconociendo las dificultades que plantea este paralelismo, se pretende al menos poder reflexionar, en clave de Derechos Humanos, acerca de experiencias que no son tan lejanas a nuestro ámbito y que ameritan un reconocimiento por parte de las autoridades en particular y de los ciudadanos en general, como paso previo a futuras acciones que pudieran emprenderse en la materia.
Acerca del estatuto de Refugiado Ambiental:
Décadas atrás no se utilizaba el concepto de “refugiado” o “desplazado ambiental”. Sin embargo, hoy resulta un término aplicable – aunque con ciertas resistencias – a aquellas personas, pueblos y ciudades incluso, que se han visto obligados a abandonar sus tierras natales o sus lugares de residencia debido a problemas originados en cuestiones ambientales, ya sea que se trate de hechos naturales como huracanes o tsunamis, o que obedezcan a la sobreexplotación de los recursos naturales por el hombre, como la deforestación, la desertificación, las inundaciones o sequías.
Cabe destacar que no toda la culpa es de la naturaleza y que reducir el problema a ello sería, cuando menos, simplificar la cuestión. Es que detrás de estas causas que, en lo inmediato, obligan a abandonarlo todo, existe la mano del hombre cuyo impacto en la naturaleza es cada vez de mayor intensidad, dando lugar a consecuencias terribles para toda la humanidad.
En este sentido, la emisión de gases tóxicos, los vertidos de petróleo o sustancias químicas en ríos o costas, la construcción de presas u otras grandes obras de infraestructura, la deforestación de los bosques, la desertificación de las tierras, o la contaminación originada en la labor irresponsable de las multinacionales que sólo buscan maximizar ganancias a cualquier costo, son algunos de los procesos que atentan contra el hábitat natural, provocando muertes masivas o el abandono del lugar de origen porque allí es imposible garantizar la salud, la alimentación o tener acceso a agua potable o una vivienda digna para cientos de miles de familias.
Si bien no existe un tratamiento oficial del problema, numerosos sitios de internet pertenecientes a ONGs ambientales y Universidades dan cuenta que para el año 2010 existían aproximadamente unos 50 millones de desplazados forzosamente de sus hogares por  cuestiones ambientales[4], superando ampliamente en número a los refugiados políticos. Esta realidad no es propia de los últimos años, pero debe destacarse que el cambio climático permite vislumbrar una tendencia creciente de movimientos poblacionales, que promete superar ampliamente los 200 millones de refugiados ambientales que ya existen en la actualidad.
Como señala Susana BORRÁS PENTINANT[5], la noción de refugiado ambiental  incluye no sólo aquellos que tienen que trasladarse a otras zonas dentro de un mismo país, sino también a los que suelen cruzar fronteras internacionales. En estos casos, al intentar cruzar las fronteras hacia otros territorios en apariencia más seguros, miles de estos desplazados mueren cada año en las rutas migratorias, por las políticas restrictivas de los países a los que se dirigen y la militarización de las fronteras.
La realidad indica los refugiados ambientales parecen no existir, para la mayoría de los Gobiernos. De hecho, se puede señalar la expresión vertida por el entonces Presidente de EE. UU, George Bush, luego de Katrina: “Esta gente no son refugiados: son norteamericanos”, en un intento de significar que eran también ciudadanos de primera y merecían ser entendidos como tales. Pero explicitando su verdadera postura respecto de los refugiados: no necesariamente merecen ese trato[6].  
Suecia representa una excepción a esta regla, ya que acogió a afectados por el tsunami del Sudeste Asiático de diciembre de 2010 como refugiados ambientales y les dio las mismas ayudas que si fueran refugiados de la guerra de Kosovo[7].
El estatuto jurídico internacional de “refugiado” se encuentra en la Convención de Ginebra de 1951[8] y su Protocolo de Nueva York de 1967, que define a los refugiados como
“aquella persona que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él”.
De acuerdo a esta definición, un refugiado debe estar fuera de su país de origen, su país de origen no debe acudir a su protección o para facilitar su retorno, y la causa que origina el desplazamiento debe responder  a cuestiones de raza, nacionalidad, pertenencia a un grupo social u opinión política. Dentro de estas causas no tienen lugar las ambientales, como inundaciones, sequias, deforestación, etc.
“Los refugiados ambientales se definen como aquellos individuos que se han visto forzados a dejar su hábitat tradicional, de forma temporal o permanente, debido a un marcado trastorno ambiental, ya sea a causa de peligros naturales y/o provocados por la actividad humana, como accidentes industriales o que han provocado su desplazamiento permanente por grandes proyectos económicos de desarrollo, o que se han visto obligados a emigrar por el mal procesamiento y depósito de residuos tóxicos, poniendo en peligro su existencia y/o afectando seriamente su calidad de vida”[9]
La extensión del concepto de refugiado de la Convención de 1951 es posible gracias a una interpretación integral de la normativa internacional vigente en materia de protección de derechos humanos: la propia Convención reconoce, al igual que la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, el derecho a buscar seguridad.  Ésta última establece también que “toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar...”.
Asimismo, los Pactos de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales refieren al derecho inherente de toda persona a disfrutar y utilizar plena y libremente de los recursos naturales,  y que ninguna persona puede ser privada de sus medios de subsistencia.
Esto significa que el derecho humano a un ambiente sano y el derecho al desarrollo humano receptados internacionalmente pueden ser la llave que abra la puerta de ingreso a los refugiados ambientales.

Por su parte, la Declaración de Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 1972) establece que la persona tiene el derecho fundamental a la libertad, la igualdad y al disfrute de “condiciones de vida satisfactorias en un medio ambiente cuya calidad le permita vivir con dignidad y bienestar”; y tiene también la solemne obligación, como contrapartida a este derecho, de “proteger y mejorar el medio ambiente para las generaciones presentes y futuras”. Asimismo, en el Preámbulo de la Declaración puede leerse que “la protección y mejoramiento del medio humano es una cuestión fundamental que afecta al bienestar de los pueblos y al desarrollo económico del mundo entero, (...) y un deber de todos los gobiernos”.

La Asamblea General de Naciones Unidas también proclama en la Carta Mundial de la Naturaleza de 1982 que “la Humanidad es una parte de la naturaleza y la vida depende del funcionamiento ininterrumpido de los sistemas naturales que aseguran el suministro de energía y nutrientes”.

La Declaración de Viena en 1993  consagra la vinculación entre el derecho fundamental al desarrollo y el medio ambiente, al tiempo que reconoce que el vertido ilícito de determinadas sustancias puede atentar contra los derechos a la vida y a la salud[10].
Como se ve, la ampliación de la protección jurídica de los refugiados ambientales es posible y encuentra fundamento en el todo el sistema de protección de los derechos humanos. Sin embargo, BORRÁS PENTINANT sostiene que la gran mayoría de los Estados resisten tal reconocimiento jurídico, argumentando que supondría una devaluación de la actual protección de los refugiados por persecuciones políticas. Parten de la “excepcionalidad” de las migraciones por factores, y agregan que en caso de darse, estos desplazamientos son frecuentes dentro de las mismas fronteras de los Estados, lo que escaparía a la regulación de la Convención.
Otra de las posiciones que se opone al reconocimiento de los refugiados ambientales es aquella que sostiene que deberían determinarse expresamente las causas  ambientales que definirían tal estatuto, sin reparar en que lo trascendental de este fenómeno está dado por la gravedad de la situación que ha ocasionado el desplazamiento, por la imposibilidad del Estado de origen de proporcionar ayuda a la población, etc.  Esta postura sólo agrava las condiciones de desprotección jurídica de los refugiados y resulta, además, discriminatoria en relación a otras personas que también son refugiados ambientales pero cuya causa de desplazamiento sea distinta con relación a otros (al respecto cabe preguntarse ¿habría que determinar orden de causales según su gravedad? ¿Cómo determinar cuál es la causa más grave? ¿Cuál genera más pérdidas? ¿Qué tipo de pérdidas se contabilizan? ¿Con qué criterio se agruparía a las personas provenientes de un mismo territorio para determinar si encuadran o no en el estatuto de refugiado?...)
Lo cierto es que aún hoy, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional de la Migración (OIM) no utilizan la denominación de refugiado ambiental, sino la de personas ambientalmente desplazadas”, para referirse a las personas desplazadas por la degradación, el deterioro o la destrucción del ambiente, ya sea que se trate de personas desplazadas dentro de su propio país o a través de fronteras internacionales. No obstante, considera que la extensión del reconocimiento permitiría aplicar a los refugiados ambientales las mismas soluciones que a los refugiados políticos: repatriación o retorno voluntario al país de origen, reasentamiento o traslado a un tercer país, y la integración local o la permanencia en el país de acogida.
También merece destacarse la contradicción de la Comunidad Internacional, que por momentos parece haber avanzado en la toma de conciencia sobre el cambio climático, sus consecuencias y la necesidad de adoptar acciones concretas a la brevedad para tratar de paliar los efectos y evitar que la degradación continúe en aumento; pero luego sucede que han fracasado las últimas cumbres o conferencias en materia ambiental, puesto que una verdadera conciencia ambiental y una política responsable en la materia requieren de la inversión de enormes cantidades de dinero que los Estados no están dispuestos a destinar al ambiente.
Al respecto, vale decir que aquí no se trata de números, sino de vidas humanas. Y eso es lo que debiera guiar los pasos de la Comunidad Internacional.
Katrina:
“El huracán Katrina no fue la causa de la inequidad social en el sur de EE. UU pero sí la amplificó, la exacerbó y la puso en evidencia. Si los desastres naturales son por principio neutrales y ciegos al color de piel de las personas, sus efectos no lo son (…)”. Así comienza el capítulo dos, llamado “Pasado y presente del racismo”, del libro “Katrina, el imperio al desnudo” de Hinde POMERANIEC.[11]
Y continúa: “Los sectores más vulnerables de una comunidad son los que más sufren las calamidades como el Katrina, y, no en vano, la mayoría de las víctimas fueron mujeres, niños, discapacitados, gente mayor y en su gran mayoría afroamericanos”.
A fines de agosto de 2005 el huracán Katrina arrasó el sudeste de los Estados Unidos causando daños materiales por más de 80 mil millones de dólares, dejando a toda la ciudad sin luz ni agua, y con las rutas intransitables que impedían la llegada de la ayuda externa. A partir de allí, dice WELZER (2010), existe el concepto de “refugiado climático”: que identifica a aquellas personas que se encuentran en situación de fuga a causa de un suceso climático[12].
Los habitantes originales de Nueva Orleans que sobrevivieron a la tragedia, fueron dispersados irregularmente por 44 estados. Sin embargo, ha operado en la región un fenómeno migratorio poco menos que curioso: muchas personas llegaron al territorio para trabajar en la reconstrucción de las ciudades y pasar a engrosar las nuevas filas de oprimidos; los latinos desplazaron a los afroamericanos como primera minoría del país.
Las nuevas formas de explotación y esclavitud dio paso a un nuevo agente: los “sin papeles”[13]: obreros de la construcción provenientes de México, El Salvador u Honduras, incapaces de negociar mejores  condiciones laborales por su condición de “ilegales”.
La situación descripta sirve para ejemplificar lo dicho al introducirnos en el tema, respecto de los abusos a los que se ven sometidos los migrantes al llegar a otro Estado buscando, por una causa u otra, salvar su vida. Ello, al margen de los excesos cometidos por la lógica capitalista del mercado, genera enfrentamientos entre los mismos pares, nativos y extranjeros residentes en un mismo país, trabajadores contra trabajadores, pobres contra pobres, que comienzan otra guerra aparte por los puestos de trabajo, el acceso a la vivienda y a otros recursos básicos para la vida, como el agua y los alimentos, la salud o la educación.
A continuación se transcriben algunos fragmentos del libro “Katrina, el imperio al desnudo” donde la autora relata detalladamente las vivencias de los afectados por el huracán, las implicancias de ser blanco o negro cuando está en juego la vida, y el desinterés manifiesto (o incluso la intencionalidad) del gobierno de EE.UU respecto de la población de Nueva Orleans y la zona, que si bien son también estadounidenses, parece que no merecen el trato de ciudadanos (o merecen el trato de ciudadanos de segunda) por ser negros y/o pobres.
“Multicultural desde su origen, Nueva Orleans – la ciudad más grande de Louisiana – fue fundada por colonizadores franceses en 1718, pasó a manos españolas en 1763 y volvió a ser regida por sus fundadores en 1803, quienes inmediatamente la vendieron a Estados Unidos.
Su ubicación en una planicie cerca del río Mississippi y el lago Pontchartrain la convertían en un puerto atractivo para el comercio (…) Su riqueza cultural proviene de sus diferentes orígenes (…) El jazz y todas las tradiciones ligadas a esta música (…) y sus carnavales (…) igual que su poderosa gastronomía. (…) Nueva Orleans tenía un atractivo artístico y cultural del que carecían otras capitales de Estados Unidos”[14].
“Louisiana, al igual que Mississippi y Alabama, los tres estados más afectados por el Katina, pertenecen a una región del sur tradicionalmente olvidada por los “favores” de Washington. Se trata de estados pobres y poco productivos, con una población negra importante, una altísima tasa de desempleo y una desinversión de décadas. Juntas contribuyen al 3% del PBI de Estados Unidos. Ni siquiera son estados clave en términos electorales, ya que aportan pocos electores cada uno, por lo que no resultan determinantes en materia política”[15].
“Hasta la llegada del Katrina, Nueva Orleans estaba integrada en un 68 por ciento por población afroamericana (…) Según datos oficiales, el 28 por ciento de su población se hallaba bajo la línea de pobreza y, de ese porcentaje, el 84 por ciento eran negros.
Con el alerta en marcha, las zonas más ricas pronto quedaron vacías. El 90 por ciento de los habitantes blancos de Nueva Orleans tenía automóvil, lo que les permitió salir por sus propios medios relativamente sin dificultad y temprano, en cuanto la televisión dio las primeras noticias. Muchos se habían ido incluso antes de que Nagin decretara la evacuación forzosa. En cambio, el 52 por ciento de los habitantes negros de Nueva Orleans no tenía ni auto propio ni acceso al de algún familiar como para emprender el éxodo individualmente.”[16]
Como si lo dicho no fuera contundente:
“Ordenada la evacuación por todos los medios, la mayoría de los habitantes de clase baja comenzó a abandonar sus casas rumbo al Superdome, el mayor estadio cubierto de la ciudad, un símbolo deportivo algo ajado por el tiempo y sin las necesidades básicas para albergar a miles de hombres y mujeres por varios días, pero por entonces la única construcción cubierta en donde se podía concentrar un número importante de personas (…)”
“Por la noche, entre 25 y 30 mil personas se apiñaban en el Superdome sin agua suficiente, sin comida y en pésimas condiciones de higiene. Diferentes organizaciones asistenciales particulares buscaban acercar bebidas y alimentos, pero las raciones no alcanzaban y se peleaban como animales por un plato de comida. El aire acondicionado no daba abasto, la angustia corroía los ánimos y las horas pasaban sin noticias de cambio ni de llegada de mayor asistencia.
“Al mismo tiempo, (…) otros miles tomaban la decisión de quedarse a defender lo poco o mucho que tenían, pese a la obligatoriedad de evacuar”.
“La convivencia forzada entre habitantes de los segmentos más pobres y marginales de la población de Nueva Orleans despertó los peores demonios. Una vez adentro, ya no se les permitía salir. Ese encierro de decenas de miles de desesperados regulado por militares sin preparación fue uno de los ejercicios de perdida de dignidad humana más atroces de los últimos tiempos en el mundo desarrollado”[17].
“Sin luz, el Superdome es un horno gigante que alberga a decenas de miles de desesperados. La seguridad está a cargo de militares para quienes la sensibilidad no parece haber sido una materia cursada. Hay filtraciones en techos y paredes, la humedad es insoportable. Comienzan los rumores de violaciones y asesinatos. Un hombre se tira al vacío ante la vista de todos. No será el único suicidio. La gente orina y defeca en el piso, donde duermen niños de todas las edades que no paran de llorar. Hay gente que se angustia porque no pudieron traer consigo sus remedios en el apuro por salir. Otros se lamentan porque no pudieron traer consigo a todos sus familiares. Ya casi no hay agua ni comida. Se ven jeringas usadas desparramadas por las gradas. Adictos con síntomas de abstinencia circulan por el estadio como zombies”[18].
Para completar la descripción, continúa la autora:
“El agua sigue subiendo y la policía ya no sabe hacia dónde disparar, literalmente. A los enfrentamientos habituales entre una fuerza denunciada por corrupta y racista y jóvenes marginales criminalizados por décadas de desinversión e indiferencia se les suma el desastre natural y el desabastecimiento.
Grupos de adolescentes enloquecidos comienzan a saquear los negocios abandonados por la súbita evacuación. Los comercios de la céntrica Canal Street ya no tienen vidrios ni mercaderías. En las terrazas de toda la ciudad hay gritos de los rezagados que no pudieron salir a tiempo y claman por ayuda pero también florecen francotiradores alucinados, convertidos en los amos del lugar.
En medio del apocalipsis, las autoridades de las cárceles salen corriendo y no tienen remordimientos por dejar atrás a los prisioneros. Los internos que pueden hacerlo saltan por las ventanas, pero caen sobre alambres de púas. Muchos, cientos, terminarán ahogados o muertos de sed y hambre.
Los medios intentan acercarse a Nueva Orleans como sea. Pero se hace difícil. Las rutas están inutilizadas, los caminos convencionales, inundados. Los riesgos son infinitos. Muchos consiguen ingresar, otros nunca pudieron salir.
A diferencia de lo ocurrido en Irak, en donde la prensa que llegaba hasta los campos de batalla lo hacía junto a los militares que habilitaban esa presencia y digitaban la información (…) ningún organismo había diseñado un plan de cobertura periodística (…)”[19].
En cuanto a la improvisación y las responsabilidades de las autoridades, refiere:
“Los atentados del 11 de septiembre de 2001 habían tomado a todos por sorpresa, pero la Casa Blanca rápidamente había podido hallar un culpable a donde desviar la atención para que nadie husmeara demasiado en las fallas de los servicios de inteligencia. Esta vez, sin embargo, no era posible ponerle el traje de culpable a un fenómeno natural y no había manera de explicar por qué nadie había escuchado las advertencias de los expertos, de modo que desde el gobierno la estrategia fue derivar la responsabilidad de los hechos en los funcionarios locales”[20].
Y como si aún fuera necesario un discurso (más) perverso (si es que esto es posible):
“La estrategia oficial parece dar algunos resultados cuando algunos medios afines al gobierno republicano se regodean en mostrar cómo reina el delito en la tierra negra del sur. Asfixiados por la evidencia de una tragedia dominada por el racismo, esos medios prefieren poner el ojo en los saqueos y la violencia sin fin”[21].
Más allá de las idas y vueltas del Presidente Bush respecto de cómo encarar la catástrofe natural que nadie quiso/pudo evitar, y de sus intentos por mostrarse ocupado y preocupado por el tema…:
 “…cabe señalar que el huracán Katrina logro dejar en evidencia cómo, más allá de las capacidades y responsabilidades de organismos y autoridades, la ayuda efectiva para paliar un desastre de tal magnitud debió haber surgido de una voluntad política que, como pudo verse, nunca existió”[22].
El párrafo transcripto refuerza la tesis sostenida respecto de la intencionalidad manifiesta de EE.UU de permitir el exterminio de la población negra y también de los pobres, en una reencarnación del Holocausto alemán, con nuevas estrategias y una violencia que se reinventa y adapta a las nuevas circunstancias sociales y políticas actuales.
Por otra parte, y en relación al empleo del término “catástrofe natural”, vale formular – siguiendo a Welzer, dos aclaraciones: en primer lugar, en un escenario como el de Nueva Orleans, en que se hizo caso omiso del peligro de las inundaciones; en que se carecía de un sistema de protección suficiente contra catástrofes; donde las fuerzas de seguridad reaccionaban de manera extrema contra los ciudadanos aprovechándose de la desesperación de los mismos, escondiendo verdadero odio racial; donde la desigualdad social se profundizó luego del huracán; donde aparecieron cientos de miles de refugiados ambientales; entre otros fenómenos; resulta difícil poder hablar de algo que se produce naturalmente. Por el contrario, esto obedece más a una catástrofe de tipo social que natural. Aunque en lo inmediato la causa principal sea el acontecimiento de un suceso climático extremo.
En segundo lugar, la producción de este tipo de catástrofes permite evidenciar las deficiencias en el funcionamiento de sociedades como la de EE.UU, que de otro modo permanecen ocultas. De ello dan cuenta las profundas desigualdades en cuanto a oportunidades de vivir y sobrevivir, los déficit de gestión y la violencia, como opción latente de actuación y respuesta.
En definitiva, no se puede hablar livianamente de catástrofes naturales cuando todos los procesos que subyacen en el trasfondo de la cuestión son, en realidad, antropogénicos (causados por el hombre). De ello se derivan las consecuencias que sí son sociales y que son las que originan las transformaciones climáticas de las que se dan cuenta en este texto.
Los “refugiados ambientales” pampeanos: el caso del Río Atuel.
En este apartado se hace referencia a uno de los recursos naturales que más conflictos ambientales para esta y las generaciones venideras. El agua.
El agua potable es un bien escaso, ya que sólo constituye el 2,5% del total de agua del mundo: es decir, 37 millones de los 1400 millones de metros cúbicos que existen en la tierra. El 97,5% corresponde a mares y océanos[23].
Lograr el abastecimiento de agua potable para todos los habitantes del planeta, tanto como el saneamiento, requiere de inversiones millonarias (de hasta once cifras y en dólares!) que ningún país desarrollado está dispuesto a enfrentar. En este sentido, el ser humano, el agua potable, flora, fauna, naturaleza y el planeta en general se ha transformado de acuerdo a la lógica capitalista en una mercancía que se compra y se vende de acuerdo a la oferta y la demanda del mercado. Esto se evidencia en la cantidad de agua que consumen europeos y estaduonidenses (400 y 200 litros de agua por día) contra los 5 litros diarios de que disponen, con suerte, 1.100.000.000 de seres humanos en el resto del mundo[24].
En un informe realizado por el Pentágono a fines de 2004, donde se advierte sobre los efectos devastadores del calentamiento global, se indica que para los años 2020/2030 la humanidad se verá envuelta en una seguidilla de sequías, hambrunas y escasez de agua potable. Ante tal estado de la cuestión, se sugiere el despliegue de las fuerzas armadas estadounidenses en todos aquellos lugares del mundo donde existan recursos naturales, como solución mágica cuyo desenlace colonizador es por todos conocido.
Advirtiendo que las guerras por el agua son un fenómeno posible y latente, pasaremos a analizar un caso particular que tal vez no encuadra como guerra pero cuyas consecuencias ameritan su tratamiento en este trabajo.
En el prefacio al libro “El caso del Río Atuel” del pampeano Juan Carlos SCOVENNA[25] se puede leer la historia de una madre somalí que pierde a su pequeño hijo de cuatro años camino al campo de refugiados de Kenia, producto de las altas temperaturas del lugar. Esta historia, sumada a las descripciones aportadas por Hinde POMERANIEC acerca de Katrina en Nueva Orleans, o Harald WELZER en su libro “Guerras Climáticas”, son algunos de los retratos de la realidad que viven comunidades enteras que se no tienen otra opción que abandonar su lugar de origen, aunque en eso les vaya la vida.
Sin embargo, en América Latina sobran relatos que dan cuenta de desplazamientos forzados y de la crueldad de las vivencias de quienes intentan migrar hacia territorios limítrofes, o aún, dentro de las fronteras de su propio Estado, pero a un lugar donde puedan vivir dignamente.
Uno de esos casos es el de la provincia de La Pampa, en la República Argentina, cuya población nativa ha sido víctima de los embates del hombre y de la falta de conciencia ambiental y solidaridad social de la provincia limítrofe con la que se comparte (o compartía)  el Río Atuel, del cual ésta se ha apropiado hasta la actualidad.
El Atuel es un río que nace en las altas cumbres de la Cordillera de los Andes y recorre tierras argentinas desde tiempos inmemoriales. Los pueblos originarios que se establecieron a la vera de su curso fueron pehuenches, huarpes y rankulches, entre otros. Estos pobladores vincularon sus actividades al beneficio de sus aguas, que al ingresar en el territorio de la provincia de La Pampa confluyen en el río Salado – Chadileuvú – Curacó, para desembocar en el Río Colorado y de allí, finalmente, en el Océano Atlántico.
El impacto ambiental que el corte del río trajo aparejado para los pobladores originarios de la zona - y para la provincia en su junto -, desde el punto de vista del daño ambiental, económico y social, constituye una flagrante violación a los derechos humanos atentando contra el derecho a vivir en un ambiente sano y equilibrado tanto de los que tuvieron que abandonar el territorio, como de los que se quedaron.
El primer desplazamiento forzado tuvo lugar con la “campaña al desierto”, donde miles de pobladores fueron eliminados u obligados a abandonar sus territorios ancestrales. Producido el reparto de las tierras “conquistadas”  a sus nuevos propietarios, se asentaron en las márgenes del Rio Atuel y del arroyo de la Barda los primeros poblados: Santa Isabel y Algarrobo del Águila[26].
La Colonia Butaló era una colonia agrícola no sólo de criollos, sino también de ucranianos, polacos y españoles, fundada  en 1909 sobre los márgenes del río homónimo, brazo del Río Atuel, orientada a la producción de trigo y alfalfa, y especies forestales como álamos, frutales, etc. La prosperidad económica de este importante emprendimiento llegó a su fin por la acción del hombre, con los cortes de los brazos del Atuel que llegaban a La Pampa: primero fue el brazo Río Atuel propiamente dicho en 1918, y luego entre 1933 y 1937 la interrupción del Arroyo Butaló y los brazos o arroyos de menor cuantía.
La característica típica de los cuatro departamentos del oeste pampeano vinculados por el Río Atuel (Chalileo, Chical Có, Limay Mahuida y Curacó) ha sido siempre su marcada ruralidad periférica, acentuada por la desintegración socioterritorial provocada, en Argentina, por los modelos económicos internacionales, que marginaron a amplios territorios cuyas ventajas comparativas no se ajustaban al “modelo de comercio internacional granero”[27].
Sin embargo, puede destacarse que el oeste pampeano tuvo su período de crecimiento entre 1895 y 1920, durante el período de expansión agraria agroexportadora. Pero desde 1935, la ocurrencia de una serie de hechos naturales y económicos produjo un brusco descenso. La falta de agua potable y las sequias sobrevinientes terminaron de azotar a las actividades productivas locales, desencadenando el inicio del éxodo poblacional que se extendería hasta 1942.
Posteriormente, el Estado Nacional firmaría el acta de defunción de la zona en cuestión, con la decisión de construir el complejo hidroeléctrico “El Nihuil”, que fuera inaugurado en 1947 y que le permitiera a Mendoza la exclusividad del aprovechamiento del Río Atuel para generar energía hidroeléctrica y para el riego de sus viñedos.
El grave proceso de desertificación y la carencia de agua potable para consumo  motivaron el abandono de las tierras pampeanas por parte de numerosas familias, con destino a la provincia de Mendoza.
Según surge de la comparación de los censos nacionales de 1947 y 1960, es decir, a partir del corte del Río Atuel, el entonces Territorio Nacional contaba con una población de 169.480 habitantes, contra 158.746 habitantes en poco más de una década. La Provincia de La Pampa había perdido 9.296 habitantes, equivalente aproximadamente al cinco y medio por ciento (5,5%) de su población[28].
Entre las graves consecuencias que el robo del río trajo aparejadas a la región se puede mencionar, además de la desertificación y la privación del acceso al agua potable: la desaparición de los bañados y humedales del Atuel (que en su encuentro con el río Salado o Chadileuvú, provocaba aguas más abajo, bañados y lagunas extensas que constituían un rico ecosistema, hoy desaparecido); el inmenso daño a las actividades agrícolas-ganaderas; y la imposibilidad de lograr un desarrollo sustentable en la zona[29].
Luego de esta etapa regresiva en cuanto al peso demográfico de la región, hacia 1970 (y hasta la actualidad) el crecimiento continúa siendo lento y oscilante. Sucede que recién en los últimos censos realizados el número de habitantes ha podido superar, en números absolutos, a la cifra de población alcanzada en 1947[30].
El segundo desplazamiento, más cercano a nuestros tiempos y con características muy distintas del anterior, tiene lugar a finales del siglo pasado. La violencia con que se ejercen, relata SCOVENNA, es sutil, ya que en la mayoría de los casos se produce por la apropiación territorial sobre la base de los títulos de propiedad que se hacen valer a grupos de familias que en muchos caso poseyeron en forma pública, pacífica e ininterrumpida tierras abandonadas o jamás ocupadas por sus titulares.
“Algunos de ellos – como ocurrió con los que se asentaban en la laguna La Blanca, fueron desplazados forzadamente y asentados en la Colonia Emilio Mitre a finales del siglo XIX, donde se les entregó la posesión – el título de propiedad recién se les reconoció casi 80 años después – de pequeñas parcelas consistentes en 625 hectáreas por familia”.
Este desplazamiento forzado, dice el autor, es generado por varias razones: en primer lugar, el valor estratégico de esos territorios, en términos económicos; la eventual radicación de industrias extractivas y productivas (recursos naturales y minerales) en la zona; la expansión de la frontera ganadera; y el empobrecimiento y baja calidad de vida de los originarios de la tierra, privados incluso del agua potable, vital para su subsistencia.

Esta modalidad de “apropiación territorial” desarrollada por el modelo neoliberal se lleva a cabo bajo el amparo del ordenamiento jurídico y la legitimación otorgada por  fallos judiciales que autorizan la venta de grandes extensiones de estas tierras, provocando la expulsión de los campesinos que poseyeron esas tierras sin título de propiedad generación tras generación.
En este sentido, el artículo 17 de la Declaración de Derechos Humanos sostiene que toda persona tiene derecho a la propiedad, individual o colectivamente, y que nadie puede ser privado arbitrariamente de su propiedad. Coincidentemente con ello, el autor refiere al derecho a la vivienda digna como la base de todos los otros derechos a la salud, a la vivienda, a la alimentación y al agua potable. Escala con la que no coincidimos que deba respetar estrictamente ese orden, pero sí en el sentido de complementariedad de estos derechos para el pleno desarrollo de la persona humana, desde un punto de vista integral.
En los casos de las familias que aún permanecen en la zona inmersos en lo que eran los bañados del Atuel, hoy completamente secos, o sobre las orillas del río Salado o Chadilevú, se encuentran doblemente afectados por cuanto la escasez de agua potable hace que “deban depender para todas sus necesidades vitales, de las escasas aguas de lluvias que logran acumular o en su caso, de la provisión que los municipios que les acercan en camiones tanques, el agua potable para el consumo”.
Por estas razones, familias que antes estaban constituidas por diez u once miembros se van desmembrando, buscando alojarse en las ciudades. Al igual que sucede con los refugiados ambientales en otras partes del mundo, estas personas pasan a ser pobres estructurales, viviendo en barrios como garantía de seguridad, donde intentan reconstruir sus vidas con la ilusión de obtener mejores condiciones para su desarrollo.
Esta breve reseña no agota el tema de la propiedad de los colonos del oeste pampeano, sino que se lo enuncia para referenciar la forma en que se han producido los últimos desplazamientos poblacionales de la región. Un análisis pormenorizado de la cuestión excede el objeto de esta presentación.[31]
Para finalizar, el autor pampeano Eduardo AGUIRRE reflexiona respecto de las consecuencias sociales que tuvo el corte del Río Atuel para los habitantes de La Pampa:
“El desastre humano y ambiental que ocasionó la desaparición de esos humedales – que se contaban entre los más grandes de la Argentina – contribuyó en mucho a la falta de integración de un país que, como el nuestro, está fuertemente condicionado por los desiertos. Los quiebres ideológicos fueron múltiples (todavía no del todo bien estudiados y conocidos) y en el aspecto humano se registraron verdaderas involuciones demográficas y culturales que hasta hoy se sienten en nuestra provincia”
Conclusión:
El mundo actual es el resultado de múltiples procesos económicos, sociales, políticos, culturales y también ambientales que no siempre el hombre podrá dominar a través de discursos y prácticas hegemónicas. Esto ha quedado demostrado a partir de lo sucedido en Nueva Orleans luego del Katrina, y con curiosa periodicidad en distintas partes del mundo, en lo que parece anunciar un final poco feliz.
Sin embargo, las consecuencias de esa pretendida omnipotencia las sufren los sectores más vulnerables de la población, tanto en los países desarrollados (donde también hay negros y pobres, aunque se los intente ocultar) como en los más pobres o de subdesarrollo.
La importancia del reconocimiento jurídico a nivel internacional del estatus de refugiado ambiental viene a proponer una alternativa para la protección de estas personas afectadas por el cambio climático, sus causas y sus consecuencias. Supone que a partir de su inclusión como categoría jurídica internacional pueden eliminarse las barreras que se imponen a las personas que ponen en juego su vida, paradójicamente, para escapar de condiciones ambientales que le impiden seguir viviendo en su lugar de origen.
La ambiciosa comparación entre refugiados ambientales y prácticas de exterminio planteada al principio de este trabajo ha sido demostrada en la exposición del caso de los afroamericanos en EE.UU que parecen obligados a cargar con la cruz de su raza, aún después del Apartheid.
Pero también, y en una situación fáctica completamente diferente, en la Provincia de La Pampa se ha echado mano a un recurso natural, como el agua, para lograr resultados similares: la provincia vecina de Mendoza, con el aval del Estado Nacional, contribuyó a profundizar las tareas de eliminación de los pobladores nativos de la zona del Río Atuel que hubieran sido iniciadas durante la mal llamada “conquista al desierto”. En un primer desplazamiento se eliminó a los pueblos originarios del oeste y centro de la provincia; y posteriormente a los colonos que seguían poseyendo estas tierras heredadas de sus antepasados.
Si bien en este caso el aniquilamiento no implica directamente la muerte, los hechos que tuvieron lugar en dicho territorio atentan contra un derecho humano fundamental, como es el agua, que congloba en su curso el derecho a la alimentación, a una vivienda digna, a la salud, a un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, tal como lo recepta la propia Constitución de la Provincia de La Pampa en su artículo 18.
Los Estados, nacionales y provinciales, y la comunidad internacional, están obligados por el Derecho Internacional de los Derechos Humanos a cumplir y hacer cumplir la normativa vigente en la materia, y a garantizar a sus ciudadanos y a las generaciones futuras la disponibilidad y aprovechamiento de los recursos naturales y del ambiente en general[32].
A diferencia de lo que sucede con los refugiados ambientales, que aún no existen jurídicamente hablando, las obligaciones de los Estados respecto del ambiente están positivizadas desde hace tiempo. Sin embargo, el desafío consiste en pasar de la utopía a la realidad, exigiendo su cumplimiento ante los organismos que corresponda.
Para finalizar, y en consonancia con lo expresado en el párrafo anterior, existe la posibilidad de que los el caso del Río Atuel sea planteado ante el Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) que acompaña a los pueblos en la lucha por sus derechos fundamentales, juzgando simbólicamente desde situaciones de genocidio hasta situaciones financieras internacionales, pasando por la negación de la autodeterminación de los pueblos, y por supuesto, la destrucción del medio ambiente, tal como sucede con el caso de Repsol[33]. Pero ello podría ser objeto de futuras investigaciones.







Bibliografía:
AGUIRRE, E. (2015). El corte del Río Atuel y sus implicancias jurídico penales. ¿Y si estuviéramos frente a un delito ambiental? La Plata: Editoral Universitaria de La Plata.
-      (2013). Sociología del control global punitivo. Apuntes sobre la seguridad, la guerra y la paz. La Plata: Editoral Universitaria de La Plata.
BORRÁS PENTINANT, S. (2008). Aproximación al concepto de refugiado ambiental: origen y regulación jurídica internacional”.

BRUZZONE, E. (2012). Las guerras del agua. América del sur, en la mira de las grandes potencias. Buenos Aires: Capital intelectual.
CASTILLO, J. (2011). Migraciones ambientales: Huyendo de la crisis ecológica en el siglo XXI. Barcelona, España: Editorial Virus.
de Souza Santos, Boaventura. “La globalización del derecho: los nuevos caminos de la regulación y la emancipación” (1998), “El derecho y la globalización desde abajo. Hacia una legalidad cosmopolita” (2007) y “Sociología Jurídica crítica: Para un nuevo sentido común del derecho” (2009)
POMERANIEC, Hinde (2007). Katrina, el imperio al desnudo. Racismo y subdesarrollo en Estados Unidos. Buenos Aires: Capital intelectual.
SCOVENNA, J. C. (2011). El caso del río Atuel desde la perspectiva de los derechos humanos. Santa Rosa, La Pampa, Argentina: Pitanguá.
WELZER, Harald (2010). Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI. Madrid: Katz.
Otras fuentes:
El río Atuel también es pampeano. El derecho humano al agua. Revista de la Secretaría de Derechos Humanos y Secretaría de Recursos Hídricos del Gobierno de La Pampa, Santa Rosa, junio de 2014.




[1] WELZER, Harald (2010), “Guerras Climáticas. Porqué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI”, Kats Editores, España, pág. 7.
[2] WELZER, Harald (2010), “Guerras Climáticas. Porqué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI”, Kats Editores, España, pág. 114.
[3] de Souza Santos, Boaventura. “La globalización del derecho: los nuevos caminos de la regulación y la emancipación” (1998), “El derecho y la globalización desde abajo. Hacia una legalidad cosmopolita” (2007) y “Sociología Jurídica crítica: Para un nuevo sentido común del derecho” (2009).
[4] Otras denominaciones que reciben los desplazados por motivos ambientales son” refugiados ecológicos”, “eco-migrants”, “resources refugees”, “emigrantes medioambientales”, “ecorefugiados”, “environmental refugees”, o “réfugiès de l'environment”.
[5] BORRÁS PENTINANT, Susana (2008), “Aproximación al concepto de refugiado ambiental: origen y regulación jurídica internacional”, Conferencia impartida en el “III Seminario sobre los agentes de la cooperación al desarrollo: refugiados ambientales, refugiados invisibles?”, organizado por la Dirección General de Servicios y Acción Solidaria, de la Universidad de Cádiz.
[6] POMERANIEC, Hinde (2007), “Katrina, el imperio al desnudo. Racismo y subdesarrollo en Estados Unidos”, 1ª. Edición, Capital Intelectual, Buenos Aires, pág. 62.
[7] CASTILLO, Jesús M (2011), “Migraciones ambientales: Huyendo de la crisis ecológica en el siglo XXI”, Editorial Virus, Barcelona, España, pág. 14.
[8] Adoptada en Ginebra, Suiza, el 28 de julio de 1951 por la Conferencia de Plenipotenciarios sobre el Estatuto de los Refugiados y de los Apátridas (Naciones Unidas), convocada por la Asamblea General en su resolución 429 (V), del 14 de diciembre de 1950. Entrada en vigor: 22 de abril de 1954, de conformidad con su artículo 43.
[9] BORRÁS PENTINANT, Susana (2008), “Aproximación al concepto de refugiado ambiental: origen y regulación jurídica internacional”, Conferencia impartida en el “III Seminario sobre los agentes de la cooperación al desarrollo: refugiados ambientales, refugiados invisibles?”, organizado por la Dirección General de Servicios y Acción Solidaria, de la Universidad de Cádiz, pág. 3.
[10]El derecho al desarrollo debe realizarse de manera que satisfaga equitativamente las necesidades en materia de desarrollo y medio ambiente de las generaciones actuales y futuras. La Conferencia Mundial de Derechos Humanos reconoce que el vertimiento ilícito de sustancias y desechos tóxicos y peligrosos puede constituir una amenaza grave para el derecho de todos a la vida y a la salud. Por consiguiente, la Conferencia Mundial de derechos humanos hace un llamamiento a todos los Estados para que aprueben y apliquen rigurosamente las convenciones existentes en la materia de vertimiento de productos y desechos tóxicos y peligrosos y cooperen en la prevención del vertimiento ilícito”
[11] POMERANIEC, Hinde (2007), “Katrina, el imperio al desnudo. Racismo y subdesarrollo en Estados Unidos”, 1ª. Edición, Capital Intelectual, Buenos Aires, Pág. 56.
[12] WELZER, Harald (2010), "Guerras Climáticas. Porqué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI", Kats Editores, España, pág. 48.
[13] POMERANIEC, pág. 76.
[14] POMERANIEC, Pág. 22                           
[15] POMERANIEC, Pág. 20
[16] POMERANIEC, Págs. 22, 23.
[17] POMERANIEC, Pág. 27.
[18] POMERANIEC, Pág. 29.
[19] POMERANIEC, Págs. 29, 30.
[20] POMERANIEC, Pág. 31.
[21] POMERANIEC, Pág. 32.
[22] POMERANIEC, Pág. 21.
[23] BRUZZONE, Elsa (2012), “Las guerras del agua. América del Sur en la mira de las grandes potencias”, Capital Intelectual, Buenos Aires, Argentina, pág. 17.
[24] BRUZZONE, Pág. 20.
[25] SCOVENNA, Juan Carlos (2011), “El caso del río Atuel desde la perspectiva de los derechos humanos”, 1a. ed., Pitanguá, Santa Rosa, La Pampa, Argentina.
[26] “El río Atuel también es pampeano. El derecho humano al agua”, Revista de la Secretaría de Derechos Humanos y Secretaría de Recursos Hídricos del Gobierno de La Pampa, Santa Rosa, junio de 2014, págs. 4, 5 y 6.
[27] “El río Atuel también es pampeano. El derecho humano al agua”, Revista…, pág. 24.
[28] SCOVENNA apunta un dato clarificador acerca de los desplazamientos forzados y sus consecuencias para la región: “Conforme a un trabajo publicado en “Caldenia” por el Lic. Walter Cazenave, si se consideran las cifras demográficas a partir de la ocupación por parte de la población cristiana y de la puesta en producción del espacio regional en lo que era la llamada “Isla de Chalileo”, cuando comenzaron los primeros asentamientos humanos hace unos 120 años, y partiendo de los datos censales existentes, si se aplicase una tasa de crecimiento del 3,5 por ciento anual, índice que permite una duplicación poblacional cada veinte años, en el año 2011 la localidad de Santa Isabel tendría una población cercana a los 80.000 habitantes. Ello patentiza de modo brutal el fenomenal desplazamiento forzado por una parte a la vez que nos indica cómo, una tierra que prometía un crecimiento sostenible y capaz de recepcionar un gran poblamiento humano, con el paso del tiempo decreció, al punto que San Isabel en vez de ser aquella ciudad de 80.000 habitantes, es apenas un pueblo donde habitan escasas 3.000 personas”. Pág. 24.
[29] “En síntesis, el desastre ambiental y sus consecuencias sobre todos los seres vivientes, en especial los humanos que vivían y de los que aún viven en la cuenca seca del Atuel y del disminuido cauce del Salado Chadileuvú, la desertificación del territorio que abarca posiblemente más de un millón de hectáreas, constituyen no un agravio y un daño a los pampeanos, sino un atentado a la naturaleza y un crimen a la humanidad. Pag. 28. El resaltado me pertenece.
[30] El impacto demográfico de las políticas hídricas mendocinas, avaladas por el Estado Nacional, puede estudiarse con mayor detalle en “El Corte del Río Atuel y sus implicancias jurídico penales: ¿Y si estuviéramos frente a un delito ambiental?”, Eduardo Luis AGUIRRE (2015), Editorial Universitaria de La Plata, La Plata, Argentina, págs. 45 a 48.
[31] A modo de ilustración acerca de los desplazamientos, se sugiere la lectura de las vivencias de algunas de las personas afectadas por la desertificación en la zona del Atuel, contadas por las propias víctimas en entrevistas realizadas por Carolina Moradas y Noelia Álvarez. Las mismas forman parte de la investigación del Dr. Dr. Eduardo Aguirre y se encuentran publicadas en su libro “El corte del Río Atuel y sus implicancias jurídico penales…”, págs. 97 a 105.
[32] Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; Convención Americana sobre Derechos Humanos y su Protocolo Adicional; Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y su protocolo; Declaración de Estocolmo de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano; Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático; Declaración sobre el Derecho al Desarrollo.
[33] AGUIRRE, Eduardo Luis (2013), “Sociología del control global punitivo. Apuntes sobre la seguridad, la guerra y la paz”, Editorial Universitaria de La Plata, La Plata, pág. 131.

(*) Abogada. UNLPam
Por Ignacio Castro Rey (*)
Perdona mi tardanza en escribirte, R. Sigo absorto con ese maldito libro que me está matando porque tiene MUCHO que ver (siento la trilogía) con BoyhoodLa gran belleza y Youth (La juventud). Entre otros cientos de obras más, claro, sean de filosofía, de cine o de literatura.
Aparte de esto, “Profe, no te entiendo”. Así dicen mis alumnos. Yo creo entenderte, R., pero pienso que “lo lleno” a lo que te refieres, esa sobrecarga estética y visual de Youth, está al servicio de hacer soportable el vacío existencial que ahí se retrata, un irremediable fondo trágico que tanto en La gran belleza como en La giovinezza constituye la primera materia prima (valga la “rebuznancia”) de Sorrentino.


Sin ese coraje para lo trágico (Paolo perdió a su padres en un absurdo accidente doméstico cuando sólo tenía 17 años) ninguna de esas dos películas de Sorrentino tienen apenas sentido. Las dos se convierten, efectivamente, en un amasijo pretencioso y vacuo de imágenes impactantes, tal como ha dicho parte de la crítica especializada y algunos de nuestros preclaros intelectuales.
Por la parte que me toca, en Youth (y la he visto unas cuantas veces: dos en el cine y varias veces más en clase, pues la he proyectado entera ante mis alumnos) no hay nada de esa solemne vacuidad. Toda esa proliferación casi barroca es el vehículo para entrar en un solo hilo, difícilmente soportable para nuestro oscurantismo ilustrado. “Mi misterio es simple: no sé cómo estar viva”, dice Lispector en Aprendizaje. Creo que sin este fondo trágico La juventud se convierte en una gigantesca ópera más bien indigerible, casi tan abrumadora como vacía.
Pero Sorrentino no tiene la culpa de que nosotros hayamos perdido todo acceso al hilo del sentido, esa común sombra mortal para la que nuestras abuelas estaban mejor preparadas. ¿Cuál de las dos películas, Boyhood o Youth, no “cuentan nada”? Los dos largometrajes son hermanos en un punto clave: están llenos porque entran muy bien en el vacío, en el simple misterio de vivir. Y volver a discutir todo esto, la verdad, da un poco de pereza. Sobre todo teniendo en cuenta la ortodoxia lacaniano-conductista que nos rodea desde casi todas las variopintas tribus progresistas.
El entero universo de la hegemonía política, ese atavismo autoritario que va de Podemos al PP, padece un simétrico daltonismo auditivo (valga la expresión) ante el rumor de lo impolítico. Pero no importa. En justa correspondencia a tu generosidad, R., miraré cuanto antes en el artículo de tu amigo y quedamos con T. cuando quieras, cuanto antes también.
Un abrazo y gracias, de verdad,
Ignacio.

(*) Filósofo y crítico de arte.
I



Por Miguel Antonio Pastor Pérez (*)

[Estudio bibliográfico de / A Bibliographical Study of: Vincenzo Ruggiero, La violencia política. Un análisis criminológico. Pres. de Roberto Bergalli, trad. esp. de Miguel A. Pastor Pérez. Anthropos Editorial, Barcelona, 2009. (Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, México D.F. & Observatori del Sistema Penal i els Drets Humans de la Universitat de Barcelona). Pp. 304. ISBN: 9788476589304] 



La obra de Vincenzo Ruggiero, que seguidamente analizamos, apareció en italiano en 2006, siendo en 2009 traducida y editada en español 1. El año 2006 no es especialmente significativo, está a medio camino entre los sucesos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y del 11 de Marzo de 2004 en Madrid, donde perecieron miles y cientos de personas inocentes respectivamente, por un lado, y por otro lado de la toma de posesión del cargo electo de Presidente de los EE.UU. por parte de Barack Obama, el 20 de Enero de 2009, del primer presidente negro o afroamericano elegido en los comicios del 4 de noviembre de 2008. Si bien el autor es un brillante profesor y académico distinguido y especialista con un amplio currículo que recorre la teoría social, la sociología urbana, la criminología comparativa, la delincuencia organizada y corporativa, e interesado por la violencia política, el conflicto y el control, temas en los que trabaja desde hace años y que hacen de él un experto en la materia, está claro que las tendencias criminológicas que presenta y llegan a determinar los distintos estudios e investigaciones que constituyen la obra van a verse profundamente alteradas a partir de los sucesos del 11-S de 2001. Así, podría decirse que el sugestivo título de la obra tanto como sus contenidos, distribuidos en capítulos temáticos, podrían constituirse en argumentos para una novela. Una novela rayuélica cuyo discurso pretende la búsqueda de un alegato que pueda dar cuenta del fin de su contenido. Un discurso dotador de sentido frente al que dota de sinsentido y que permita salirse del mismo discurso a la búsqueda del fin de la violencia intrínseca al propio discurso sobre la violencia y su intolerancia. Es importante, para entender el propio desarrollo de las orientaciones planteadas en el libro y las elecciones del autor respecto a la metodología y los contenidos que “llenan” los capítulos, dedicar una breve reflexión sobre la estructura metafísica de la violencia, por un lado, y la afirmación del autor, por otro, de que “cuando el pensamiento criminológico se revela incapaz de explicar las dinámicas y las motivaciones de la violencia política, un cambio de perspectiva puede proporcionar los instrumentos apropiados útiles al caso” 2. La esencia de la violencia es su relación tanatológica con la destrucción y la aniquilación, con la desaparición y la ausencia –del ser–. Su sustancialidad, su materialidad, su ousía, son los golpes contra y entre los cuerpos, los movimientos humanos y los inhumanos ásperos, el dolor y el sufrimiento. El sudor, el temblor, el miedo, el recelo, la desconfianza y la cobardía, a veces redentora, configuran su forma, su eidos, la sangre agresiva que alimenta el corazón violento.
 Estas son sus estructuras individuales y entitativas, causales, de su existencia como ser y que justifican su corporeidad, haciéndonos abandonar toda esperanza. Paradójicamente, así planteada no cabe su posible determinación científica positiva, ni su explicación, ni su experimentación general, aunque sí cumple la funcionalidad de separar, de re-cortar la realidad mostrándola categorialmente. Sólo cabe su “verstehen”, comprenderla e interpretarla, comprehenderla, alcanzarla, inteligirla, aprehenderla, entenderla, percibir su significado. Sólo así constatamos que la violencia existe, que no es, únicamente, un constructo o una intuición o ambas cosas, o un hablar contradictorio con la comprensión cotidiana de la paradoja del sinsentido del mal, de la angustia, del daño, de la tortura, la pena, el dolor, la muerte. Una muerte que ya no es condición de posibilidad de la vida sino expresión máxima de la violencia como agonía, tensión vital insoportable a nivel conceptual que nos impulsa a rechazar toda agresión, toda ferocidad, todo ensañamiento. Esta constitución ontológica a veces llega a sobrepasar la racionalidad deslizándose hacia caminos difusos de irracionalidad, constituyéndose siempre en una metaviolencia que remite a una dimensión que trasciende la experiencia derivada de las intuiciones, de los discursos, de los sueños, de la memoria, asumiéndola en la concepción del mundo. La experiencia filosófica subjetiva e inmediata, su aparición fenoménica, su desnudez, se hace inefable pero profunda y reforzadamente humana. La violencia nuda, su intensidad o densidad metafísica, nos permite no ya sentir o vivir su naturaleza, sino su procedencia mundana, humana. Como ontología del acto, la violencia es un instrumento que no sólo desafía la legalidad institucional, sino que genera también nuevas entidades violentas. Es lo que Ulrike Meinhof reconocerá como la esencia de la violencia activa, es decir, “la criminalidad del acto, su ser contra la ley”3. Hay que concluir como corolario de lo expuesto: ¿la violencia es, pues, una aptitud del ser e implica en cuanto tal una visión moral, una estructura metafísica, y de este modo ontológicamente común a todos los entes, que se ha plasmado además como realidad histórico-cultural? ¿Cabe por tanto la pregunta? Una pregunta que desde la apariencia cobra su sentido en la respuesta. Pero, como sabemos, hay dos tipos de preguntas: las que pueden ser contestadas de forma inmediata y adquieren validez en su propio carácter de respuesta extinta y extinguidora, y aquellas otras que arrastran e implican la propia y completa naturaleza del hombre. Es decir, aquellas en las que la respuesta no puede ser articulada sino desde un repensar la esencia vital humana, pues, de lo contrario, la misma pregunta perdería su carácter constitutivo, presentándosenos, en definitiva, como pregunta sin respuesta. Este carácter que constituye la pregunta como propio preguntar a lo que nos arrastra, a lo que nos enfrenta, es a la misma consideración del ser, a su ausencia ontológica por defecto. Sólo desde la pregunta constitutiva del ser se puede volver el ser hacia la pregunta sobre el hombre y su existencia, su relación con el cuerpo –el suyo siendo con el otro y los otros–; con el mundo donde ejerce como tal ser y ser humano; y con lo trascendente que persigue bajo la forma de fines y de lo que espera felicidad continua y quizá eterna. Sólo desde esta dimensión se puede dotar de sentido la pregunta, el discurso, la acción y la esperanza. La misma pregunta nos re-sitúa en la organización y constitución del mundo. Frente a Dios, tras la persecución de la sabiduría y del conocimiento del bien y el mal, a este lado de las puertas que cierran el paraíso que es el mundo, un mundo en el que el ejercicio inteligente de la existencia y su quehacer es ejercicio de la violencia, contra uno mismo, contra el ser amado y compartido, contra el hermano y amigo, contra el vecino y congénere. De este existir violento, de este hacer existencia, está llena la historia de la humanidad, desde la poesía y el drama, desde la razón y la creencia, desde la voluntad y la esperanza, la Historia, la Filosofía, la Ciencia, la Técnica. De este modo, toda la arquitectónica de la sociedad moderna, tecnológica y de consumo, se puede comprender heideggerianamente desde este ángulo, como un olvido del ser en persecución de una metafísica del ente violento. El interrogar, así, se hace violencia como lucha por sobrevivir, por pretender la felicidad, se hace drama vital en el que el sujeto protagonista se puede volver antagonista siendo siempre agonista en la representación trágica de la existencia. Una existencia dada siempre como lucha, como contienda, como desafío, como encuentro-desde el otro cuya variante es el des-encuentro con el otro, como resistencia y desafío al mundo, como rechazo o confrontación a la desesperanza, al miedo, al sinsentido, a la muerte y al no ser, obviando las lógicas de lo peor, y sus profetas, para instalarnos en el principio de esperanza. ¿Estamos ante una excelente novela –de ciencia-ficción– o ante un extraordinario libro de sociología, filosofía política o antropología de la violencia?4 Y si bien no hay que olvidar que nuestro autor fue nominado en 2003, como escritor, para el Premio Hindelang por la Sociedad Americana de Criminología por el libro El crimen en la Literatura: Sociología de la Desviación y Ficción, y en 2005 publica Crímenes de la imaginación. Desviación y literatura, tampoco conviene dejar de lado que un sistema completo de la filosofía del ensayista subyace bajo las categorías y razonamientos que dedica a la criminología, o tal vez, para ser más exactos y estrictos en sus propios términos, habría que decir a la Anti-criminología. De cualquier forma, tal vez pueda ayudarnos a aclarar su contenido el subtítulo con el que el propio creador determina su argumento. Un análisis criminológico, como explicitación continuada de la violencia política. Es decir, la violencia política como objeto y ámbito epistemológico de un tipo de pensamiento y desarrollo teórico conceptual conocido como Criminología, si bien en pocos libros que lleven en el título este término podrán reconocerse los contenidos que el autor propone. Quizá por esto mismo la obra se manifiesta tan primigeniamente original en términos filosóficos y epistémicos, tan esclarecedora para entender el transcurrir de las últimas décadas de la historia política viva de Europa y América, y, si se nos apura mucho, para entender conceptualmente el destino de los recorridos futuros de esta misma sociedad en su globalidad, partiendo de los instrumentos conceptuales de la Criminología, pero atreviéndose a polemizar con ciertas cómodas omisiones por parte de numerosos estudiosos, en relación precisamente con la “violencia política”. Tal vez sea importante, además de interesante, ceñir aquí el significado, universo de discurso o campo semántico de lo que quepa definirse como Criminología, también como Anticriminología. Y quizá convenga decir primero respecto a la Anticriminología, en los términos que interpretamos se lo plantea Ruggiero, que no es simplemente la negación o la antítesis, ni siquiera en sentido hegeliano, de lo que pueda ser la ciencia criminológica. Si bien acepta el carácter multidisciplinar sobre el que basa y fundamenta sus conocimientos más propios, y en este sentido remite a la sociología, la antropología y la psicología social, nuestro autor añade una concepción filosófica cargada de matices políticos, sin renunciar al marco conceptual que puede delimitar una ciencia jurídica penal que necesita, si no ser rechazada, sí ser revisada profundamente. Pues lo que interesa no son ya las causas del crimen y una prospectiva de los remedios del comportamiento antisocial del hombre, sino definiciones claras, amplias y humanizadas de su objeto de estudio, que no será sólo la conducta desviada y el control social, sino nuevas forma de entender al propio sujeto y sus relaciones sociales a partir del uso científico, coherente e integrador de métodos de trabajo e investigación que provengan además de las ciencias positivas y sociales, de las humanas, de las humanistas mejor. La Anticriminología que sugiere nuestro investigador italiano no considera, sino instrumentalmente, la incidencia estadística y formal del crimen, sus causas y consecuencias en cuanto está en relación con las reacciones sociales, desde arriba y desde abajo, desde el alto y desde el bajo, de ida y vuelta, en cuanto muestran las dificultades de las meras regulaciones institucionales o estatales para lograr los fines que se supone persiguen. Estos parámetros parecen suficientes para afirmar una identidad científica y social, autónoma e independiente desde el punto de vista disciplinar, que pueda obviar su problematicidad y su carácter advenedizo5. Probablemente estos mismos elementos sean los motivos por los cuales V. Ruggiero nunca se reconoce como criminólogo, las propias implicaciones de semejante ciencia. Una ciencia considerada por muchos atrasada y reaccionaria, y en la que no cabe un desarrollo alternativo revolucionario o ni siquiera reformista, pues parte de la consideración de que fenómenos como el alcoholismo, la prostitución y en general cualquier manifestación de asociabilidad son comportamientos de los que se van a derivar delitos. El carácter propio –positivamente científico– de un conocimiento que en última instancia se funda en el Derecho penal, en su necesidad, dibuja una naturaleza humana sin alternativas. Se puede predecir y es lo que pretende hacer la Criminología como ciencia, el carácter malvado, perverso, depravado de la naturaleza humana. Y ello a partir de una ciencia que parece tener como objeto la determinación del cómo, cuándo, dónde y quién cometió un hecho delictivo, valiéndose del conocimiento de otras ciencias afines, como serían la Medicina Forense, la Física, la Psicología, la Abogacía, entre otras. Peyorativamente más próxima a lo que pueda ser una Criminalística, sin duda también independiente y distinta de la Criminología que quiere determinaciones últimas de los motivos que llevaron a la persona, al individuo a cometer el delito, frente al carácter resultadista de la primera que busca determinar el cómo, cuándo, dónde y quién cometió un hecho delictivo6. A partir de estos distintos niveles de problematicidad criminológica, a modo de ejemplo, la cuestión es la defensa y uso que hace el autor de la Criminología como medio anti-violencia, en lo que llama en el capítulo que cierra el libro, La criminología como alto el fuego. Ruggiero recoge –todo lo más, reclama– el papel (y la función) de anti-criminólogo. Comienza a hacer ciencia-ficción cuando reivindica la Anticriminología como una ciencia que consistiría en civilizar las respuestas institucionales a la criminalidad y a la violencia, pues nunca podrá existir la pena justa al igual que no existe la guerra justa, civilizar la guerra aplicando filosofías neutralizantes. Una criminología de la paz que pretende anular al enemigo mediante la defensa a toda costa de la cuarentena (como aislamiento de las propias condiciones de configuración violentas) y el santuario (como lugar santo o sagrado bajo el que nos acogemos para protegernos de la injusticia). Una criminología en la que el final absoluto de la violencia se sienta como necesidad cotidianamente vivida, hasta el aburrimiento consuetudinario, y nunca ya como un evento fundador o estado de alegría que alumbra la vida a cada instante en su proceso de renovación, justificando el mal por la existencia del bien en una políticamente correcta dialéctica moral de contrarios. Probablemente la conciencia de la ferocidad e inhumanidad alcanzada por las guerras del siglo XX que, posiblemente, visto con perspectiva histórico-temporal, será caracterizado o considerado uno de los siglos más violentos y cruentos, si no el que más, de los vividos por la humanidad y en el que el fenómeno de la guerra caracteriza la forma de ser y relacionarse del hombre y de la sociedad, ha llevado a elaborar toda una lógica de la irracionalidad de la guerra como expresión extrema de la violencia absoluta y destructiva, y a replantear una nueva criminología de la guerra que niega el carácter generador identitario que algunos autores “indulgentemente” preferirían adscribirle. Si, convencionalmente y todo lo más, se ha considerado la guerra como una condición evidentemente criminógena, su estimación como una empresa humana innata a través de la cual los Estados resuelven voluntades en conflicto, además de denotar una característica tibieza moral, implica un proceso de legitimación contradictorio que busca dar coherencia al caos y justificación a las filosofías del mal. Se hace necesaria, por tanto, una nueva criminología de la guerra. Se hace necesario rechazar incluso una consideración de la guerra como victimización de masas, que viola en su misma enunciación los propios Derechos humanos a través de la provocación de dolor, sufrimiento y muerte a nivel colectivo, y como corolario la derogación de los Derechos civiles del individuo. Se propone, así, una criminología pacifista que no sólo condene la guerra, sino que suponga todo un manifiesto de posibilidades en el que los conceptos criminológicos se vean radicalmente modificados, concibiendo la guerra como hecho delictivo tanto a nivel social, jurídico y policial sobre todo. Es necesario generar todo un “empresariado pacifista” –si bien es cierto que el concepto nos produce grima y resuena antítético en sus propios términos– que asuma participar en el “proceso de (re)civilización” de la humanidad, lo que supone considerar la historia de las relaciones de las culturas con la guerra como barbarie, que invierta las condiciones terminológicas (habría que añadir que también las económicas, sociales y culturales) de los poderosos frente a los débiles y el carácter asimétrico que toda guerra conlleva. Una criminología como fin de todo antagonismo, como paz perpetua que anule “todos los motivos existentes para una guerra futura” incluso los no planteados y ni siquiera conocidos por los rivales, que dejarían de ser enemigos para ser afines en la posibilidad real de una abolición final de la guerra que genere una sensibilidad racionalmente deseada de prevención de la guerra, incluso una ciencia para la prevención de la guerra que decrete un alto el fuego definitivo, universal, eterno e inherente a la propia naturaleza humana por venir. Efectivamente, el autor desarrolla y nos lleva por un recorrido científico, guiado por la violencia –contrastando eficientemente y comparando concepciones teóricas–, y casi vital –a través de la ágil exposición de acontecimientos políticoviolentos europeos que han marcado el propio devenir y constitución de los Estados nacionales que han conformado Europa–, y ello a través del tiempo, de distintas épocas –es decir, históricamente–, una violencia que se ha determinado como política. Aunque el autor nos avisa, remitiéndonos a T. Szasz, que, si bien tradicionalmente la diferencia entre la violencia común y la política es la misma que hay entre el agua bendita y el agua común, él pretende en un ejercicio de metafísica política demostrar la absoluta distinción entre el agua común y el agua bendecida. El punto de partida de tan peregrina, en su sentido más genuino y menos peyorativo, proposición, se presenta también de forma idealmente articulada a través de la distinción radical y básica entre la violencia desde arriba, institucionalizada, legal, la que procede del poder y de quien lo sustenta, y la violencia desde abajo, antiinstitucional, no autorizada, la que procede del pueblo. Veamos algunos ejemplos de lo que planteamos a través del análisis, “desde otro tablero de dirección” o, si se prefiere, desde otro “modelo de armar” posible, de tres brillantes capítulos. Imagínese un hipotético escenario de guerra etnocivil, entre la comunidad negra liderada por el Black Panther Party y blancos supremacistas, en un país continental llamado América, o los Estados Unidos de América del Norte, que acaba con la secesión y constitución independiente de Estados homogéneamente afroamericanos, que deben decidir si se integran o no en la Unión. Este escenario que en principio parecería de novela o “nivola” de ciencia-ficción llega a ser posible, a pensarse como posible, a partir del capítulo correspondiente tan brillantemente desarrollado por Ruggiero. Y se piensa como posible por la excelente mostración de cómo frente al dolor, el sufrimiento, la humillación y la indignidad, frente a la enseñanza del odio a “nuestra piel, nuestros cabellos y nuestros rasgos, nuestra sangre, a odiar aquello que somos”7, sólo cabe dejar abiertas las puertas de la lucha armada organizada, la provocación del miedo en el otro y la desconfianza, y la convicción en la imposibilidad de conciliación de una naturaleza humana proba-damente común en su unidad, que opone la etnología y el derecho penal, pero que hace ver la vida y la muerte como una sola cosa. Un enfrentamiento en el que el discurso y la palabra muestran los elementos constitutivos de lo expuesto, de lo planteado, pues los tiempos venideros serán ardientes, viene a predecir, ahora bajo la forma de una profecía de autocumplimiento, Malcolm X, años de violencia y exterminio;pero los muertos no correrían sólo de una parte, pues en las revoluciones no se vence mendigando derechos o presentando la otra cara, sino derramando sangre. Desde el punto de vista de la elaboración teórica, como plantearía Blumer, el sentido de los acontecimientos y de las cosas se establece a través de las definiciones que de ellos dan los individuos que interactúan, incluso de aquellos pocos en condiciones de transcribir las páginas en los términos del holocausto que se avecinaba. Ante una población resentida, oprimida y doblegada, constantemente sometida a brutales comportamientos racistas por parte de la autoridad institucional, despreciada por su color y por su incultura, por su incapacidad y privación humanas, no puede sino surgir una creciente respuesta violenta a través de la recíproca intolerancia y enemistad, que serán estratégicamente canalizadas por los líderes de la Revolución Negra a través de prácticas tácticamente eficaces que contemplan desde iniciativas sociales de organización y supervivencia básica y que implican un “comunitarismo revolucionario” como programa político que quiere recuperar los derechos civiles y desarrollar un espacio político y geográfico propio si no cabe ser compartido. Respondiendo a la violencia institucionalizada y legal con su propio ejercicio popular y alegal más que ilegal, se arma al gueto en la autoprotección e instrucción del uso de armas sofisticadas bajo una estructura paramilitar que encierra una visión organizada como ejercito de liberación, y que implica la voluntad consciente de no sobrevivir sin esperanza y dignidad, de morir antes que vivir una existencia imposible.¿Seríamos capaces de predecir la comisión de distintos delitos y crímenes a partir del reconocimiento de una fisiognómica que nos permite establecer distintas tipologías delictivas humanas asociadas a sus caracteres anatómicos y fisiológicos? Parece que nos enfrentamos de nuevo a una hipótesis de ciencia-ficción, cuando en realidad estamos revisando la historia, pues éste es el sustrato básico de las teorías que constituyen el espectro intelectual de lo que se va a denominar Escuela Positivista Italiana y cuyos máximos representantes serán C. Lombroso, E. Ferri y R. Garòfalo. De nuevo la precisa e interesante exposición de Ruggiero nos lleva a considerar las posibilidades de un “relato” científico, en el que las condiciones epistémicas exigidas derivan de la aceptación de sus propias descripciones, obviando que el comportamiento es criminal ante todo porque es definido como tal, y en las que narra una naturaleza humana dolosa y mecánicamente determinada que responde a la metodología del cientificismo positivo ejercido por la Escuela, incluyendo la concepción de una sociedad determinante de las leyes del comportamiento que constituyen y legitiman acríticamente el propio orden basado en el consenso social pero que permite explicar la criminalidad por sus causas y factores y como corolario la diferenciación criminal en términos de fundamento natural y al delincuente como una realidad natural. Términos alejados de cualquier consideración político-cultural y de toda explicación histórica y político-social. En este contexto las condiciones ambientales son esenciales para el análisis social y en consecuencia también para el análisis criminal. Ruggiero nos retro-sitúa en pleno siglo XIX y nos muestra cómo, bajo las condiciones de desarrollo del siglo, la violencia política puede ser considerada legítima, en función de esos mismos fines políticos a describir, por algunos autores. Pero ante la persistencia real de un ámbito de criminalidad que difícilmente puede remitir en su fundamentación y en su justificación a la motivación política no cabe sino distinguir dos categorías de criminalidad, radicalmente diferenciadas por sus consecuencias, su idiosincrasia y sus efectos: la criminalidad común, con un fuerte y arraigado sentido de la violencia y ejercida por delincuentes natos habituales o enfermos psíquicos, y la sociopolítica, que pre-tiende, tal vez utópica y ucrónicamente, a transformar la vida político- social de la comunidad y que es ejercida por pseudocriminales o personas normales movidos por una pasión no ortodoxa de ámbito colectivo. “ ‘Fanáticos’ políticos […] ávidos de martirio y de la fama que consiguen con sus crueles prácticas”8. Por supuesto, son factores biológicos reforzados por variables sociales e incluso la participación de grandes ideas, “un gran concepto en un cerebro pequeño”, los desencadenantes de conductas criminales, que inevitablemente van a realizar o ejecutar el delito. Conducta delictiva ligada a la “constitución moral” poseída por el sujeto y forjada a través del ambiente en el que ha crecido y la herencia genética. Ferri, por ejemplo, relaciona la disposición antisocial presente en un determinado número de individuos con la rebelión ideológica, que daría cauce a una forma de manifestación de violencia política auto-justificadora. Así, “a través del retrato del asesino, se puede apreciar una posible hidrocefalia y unas mandíbulas enormes; durante el proceso el acusado reía alegremente debido a una innata insensibilidad moral […] Por estas y otras circunstancias, estoy convencido de que se trata de un verdadero delincuente, cuyos ideales… no son más que un pretexto para desatar sus propios instintos”9. Como vemos, determinantes ideológicos (en este caso socialista, pero podría ser de cualquier otra orientación) ligados a descripciones fisiológicas que implican consideraciones morales, intelectuales y criminógenas. Lombroso, por su parte, tiende a subrayar que el origen de la violencia política viene dado por la necesidad de masas de población de incorporarse rápidamente al progreso técnico e histórico en contextos en los que las sociedades son conser-vadoras por naturaleza, y, por tanto, activamente reacias a esa incorporación. Algunos autores llaman a este tipo de relación lucha de clases y el modo de realización, polarmente distinto desde los presupuestos positivistas lombrosianos, la rebelión y la revolución con sus derivados, a veces condiciones previas, de ejercicio de la violencia política. Esta constante histórica, si bien sólo recientemente –Lombroso dixit– percibida, debe constituirse en ámbito de los fenómenos del área de análisis científico, y considerada delictuosa, además de inútil, para las sociedades, en cuanto genera “misoneísmo”, rechazo a lo nuevo y, corolariamente, densa legislación contra las novedades. Si la desigualdad es la causa de los conflictos de clase, se trata de fijar la relación que define la natural rivalidad entre grupos sociales para el establecimiento de un orden social estable y duradero. Un papel especial va a desempeñar, en estas consideraciones positivistas sobre la violencia política, la categoría específica de las mujeres. Se las reconoce como enardecidas protagonistas en todos los fenómenos políticos violentos a pesar de que son “grandes predicadoras contrarrevolucionarias; en casa, sinceras y genuinamente apasionadas, lloran y sufren, sus palabras son ‘los gemidos de un corazón destrozado’, una fuerza inmensa, invencible”10. La Escuela determinará la participación de la mujer en los movimientos políticos, y especialmente en Rusia, donde esa intervención resulta estadísticamente mayor y cualitativamente mejor, como resultado del carácter místico-religioso asociado a todo movimiento político y que especialmente las mujeres “leen” de igual forma que “las monjas y las santas consideran a Cristo como a un amado cónyuge”. Consideran además el caso de San Petersburgo paradigmático, en cuanto la ciudad estaba habitada por un gran número de solteras, lo que impide formar una familia, sustrayendo a las mujeres del ámbito más adecuado para el desarrollo de sus facultades y alejándolas de sus deberes naturales. Lombroso y Laschi (1890) utilizan un enrevesado sistema positivista para distinguir el grado de violencia inherente al carácter de su naturaleza en los movimientos violentos colectivos de intencionalidad política como son la rebelión frente a la revolución. Y si bien las rebeliones fracasan mientras que las revoluciones triunfan, es la presencia de las mujeres en tiempos de sublevación, y su ausencia en tiempos de revolución, la prueba que demuestra la naturaleza evolutiva de las segundas y degenerativa de las primeras. Pues la mujeres, “especialmente en las épocas precedentes, eran muy inferiores al hombre y, por tanto, no podían secundar ni favorecer movimientos evolutivos, que marcan la culminación del progreso humano”11. Aún recientes en el horizonte conceptual e histórico los acontecimientos de la Comuna de París, nuestros escolásticos autores llegan a la conclusión, a partir de la observación de los retratos de cincuenta comuneros, de que once de ellos manifestaban signos evidentes de anomalía, seis pertenecen completamente al tipo criminal y cinco mostraban una seria afección psíquica, el cuarenta y siete por ciento del ejercito revolucionario está compuesto de criminales puros, fugados de cárceles militares, desertores y criminales comunes, y aún otros son delincuentes habituales. Los rebeldes, en definitiva, muestran claramente perfiles físicos de criminalidad genuinamente atávica asociada con la insania moral y la epilepsia que debilita el sistema nervioso, haciéndoles padecer esclerosis craneal, hemorragia cerebral, pigmentación de las células nerviosas y la generalizada fusión de los lóbulos frontales. Sujetos incapaces de esperar su recompensa, pues necesitan satisfacer sus deseos inmediatamente, los delincuentes políticos se caracterizan por una alteración congénita y compulsiva, que se manifiesta bajo la forma de una epilepsia asociada a sentimientos de vanidad, religiosidad, megalomanía y genialidad intermitente. Rasgos que los autores positivistas ejemplifican, en una atribución que hoy consideraríamos de una absoluta incorreción política, en el caso de Mahoma. No podemos ya mirarnos en el espejo sin temer llegar a concluir con las tesis de los criminólogos positivistas, pues lo que veríamos podrían ser las marcas del delito en nuestro rostro, espejo del alma, en función del determinante de nuestra secular posición antagónica social que caracteriza patológicamente el nivel de deseos y realizaciones de transformación social y que atribuye las causas de la violencia política a las características patológicas de los individuos. ¿Este determinismo subyacente no implica una reconsideración de lo que es el propio crimen como anormalidad, de la persona criminal y de la función social de la víctima? Pero eso ya es otro capítulo.¿Qué haríamos, como profesores universitarios, si en medio de las explicaciones de clase una estudiante universitaria se levanta la camiseta y enseña sus pechos como modo de protesta contra el sistema universitario-capitalista? Reclamar la presencia policial, como hará Adorno, o constituir una comisión didáctico-boloñesa que redefina objetivos, competencias y estrategias de la práctica docente bajo semejantes circunstancias? Considerar el grado de violenta peligrosidad que pueda haber en la estudiante que muestra su torso desnudo como modo de protesta contra un sistema al que considera políticamente violento a través de una planificada tolerancia represiva y la asunción de un pasado marcadamente autoritario y que presenta como alternativa del otro lado de la barricada la apelación a las fuerzas de la policia, resulta al menos singular y sorprendente como modo de caracterizar el desarrollo y aparición en la década de los Sesenta, en algunos países europeos, de diversos movimientos revolucionarios, cuya acción directa consiste en el asesinato, el secuestro, el robo y la extorsión, y su intención de proyección mundial anticapitalista. Por otra parte, si bien en el siglo XX también se dieron manifestaciones violentas bajo la forma de terrorismo, no será sino en el siglo XXI, muchos concretarían en el 11/9/2001, cuando se instaure, por la vía de los hechos, un renovado significado de terrorismo, que además necesitará una respuesta racional, atrayendo por igual como fenómeno a politólogos, filósofos, sociólogos, analistas especializados, expertos y autores de toda especie. Ciertamente el autor italiano no dedica ni refiere sino muy tangencialmente el problema del terrorismo en España. Pero translaticiamente y considerando las condiciones del desarrollo y aparición de los movimientos terroristas en Europa, especialmente la Fracción del Ejercito Rojo alemana (que en España se conoció como la banda Baader-Meinhof) y las Brigadas Rojas italianas, organizaciones a las que dedica sendos magníficos capítulos, y aprovechando también que el profesor Bergalli se centra en este tipo de violencia política, analizando tanto la generada por ETA, como la de vuelta de ciertos nichos estatales en una determinada época, vamos a considerar aquí otro argumentario casi de ciencia-ficción, de paradoja espacio–temporal. Pues esto vendría a ser el hecho constatado de que la España democrática está caracterizada en su breve historia por las manifestaciones de violencia política, del alto y del bajo, o más genuinamente de ida y vuelta, a partir del desarrollo de un proceso político de descentralización autonómica en un Estado constitucional. Si bien, ciertamente, lo difícil sería determinar cuál es el detonante violento que va a generar la reacción o vuelta por parte de las partes implicadas, lo cierto es que será a la muerte del Dictador cuando la acción o ¿reacción? se radicaliza a través de la violencia política entendida como lucha armada (asesinatos, secuestros, extorsión) como medio para obtener objetivos políticos esenciales. Obviamente nos estamos refiriendo fundamentalmente a la acción desarrollada por ETA ¡como organización marxista-leninista y autoidentificada como nacionalista e independentista! vasca frente al Estado español. Y si estas últimas autoidentidades no fueran suficiente para establecer una nueva línea “nivolada” de ciencia-ficción bastaría recordar la propia aparición original de la organización terrorista ligada a los ámbitos más retrógrados del nacionalismo y el catolicismo. La pregunta que nos asalta llegados a este punto es la de si, como relata Ruggiero en el capítulo intitulado El primado ciego de la acción, ¿acudiría siquiera ETA a la Internacional del Terrorismo, autoimponiéndose las mismas limitaciones anti-abortistas que el IRA, por cuestiones estratégico-costumbristas en su interacción con las masas y seguidores? ¿Desaparecerían las cárceles para los ciudadanos vascos en una sociedad futura regida por los confusos paradigmas ideológicos propuestos por ETA? ¿Tendría que haber sólo ciudadanos vascos, cualquier cosa que esto pueda significar, en una sociedad que impone los modos de relación cultural, social y políticos que exige ETA y su entorno?12. No es necesario considerar más capítulos para ser conscientes de la importancia, tanto a nivel científico, como en el ámbito de la difusión, que puede llegar a tener la obra de Ruggiero. No sólo como visión histórica y altamente rigurosa sobre cómo la tradición occidental se ha enfrentado a uno de los grandes problemas de todas las sociedades. ¿Qué hacer con el enfermo, con el anómalo, con el desviado, con el disidente, con el diferente, con el otro –en una palabra–, cuando también alguna vez nos hemos sentido así? ¿Cómo reaccionar ante sus propuestas de cambio, de transformación, de versatilidad, de metamorfosis, que alguna vez también hemos deseado? ¿Cómo conjugar que las dos partes en conflicto acudan a los mismos medios de justificación y legitimación, de uso de la violencia, cuando se ha estado en los dos lados? El establecimiento de las condiciones de posibilidad de este tipo de conocimiento, la mostración de su desarrollo y su brillante exposición histórica y sistemática, abren literalmente una nueva visión de ese saber científico que es la Criminología y que el autor, a veces, se contenta con llamar Anti-Criminología a falta de un término que recoja el sentido primario, fundamental o radical, de un conocimiento que debe ser saber, pero también ciencia, praxis, arte, técnica. Un conocimiento capaz de prevenir y erradicar la venganza, el dolor, el sufrimiento, el terror, la guerra, como si realmente fuese posible esperar instaurar una paz perpetua e imperecedera, una ciencia universal de la paz, una ‘eirenelogía’. 


Notas 

1. VINCENZO RUGGIERO, La violenza politica. Un’analisi criminologica, Laterza, Roma-Bari, 2006. Trad. española: La violencia política. Un análisis criminológico, presentación de Roberto Bergalli y traducción de Miguel A. Pastor Pérez, Anthropos Editorial, Barcelona, 2009. 
2. Así comienza el capítulo 8, “Golpear el corazón del Estado”, p. 189. 
3. P. 166, “El primado ciego de la acción”. 
4. Está bastante claro que los contenidos sistémicos y sistemáticos expuestos pertenecen claramente al ámbito de la sociología y de la filosofía política de forma nuclear, y más tangencialmente a lo que pueda ser la psicología social o la antropología de la violencia, a pesar de la procedencia de alguna de las teorías y de los teóricos a partir de los cuales se expone y justifica la “comprensión” de las conductas, tanto individuales como sociales, que implican y están implicadas en la “comisión” y “definición”, no siempre previa, de los propios delitos y en muchos casos de las “penas” y sanciones que como tales conllevan. Desde este aspecto también intersecciona con los pliegues del Derecho penal y en una visión más amplia y generosa perfila los contornos de la Sociología jurídico-política. Es cierto que el concepto fuente que arbola la aproximación epistémica es el concepto de violencia, pero una violencia “bautizada” como política, que transmuta, o no, la propia esencia de esa realidad en delito, crimen, o acto punible, en función de paradigmas ideológicos conservadores o progresistas, reformistas o revolucionarios. 
5. En 1885, el profesor italiano de derecho Rafael Garófalo acuñó este término, que posteriormente sería utilizado por el antropólogo francés Paul Topinard. Con estos inicios, la Criminología, como ciencia que nace del positivismo, tiene la intención de esclarecer el fenómeno criminal analizando al delincuente ya como producto biológico o social. Todavía en 1958 se decía que la Criminología era la ciencia que estudia los elementos reales del delito: el comportamiento del delincuente y los efectos de ese comportamiento en el mundo exterior. Es cierto que la Criminología contemporánea abandona y supera el positivismo redireccionándose hacia el sociologismo funcional, es decir, centrándose en la desviación social que supone el delito. 
6. Llegados a este punto en el que nos resulta heurístico distinguir entre una Criminalística y una Criminología, tal vez sea también necesario aportar sucintamente algunos rasgos precisos sobre el objeto, los métodos y las distintas clases posibles de ésta última. Es cierto que existe toda una gama de fenómenos conductuales del ámbito de lo social que implican comportamientos que pueden desembocar en delitos, que como hechos observables que exigen ser planteados de forma sistemática y ordenada constituyen el objeto de interés científico de la Criminología. Así tendría como objeto tanto a la persona que delinque (en cuanto conducta atípica y desviada socialmente), como al delito en sí mismo y a la víctima y la subsiguiente respuesta, siempre represiva, bajo la forma de control (por eliminación o aislamiento) del componente antisocial. Evidentemente, desde el punto de vista metodológico, la elaboración y el desarrollo de cualquier disciplina exige como principio operativo para todo aquel que la desarrolle, el logro de la verdad. Históricamente y desde las propias raíces más jurídico-penalistas, se encuentran enfrentados continuamente dos clases de métodos: el lógico-deductivo de carácter altamente formal y abstracto, que desde el principio general, apriori necesario saca las consecuencias lógicas sucesivas y pertinentes; y el inductivo o técnico-experimental que se remonta desde lo más factual objetivo a la proposición general que abarca explicándo los hechos observados y sus corolarios. Por supuesto, los distintos puntos de partida sobre los que se funda el “método”, ya clásicos, no es éste el lugar donde tratarlos, pero sí deberemos indicar cómo a partir del carácter empírico-experimental, tanto reivindicado como autoatribuido, la Criminología sigue los pasos del inductivismo, pues nos remite a la observación de datos particulares y pretendidamente objetivos, la experimentación y la cuantificación, como superestructura de carácter tecnológico aparentemente neutral, rechazando, a veces de forma incongruentemente violenta el uso de instrumentos conceptuales deductivos y aprioristas. que permitirían traspasar el umbral metodológico de la formulación de proposiciones a posteriori más cercanas al recuento estadístico que a la formulación científica. Es así más una tecné que una epistéme. También el establecimiento de una tipología criminológica nos obliga a considerar de nuevo el carácter último y esencialmente tradicional sobre el que se elaboran los criterios que nos permitirán las subsiguientes distinciones. Y así, atendiendo a la constelación de los delitos y las penas, tenemos la Criminología Clásica, cuyo máximo representante podría ser Beccaria. Considerando al delincuente tendríamos la Criminología Positiva, representada en la Escuela Positiva Italiana con Lombroso, Garófalo y Ferri a la cabeza. Por los contextos criminológicos se puede distinguir una Criminología Nacional, una Transnacional y una tercera Comparada. En función de la posible consideración subjetiva distinguimos una Criminología Victimológica, una Individual y Colectiva y una Criminología Toxicomaníaca. Por su relación con otros ámbitos científicos fundamentales para su constitución se diferencian una Criminología Biológica, una Psicológica y una Sociológica, y una Criminología General que establece un conjunto de conocimientos sobre el Pre-contexto del delito y sus efectos sobre el criminal, la víctima y el contexto real que comparten y en el que coexisten o Sintética (como conocimiento unificado de las criminologías especializadas) frente a una Clínica (que pretende opiniones médicas en el uso de técnicas de diagnóstico y pronóstico a casos concretos con fines terapéuticos), que sería la clasificación más importante hoy. 


7. Era verdaderamente el sentir generalizado como “otro” de la comunidad afroamericana y que Malcolm X en 1970 interpretará tan brillantemente como detonante de la posibilidad real de una revolución, incluso aunque conduzca al suicidio colectivo. Véase op. cit., p. 160.
 8. Op. cit., p. 40. A pesar del carácter pretendidamente positivo, que no científico, de la Escuela Italiana de Criminología, sus presupuestos apuntan a un incompleto estudio inductivo, probablemente no podría ser de otro modo, que correlaciona aspectos anatómicos, en muchos casos producto más de condiciones político-sociales que de elementos estrictamente biológicos o instintivos. Y en este contexto hay que leer el propio capítulo, que no obstante resulta fundamental en el desarrollo de la ciencia de la Criminología, así como las referencias que constan. Ruggiero lo intitula “Asesinos-filántropos y regicidas”, y a las fuentes nos remitimos. 
9. El texto es de E. Ferri (1883) y está citado por Ruggiero en la página 43. 
10. En este caso el texto es de Michelet y el autor lo refiere en la página 49. 
11. Ahora el texto es de Lombroso y Laschi (1890) y se refiere en la página 51. 
12. El suceso, aunque narrado por un arrepentido de la RAF y situado en un contexto lacerante, no deja de tener carácter anecdótico expuesto en los siguientes términos. “De nuevo, el militante del IRA comenzó a reír y observó que aquel debate era irrelevante para él. En Irlanda, dijo, si ellos hubiesen sólo pronunciado la palabra aborto habrían perdido la mayoría de sus apoyos. En su opinión, tomar el poder era lo primero, en cambiar la sociedad se pensaría después” (op. cit., p. 183).

(*) Catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla. Actual Director de la Tesis Doctoral en Filosofía del responsable del Blog.
 Por Pablo Guadarrama González (*)

   En cualquier circunstancia es recomendable  pensar con cabeza propia,  pero en algunos lugares y ocasiones es más necesario que en otros. El carácter de esa necesidad está en dependencia de lo que se pone en juego.
          El pensamiento latinoamericano en su conformación ha pasado por diversas etapas –entre ellas una muy significativa ha sido la del auge del positivismo y la reacción que le siguió- en la que no siempre  pareció tan clara para sus gestores  la necesidad de pensar de tal forma, o por lo menos de insistir en la cuestión de manera tan explícita.
           A los cultivadores de la escolástica de los siglos XVI y XVII no les parecía imprescindible  marcar diferencias respecto a la filosofía y la teología europeas.  No les preocupaba tanto ser considerados o no dentro del pensamiento europeo porque no lo diferenciaban del propio. 

   Sin embargo, desde los primeros momentos de  la evolución del pensamiento  latinoamericano   afloró cierta intención de marcar  algunas de las especificidades  o por lo menos la perspectiva  o la circunstancialidad de este como lo evidencia, al menos en cuanto al título, la  Lógica mexicana  de Antonio Rubio. Sin embargo habría que esperar a una mayor conformación  de los rasgos de identidad americana  para que nuestros pensadores tomaran mayor conciencia  de lo necesario  que es pensar con cabeza propia.
          Pensar con cabeza propia no significa asumir posturas de chauvinismo epistémico  y cerrarse a los aportes del pensamiento  provenientes de cualquier parte del mundo. Tampoco presupone desconocer el valor intelectual o de otro carácter de  pensadores con los cuales se puede, incluso,  coincidir parcial o totalmente. Por el contrario, significa asumirlos pero no   indiferenciadamente, sino en correspondencia  con las exigencias cognoscitivas , axiológicas e ideológicas  que cada  momento   reclama. Se ha de medir con mayor rigor  los grados de autenticidad de dicho pensamiento que  los de originalidad, si por tal solamente se entiende su carácter novedoso.
          Este ejercicio para evidenciar mayoría de edad intelectual, presupone  pensar asumiendo como propias  las ideas más adecuadas sin preocuparse demasiado  por su procedencia. No debe importar  si está vinculada o no  a alguna lectura previa  o es el producto absolutamente individual  del último que la revela.. En definitiva,  todo pensamiento posee siempre una soterrada  entraña social , aunque sus obstetras no pierdan mérito  por su cuota de originalidad en el parto intelectual de cada idea.
Los próceres de la independencia latinoamericana   no dudaron en asumir la producción intelectual  y la experiencia de los próceres  revolucionarios de Europa y Norteamérica, así como del mundo cultural asequible a su época para fundamentar ideológicamente  el proceso emancipatorio.
Tanto Bolívar como Martí,  a pesar de las diferencias de época y de circunstancias, sabían muy bien  que si la asunción abierta de las ideas polìticas  y filosóficas de la modernidad debían articularse  a las fuerzas telùricas  de aquel mundo acrisolado de diferentes de razas y pueblos. Los más aventajados pensadores latinoamericanos consideraron que la liberaciòn  de los pueblos de debía ser  fecundada por nuestros arcontes como reclamara Martí y sin esa condición  difícilmente podría alcanzarse  la aspiración de lograr  la soberanía reclamada.
Las fronteras políticas, económicas y  culturales entre la parte latina y  la sajona  aceleraron su diferenciación desde mediados del siglo XVIII y especialmente a inicios del XIX  cuando se revelaba con mayor claridad  las intenciones imperiales de los gobiernos de los Estados Unidos  sobre los países del sur del continente.
Es entonces cuando las circunstancia obligan más a nuestros intelectuales  a preocuparse en mayor medida por pensar con cabeza propia. Andrés Bello se había percatado desde muy temprano de  que nuestra democracia debía ser muy distinta de la norteamericana. Por su parte,  Alberdi reclamó entonces  una filosofía americana  porque no era aconsejable  que se evadiese el componente ético y político, que cada vez más latiente y expreso en la producción del pensamiento latinoamericano. 
En la batalla ideológica entre los cultivadores del positivismo  sus críticos en América Latina estuvo presente el tema de las conveniencias o no de la sajonización de la vida política económica y cultural latinoamericana. Afortunadamente ni en el propio seno de los positivistas llegó e triunfar el postulado de la nordomanía   de algunos xenófilos  de la época criticada por Rodó.
En la actualidad, a pesar de algunos intentos desideologizadores, esa toma de conciencia se ha hecho  más urgente que nunca.  El compromiso político de los más auténticos  pensadores latinoamericanos  se puso  más manifiesto en correspondencia con la comprensión  que los destinos de  la flamante república del norte  se mantendrían diametralmente opuestos a los del sur. Y en ese proceso de comprensión y divulgiación del papel de los pueblos latinoamericanos frente al Coloso del norte, participaron no solo hombres de ideas socialistas, marxistas o antiimperialistas  sino tambien miembros tanto de la generación positivista como de la antipositivista.
Tampoco América Latina fue indiferente  al incremento de la conflictividad social  generada por la aceleración mundial del proceso expansivo  del capitalismo premonopolista y monopolista . Montalvo no vaciló en Ecuador en representar a la  I Internacional, que intentaba organizar a los trabajadores de todo el mundo.  Varona tampoco  dudó al asumir Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, y se dejó cautivar, a pesar de su espíritu moderado,  por el espíritu revolucionario y antiimperialista de Martí. Vasconcelos  - quien conoció desde su infancia la desgracia de vivir en un país tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, cultivaría  un nacionalismo fecundo,   que a su juicio debía tener su raíz en Indoamérica. Mientras que Rodó, a pesar de su distanciamiento geográfico, enfocaba también la puntería de sus cañones intelectuales contra la nordomanìa, aun nefastamente cultivada.|
No ha habido en Nuestra América  pensador trascendente –entre los cuales no pueden excuirse los positivistas y los antipositivistas-    que no haya puesto  su pluma al servicio  de las nobles causas de estos pueblos de esta región  y que no se haya percatado de la imposibilidad  de satisfacer las demandas de  estos países  y las de los gobiernos estadounidenses. Ante esta disyuntiva, como en todas,  se ha dividido la intelectualidad latinoamericana. Se ha diferenciado entre aquella que ha preferido no poner en peligro su visado múltiple al país de las maravillas y las que conscientes de su compromiso ideológico y cultural consideran que su actitud dista mucho de ser una camiseta de verano.
El siglo que se despide ha sido una época de definiciones.   Se ha puesto en juego en más de una ocasión  hasta la supervivencia de la humanidad . El venidero parece que tampoco llegará colmado de flores. No es el  fantasma de la dominación ideológica y la globalización  el que recorre el mundo, son ambas partes del cuerpo del neoliberalismo.  Todas las fuerzas del gran capital empeñan en querer hacernos pensar sin cabeza propia.
            El desafío es ahora mayor porque  son más eficientes los mecanismos de comunicación y de manipulación de las conciencias. Por tanto, la pr[oxima será una época de nuevos retos. Incluso   para los que pensamos que no vivimos en el mejor de los mundos posibles  y que América Latina tendrá que pagar dobles cuotas de sacrificio si no asume a tiempo no solo la actitud de pensar con cabeza propia,  sino, de lo que es más importante,  de actuar con criterio de independencia .
Un pequeño pueblo de esta región latinoamericana  asumió desafiante la empresa  de pensar y actuar con cabeza propia.  Los augurios más derrotistas  indicaban que era imposible que lograra sus objetivos por su cercanía al país que se considera destinado a pensar por todos los demás. Todavía algunos lo dudan. Son los que dudan eternamente de que  las revoluciones auténticas resulten victoriosas.
Las revoluciones son el mayor ejercicio de pensar y actuar con cabeza propia. Ese pueblo sigue desafiando a los que se conciben a sí mismos  como exclusivos productores de pensamiento precocido y continúa demostrando que sí se puede pensar y actuar soberanamente. La experiencia de la Revolución Cubana demostró que cuando esta tuvo mayor aproximación a pensar de acuerdo con el  esquema soviético  de interpretación de la realidad, más se distanció de sus posibilidades creativas  y de elaboración de propuestas acordes a sus particularidades del desarrollo histórico.
Fue en ese momento cuando más sus enemigos celebraron que dejase de pensar con cabeza propia. Incluso algunos de sus amigos se distanciaron críticamente aunque , la mayoría, sin traicionarla. En actualidad, por las circunstancias internacionales  se ha visto precisada  a reasumir  su camino propio y de nuevo encuentra las simpatías de la izquierda mundial y de otros múltiples sectores  sociales identificados con su proyecto humanista.
Sintomáticamente,  son estos los momentos en que los enemigos del pueblo cubano están muy enfadados porque su tozuda Revolución  se empeña en no reproducir desmonte del socialismo. Por todos los medios tratan de descalificar  sus , especialmente romper con el mal hábito anterior de depender del pensamiento ajeno
Determinados sectores intelectuales y políticos latinoamericanos  creen  que se debe y se puede luchar  por el derecho a pensar con cabeza propia, y para fundamentar tal posición  se inspiran en las grandes personalidades históricas del pasado y del presente.  Pero lógicamente tienen que enfrentar muchos obstáculos.
 Algunos se desmayan en el esfuerzo. Piensan fatalmente que es inútil  enfrentarse en batalla tan desigual  contra los medios de comunicación y otros poderes manipuladores. Mientras que los  más vehementes, -y por eso mismo imprescindibles-   no sólo cultivan las ideas revolucionarias  a contracorriente sino que exponen la hermeticidad de su piel  a las balas y las de sus principios  a los apocalípticos cantos funerales de cualquier  tipo de humanismo y no solo del socialismo. 
            En la actualidad, aspirar a la condiciòn de intelectual , al menos en América Latina, no constituye  un gran sueño deseado  por muchos en esta sociedad  pragmática e instrumentalizada. Ya desde principios de siglo, vaticinando la crisis en todos los órdenes de la sociedad contemporánea,    Einstein  expresó que reivindicaba el idealismo ante el hedor a mierda de este  mundo.
            El desastre axiológico que experimenta el mundo contemporáneo ha dado  lugar  a que los patrones de los films del oeste  dejen de ser realidad virtual  y adquieran carácter de opinión pública impuesta y generalizada . Los actuales  cowboys, ahora vestidos de marines,   son presentados a esas mayorías manipuladas como los buenos que vienen en este caso no  a   indios sino a vietcongs, sandinistas, granadinos, narcodictadores, guerrileros y terroristas.
En medio de ese caos de referencias algunos intelectuales  optan por abandonar sus anteriores sueños juveniles  y se arrepienten  de haberlos deseado alguna vez al considerarlos frutos de la inmadurez. Prefieren ponerse al servicio de la dictadura del mercado, y  aquellos que se enfrentan a ese poder omnipresente  son observados como hippies trasnochados en  esta época obcesivamente  posmoderna,  que de forma despectiva concibe como moderna las actitudes de los sesenta.
 Postmoderna resulta  ahora  la prohibiciòn de frase de los sesenta  . También es estimular el pensamiento débil,  la muerte de los metarrelatos entre los cuales, en primer lugar, está el de la revolución. Lo moderno es concebido como lo rebelde, inconforme, informal, ideològico, y ahora considerados como obsoletos.
El nuevo paradigma que   se quiere imponer es el del hombre circunspecto, moderado, conservador, que acepta  como verdades todas las que se les prepera en ordenador, o le llega por Internet siempre y cuando cumpla con los exigidos requisitos de presentaciòn  que exige todo sometimiento a la ley de la oferta y la demanda.
En medio de condiciones tan adversas, aquel   el intelectual que quiere seguirlo siendo y que aspira a serlo cada vez mejor,  que no se abochorna de tal condición ni de  sus marcados tintes ideológicos,  se reúne, escribe, diserta, critica en cualquier medio que le sea posible y cultiva el más digno humanismo . Mientras  aquellos que  prefieren ocultar sus  tintes ideológicos, lo que no significa que carezcan de ellos,   se distancian, en verdad,  de la  tendencia  humanista y desalienadora que ha animado lo mejor del pensamiento latinamericano desde sus primeras manifestaciones,  al igual que  en sus etapas ilustradas, positivista, antipositivista y en general, con las necesarias excepciones,  hasta nuestros días.
No deben pretenderse mesianismos inmerecidos ni mucho menos se debe reanimar la concepciòn heideggeriana de que los filósofos están destinados a constituirse en los pastores del Ser .
 Pero sí se trata de que cada profesional de la filosofía-  quien sabe si todos  genuinos filósofos o no-  cumplan con la misión pedagógica de hacer germinar en las nuevas generaciones, así como en las   no tan viejas,   la recuperación de la confianza en la capacidad humana  por perfeccionarse y salir de esa pérdida de rumbos que produjo el espejismo del “socialismo real” al esfumarse y mostrar la aridez del desértico “capitalismo real”, en  el que el hombre siempre se siente solo.
Tal misión pedagógica no puede circunscribirse al ambiente académico.  Uno de los principales retos que el pensamiento  en la frontera de Nuestra América tiene ante sí, es el de saber superar los obstáculos que le plantea el dominio de los medios de comunicación por parte de aquellos que si consideran que viven en el mejor de los mundos posibles.
No se trata simplemente de denunciar la falta de posibilidades, las censuras disfrazadas, etcetera,  y las escasas vías de expresión de aquellos que piensa con cabeza propia. La tarea consiste en lograr espacios para esa labor,  pero no esperar  de manera pasiva   que sean “democráticamente” situados . Hay que saber conquistarlos revolucionariamente por la vía que sea necesaria.
Esa tarea hay que desarrollarla, en primer lugar, desde dentro  del mundo de la docencia universitaria y las instituciones culturales . Pero con la consideración de que no vivimos en tiempos en que las universidades se caracterizaban por su espíritu de rebeldía. La oleada del pensamiento conservador ha ido desarticulando las universidades, desparramándolas físicamente en las ciudades, para que dejen de jugar aquel papel centralizador de termómetro sociopolítico.
El hecho de que se haga cada vez más difícil  lograr espacios de reflexión crítica  en planes de estudios y en asignaturas universitarias , que ahora se importan enlatadas  desde los actuales centros de poder científico, tecnólogico e ideológico con el objetivo de clonizarlo  todo, es decir nortamericanizarlo, no debe desanimar a aquellos  que tienen el deber de construir los nuevos laboratorios teóricos  de experimentación del pensamiento producido con cabeza propia.
Mas,  limitar esa labor a las universidades sería cercenar las dimensiones del pensamiento latinoamericano. Si  este desea mantener su raigambre popular – que no tiene nada que ver necesariamente con el discurso populista - , debe extenderse constantemente a otras esferas de la sociedad civil.
Siempre se corre el riesgo que se identifiquen tales instituciones  con campañas partidistas y otros intereses, pero no es posible jamás llegar a tierra firme  de utopías concretas para las mayorías  sin que en la travesía por los tormentosos océanos de esa utopía abstracta que es el triunfalismo neoliberal no sea salpicado por algún tipo de  agua contaminada ideológicamente.
Solo el nivel intelectual y el rigor académico  pueden jugar el papel de efectivo antídoto  contra las comunes y venenosas insinuaciones de las derechas tradicionales  sobre la falta de profesionalidad de la intelectualidad de izquierda. Para lograr esa profesionalidad, esta última tiene el deber de sumergirse dentro del discurso de la intelectualidad de derecha con el objetivo de descubrir sus fisuras, pero también sus aciertos.
Aquellas posturas  descalificadoras del pensamiento burgués propugnado por el vaticano marxista-leninista elaborado en la Unión Soviética, ya demostraron sus consecuencias nefastas para la gestación de una producción científico social y filosófica de los países del socialismo real. Tales efectos negativos repercutieron en la  propia intelectualidad de aquellos  países, pero ante todo en aquellos gobiernos que podían haber aprendido mucho mejor donde radicaban sus fortalezas, así como sus  debilidades.
Si se pretende  combatir el aparato conceptual  del discurso dominante  en la actualidad, hay que conocerlo mejor, estudiarlo para encontrar sus núcleos racionales y sus lados flacos. De esa forma se comportaron la mayoría de los integrantes de la generación antipositivista frente al positivismo sui generis  latinoamericano.  Del mismo modo que los marxólogos más inteligentes  pusieron sus servicios  a la  misión desacreditadora del socialismo tras el derrumbe de uno de sus experimentos, hoy la intelectualidad de izquierda tiene el deber de estudiar las bases teóricas del neoliberalismo, de las filosofías postmodernistas y de otras  orientaciones filosóficas  para descubrir la  aportación  a la cultura contemporánea y lo que está concebido para servir a ese orden social  que parece no despedirse tan fácilmente de la humanidad, como muchos esperábamos.
Continuar revelando la esencia inhumana del capitalismo  real y enaltecer  el sentido humanista  de las genuinas ideas socialistas – aunque no todos los intentos prácticos de su consecución hasta el presente hayan contribuido a su alcance verdadero-  constituye uno de los principales retos  de los que aspiran a pensar con cabeza propia en nuestra América , de la misma forma  en que Bolívar, Martí o el Che lo hicieron posible  en sus respectivas circunstancias, pero tratando siempre de trascenderlas  y de engendrar circunstancias superiores.
Solo de ese modo se puede contribuir  en algo a enriquecer teóricamente el arsenal de  aquellos que tienen que pensar con cabeza propia desde distintas partes de la periferia de los actuales centros de poder, periferias,  que en ocasiones llegan a entrecruzar sus bordes en la interioridad de los propios centros. Estos   centros actualmente construyen  muros para aislar inmigrantes e ideologías emancipatorias. La misión de la intelectualidad comprometida con esas periferias  es desarrollar, ante todo el rasgo principal  de todo ejercicio epistémico: pensar con cabeza propia. Esto, en el plano ideológico significa de acuerdo con las necesidades  e intereses de nuestros pueblos empobrecidos.
En esa labor no todos los pueblos tienen igual necesidad ni grado de responsabilidad respecto a otros más distantes de las fronteras de los actuales países que han asumido el mayor protagonismo económico y político mundial. Sigue estando en peligro, de alguna manera la soberanía,  de pueblos que ya tienen experiencia de la fagocitosis imperial de sus vecinos poderosos como entrevieron y denunciaron  algunos de los integrantes más destacados de las generaciones  positivista  y antipositivista de Latinoamérica.
Algunos de estos pueblos latinoamericanos  tuvieron sensibles pérdidas de su territorio, como el caso de México; otros fueron asimilados totalmente a la territorialidad yanqui, como Puerto Rico; mientras que algunos aún sufren las consecuencias  de la instalación de bases militares dentro de sus fronteras, como Cuba y otros países de la región. Con tales antecedentes y con los pronósticos que se elaboran  por  tanques pensantes del imperio, apremia más la tarea de estimular la generación de un pensamiento  reivindicador de lo regional y lo nacional. De esa forma se trascenderá mejor por los caminos hacia lo universal. Y la intelectualidad, junto a los dirigentes políticos y sociales de estos países más próximos a los nuevos muros xenófobos  que se levantan, tiene una mayor cuota  de responsabilidad  en adiestrar a los pueblos de "Nuestra América" a pensar y actuar con cabeza propia.  

(*) Profesor de Mérito de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (2013); Doctor en Filosofía Universidad de Leipzig (1980) y Doctor en Ciencias. (UCLV, 1995). Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba (1998-2012). Autor de varios libros sobre teoría de la cultura y el pensamiento filosófico latinoamericano.  Publicado con la autorización del autor.


Por Eduardo Luis Aguirre

La memorable intervención de Friburgo introduce narrativas que guardan una férrea lógica interna. La concepción de la Universidad alemana no se conjuga, precisamente, con un espacio de pensamiento libre y crítico, sino que es concebida como una fragua que amalgama el ser, en el que la disciplina asume un rol fundacional. La disciplina equipara, unifica, borra la diversidad y asume como ontológica una determinada valoración del orden que garantiza el destino de la categoría totalizante de “pueblo”, de su poder y su misión histórica y espiritual. Ese destino manifiesto no es optativo. Más bien, aparece como un imperativo inexcusable, coercitivo. 
Para nosotros la Universidad alemana es la alta escuela que desde el saber y mediante el saber acoge para educación y disciplina a los conductores y guardianes del destino del pueblo alemán”. La voluntad de esencia de la Universidad alemana es la voluntad del saber, como voluntad de la misión histórica y espiritual del pueblo alemán, de ese pueblo que se sabe a sí mismo en su Estado. El saber y el destino alemán han de cobrar poder sobre todo en la voluntad de la esencia. Lo cobrarán si y sólo si nosotros -los maestros y escolares- primero subordinamos el saber a su necesidad más íntima y luego hacemos frente al destino alemán en su más extrema urgencia".


Ya que el político y el maestro, el médico y el juez, el sacerdote y el arquitecto encabezan la existencia étnica y estatal; ya que ellos la custodian y mantienen rigurosa en sus relaciones fundamentales con los poderes derniúrgicos del ser del hombre; por eso, aquellas profesiones y la educación para ellos, están confiadas al servicio del saber. El saber no está al servicio de las profesiones, sino al revés: las profesiones hacen efectivo y administran aquel más alto y esencial saber del pueblo, el saber de toda su existencia. Pero ese saber no es para nosotros una sosegada toma de conocimiento de esencias y valores en sí, sino el más riguroso arriesgar de la existencia en medio de la fuerza superior del ser”. “El saber en este sentido tiene que llegar a ser el poder formador de la corporación de la Universidad alemana. Esto implica dos cosas: primero, los maestros y escolares, cada uno en su modo, tienen que dejarse dominar y permanecer dominados por el concepto del saber. Y luego, ese concepto tiene que intervenir como agente transformador en los modos fundamentales respectivos, dentro de los cuales los maestros y escolares actúan científicamente en común: en las facultades y gremios. La facultad sólo es facultad cuando se desarrolla como capacidad de legislación espiritual enraizada en la esencia de su disciplina, a fin de integrar los poderes existenciales que a ella sola la oprimen en un único mundo espiritual del pueblo”. “Mas para dar forma y realce a la esencia primitiva del saber, hacen falta no poca disciplina y responsabilidad, así como suprema paciencia; pues en comparación apenas si tienen peso el concienzudo aplicar procedimientos ya hechos o el modíficarlos con celo”.
La tan encomiada "libertad académica" está siendo expulsada de la Universidad alemana, ya que esa libertad era inauténtica, por ser sólo negadora. Ella significaba principalmente despreocupación, arbitrariedad de propósitos e inclinaciones, licencia en el actuar y holgar. La idea de la libertad del estudiante alemán está ahora restablecida en su verdad. De ella surgen para lo sucesivo el vínculo y el servicio del cuerpo estudiantil alemán. El primer vínculo es con la comunidad nacional. Obliga a una participación, compartidora y actuante, en los afanes, aspiraciones y capacidades de todos los estamenros y los miembros del pueblo. En adelante este vínculo se consolidará y enraizará en la existencia estudiantil por medio del servicio del trabajo. El segundo vínculo es con el honor y el destino de la Nación en medio de otros pueblos. Exige un estar presto, garantizado por un saber y una capacidad, robustecido por la disciplina, para el sacrificio extremo. En adelante, este vínculo abarcará e impregnará toda la existencia estudiantil bajo forma del servicio de las armas. El tercer vínculo del cuerpo estudiantil es para con la misión espiritual del pueblo alemán. Este pueblo está forjando su destino por haber situado su historia en lo manifiesto de la fuerza superior de todos los poderes formadores del mundo y por siempre conquistarse de nuevo su mundo espiritual. Así expuesto a lo extremo de lo problemático de su propia existencia, quiere ser un pueblo espiritual. Exige de sí mismo, así como para sí mismo, en sus conductores y guardianes, la más rigurosa claridad del más alto, más amplio y más rico saber. Una juventud estudiantil que se aventura temprano en la virilidad y que despliega su voluntad sobre el destino futuro de la Nación, se obliga del todo al servicio de este saber. Ya no tolerará que el servicio del saber sea el torpe y rápido amaestramiento para una profesión "distinguida". Ya que el político y el maestro, el médico y el juez, el sacerdote y el arquitecto encabezan la existencia étnica y estatal; ya que ellos la custodian y mantienen rigurosa en sus relaciones fundamentales con los poderes derniúrgicos del ser del hombre; por eso, aquellas profesiones y la educación para ellos, están confiadas al servicio del saber. El saber no está al servicio de las profesiones, sino al revés: las profesiones hacen efectivo y administran aquel más alto y esencial saber del pueblo, el saber de toda su existencia. Pero ese saber no es para nosotros una sosegada toma de conocimiento de esencias y valores en sí, sino el más riguroso arriesgar de la existencia en medio de la fuerza superior del ser. Lo problemático del ser en general impone al pueblo el trabajo y la lucha y lo compele dentro de su Estado, del cual dependen las profesiones.
 Todo dirigir tiene que reconocer la fuerza propia de los que siguen. Pero todo seguir lleva en sí resistencia: Este contraste de esencia entre el dirigir y el seguir no debe quedar difuminado ni menos totalmente borrado. Sólo la lucha mantiene vivo el contraste e introduce en toda la corporación de maestros y escolares aquel tono fundamental que hace cobrar poder a la auto-afirmación que se deslinda y al resuelto auto-examen, para que lleguen a realizar la auténtica autonomía. ¿Queremos la esencia de la Universidad alemana o no la queremos? Depende de si nosotros, y hasta dónde, nos esforzamos, integral y no incidentalmente, por el auto-examen y la auto-afirmación, o si --con la mejor intención- nos limitamos a sustituir viejos arreglos por otros nuevos. Nadie nos lo impedirá. Pero tampoco nos preguntará nadie por nuestro agrado cuando falle la fuerza espiritual del Occidente y crujan sus junturas, cuando se derrumbe la caduca pseudo-civilización y arrastre en confusión todas las fuerzas y las suma en la locura. Que ello suceda o no suceda sólo dependerá de si nosotros nos querremos siempre como pueblo histórico-espiritual o de si no nos querremos como tal. Cada uno, individualmente, contribuye a esa decisión, aun cuando, y precisamente cuando, la elude. Pero nosotros queremos que nuestro pueblo cumpla su misión espiritual. Nosotros nos queremos a nosotros mismos. Porque la fuerza joven del pueblo y aun la más joven, que irá más allá de nosotros, ya ha adoptado esa resolución. Pues sólo entenderemos completamente la magnificencia y la grandeza de esta marcha que comienza si nos transportamos a aquella profunda y amplia meditación desde la cual la vieja sabiduría griega habló”.
No hay alternativas en el discurso a un determinismo teleológico que tiene a la Universidad alemana como instrumento cuya centralidad no se discute. Como tampoco se pone en cuestión la amalgama colectiva a la que se denomina pueblo y a la voluntad que el mismo tiene como misión histórica ineludible e inexorable. Al pueblo se le impone un destino que se obtiene a través de la lucha y la disciplina, que excluye de plano la libertad académica y, consecuentemente, todo atisbo de pensamiento alternativo que no conjugue esa narrativa. Como se lo expresa, por “inauténtica y negadora”. Por lo tanto, es claro que semejante carga colectiva, no solamente en la universidad pero especialmente en ella, conlleva una imposición cuya infracción parece acarrear fatalmente un reproche. No podemos mensurar la intensidad del reproche, pero sí advertir que el mismo implicaría un piso de inscripción contradictorio de un espíritu, de un destino y una lucha común, de una disciplina que se alteraría, de un orden constante y naturalizado que tendría el derecho de sentirse agredido. De un mal que habilitaría, sino la venganza, por eufemística, la réplica de un colectivo copartícipe de la magnificencia de una marcha protagonizada por un pueblo en ejercicio de su rol histórico-espiritual.



Por División Las Heras


En intervenciones anteriores (1) inauguramos el intento siempre incompleto de caracterizar a la corporación Cambiemos, que expresa desde lo real y lo simbólico el poder duro que se ejerce en tiempos de Argentina aciaga. Compartimos entonces la noción de "grupos de tareas" que Jorge Alemán utiliza para  evocar a los actores del pleno ejercicio de destrucción de doce años de populismo explícito. Ahora pretendemos entender por qué pudo imponerse esta Task Force, para atesorar la expectativa razonable de recuperar la iniciativa cultural y política perdida a manos de esta nueva y críptica expresión de la derecha del tercer milenio.

Dejando de lado los factores secundarios a los que de ordinario se echa mano para tratar de entender lo ocurrido, tales como la incidencia decisiva de los grandes medios en las guerras de cuarta generación, la refacción permanente y en tiempo real de la imagen de algunos candidatos,es mucho más importante escrutar, en la estructura de la sociedad argentina, qué intereses no fueron representados por el FPV para que su incidencia electoral se desbarrancara de aquel  54%  a los casi 38 en las recientes elecciones generales y a menos del 50% en el balotaje.
Eso convoca al imperativo urgente de develar la primera perplejidad: ¿Por qué los sectores medios e incluso bajos, beneficiados por el modelo populista, votaron por los que con toda claridad proponían volver a políticas de entrega y miseria?



Algunas explicaciones -excelentes- ya se han ensayado. Es un alivio recordarlo.
La inconsistencia de la memoria es la marca de origen de un sujeto regido por la temporalidad del instante, cuya capacidad de incorporar los acontecimientos a su experiencia está abolida por la irrupción continua de informaciones equivalentes, intercambiables, que se suceden al infinito dejando marcas superficiales, sin que el sujeto tenga otra potestad que la de elegir una en desmedro de las otras. De este modo, la praxis política es sustituida por una práctica de consumo, es decir, por la elección en el puro presente entre diversas opciones equivalentes según la conveniencia o la opinión del momento, maleable, evanescente.” (2)
Al sector social asalariado, en particular aquellos mejores pagos,  que son los que producen más plusvalía en el país ( y son enteramente conscientes de eso) se lo castigó por partida doble en un error fatal. Con el libre flujo de la apropiación de su plusvalía por parte del capitalista “natural”, por una parte; y por la otra con el impuesto a las ganancias, lo que obviamente fue percibido como una irritante apropiación de sus ingresos, ahora por parte del estado. Al mismo momento que los sectores financieros, y extractivistas eran favorecidos sin excepción. El kirchnerismo se fue del poder sin enhebrar una nueva ley de entidades financieras y sin poner coto ni obtener resarcimiento razonable alguno a la predatoria práctica de la minería a cielo abierto. A los asalariados conscientes de su doble expoliación, este agravio de tracto continuo no les pasó inadvertido. Tampoco la corrupción, a la que algunos analizamos con categorías ortodoxas de los dos siglos pasados, o con máximas jauretcheanas. Otro mal paso. Los CEOS y sus mandantes jamás cometerían esos errores de caracterización sociológica, psicoanalítica y política. Lo están demostrando.

Es paradójico, pero durante el Cordobazo, el Ministro de Economía de entonces, Adalbert Krieger Vassena, tembién se preguntaba: ¿como puede ser que los obreros mejor pagos del pais -a los que se les extrae mas plusvalía, los mas explotados- lideren la revuelta? Al sentido común fordista le parecía muy extraño. Si cambiaban el 0 Km todos los años y se iban de vacaciones.
La pregunta, como una letanía, se ha vuelto a instalar entre los derrotados perplejos. Que no alcanzan a entender que este mismo sector de trabajadores bien pagos del capitalismo postfordista, no se expresó como aquel épico proletariado cordobés, con huelgas y movilizaciones, sino con el voto, la herramienta nuclear de las democracias indirectas burguesas. O sea, la utopía totalizante, el determinismo teleológico, se ha diluido y los trabajadores acaban de expresarse por los mismos medios y adhiriendo a las lógicas propias  del Amo.

En la Argentina se planificó (en el mejor de los casos) con la ideología del siglo XIX, un capitalismo bueno, un ensayo "neokeynesiano" en medio de un capitalismo internacional depredador, cuando debería haberse considerado, que ese capitalismo bueno es irrealizable y que hay que encontrar una alternativa de cara a lo que ya no resulta una anomalía, sino que encarna un estado de excepción, una nueva forma de acumulación del capital (Alemán dixit).
De aquí en más, es imposible establecer horizontes de proyección emancipatorios, sin el favor de los trabajadores más explotados. Obviamente, ese salto cualitativo excluye drásticamente la posibilidad de castigarlos en sus ingresos, los más altos de América Latina.
Huelga aclararlo, la reconstrucción de esa alianza progresista sería igualmente inviable sin la participación de todos los trabajadores.

En definitiva, la posibilidad de proponer políticas no admite simplificaciones ni clichés, por confortables que éstos sean. Ya no se puede aludir en general a "los sectores populares” o “las clases medias”, sobre todo si en estas clases medias se incluye a los sectores trabajadores a los que se les extrae mas plusvalía  por partida doble. Porque más allá de su ubicación en el proceso productivo, su nivel de ingresos genera una cultura compatible con los hábitos, intuiciones y percepciones legitimantes que habilitó el "modelo" y que ahora aspiran vientos de cambios. Y se ha podido comprobar que esa rebeldía silenciosa se transforma y reproduce en votos.
No se puede decir tampoco que “luego de años de crecimiento y avance popular se profundizan las demandas y las expectativas”. Porque esta formulación, así expresada, no tiene traducción política.
Pongamos en claro lo siguiente. Las bases sociales del macrismo no son solamente los sectores acomodados de la población. Si fuera así, no hubiera superado el caudal histórico de votos de la UCEDE o, más atrás en el tiempo, de la inefable "Nueva Fuerza", que ya en aquel entonces, vale recordarlo, convocaba a un "cambio" desde sus jingles elementales.La base social que apuntaló a Macri, es justamente, la que vulgarmente se llama clase media del interior productivo, de la CABA y del GBA. Y que son, en realidad, una importante proporción de los trabajadores más productivos. Justamente, las víctimas propiciatorias de la doble exacción de plusvalía.

Fue bastante sencillo para Cambiemos lograr el apoyo de este sector enfrentandoló al FPV, operando sobre su mentalidad colonizada por la cultura del mercado globalizado, replicando a través de los aparatos ideológicos del establishment sobre factores tales como la corrupción, las cadenas nacionales, o el alineamiento con Venezuela, o insistiendo sobre errores como la aplicación del impuesto a las ganancias, el cepo al dólar, el estrangulamiento de las economías regionales, etcétera. Hasta construir un sentido común dominante y profundamente conservador.
Este sector social es, paradójicamente, el mas dinámico desde el punto de vista de la producción. Si dejamos de lado a los empleados públicos, probablemente sean los que producen más riqueza, son absolutamente conscientes del lugar que ocupan en el proceso productivo y pretenden que se los reconozca.
Por eso, si bien sufrirán la economía de penuria de la nueva época del virreinato, pero mantendrán una distancia importante con los de abajo y esto les permitirá sentir que son importantes, casi "uno de los de ellos".

La oposición a este gobierno deberá diferenciar entre los distintos sectores de esta “clase media” y tener una política clara para ella y para cada una de las subjetividades que se han amasado al interior de este nuevo sistema de creencias.
Es más, algunos sectores políticos ya lo están haciendo, intentando dirigir a estos sectores. Al menos así parece sugerirlo el relanzamiento político de un bloque de gobernadores de provincias donde el macrismo se ha hecho fuerte (Santa Fé, Entre Ríos y Córdoba), unificándose en contra de la aplicación del protocolo contra la protesta social. Los tres gobernantes provienen de provincias que cuentan entre sus habitantes con muchos de esos trabajadores expropiados por las políticas erróneas del kirchnerismo. También administran policías y realidades de conflictividad social crecientes. Pero aún así renuncian a la tentación de declarar la emergencia proyectada en materia de derechos y garantías y prefieren fortalecer una alianza que proteja las fuerzas productivas de la denominada "región centro".
Los tres parecen haber advertido que una proporción para nada desdeñable de ciudadanos de sus respectivas provincias, pueden ser sensibles a las políticas de derechos humanos, igualdad de derechos, libertad de expresión, redistribución de la riqueza, etcétera. Pero saben que si esto no va acompañado de una política que los haga sentir incluidos en un proyecto general que los contengan, apoyarán a los dirigentes políticos que exacerban demagógicamente sus fobias  respecto de la "seguridad", los inmigrantes, "negros vagos",  planeros, y otros sectores vulnerables. El desafío, entonces, es que el burgués no se asuste. Y está claro que la intolerancia en esos sectores crece de la mano del descenso al abismo social tan temido (3).

Si en la oligarquía argentina existió alguna vez una pequeña insinuación de autonomía, hoy, en la época del virreinato, esa rémora nacionalista sin pueblo ha quedado totalmente arrumbada. Macri -cual nuevo Sobremonte- y sus secuaces, fugarán lo que puedan a algún paraíso fiscal y entregarán totalmente el país a los buitres, que es donde se asienta verdaderamente el trono al que reporta el gobierno de los CEOS..
Tanto ello así, que habría que comenzar a mirar con atención la interna de Cambiemos, porque es probable que pronto se empiecen a ver las diferencias de algunos sectores que no aceptan esta rendición incondicional.
Y además, estar atentos a lo que pasa con sus políticas concretas: acaba de aumentar la gente alcanzada por ganancias, se redujo la coparticipación de la provincias, entre otras medidas no menos importantes.
Este panorama podría sugerir que la oposición intentara, al menos, dos construcciones.
a) Un plan económico, social y político que tenga en cuenta a los sectores medios, incluso medios altos de la sociedad argentina.
El apoyo a los movimientos sociales, artesanos, manteros y trapitos, así como la ampliación de derechos y apoyo y contención a todos los excluidos -que ha sido tan importante en los primeros años K cuando estábamos en el infierno, sobre todo desde el punto de vista del hambre, pero también y principalmente si lo tomamos en perspectiva, desde el punto de vista del cambio de la conciencia política- se debe mantener. Pero no puede ser el único planteo.
También se debe interpretar, apoyar y contener a los sectores medios, a los generadores de riqueza.
Es decir, parecería que se está dando la conquista ideológica de los sectores mas explotados -aunque no más pobres- por parte del neoliberalismo. Y esto es una muestra de los errores o las limitaciones para entender la situación por parte de los gobiernos y los partidos populares.
Aquí es donde debemos insistir. ¿Es posible hacer en espejo lo que ellos hacen en psicología de masas? Un dato de último momento. En la edición de P12 de hoy, se publica un artículo que ratifica dramáticamente lo que postulamos en este artículo, y que nos obliga a incorporarlo. "Según datos de la Secretaría de Hacienda entre el 2006 y el 2014 la recaudación total creció 7,7 puntos. Mientras lo recaudado por las Ganancias de las empresas se multiplicó 6,7 veces la cuarta categoría lo hizo por 11 incrementando su participación en la recaudación total de 5,5 a 7,8 por ciento. Los asalariados empujaron la recaudación mientras que las empresas disminuyeron su aporte en concepto de renta. En el 2007 la cuarta categoría explicaba el 21 por ciento de lo que se recaudaba por Ganancias, en el 2014 el 35 por ciento. Cada vez más trabajadores lo pagaron y cada vez pagaron más" (4).

Habría que decir con John William Cooke: “La resistencia no es suficiente: sin contraataque no hay victoria”(5)
b) Por lo tanto, hay que preparar, bien, la réplica política y cultural. La antítesis. Haciendo las veces de pitonisa Carrió, podemos especular de cara al futuro. Así como en todo este período lo que primó en política fue el manejo de “resortes de poder”, o sea cargos públicos por relación con “el territorio”, o relaciones familiares o sociales, en adelante lo que primará será la lucha por las ideas y la comprensión de las nuevas relaciones de dominación. Sin la capacidad para disputar las conciencias de los sectores mas amplios de la población, la próxima disputa, -a esta altura podríamos decir con el imperio- sea política o cultural, estaría perdida.

(1) http://derecho-a-replica.blogspot.com.ar/2016/02/las-plazas-la-nueva-forma-de.html?spref=fb

(4) http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-293465-2016-02-29.html


(5) Apuntes para la militancia, 1964.
Por Ignacio Castro Rey (*)

La intuición es un golpe mental, una tirada de dados que divide a un objeto, descomponiéndolo en elementos más simples. En tal sentido, se penetra un complejo, lo partimos en piezas y esto permite analizarlo. El análisis intuitivo descompone el fenómeno. El proceso formal y deductivo -en Descartes, posterior a las intuiciones, como un enlace de ellas- reconstruyendo lo complejo. El ser resultante -persona o cosa- es materialmente el mismo que antes, pero resulta comprendido y vivido de otro modo.

Lo que tiene la impronta de lo intuitivo puede ser tomado en serio, también en la ciencia, porque viene repentinamente, al margen de las convenciones externas. También, con frecuencia, fuera de los propios intereses del sujeto. Ello piensa, decía Nietzsche. No es que la intuición sea infalible -nada lo es-, pero brinda la seguridad de lo que de pronto nos asalta. Al provenir de nuestro más lejano interior, una especie de zona ártica, posee la rotunda simplicidad y autonomía de la que la inducción informativa carece.



La intuición tiene además la certeza de lo que existe sin piezas, apenas construido. Ahora bien, igual que no existen accidentes ni anomalías “a petición”, tampoco hay intuición a la carta, programada metódicamente. No la controlamos. Viene o no viene, se produce o no, casi siempre sin ser invitada a la mesa. Es ella la que nos asalta; con frecuencia, en momentos clandestinos de nuestra experiencia -esa soledad y retiro hoy prohibidos-, para permitirnos comprender de otro modo lo que nos envuelve.

La inteligencia intuitiva es elemental, breve, densa. Casi no admite términos medios: la aceptamos o no. Es un tipo de inteligencia, radicalmente democrática, que apenas se aprende o se estudia. No hay un posible máster en intuición, ni cursos en torno a ella, pues tiene más vínculos con la deformación que con la formación. Se tiene ese genio intuitivo, de modo a la vez innato y asumido, o no se tiene. Pero tal genio puede pertenecer a cualquiera, pues sólo exige el coraje de no ceder en cuanto al deseo. Con este método anárquico -otra contradicción- la intuición le otorga en distintas especialidades un papel al amateur, al intruso o al raro -el científico revolucionario, diría Kuhn-, que el método normal y premiado de conocimiento jamás le concederá.

El conocimiento estándar odia el genio de la intuición como la sociedad odia los márgenes selváticos de los que, sin reconocerlo, vive. Repasemos las biografía de los nombres que todavía admiramos. Ninguno de ellos vienen de los primeros puestos en la Universidad, sino -aunque además hayan sido buenos estudiantes- de vivencias que lindan lo inconfesable.

El conocimiento profesional admite buenos cursos de formación y métodos graduales. En otras palabras, un proceso acumulativo relativamente asequible. El conocimiento intuitivo no, no fácilmente. ¿Cómo se le enseña a alguien a intuir? Es posible… si se puede enseñar el valor de escuchar, de atender, de percibir: de atreverse, en resumen, a estar a solas con lo desconocido que llega. Poco más. Supone una cualidad intelectual y una también una relación afectiva, un poco animista, con los objetos. La abstracción intuitiva tiene con frecuencia algo de primitivo. Y no sólo los escritores y artistas; casi todo científico que ha roto la historia tiene un fuerte poder intuitivo.

No hay intuición sin observación, por supuesto, pero la intuición perfora la costra de las apariencias y capta dentro de ellas otras claves de explicación ocultas. Por tal razón, como esas claves yacen en el interior de las cosas o las personas, es normal que vengan a nosotros en secreto, en horas o momentos robados, un poco furtivos. Debemos tener, al menos, un pie en los contextos y en las situaciones comunes. Pero la intuición somete el contexto a presión, provoca y estresa las situaciones. Maltrata sus objetos desde un afuera: les asedia, decía incluso Ortega. Por eso nos permite saber de las cosas lo que ellas no confesarían fácilmente. Ni lo que su simple contexto nos diría, mediado como está hasta la saciedad.

Paradójicamente -es otra contradicción más- este cuestionamiento de lo real, este estrés proviene de un dejarser a las cosas. Supone una confianza y a la vez una escucha. El hombre intuitivo -decían Baudrillard y Berger- mantiene una relación cercana con los objetos y, al mismo tiempo, toma distancias con los contextos donde los objetos se presentan. En tal aspecto, la intuición essituacionista, pues sin infiltrarse en la situaciones, para “oír voces” de otra parte, ese tipo de conocimiento directo no se produce.

Estamos pues ante una disposición natural de la inteligencia, una de esas tecnologías incorporadas al cuerpo. Aparte de que se posea o no, está claro que el hombre puede favorecer lo intuitivo o no, escucharlo o no. Podemos liquidar las intuiciones, apartarnos de ellas con la ortodoxia de la conexión técnica perpetua. Por el contrario, podemos acercarnos con un pie al margen de lo social, confiar en ese rumor de las afueras y escucharlo.

Es evidente que una intuición ha de ponerse a prueba y adquirir forma. Tenemos que estructurarla, fortalecerla y ponerla a andar, en común, para estar en el mundo y afrontar los problemas que nos reclaman. Pero el punto de partida de cierto tipo de pensamiento es siempre un poco insolente, por no decir inconfesablemente irracional. Con la ironía que le caracteriza, Deleuze decía que el verdadero pensamiento abre siempre una línea de brujería.

Es obvio que la intuición tiene que ver también con el crédito que le concedamos a la imaginación y, quizás ante todo, con el que le concedemos al instante. Sabemos que un momento crucial puede cambiar el tiempo. Pero es necesario escucharlo y acogerlo, darle crédito, dejando tal vez muchos otros momentos del tiempo reconocido, que tal vez tengan más avales y más fama.

Se podía decir que hoy, en todos los órdenes -de lo perceptivo a lo clínico y ético, de lo intelectual a lo político- estaríamos obligados a elegir, poniendo nuestro hemisferio principal en la intuición o en la información. En el primer caso correremos efectivamente el riesgo de quedarnos solos, cerca de los fantasmas. En el segundo el peligro es morir de éxito, instalados en esa obesidad de la multiplicación que algún día tendrá su metástasis. La cuestión clave estará en el arte de las dosis, en un equilibro inestable que hay que reinventar todos los días.

(*) Filósofo y crítico de arte.