Por Eduardo Luis Aguirre


Mientras echo mano a la contemplación, infranqueable límite que a veces nos impone el cuerpo, me asalta un recuerdo vívido proveniente de la filosofía del derecho. Por supuesto, siempre dando vueltas sobre las certidumbres y falacias, sobre la culpa y la inocencia, sobre un agresor y su víctima. En fin, bien binarios, típicos de la trepanación de cráneos con la que el dogmatismo jurídico empantana nuestro pensamiento crítico. La cosa es más o menos así. Las certezas se formaban a través de indicios que, por sí solos, no necesariamente nos permiten encadenar un juicio asertivo. Pero si esos elementos indiciarios se logran encadenar, se convierten en indicios anfibológicos, algo así como una acumulación que puede convertirse en la antesala misma de la certidumbre, de la verdad histórica. En este día, cuando los chinos piden en mandarín enfático "devolvé la bolsa", el endeudador compulsivo es expulsado nuevamente por el FMI y sale a cazar bancos por el mundo, cuando el presidente miente por cadena nacional a pesar que hasta los más precarios en la disciplina gris estábamos prevenidos de que el superávit no existía y sí, en cambio, su espacio comenzaba a dar cuenta de un agotamiento gravísimo (en términos heideggerianos), la marcha en defensa de la universidad pública se constituye en un sujeto político dinámico y visceral, comunitario e imparable. En un Acontecimiento pletórico de vocación constituyente. Demasiados indicios como para no pensar que el experimento reaccionario se tambalea, repta por los ásperos suelos que componen la materialidad inconmovible de la realidad, carente de una potencia antagónica capaz de asegurar la resistencia. Esa resistencia es, ahora, la suya. Paradojas de una era volátil. Porque del otro lado hay un pueblo que se defiende, que tutela lo mejor de sus legados históricos y lucha por una libertad inconcebible sin el otro. Con el emocionante tránsito callejero de la multitud va lo mejor de la Patria. Ahora, cual avisadores de incendios, la tarea es entrever el porvenir, desplegar un ejercicio articulado y anticipatorio, percibir los cambios en los humores y las lógicas, reivindicar el argumento y acotar los yerros. No es un desafío menor. Pero quizás es la gimnasia dialéctica necesaria para alcanzar una nueva certidumbre.