Por Eduardo Luis Aguirre

"Nuestra sociedad ha hecho de la desafección una parte obligatoria de las ocupaciones vitales" (Zigmunt Bauman)

El intelectual polaco Zigmunt Bauman (1925-2017), uno de los pensadores contemporáneos que más se ha detenido en el examen del estado de la condición humana durante el siglo XX, ha producido algunas reflexiones extraordinarias sobre el sentido de la vida en las sociedades hiperconectadas, también denominadas “de la información y el conocimiento”.

Este sociólogo y filósofo, ganador de la edición 2010 del Premio Príncipe de Asturias, afirma que es falso suponer que la felicidad equivale a “una vida sin problemas”, principal emboscada hedonista de buena parte de la filosofía occidental y prólogo de las coordenadas de los enunciados de autoayuda durante el tercer milenio . Bauman señala que la vida implica, por el contrario, una vocación permanente por “superar los problemas”, afrontar los desafíos y controlar los retos que nos depara a diario el destino. Hasta aquí, buena parte del mensaje de los antiguos estoicos parece entremezclarse con su sentencia inaugural sobre los momentos de verdadera felicidad, que consistirán en “luchar con los problemas, resolver las dificultades, afrontar los desafíos”.

Precisamente, el exceso de confort individual e “independiente” de la modernidad líquida neoliberal anula el sabor de esa lucha existencial cotidiana y permanente, librada imprescindiblemente en contacto real con los otros. Ese confort puede hacer que “lo tengas todo”, de manera “independiente” y prácticamente en soledad. Desde las provisiones necesarias para tu subsistencia y consumo, que permiten mantenerte alejado de la pobreza y la miseria, hasta los más modernos dispositivos tecnológicos que te dotarán de miles de amigos virtuales.

Pero hay una cosa que no le pueden proporcionar ni las más sólidas políticas públicas o sociales ni su propio “mérito” individual al hombre “independiente” de la modernidad líquida. Ese vacío existencial consiste en el desafío de estar con otras personas, relacionarse con otras subjetividades, socializar con los distintos. Ser “uno” en compañía de otros. Eso debe hacerlo, inexorablemente, el propio individuo por fuera de la asistencia estatal o de su mentada independencia o “libertad” individual. Debe hacerlo, incluso, a riesgo de sucumbir definitivamente frente a las modernas técnicas de alienación que el propio sistema le depara. Ya no se trata de la alienación social de la segunda posguerra, concerniente con sus matices diferenciales a las sociedades capitalistas y socialistas, que tan bien describiera otro polaco, marxista y católico, Adam Schaff (*)

Este individuo contemporáneo, fortalecido y entrenado en su “independencia”, ha ido perdiendo vertiginosamente su capacidad para negociar su convivencia con otras personas y en eso consiste buena parte de su actualizada alienación. Sus relaciones son cada vez más lábiles, efímeras y líquidas. Le cuesta cada vez más, al individuo “independiente” privado de las habilidades de la socialización, poner palabras y construir diálogos y argumentos consistentes en su relación con los terceros. A pesar de que, como advierte Enrique Dussel, el individuo es una ficción ya que el ser humano siempre fue comunidad, “este” individuo solitario, de diálogos cortos y palabras prietas es un subproducto necesario de la colonización de las conciencias que opera el capitalismo en su fase neoliberal.

Bauman insiste en su idea de que este individuo alienado por la “independencia” del neoliberalismo líquido, es un sujeto sumamente dificultoso y traumático al momento de socializar. Se trata de un ser humano que ha ido perdiendo rápidamente su condición política, su naturaleza social, su aptitud indispensable de negociar y renegociar. De eludir conscientemente los binarismos maniqueos con matices emergentes. De disponer de la capacidad de poner palabras y de una actitud militante en aquello de socializar la propia existencia. De debatir, volver a discutir, detenerse nuevamente en las diferencias y recrear los diálogos. La “independencia” del neoliberalismo ha obturado esa posibilidad, la ha cancelado. Esa pretendida autosuficiencia del independiente lo ubica debatiéndose entre dos mundos: “on line” y “off line”. El sujeto se encuentra, permanentemente, conectando y desconectando. Y la “vida on line” le depara un nuevo confort y una nueva tranquilidad. Se trata de una vida “sin riesgos” en la precaria socialización a distancia, esa que le impide percibir la propia soledad. Es muy sencillo hacer amigos en la red; y si por algún motivo (o ninguno) queremos deshacernos de ellos, podemos eliminarlos sin mediación alguna. Y el sujeto sigue de esa manera ejerciendo su independencia.

Pero cuando ese individuo deja de estar conectado, lo que inexorablemente percibe es un paisaje social que le exhibe la riqueza, complejidad y diversidad de la naturaleza humana. Lo sitúa de nuevo ante los riesgos de la socialización, cuya aptitud ha perdido, total o parcialmente. Le costará, sin duda, entablar una conversación, un diálogo no operativo, aceptar las diferencias, intermediar las disidencias, expresar un sentimiento, traducir un pensamiento abstracto o complejo, enfrentar la realidad de que existe una infinita cantidad de matices entre las personas y que hay muchísimas formas de ser humano. Que cuando se comienza un diálogo nunca se sabe cómo va a terminar y en buena medida ese desenlace pondrá a prueba al sujeto. La cerrada independencia del cerco individual impide a las personas hacer todas estas cosas. Nada más, y tampoco nada menos. Cuando más independientes son estos individuos, menos capacidad tienen para afrontar el desafío y la complejidad de ser, agradablemente, interdependientes.



(*) “La alienación como fenómeno social”, disponible en https://es.scribd.com/doc/89574152/La-Alienacion-Como-Fenomeno-Social-Adam-Schaff